jueves, 7 de junio de 2018

La Bajada de El Hierro



Julio de 2009
Es la segunda vez que visitamos la isla de El Hierro, invitados por nuestros amigos Isabel y Juan Pablo. Cuando, hace más de siete años, fuimos por primera vez, nos comprometimos a participar en una próxima Bajada, que tiene lugar cada cuatro años. Y este año hemos logrado cumplir nuestro objetivo.

El Hierro, esa isla remota, la más lejana, considerada por algunos como la isla perdida en medio del océano Atlántico, es la más desconocida, y sin embargo la más singular de todas las Islas Canarias, entre otras cosas porque ninguna tiene una Bajada tan singular y tan larga, en el espacio y en el tiempo.

Visitar esta isla con nuestros amigos es un privilegio: Con Isabel, cuya familia materna es de aquí; y con Juan Pablo, que lleva en esta tierra casi treinta años, toda su vida profesional.
Un privilegio por todos los lados, con estos guías inmejorables. La casa del Monte, donde nos alojaron, en AguadaraLa Caleta, donde tienen una casa hecha con primor, cariño y conocimiento, con su mar al lado y sus piscinas de agua salada; Valverde, la capital, esta vez de fiesta; La Restinga, con su playa, su paseo marítimo, su reserva marina y sus restaurantes; El Pinar, ese pueblo tan singular y tan solidario; San Andrés, donde conocimos a una pareja de amigos de Juan Pablo e Isabel verdaderamente especiales; El Julan, ese parque natural explicado con conocimiento profundo y un cariño evidente por su guía Emilio, donde aprendimos mucho acerca de los aborígenes de la isla, de sus costumbres y de los lugares que frecuentaban. La Mar Océana por todas partes: Mar de las calmas, mar de nubes, mar azul, mar e islas al fondo, mar de luna llena.

El parador, varado junto a la orilla del mar; el pueblo de Frontera, en El Golfo, sus playas y el hotel más pequeño del mundo. El Mirador de la Peña, desde el que transportamos en una bolsa un lagarto, sin saberlo, tal fue su osadía y nuestra sorpresa; El árbol santo, el Garoé, con sus nubes bajas y la lluvia horizontal. El poblado de La Albarrada, que fue el primer pueblo de la conquista.

Echedo, Mocanal, el Pozo de las Calcosas, El Tamaduste, donde se nos pinchó una rueda, y tuvieron que ayudarnos a cambiarla; el renovado puerto de La EstacaTiñor, Guarazoca, IsoraSabinosa, donde las sabinas crecen horizontales, tal es el viento de la zona; el faro de Orchilla, por donde pasaba el meridiano cero (es decir, lo más al oeste del mundo conocido hasta que Colón descubrió América), arrebatado por Londres cuando los  ingleses eran los amos del mundo…

Pero todo esto no es sino el territorio, un territorio hecho día a día, conquistado, trabajado por generaciones y generaciones, que ha dado como consecuencia un paisaje singular y un paisanaje con gran personalidad.

Podría hablaros aquí de lo aprendido en El Julan: los rebaños de ovejas, su disposición los alares, los guanines, los guíos, lo esencial en la isla: el agua indispensable (como en todas partes, pero ellos lo saben desde siempre), los aranfaibos, las goronas, los óranes, la muda, los bimbaches, el señor Betancourt, la corona de Castilla, los números, los letreros, los caracteres líbico-bereberes de las inscripciones, el Tagoror, el conchero, las lapas…Pero este escrito no es una guía turística, sólo pretende ser algo así como Impresiones y Paisajes.

Podría escribir largo y tendido sobre lo visto en el Museo Etnográfico, en la Casa de las Quinteras, sobre la forja y el telar, sobre el tesón, las artes, la flema y la habilidad de los herreños, ellos y ellas, según decía Urtusáustegui; de talegas, costales, alforjas y majos; de bateas, cordoncillos, traperas, novelos y miñuelos; de mudadas, gánigos y de una tía abuela de Isabel, la señora Emeteria Fleitas Gutiérrez, la última ollera de la isla.

Hablar, podría hablar de unos preciosos octosílabos recogidos en el museo:

Verde no se arranca el lino,
Ni seco, sino amarillo.

