sábado, 8 de febrero de 2025

Viaje a Uzbekistán (II): Nukus y el mar de Aral

Salimos de Taskent hacia las nueve de la noche y después de un vuelo de hora y media nos habíamos trasladado desde el oeste del país al noreste, unos mil km. Habíamos aterrizado en Nukus, la capital de esta región autónoma llamada Karakalpakistán. Una región muy extensa y poco poblada, cuya capital nos parecía muy moderna, como si hubiera sido trazada y construida en los últimos veinte años.

https://www.backpackadventures.org/things-to-do-in-nukus/

En un 4x4, nos llevaron al hotel funcional y también muy moderno. Al bajar al restaurante, vimos que el paisanaje había cambiado por completo. Y el paisaje. Había viajeros y turistas, algunos algo ruidosos; luego supimos que eran españoles. La forma de vestir, la manera de estar, el decorado de la sala, todo tenía un aspecto bien distinto de lo que nuestros ojos habían visto en Fergana. Aquí todo parecía más occidentalizado; quizá sería más preciso decir más eslavizado. Cenamos bien y bebimos mejor, una botella de vino tinto que nos supo a gloria. Después, a descansar. Teníamos que prepararnos para la jornada de mañana: paseo por Nukus, visita del museo Saviski y viaje al mar de Aral.


Sábado, 9 de noviembre

Salimos de buena mañana del hotel y fuimos caminando por la ciudad de Nukus, recorriendo algunas de sus avenidas modernas antes de entrar en el Museo Savitsky, toda una sorpresa.


En este museo está expuesta una colección  extraordinaria de cuadros que no eran del gusto de los jerarcas culturales del realismo socialista, cuadros de las vanguardias rusas, del surrealismo, además de esculturas y vestimentas del país.

En el enlace siguiente cuentan muy bien la historia de este museo, tan interesante como inesperado:

https://es.quadernsdebitacola.com/2015/10/museo-savitsky-arte-moderno-de-urss-en-uzbekistan.html

No pudimos ver con la tranquilidad que merecía todos los cuadros del museo Savitski, pero nos llevamos una idea muy aproximada de su importancia. Hicimos algunas fotos y seguimos nuestro viaje camino del mar de Aral.



 
                                



   
            

Por el tipo de ruta que íbamos a seguir, montamos en dos coches, dos 4x4. Dejamos atrás Nukus y subimos por la carretera que lleva al noroeste, hacia la república de Kazajistán. Comimos en un restaurante de carretera y, al retomar el camino, empezó, para nosotros, una aventura inesperada que terminó el domingo por la tarde al volver de nuevo a Nukus. Llevábamos recorridos unos diez kilómetros de autovía  cuando repentinamente el conductor giró a la derecha y campo través fuimos avanzando unos veinte km. Así llegamos al lago Sudochie. Antes de que el mar de Aral comenzara a secarse, el lago Sudochie estaba conectado a él por un estrecho brazo. En los sesenta el nivel del agua del mar comenzó a descender y el lago comenzó a secarse. Antes del desastre ecológico, el lago Sudochie era un verdadero oasis en medio del desierto. Allí estaba el asentamiento de Urga, que tenía una floreciente industria pesquera y un puerto de pesca. Nosotros vimos los restos de  todo aquello: un torreón, un faro, vivendas derruidas y una factoría de pescado abandonada, en la que habían trabajado, desde 1924 hasta 1956,  un grupo considerable de prisioneros polacos. Había sido una colonia pobre, pero hubo escuela y cementerio. En 2024 se celebró el centenario y unas placas lo dignifican y lo recuerdan. Nos entristeció observar cómo habían vivido allí durante más de treinta años aquellos prisioneros polacos que habían luchado contra los soviéticos y fueron trasladados a este lugar sin más horizonte que el trabajo forzado y la muerte.




Seguimos nuestro camino hacia el mar de Aral, pensando que ya estaría cerca; pero como íbamos campo través, avanzábamos con lentitud, y menos mal que los conductores parecían competentes y conocedores del terreno: eso nos daba cierta tranquilidad…hasta que se hizo de noche.



La inmensa explanada de Ustyurt era nuestro horizonte infinito en el que, de vez en cuando aparecía algún saxoul, un árbol endémico de  raíz profunda que no necesita agua. Paramos para apreciar el silencio y una  puesta de sol impresionante, una emoción especial al estar en un lugar fuera del mundo. Casi al atardecer nos encontramos de repente con un pueblecito, llamado Qubla-Ustyut: un niño iba en una bicicleta y encaminaba unas cabras hacia su establo. Nos dijo nuestro guía, traduciendo lo que decía el conductor, que vivían de lo que les daba la tierra y que tenían hasta una escuelita. Poco después vimos las restos de las instalaciones de una radio y una pista de aterrizaje; y también una escuela de las juventudes del konsomol soviético. 

