
En la segunda parte del capítulo 13 de Robles Amarillos, mi libro de memorias, narro cómo viví los años que van de 1974 a 1977. Sin duda aparece el 20-N de 1975. Aquí lo traigo en este día en el que se cumplen 50 años de todo aquello. Yo tenía 23 años. Así lo recreé hace dos, cuando, recordando detalles, escribí este capítulo.
"Empecé mi nuevo curso
en el Liceo Castellano impartiendo clases de lengua y sociales a
séptimo y octavo. María José y yo retomamos nuestra rutina diaria y veíamos a nuestras familias
los fines de semana.
Avanzado el mes de noviembre saltó a los medios
de comunicación la noticia sobre la mala salud de Franco. Parecía que estaba en
unas condiciones bastante complicadas, con hemorragias y problemas
circulatorios graves. Toda España se contraía, casi se paralizaba, la gente
nunca hablaba en alto de la enfermedad del Jefe del Estado,
se dejaban los comentarios para el espacio íntimo y había mucha
aprensión y bastante precaución, pues no se sabía cómo iban a reaccionar el
ejército y las otras fuerzas vivas del país.
Pasadas unas semanas, las noticias sobre la enfermedad de Franco ya formaban parte de la rutina, hasta que una
madrugada saltó la noticia,
«Franco ha muerto», una noticia
que oímos por la radio cuando
estábamos desayunando. Camino del trabajo había un silencio especial y en el
vagón del metro todo el mundo iba callado y circunspecto. María José y yo nos
mirábamos, y en nuestros ojos mostrábamos la alegría que sentíamos, pero también
cierta preocupación. Al llegar al Liceo Castellano, la directora nos mostró a todos los profesores un telegrama del ministerio en el que se
disponía la suspensión de las clases durante tres días, así que me fui
al barrio de la oficina
de María José y la esperé en el bar de abajo, pues se habían declarado tres
jornadas laborales de luto. Cuando ella bajó, pedimos
un café y vimos en la televisión al Presidente del Gobierno, Arias Navarro, haciendo
pucheros mientras informaba
a toda España de lo que toda España ya estaba informada; era la
confirmación de una noticia largamente esperada por muchos, temida por
bastantes y que mantenía a todo el país como sin respiración, porque no se
sabía qué iba a pasar.
Desde el bar, nos volvimos a casa
y pensamos en cómo organizarnos en aquellos
tres días libres.
Llamamos por teléfono
a nuestras familias y a algunos amigos, entre ellos a Pedro, a quien
conocíamos desde hacía algún tiempo por mediación de Javi. Con él y con su
novia preparamos una comida en nuestra casa, en la que brindamos no solo por la muerte de Franco, sino por la nueva
etapa que parecía que se iba a abrir en España. La televisión retransmitía las nutridas colas de despedida del fallecido, así como el funeral completo, un funeral presidido
por el cardenal primado,
Marcelo González, cuyo sermón resultó ser una loa a la figura de Franco y su
régimen.
Dos días después del entierro en
la basílica del Valle de los Caídos, también por televisión retransmitieron la
coronación del rey Juan Carlos
en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, presidida por el cardenal
Enrique Tarancón, una figura muy mal vista en los círculos políticos más retrógrados.
El recién coronado rey expuso en su discurso ante las Cortes franquistas una
nebulosa idea de libertad, y terminó con unas palabras que se hicieron muy famosas: «Si todos permanecemos unidos,
habremos ganado el futuro.» El rey fue proclamado Jefe del Estado, pero
confirmó en su cargo a Arias Navarro, quizá con el objetivo de ganar tiempo,
aunque muchos lo entendieron como un error.
