En el recorrido por el Madrid medieval que
publicamos hace unos días, hemos añadido
algunas cosas, y lo seguiremos haciendo cuando proceda, después de una
conversación con nuestro amigo Miguel Ángel. Nos referimos a Pedro de
Répide y a la calle de la Morería, calle que aparece en nuestro paseo por el
Madrid medieval, cuando vamos andando desde la plaza de la Cruz Verde al barrio
de la Morería. Y ese texto añadido es el siguiente:
Don Pedro de Répide vive en la noche
En el Periódico El país del 15 de
febrero de 2015, Rafael Fraguas
escribió este artículo:
“Un hombre embozado en una capa de paño azul cruza como una sombra
compacta la noche de Madrid. Su figura, alta y enjuta, se detiene a veces y
gira levemente en derredor. Tras alzar la mirada ante la cartela de una vía
pública, se aproxima a la luz de una farola y una mano emerge bajo su ropón
para escribir con fugaz trazo sobre una libreta veloces anotaciones. Prosigue
después su caminar en una dirección, impredecible, hacia la cual avanza con
impetuosa firmeza.
Luego de completar un raro circuito por
el prieto dédalo de callejuelas, portillos y plazuelas de la añeja Mantua de
los Carpetanos el hombre, cuyo rostro emite reflejos de un polvo blanquecino,
se adentrará en una casa aromada por densos efluvios de tinta. Al amor de una
pequeña estufa, circundado de algunos jóvenes que le observan con temor
reverente -asegura descender de la última reina de Chipre- se acomoda y sobre
su atril comienza a escribir a mano con pausada delectación. Es Pedro de
Répide, el periodista madrileño que regresa de extraer a la ciudad los secretos
de la trama que trenza su millar de calles, plazas y vías públicas. La historia
de nueve de cada una de ellas se va a publicar semanalmente durante cuatro años
consecutivos, entre 1921 y 1925 en el diario El Liberal, primero, y La Libertad después.
Sus artículos, cargados
de información - a veces salpimentados de crítica política-, desgranan los
avatares, gozos y tribulaciones acaecidos en esa malla callejera que él,
fundiendo delicadamente cada fragmento, tejerá en un relato cargado de historia
y de sentido, que rezuma hondo amor a la libertad y afección a la ciudad que le
vio nacer en la plaza de la Morería, a un suspiro de las Vistillas, en el año
de gracia de 1882. Su vida, siempre en claroscuro, se vio trufada de enigmas y
silencios, ceñida entre en galeradas para obras de teatro, novelas y
reportajes. Fructíferas estadías en París, cerca de la reina exiliada Isabel
II, más periplos por Rusia y el Extremo Oriente jalonaron sus mejores días, en
los que se vio cortejado por cierta nombradía literaria.
Al poco de estallar la
Guerra Civil, horrorizado, abandona España en 1937 y, vía Tánger, recala en
Venezuela. Herido por el dolor de patria, la nostalgia, regresa aquí en 1947 y
al año siguiente, casi perdido en el anonimato, muere. Mas el mejor cronista
que la ciudad hubo, nunca en vida pudo ver reunido en un libro su titánico
esfuerzo manuscrito tras pisar y notariar las entonces 1.044 vías de la ciudad:
su obra Las Calles de
Madrid sólo verá la
luz en 1971, en una edición prologada por Federico Romero, ilustrada por
Esplandiú y con brillante epílogo de un primo segundo de Répide, al que llamaba tío Pedro, el diplomático Alfonso de la Serna.
Hoy, Madrid cuenta con una reciente séptima reedición, ilustrada, de ese
monumento documental que da fe de tan trepidante acontecer y que el hombre
embozado y misterioso edificó tras recorrer palmo a palmo -tal es el
Periodismo-, el lar que nadie como él supo tan certera y amenamente historiar.
Blog del profesor Antonio Lajas
Artículo
sobre Pedro de Répide
“Un
hombre embozado en una capa de paño azul cruza como una sombra compacta la
noche de Madrid. Su figura, alta y enjuta, se detiene a veces y gira levemente
en derredor. Tras alzar la mirada ante la cartela de una vía pública, se
aproxima a la luz de una farola y una mano emerge bajo el ropón para escribir
con fugaz trazo sobre una libreta veloces anotaciones. Prosigue después su
caminar en una dirección, impredecible, hacia la cual avanza con impetuosa
firmeza”. Ese es el retrato que de Pedro de Répide Gallegos esbozaba Rafael
Fraguas en el diario El País, el 15
de febrero de 2012, como complemento al anuncio de la séptima reedición de Las calles de Madrid. La obra no será la mejor desde el
punto de vista literario pero seguro que es la que más prestigio y
reconocimiento ha dado desde la posteridad a este madrileño de carnet y de
corazón que entretuvo sus días dándole trabajo a la pluma, prácticamente desde
el día que naciera en una calle tan castiza como la de La Morería, un 8 de
febrero de 1882. Sus orígenes han dado mucho juego a las suposiciones,
alimentadas en cierta medida por él mismo, que decía descender de la realeza
chipriota y que jugaba al despiste alterando su segundo apellido y diciendo que
era Cornagos, precedido por una Y un tanto
pedantesca aunque medianamente aristocrática. Se desconoce quiénes eran sus
padres, apuntándose en su día que incluso podía ser hijo bastardo de la reina
Isabel II. El interrogante se lo llevaría a la tumba este vecino de la Villa y
Corte, de pura cepa, que escribió una parte de su producción madrileñista bajo
el pseudónimo de El ciego de las Vistillas, que
cursó Derecho y Filosofía y Letras en la antigua Universidad Central de Madrid
y que publicó sus primeros escritos a los 19 años, en los albores del
Modernismo español. Posteriormente, viajaría a París para completar estudios en