Anocheció. Y empezamos a sentir que estábamos perdidos, el conductor abandonaba el camino que llevábamos e iba campo través, volvía la camino otra vez, el tiempo pasaba y no llegábamos a nuestro destino, ni una luz en la lejanía, nada, silencio solo. Después de un par de horas eternas, llegamos a un sitio donde había un señor y una barrera. Se alzó al vernos, y tomamos un camino de tierra que nos llevó hasta una explanada en la que había unas veinte yurtas, un comedor y unos baños rudimentarios. Lo primero que hicimos fue tomar posesión de nuestras respectivas tiendas y después ir a a comer. Fue curioso como al entrar oímos hablar en castellano y en gallego en aquel lugar tan alejado del mundo: era un grupo pequeño de unas seis personas, que estaban haciendo un viaje similar al nuestro. La mayoría de los allí presentes, unas cincuenta personas no había ido por el camino que habíamos seguido nosotros; la mayoría habían ido por Moynag, justo habían hecho la ruta al revés que nosotros. Comimos y bebimos y. al salir hacia las yurtas, una temperatura de seis bajo nos esperaba sin piedad.. Preparamos bien todo, fuimos a un baño comunal y nos dispusimos a pasar la noche en esta tienda tan característica. La verdad es que estaba bien acondicionada: había calefacción, luz suficiente, había alfombras y mantas que nos cobijaban del frío y tres colchonetas en las que nos dispusimos a pasar la noche. Lo peor fue cuando tuvimos que ir al baño porque ya la temperatura había bajado unos grados, lo que no impidió que un grupo de personas riesen y cantasen alrededor de una hoguera apetecible. Intentamos descansar, y dormir si fuese posible. Llegaron las siete y nos levantamos. Recoger, desayunar y otra vez a los 4x4. Por fin íbamos a ver el mar de Aral.





Domingo, 10 de noviembre

Estamos en la orilla del mar de Aral. Hay cerca de nosotros un grupo de jóvenes italianos; algunas chicas, y chicos también, se preparan para darse un baño en las heladas aguas del mar. Eso pensaba hacer nuestro amigo Juan Pablo, pero se le han quitado las ganas; no por el frío y el barro, sino por el desastre ecológico que tenemos delante. Un mar, que dentro de no muchos años habrá desaparecido, es lo que estamos contemplando; mejor dicho, los restos de un mar que hace cincuenta años era cinco veces más grande y que ha ido desapareciendo debido al maltrato que le han dado las autoridades de estas tierras. 

Vamos a traer un fragmento de nuestra guía:

“A caballo entre Uzbekistán y Kazajistán, el mar de Aral es alimentado, por el oeste, por dos ríos: el Sir Daria y el Amu Daria. Con 66 000 km² en 1960, el mar de Aral era el cuarto mar interior más grande del planeta. En 1990 el nivel del agua había bajado 16,5 metros y su superficie se había reducido a la mitad; el volumen de agua había disminuido en dos tercios y era cuatro veces más salada. La causa de todo ello, el monocultivo intensivo del algodón, introducido por los soviéticos en la década de 1960 y que requería cada vez más agua de riego. 


Al final, el agua fue bombeada casi por completo y la evaporación por la desertificación se encargó del resto. Hoy ya no existe el mar de Aral en Uzbekistán. Todavía queda algo de agua en el lado kazajo, pero se dice que el Gobierno lo alimenta artificialmente. En la actualidad la superficie ha quedado reducida a unos 600 kilómetros cuadrados, apenas un 10 %. En su lugar, el Aral Koum, o desierto de Aral, se extiende sobre una llanura de infinita tristeza. El desastre ecológico que afecta al mar se está extendiendo a las tierras vecinas: millones de toneladas de sal y arena son transportadas por el viento cada año, desertizando nuevas zonas. Todo el ecosistema de la región está desequilibrado”.



Abandonamos la orilla del mar de Aral, pensando inevitablemente que esto no es sino el anticipo de lo que se avecina en el planeta Tierra si no se toman medidas más drásticas relativas al cambio climático. Vamos dejando atrás el horizonte triste de este mar y nos dirigimos a un espacio muy curioso, un caravasar hoy en ruinas. Un caravasar era un como una ciudadela en la que descansaban los comerciantes que hacían la ruta de la seda; allí se alojaban, comían y se abastecían; allí eran atendidos los camellos; allí también compraban y vendían.






Un poco más adelante vimos un cañón impresionante y después un cementerio de nómadas, en el que había algunas cruces y también otros tipos de tumbas. 

