viernes, 28 de noviembre de 2025

Madrid: Travesías navideñas



                    









Otros paseos por Madrid

·     Bajo la lluvia 

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·      Travesías navideñas 

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·   Un lunes de octubre  

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·        

·      El cementerio civil 

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·      Madrid Río

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·      Paseo por el Manzanares

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·      Caminando junto al Manzanares 

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·      Por el anillo verde

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·      Paseando por Madrid 

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·      Paseos por Madrid: del Retiro al paseo de Marcelino Camacho

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·      Instantes de otoño 

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·      Por el Madrid de Pedro Répide 

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·      El Madrid Medieval 

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·      El Madrid de Cervantes 

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·      El Madrid de Galdós 

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jueves, 20 de noviembre de 2025

Hace cincuenta años: Mi 20-N


En la segunda parte del capítulo 13 de Robles Amarillos, mi libro de memorias, narro cómo viví los años que van de 1974 a 1977. Sin duda aparece el 20-N de 1975. Aquí lo traigo en este día en el que se cumplen 50 años de todo aquello. Yo tenía 23 años. Así lo recreé hace dos, cuando, recordando detalles, escribí este capítulo. 



"Empecé mi nuevo curso en el Liceo Castellano impartiendo clases de lengua y sociales a séptimo y octavo. María José y yo retomamos nuestra rutina diaria y veíamos a nuestras familias los fines de semana. Avanzado el mes de noviembre saltó a los medios de comunicación la noticia sobre la mala salud de Franco. Parecía que estaba en unas condiciones bastante complicadas, con hemorragias y problemas circulatorios graves. Toda España se contraía, casi se paralizaba, la gente nunca hablaba en alto de la enfermedad del Jefe del Estado, se dejaban los comentarios para el espacio íntimo y había mucha aprensión y bastante precaución, pues no se sabía cómo iban a reaccionar el ejército y las otras fuerzas vivas del país.

Pasadas unas semanas, las noticias sobre la enfermedad de Franco ya formaban parte de la rutina, hasta que una madrugada saltó la noticia, «Franco ha muerto», una noticia que oímos por la radio cuando estábamos desayunando. Camino del trabajo había un silencio especial y en el vagón del metro todo el mundo iba callado y circunspecto. María José y yo nos mirábamos, y en nuestros ojos mostrábamos la alegría que sentíamos, pero también cierta preocupación. Al llegar al Liceo Castellano, la directora nos mostró a todos los profesores un telegrama del ministerio en el que se disponía la suspensión de las clases durante tres días, así que me fui al barrio de la oficina de María José y la esperé en el bar de abajo, pues se habían declarado tres jornadas laborales de luto. Cuando ella bajó, pedimos un café y vimos en la televisión al Presidente del Gobierno, Arias Navarro, haciendo pucheros mientras informaba a toda España de lo que toda España ya estaba informada; era la confirmación de una noticia largamente esperada por muchos, temida por bastantes y que mantenía a todo el país como sin respiración, porque no se sabía qué iba a pasar.

Desde el bar, nos volvimos a casa y pensamos en cómo organizarnos en aquellos tres días libres. Llamamos por teléfono a nuestras familias y a algunos amigos, entre ellos a Pedro, a quien conocíamos desde hacía algún tiempo por mediación de Javi. Con él y con su novia preparamos una comida en nuestra casa, en la que brindamos no solo por la muerte de Franco, sino por la nueva etapa que parecía que se iba a abrir en España. La televisión retransmitía las nutridas colas de despedida del fallecido, así como el funeral completo, un funeral presidido por el cardenal primado, Marcelo González, cuyo sermón resultó ser una loa a la figura de Franco y su régimen.

Dos días después del entierro en la basílica del Valle de los Caídos, también por televisión retransmitieron la coronación del rey Juan Carlos en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, presidida por el cardenal Enrique Tarancón, una figura muy mal vista en los círculos políticos más retrógrados. El recién coronado rey expuso en su discurso ante las Cortes franquistas una nebulosa idea de libertad, y terminó con unas palabras que se hicieron muy famosas: «Si todos permanecemos unidos, habremos ganado el futuro.» El rey fue proclamado Jefe del Estado, pero confirmó en su cargo a Arias Navarro, quizá con el objetivo de ganar tiempo, aunque muchos lo entendieron como un error.