la Sorbona y allí también prestaría sus servicios como secretario particular de
Isabel II, a la sazón en el exilio. Al morir la reina en 1904 vuelve a la
capital donde se dedicará en cuerpo y alma a escribir y colaborará en todo tipo
de publicaciones tanto periodísticas como literarias. Blanco y Negro, El Cuento Semanal, La novela corta, El Liberal y
La Libertad, entre otras, verán estampada la firma de Répide en sus
páginas. En esta última publicación comenzarán a aparecer en mayo de 1921 una
serie de artículos, bajo el título de Guía de Madrid,
“interesantes, documentados, con buen humor y un apasionado amor por la
capital”, a juicio de los críticos del momento. En ellos plasmará con luz y taquígrafos
su auténtica pasión y el motivo de fondo de su carrera como escritor, es decir,
la ciudad de Madrid. Los artículos estuvieron publicándose ininterrumpidamente
hasta el 15 de noviembre de 1925, completando una disección detallista y
pormenorizada de las más de mil calles -en concreto 1044- que componían el
censo topográfico de la capital en esa época. Ahí estaba el argumento de su
obra principal mencionada anteriormente, Las calles de Madrid,
que, sin embargo, no sería publicada como un todo hasta 1971, más de veinte
años después de su muerte. Se trata de un callejero donde el autor deja
constancia del origen de los nombres de las vías, sus leyendas, sus historias,
sus tradiciones, sus anécdotas, los personajes célebres que han vivido en ellas
y en definitiva cualquier dato que por curiosidad o por razones de más o menos
peso pueda ser de interés para el lector. La obra es de culto y referencia hoy
en día para quienes quieran/queramos acercarnos y conocer los secretos más
íntimos de las rúas madrileñas. Como fuente de información es inagotable y casi
siempre rezuma el añejo sabor de la tradición matritense, que nace con Mesonero
y que tiene en Répide un digno seguidor, al que quizás no le haya tomado el
relevo nadie con igual pasión. Madrid será el marco geográfico donde desarrolle
el resto de su producción literaria que abarca desde artículos costumbristas – Del Rastro a Chamberí-, a novelas –Los cohetes de la verbena– o biografías –Isabel II-, siempre a caballo entre el Modernismo y el
costumbrismo decadentista con influencias vanguardistas. Hablando de vanguardia
hay que recordar a Rafael Cansinos Assens, vecino de Pedro de Répide, quien
cruzándose con él en el inmueble de La Morería, le avisaba de que el
ayuntamiento de Madrid se vería en la obligación de ponerle el nombre de ambos
a sendas calles. Lo cierto es que sólo nuestro hombre podría hoy, si viviera,
vanagloriarse de ello pues cuenta con una humilde rúa puesta a su nombre entre
el paseo de Extremadura y la Vía Carpetana, más allá del puente de Segovia. No
podemos olvidar que en 1923 el consistorio madrileño lo nombró cronista oficial
de la Villa y Corte en razón a sus conocimientos del Madrid castizo y de la
tipología popular de zonas tan tradicionales como Lavapiés, Chamberí o el
Rastro.
La guerra, el exilio y el olvido
Pero el destino no fue generoso con
Répide como con tantos españoles, allá por mitad de la década de los años 30
del siglo pasado. Al poco de producirse el golpe de estado del general Franco
decide abandonar su Madrid y su país, horrorizado por lo que ve. El camino del
exilio lo iniciará en 1937 rumbo a Venezuela, vía Tánger y únicamente volverá a
Madrid en 1947, poco antes de fallecer, solo, abandonado y en el más injusto de
los anonimatos. Su homosexualidad no cabe duda de que tendría bastante que ver
con ese darle la espalda la España de la posguerra, pues se trataba de un
hombre que no había sabido, querido o podido esconder esa condición en tiempos
anteriores. Rafael Cansinos Assens se atrevió en su día a describir las trazas
que presentaba en público Répide y que de ninguna manera podían ser admitidas
por la pacata y estrechísima moral franquista. Dichas palabras, de uno de los
adalides de la vanguardia española, están tomadas de un artículo aparecido en
el diario ABC, firmado por Asís Lazcano y publicado el 26 de diciembre de 1998,
cuando se cumplían 50 años del fallecimiento de este topógrafo literario. Decía
Cansinos que los compañeros de generación le miraban como se ve pasar a un
fantasma, “solitario y evasivo, con traza de organillero, tras los chulos de
los barrios bajos. Su cara empolvada, sus gestos amadamados, lo traicionaban”.
En el mismo artículo Lazcano recoge palabras similares de González Ruano, quien
lo describe como “gangoso, con voz de fonógrafo, divertido, ocurrente, oliendo
a perfume barato y a churros de verbena”. Por último, Gómez de la Serna, el
autor de las greguerías e introductor en España de los ismos, lo compara con un domador de leones, según
refleja en su artículo el crítico de ABC. Hechuras que si hoy algo nos dicen es
que se trataba de un hombre que tuvo que bregar contra mucha incomprensión y
padecer la más rancia hipocresía social en carne viva. Pocos son los homenajes
o adjetivos que ha recibido y aunque quizás sería excesivo situarlo en un lugar
preferente en el olimpo de los dioses de la literatura del primer cuarto del
siglo XX, no cabe duda de que al menos un humilde rincón se merecía, similar a
aquel de la calle de La Morería, en el que, con paciencia de monje amanuense,
al calor de una pequeña estufa y entre efluvios de tinta, se acomodaba y, sobre
un atril, comenzaba a esbozar la biografía de la más insospechada vía
capitalina.
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