O en un bar cubano:

Con un mojito estoy bien,
Con dos me siento sabroso,
Con tres estoy pegajoso,
Con cuatro no sé qué hacer.

O explicar que el nombre del primer poblado, La Albarrada, viene del vocablo árabe ‘al-barrada` y éste a su vez del latín `parata`, que significa “cerca de piedra seca”, tal y como lo vimos in situ. Y aprovechar para extenderme en eso que tanto me gusta, la toponimia, esa especie de arqueología de las lenguas.

Pero mi intención hoy y aquí es, sobre todo, contar mis impresiones acerca de La Bajada del cuatro de julio de 2009. A ello vamos, pues.

“Nos hemos levantado a las dos de la madrugada. La risa de ayer noche preparando los bocadillos y la emoción de la víspera apenas nos ha dejado dormir. En la cocina, Juan Pablo hace unos huevos fritos. “Hay que desayunar contundentemente, que luego, ya veréis como ataca el hambre”, dice, mientras chisporrotea la sartén y huele a invitación de pan y yema rota. Mariví y yo preparamos café, bollos y fruta, y los tres nos sentamos a desayunar en silencio; poco después aparece Juan Pablo segundo, quien va acomodando en su estómago un surtido de alimentos sanos y de tradición juvenil.

Media hora más tarde llegamos a Valverde, la capital de la isla, en cuya estación de guaguas esperamos la nuestra entre varios cientos de personas ilusionadas y somnolientas, esa guagua que nos llevará hasta la ermita de La Virgen de los Reyes, en la otra punta de la isla. Es tal el atasco que hay, que en la Cruz de los Reyes, lugar donde se celebrará la comida de mediodía, nos desvían por un camino de tierra, en el que nos cruzamos con muchos coches cuyo tránsito es difícil por lo angosto del camino y por las anchuras de la guagua. A las cuatro de la mañana, entre pinos canarios y con la luz cegadora de los faros de los coches, nuestro aspecto de romeros especiales cobra existencia, sobre todo cuando nuestro guía dice en voz alta que ya no vamos a llegar a nuestro destino a la hora prevista, cuando los de Sabinosa piden al cura de la ermita la venia de la Virgen y lleven a ésta en silencio, ubicada en su corso, hasta la Silla del Corregidor.

A unos trescientos metros de la ermita nos dejó la guagua, tal era el atasco, y a buen paso conseguimos llegar cuando la romería avanzaba ya camino de la Silla. Un gentío variopinto y silencioso, con predominio de jóvenes, avanzaba lento y expectante, guiado solamente por los pasos de los de delante y algunos focos anónimos.

Embutidos en nuestros jerseis, a propuesta de Juan Pablo nos fuimos abriendo paso por un lateral, con el fin de avanzar y llegar, más adelante, a situarnos cerca de los danzantes. De repente, se hizo oír el guío de Sabinosa, mientras una herreña gritó de júbilo:

         Que viva la Virgen, viva.













Y todos los pitos, unos quince hombres con una especie de flauta travesera, empezaron una melodía, que, con otras tres o cuatro, íbamos a oír a lo largo de más de quince horas y caminando casi treinta kilómetros por todo el espinazo de la isla.

A los pitos, introduciendo el ritmo, se unieron las percusiones de más de quince tambores y bombos, y como la música está hecha para sentirla con el cuerpo y con la mente, más de veinte hombres y mujeres se lanzaron a danzar cuesta arriba y cuesta abajo, y apenas pararon hasta la Raya, donde, después del pique correspondiente, dieron la venia a los del pueblo siguiente, los de El Pinar, quienes acercaron a su santo hasta el corso de la virgen y tomaron nuevos bríos para seguir adelante con la Bajada, entregar el corso en otra Raya a los del siguiente pueblo, y así sucesivamente, hasta llegar a la capital, Valverde, donde pitos, tambores, bombos y danzantes de toda la isla se unirían y pondrían el vello de punta a todos, después de tantas horas de música y danza, de camino y de piques, de sed y hambre, de comida y bebida abundante, de frío y de calor, de día y de noche, de polvo seco y de humedad lluviosa, de camino pedregoso y de sotos arbolados.