Enseguida se empezaron a mover los hilos de la política y de la sociedad, una ebullición de opiniones de lo más diverso, que aparecían solo parcialmente en los medios de comunicación, ya que una buena parte procedían de los partidos de izquierdas y de los sindicatos, todos ellos ilegales. Se convocaron huelgas y manifestaciones, cuyos motivos siempre eran asuntos muy concretos: por la subida de los sueldos, en defensa de la mejora de las condiciones de trabajo o contra la carestía de los productos básicos. En realidad, convergían todos ellos en la exigencia de libertad y democracia. En una de aquellas manifestaciones, convocada en el barrio de Carabanchel un sábado de mayo, fue detenido Javi, mi hermano, que asistía a ella con varios amigos y compañeros. La manifestación se desarrollaba, como todas, sin permiso previo, y unas doscientas personas pararon la circulación en la avenida de Oporto exigiendo libertad y elecciones libres ya.

Los coches de la policía cercaron el perímetro y los grises comenzaron a pegar con sus porras a los allí concentrados, quienes corrían hacia donde se podía. Algunos se refugiaron en los portales y en los bares, pero Javi tuvo la mala suerte de que le dieron con la puerta en las narices en uno de ellos, así que lo inmovilizaron dos policías y se lo llevaron, con algunos manifestantes más, en los coches celulares. En Alegría echaban de menos a Javi por la noche, y como no llegaba, Maribel me llamó a ver si yo sabía algo. Oliéndome lo peor, le dije que estaba en casa de Pedro, su amigo, que se me había olvidado decírselo. Inmediatamente llamé a Pedro y me dijo que, en efecto, a Javi lo habían detenido. Traté de averiguar más y me tranquilizó algo un abogado amigo, quien me dijo que seguramente el lunes lo pondrían en libertad. Y así fue, el lunes Javi quedó libre y enseguida me llamó por teléfono. Mientras tanto, en Alegría recibieron una llamada de un amigo de mi hermano, y fue mi padre quien contestó:

     —¿Han puesto en libertad ya a Javi? —preguntó aquel

     amigo.

     —¿Qué? Yo no nada— respondió mi padre. El amigo colgó el teléfono y mi         padre me llamó de inmediato.

     —¿Sabes algo de Javi? —me preguntó.

—Ha estado con Pedro este fin de semana, ya se lo dije a Maribel —contesté.

—¿Con Pedro? Vaya, voy a ser yo el último en enterarme de que a Javi lo han detenido —me echó en cara.

     Yo me quedé aturdido, me rehíce como pude y le repliqué:

—Sí, lo detuvieron el sábado en una manifestación y le han dejado libre hace un rato.

      —¿Y por qué no has dicho nada?

—Para que no os preocupaseis, por eso añadí.

Javi, sus amigos, sus compañeros, María José y yo, millones de españoles nos sentíamos partícipes de aquel vendaval de lucha por la libertad, un cambio que no parecía que fuera a propiciarse fácilmente desde el poder, de ahí que la oposición social y política presionase por todos los medios de los que disponía. Nos veíamos a nosotros mismos como una pequeña parte de aquel todo destinado a hacer que el franquismo finalizase de una vez, y que España se abriese a la libertad y a la democracia.

María José, que participó en las elecciones sindicales del año anterior y salió elegida delegada, observó cómo los jefes de su empresa, después de algunos titubeos, decidieron actuar: iban a tenerla la jornada entera de manos cruzadas, no le darían ninguna tarea. Así que, desde el mes de marzo, entraba todos los días en su oficina y permanecía en el despacho sin hacer nada, lo que propició que, pasados unos meses, desde el bufete laboralista de Paca Sauquillo le aconsejasen negociar el despido, la indemnización y el subsidio de paro.