Por supuesto, siempre íbamos campo través, no había camino que se siguiera; bueno, algunas veces surgía un carril. Pasada más de una hora, vimos, allá al fondo, un pueblecito al que nos conducía una carretera llena de socavones y baches. No obstante, nos pareció que llegábamos a la civilización; pero, madre mía, qué civilización. Era un pueblecito llamado Huchsay

Esto dice nuestra guía del citado pueblo:

“Colgado en el flanco de una duna gigantesca, este pequeño pueblo ni siquiera tiene acceso al agua corriente. La obtienen de pozos artificiales perforados en el suelo y protegidos con viejas láminas de metal oxidado. Al final de la aldea, un pequeño campamento base reúne a los trabajadores del gas, sin que por desgracia tengan mucho trabajo en la región. En el subsuelo del mar de Aral todavía se está perforando, y en el horizonte de este nuevo desierto se pueden ver más de diez torres de perforación. Muchos esperaban que el subsuelo del Aral pudiera ser tan rico como el del Caspio y, de hecho, en ese sentido, nadie ha tenido realmente ningún interés en salvar este mar”.

Dejamos atrás Huchsay y llegamos a Mounaq, la ciudad de esta zona. Podríamos decir que es la ciudad de la desolación. Entramos en un museo y nos pusieron un vídeo donde se veía la actividad que hubo en su esplendor, antes de los años cincuenta: barcos pescando en un mar de aguas limpias, fábricas de pescado, de conservas, toda la vida que había en torno a la actividad del mar.

Hoy, el suelo de ese mar aparece desértico y seco; y en él, abandonados, están media docena de barcos varados en la tierra. Un museo al aire libre que nos muestra la tremenda tragedia de esta tierra sin redención.

Nuestra guía dice:

“Moynaq tenía el puerto más grande del mar de Aral. Allí se instaló una de las mayores fábricas de conservas de pescado de la antigua Unión Soviética, ahora un conjunto de paredes desiertas y en ruinas. Cuando la hambruna azotó Rusia en 1921, Lenin movilizó la flota pesquera del mar de Aral, que en pocos días envió más de 20 000 toneladas de pescado y salvó al país del hambre. Hoy, el mar está vacío. La saturación de pesticidas y fertilizantes químicos vertidos en este contenedor marino no dejó ninguna posibilidad a la fauna y la flora, que de todos modos no habrían sobrevivido al aumento del nivel de salinidad del agua como consecuencia de la disminución del nivel del mar. El desastre comenzó en la década de 1950 y se aceleró en la década de 1960, cuando las obras de irrigación masiva vinculadas al cultivo intensivo del algodón estaban en pleno apogeo. Poco a poco, los dos ríos que alimentaban el mar de Aral, el Amu Daria y el Sir Daria, se fueron haciendo más y más delgados y contaminados. En 1994, el nivel del mar había bajado casi veinte metros. Hoy en día ya no hay agua en el lado uzbeko, mientras que solo queda una pequeña área en el lado kazajo. Algunos dicen que la única razón por la que el mar sigue existiendo al otro lado de la frontera es porque el gobierno kazajo lo mantiene artificialmente. En cualquier caso, y a pesar de los esfuerzos de Kazajistán, la sentencia está dictada: el mar de Aral acabará desapareciendo completamente de la faz de la Tierra. Porque, además de la falta de suministro de agua, la evaporación acelera su desaparición. Hace ya mucho tiempo que la población de Moynaq comenzó a marcharse y solo unos pocos miles de habitantes se quedaron en este antiguo puerto que llegó tener 60.000 almas antes de comenzar el desastre. Aunque el gobierno uzbeko ha tomado conciencia de la catástrofe ecológica de la desaparición del mar, ciertamente no dispone de los medios necesarios para evitarla. En resumen, una excursión a Moynaq es una triste ilustración de en qué se convierte la vida cuando desaparece un mar: un infierno”.


Salimos de Moynaq mohínos y cariacontecidos, y así llegamos a un restaurante de carretera donde la sonrisa de sus empleadas y su comida nos sacó de aquella neblina en la que aún andábamos colgados.

La carretera de Moynaq, hasta llegar a la autovía, era todo un desafío al sentido común; no es no es que hubiera baches, es que toda la carretera estaba llena de grandes socavones que evitaban los conductores con más o menos pericia. Los coches que venían de frente, de repente los encontrabas en la parte que nos correspondía a los que íbamos en dirección contraria. Menos mal que nuestro conductor era perito en ese tipo de espacios difíciles, como bien había demostrado a lo largo de los dos días; yo creo que incluso se lo pasaba bien esquivando los socavones y los coches que venían de frente. Cuando llegamos a la autovía, vimos que, en su cara tranquila, había un poco de aburrimiento después de tanta emoción conductora.


Antes de volver al hotel, nos llevaron a una necrópolis cercana a la ciudad de Nukus, la necrópolis de Mizdakhan. Está en medio del desierto y data del siglo IV a. C. Cuenta con varios mausoleos, tumbas y estructuras religiosas, entre ellas el mausoleo de Shamun Nabi, considerado un lugar de peregrinación para los musulmanes. El sol ya se iba poniendo y hacía bastante frío. Regresamos al hotel: baño tranquilo, cena y descanso. Ir al mar de Aral ha sido toda una experiencia. 
                                                                                                                                   Jesús Bermejo

              



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