Enseguida se empezaron a mover
los hilos de la política y de la sociedad, una ebullición de opiniones de lo
más diverso, que aparecían solo parcialmente en los medios
de comunicación, ya que
una buena parte procedían de los partidos de izquierdas y de los sindicatos,
todos ellos ilegales. Se convocaron huelgas y manifestaciones, cuyos motivos
siempre eran asuntos muy concretos: por la subida de los sueldos,
en defensa de la mejora de
las condiciones de trabajo o contra la carestía de los productos básicos. En
realidad, convergían todos ellos en la exigencia de libertad y democracia. En
una de aquellas manifestaciones, convocada en el barrio de Carabanchel un
sábado de mayo, fue detenido Javi, mi hermano, que asistía a ella con varios
amigos y compañeros. La manifestación se desarrollaba, como todas, sin permiso previo,
y unas doscientas personas
pararon la circulación en la avenida de Oporto exigiendo
libertad y elecciones libres ya.
Los coches de la policía cercaron
el perímetro y los grises comenzaron a pegar con sus porras a los allí concentrados, quienes corrían hacia donde se podía. Algunos
se refugiaron en los portales y en los bares,
pero Javi tuvo la mala suerte de que le dieron con la
puerta en las narices en uno de ellos, así que lo inmovilizaron dos policías y
se lo llevaron, con algunos manifestantes más, en los coches celulares. En Alegría echaban
de menos a Javi por la noche, y como no llegaba, Maribel me llamó
a ver si yo sabía algo. Oliéndome lo peor, le dije que estaba en casa de Pedro,
su amigo, que se me había olvidado
decírselo. Inmediatamente llamé
a Pedro y me dijo que, en
efecto, a Javi lo habían detenido. Traté de averiguar más y me tranquilizó algo un abogado amigo, quien me dijo que seguramente
el lunes lo pondrían en libertad. Y así fue, el lunes Javi quedó libre y enseguida
me llamó por teléfono. Mientras tanto, en Alegría recibieron una
llamada de un amigo de mi hermano, y fue mi padre quien contestó:
—¿Han puesto en libertad
ya a Javi? —preguntó aquel
amigo.
—¿Qué? Yo no sé nada— respondió mi padre. El amigo colgó el teléfono
y mi padre me llamó
de inmediato.
—¿Sabes algo de Javi? —me preguntó.
—Ha estado con Pedro este fin de semana, ya se lo dije a Maribel —contesté.
—¿Con Pedro? Vaya, voy a ser yo el último en enterarme de que a Javi lo han detenido —me echó en cara.
Yo me quedé
aturdido, me rehíce
como pude y le repliqué:
—Sí, lo detuvieron el sábado
en una manifestación y le han dejado libre hace un rato.
—¿Y por qué no has dicho nada?
—Para que no os preocupaseis, por eso —añadí.
Javi, sus amigos, sus compañeros, María José y yo, millones de españoles nos sentíamos
partícipes de aquel vendaval de lucha por la libertad, un cambio que no parecía
que fuera a propiciarse fácilmente desde el poder, de ahí que la oposición
social y política presionase por todos los medios de los que disponía. Nos
veíamos a nosotros mismos como una pequeña parte de aquel todo destinado a
hacer que el franquismo finalizase de una vez, y que España se abriese a la
libertad y a la democracia.
María José, que participó
en las elecciones sindicales del año
anterior y salió elegida delegada, observó cómo los jefes de su empresa,
después de algunos titubeos, decidieron actuar: iban a tenerla la jornada entera de manos cruzadas, no le darían ninguna
tarea. Así que, desde el mes de marzo, entraba
todos los días en su oficina y permanecía en el despacho
sin hacer nada, lo que propició
que, pasados unos meses, desde el bufete laboralista de Paca Sauquillo le aconsejasen negociar
el despido, la indemnización y el
subsidio de paro.
En cuanto a mí, cuando llegó el
mes de abril de aquel año, 1976, me vi envuelto en un movimiento general en la
enseñanza que exigía mejoras salariales. Se convocaron varias jornadas de paro,
ilegales, claro, en las que participé, y se creó una coordinadora en la que yo representaba a los profesores de Tetuán y
Valdezarza. Asistí a muchas reuniones de la coordinadora y a bastantes asambleas de profesores, sobre todo en iglesias de barrio.