En cuanto a mí, cuando llegó el mes de abril de aquel año, 1976, me vi envuelto en un movimiento general en la enseñanza que exigía mejoras salariales. Se convocaron varias jornadas de paro, ilegales, claro, en las que participé, y se creó una coordinadora en la que yo representaba a los profesores de Tetuán y Valdezarza. Asistí a muchas reuniones de la coordinadora y a bastantes asambleas de profesores, sobre todo en iglesias de barrio. Aquellas movilizaciones, y otras muchas desembocaron en la destitución de Arias Navarro como presidente del Gobierno y en el nombramiento para ese cargo de Adolfo Suárez. Llegado el fin de curso, la directora del Liceo Castellano me llamó a su despacho para informarme de que habían decidido fusionar el colegio con otro cercano para lograr una mejor subvención, y que, debido a ello, no podíamos continuar todos los profesores; por eso iban a prescindir de los más recientes, entre ellos yo. Y añadió: «Estamos muy contentos contigo, pero no puedes seguir con nosotros. Eso sí, vamos a firmar el despido, para que puedas percibir la indemnización que te corresponde y el subsidio que marca la ley».

Fue así, en medio de aquella vorágine social y política, como a comienzos del curso María José y yo nos encontramos de manos cruzadas en casa. Aunque la indemnización y el cobro del paro nos aseguraban cierta tranquilidad económica, a nivel personal consideramos que la situación era una bofetada de considerables dimensiones. Nos sentíamos víctimas de aquella vorágine y pagamos la novatada por falta de astucia y exceso de sinceridad. Así que tomamos algunas decisiones importantes, entre ellas, mi reingreso en el magisterio. Lo único que me preocupaba era que mi plaza estaba en Palencia, pero me aconsejaron en ámbitos del Ministerio cómo proceder para cursar la instancia de solicitud y poder reingresar por Madrid. Me lo jugué todo a aquella carta, pues tenía esperanzas fundadas de que saldría bien, ya que mi consejero conocía a fondo la administración educativa. María José, por su parte, buscó un puesto de secretaria bilingüe y recorrió bastantes empresas, tratando de elegir la más acorde con sus intereses. Mientras tanto, ni ella ni yo queríamos vernos inmovilizados en nuestra casa, así que, con otros compañeros, creamos la asociación de vecinos de nuestro barrio, y nos involucramos en la lucha por la mejora de sus condiciones de vida.

Comenzó 1977 y en España todo sucedía muy rápido. En enero, un grupo ultra asaltó un despacho de Comisiones Obreras asesinó a varios de sus abogados, lo que produjo una consternación enorme en todo el país y lo mostró ante un precipicio indeseable. Decidimos acudir al entierro y participar en la marcha fúnebre, una concentración multitudinaria, silenciosa y pacífica. Poco después, el gobierno de Suárez decidió dar un salto adelante, legalizó los partidos políticos y convocó elecciones generales para el quince de junio, elecciones que se vivieron en toda España como un luminoso ejercicio de libertad.

Los resultados no dejaron lugar a dudas: en el primer Congreso de los Diputados constituido democráticamente después de la guerra civil dominaba UCD, el partido del Gobierno, pero había una fuerte representación de la izquierda. El PSOE obtuvo muchos más diputados que el PCE, a pesar de que este partido había sido el principal bastión de la oposición antifranquista. La decisión popular hizo reflexionar a mucha gente acerca de por dónde iban a ir las cosas en el futuro.

María José y yo, que en abril nos habíamos afiliado al PCE en la agrupación de nuestro barrio, vimos pasar todo aquello con mucha ilusión: por fin en España había democracia y libertad. Y en cuanto a nuestra situación profesional, nos llegaron dos buenas noticias en aquel verano: María José logró un contrato de secretaria de dirección en una empresa de Torrejón de Ardoz y yo obtuve una plaza provisional de maestro en un colegio público de Madrid. El optimismo aparecía de nuevo en nuestro camino".

Jesús Bermejo

Robles Amarillos

Editorial Mundo Libre Libros, 2024