Aquellas movilizaciones, y otras muchas desembocaron en la destitución de Arias Navarro
como presidente del Gobierno y en el nombramiento para ese cargo de Adolfo
Suárez. Llegado el fin de curso, la directora
del Liceo Castellano me llamó a su despacho
para informarme de que habían decidido fusionar el colegio con otro
cercano para lograr una mejor subvención, y que, debido a ello, no podíamos continuar todos los
profesores; por eso iban a prescindir de los más recientes, entre ellos yo. Y añadió:
«Estamos muy contentos contigo,
pero no puedes
seguir con nosotros. Eso sí, vamos a firmar el despido, para que puedas percibir la indemnización que te corresponde y el subsidio
que marca la ley».
Fue así, en medio de aquella
vorágine social y política, como a comienzos del curso María José y yo
nos encontramos de manos cruzadas en casa. Aunque la indemnización y el cobro del paro nos
aseguraban cierta tranquilidad económica, a nivel personal consideramos que la
situación era una bofetada de considerables dimensiones. Nos sentíamos víctimas
de aquella vorágine y pagamos la novatada por falta de astucia y exceso de
sinceridad. Así que tomamos algunas decisiones importantes, entre ellas, mi
reingreso en el magisterio. Lo único que me preocupaba era que mi plaza estaba en Palencia, pero me
aconsejaron en ámbitos del Ministerio cómo proceder para cursar la instancia de
solicitud y poder reingresar por Madrid. Me lo jugué todo a aquella carta,
pues tenía esperanzas fundadas
de que saldría bien, ya que mi consejero
conocía a fondo la administración educativa. María José, por su parte, buscó un
puesto de secretaria bilingüe y recorrió bastantes empresas, tratando de elegir
la más acorde con sus intereses. Mientras tanto, ni ella ni yo queríamos vernos
inmovilizados en nuestra casa, así que, con otros compañeros, creamos la asociación de vecinos de nuestro
barrio, y nos involucramos en la lucha
por la mejora de sus
condiciones de vida.
Comenzó 1977 y en España todo
sucedía muy rápido. En enero, un grupo ultra asaltó
un despacho de Comisiones Obreras
y asesinó a varios de sus abogados,
lo que produjo una consternación enorme en todo el país y lo
mostró ante un precipicio indeseable. Decidimos acudir al entierro
y participar en la marcha
fúnebre, una concentración
multitudinaria, silenciosa y pacífica. Poco después, el gobierno de Suárez
decidió dar un salto adelante, legalizó los partidos políticos y convocó
elecciones generales para el quince
de junio, elecciones que se vivieron
en toda España como un luminoso
ejercicio de libertad.
Los resultados no dejaron lugar a
dudas: en el primer Congreso de los Diputados constituido democráticamente después
de la guerra civil dominaba UCD, el partido del Gobierno, pero había una fuerte
representación de la izquierda. El PSOE obtuvo muchos más diputados que el PCE,
a pesar de que este partido había sido el principal bastión de la oposición
antifranquista. La decisión popular hizo reflexionar a mucha gente acerca de
por dónde iban a ir las cosas en el futuro.
María José y yo, que en abril nos
habíamos afiliado al PCE en la agrupación de nuestro barrio, vimos pasar todo
aquello con mucha ilusión: por fin en España había democracia y libertad. Y en
cuanto a nuestra situación profesional, nos llegaron dos buenas noticias en aquel verano:
María José logró
un contrato de secretaria
de dirección en una empresa
de Torrejón de Ardoz y yo obtuve
una plaza provisional de maestro en un colegio público de Madrid. El
optimismo aparecía de nuevo en nuestro camino".
Jesús Bermejo
Robles Amarillos
Editorial Mundo Libre Libros, 2024