Emilio, el guía de El Julan nos dijo que la Bajada sigue los mismos pasos que un rebaño: En éste hay dos ovejas guías, quienes por indicación del pastor dirigen el rebaño yendo a izquierda o derecha según aquél indique. Y las ovejas y demás miembros del rebaño que se descaminen son de inmediato obligadas por el perro a seguir la orden del pastor. En la Bajada, los guíos dirigen a los pitos y los danzantes, y el papel del perro lo representan los tambores y los bombos, que marcan el ritmo incansablemente a lo largo de toda la romería. Es ésta por tanto una fiesta antigua, una fiesta de pastores.

Esta experiencia no podría seguirse si no hay una preparación física y mental, pero tampoco lo sería sin una contundente comida y una bebida abundante. Pero no es sólo una aventura personal, lo es también social: Puedes dejarte invadir por la música, la percusión, la danza y el buen ambiente; puedes recogerte y sentirte mejor contigo mismo, incluso cuando el cansancio, la sed y el hambre atacan. A veces miras el mar de nubes, la mar debajo, otra mar al otro lado y el polvo de los romeros en medio del lomo de la isla, y te emociona que este ritual se haya conservado como seña de identidad desde los antiguos bimbaches, llegados desde el Atlas marroquí, con sus ovejas, sus cabras, sus cerdos, su cultura y su música, y que rítmicamente cada cuatro años, se siga al milímetro el protocolo establecido, manteniendo la ancestral costumbre de reunirse en día tan señalado todos los miembros de la comunidad isleña.

Porque de eso se trata, de festejar que se vive en comunidad y que, aunque todas las comunidades tienen mucho en común, es lo específico lo que las mantiene vivas, porque la uniformidad las empobrece y las desliga de la tierra. Por eso la celebración central de la Bajada, en la Cruz de los Reyes, es el acto cumbre: Allí se tienden los manteles y se abren las cestas, que de buena mañana se han portado hasta el lugar, para comer en familia y con los amigos, charlar con los conocidos, saludar a los vecinos y agasajar a los forasteros.

Qué lección de armonía y de hospitalidad, de convivencia y de festiva participación es esta ritual costumbre de la Bajada. 
Lo que pasa es que aquí, en El Hierro, la Bajada es más que una fiesta, es una gran escenificación de cómo los vínculos de una sociedad aislada, que durante muchos años tuvo que sobrevivir y autoabastecerse, permanecen en el conjunto de los isleños, los gratifica con su solidaridad y los protege de sus propios temores. Luego todo esto fue santificado por la Iglesia católica, pero en el ritual de la Bajada sólo intervienen los curas y las autoridades al principio y al final de la romería. En realidad, la Bajada es todo lo que hay entre el principio y el final: Ahí radica su interés. Ahí y en sus raíces, bereberes en este caso, como, a mi parecer, en Camuñas.

Qué topónimos tan sonoros dan nombre a los sitios de la Bajada o a los que se ven desde ella: Sabinosa, La Montaña de los Humilladeros, Los Llanos, La Raya de Binto, El Julan, El Tagoror, Mencáfete, Tanganasoga, Malpaso, El Pinar, La Cruz de los Reyes, El Golfo, Frontera, La Raya de la Llanía, El Bailadero de las Brujas, La Raya de la Mareta, Asomadas, La Montaña de los Frailes, Timbarombo, El Mirador de Jinámar, La Raya de la Cruz del Niño, La Montaña de Afosa, La Meseta de Nisdafe, San Andrés, La Raya de las Cuatro Esquinas, La Albarrada, La Raya de Tejeguete, Ventejís, Tiñor, El Árbol Santo del Garoé, El Gamonal, La Caldereta, Tesine y, por fin, Valverde.

En Valverde, todos los guíos, dirigidos por el de la capital, todos los pitos, los tambores, los bombos y los danzantes sacan fuerzas de sus adentros y tocan y bailan con más bríos aún. Es la apoteosis, el final de la Bajada. Después vendrá la Subida, con ganas pero algo tristes, hasta rehacer el camino y dejar a la Virgen en su ermita, allá en La Dehesa. Y a esperar que otros cuatro años pasen, para que los familiares, vecinos y amigos puedan de nuevo verse en La Cruz de los Reyes, hasta que de nuevo salte el guío de Sabinosa y una espontánea herreña, llena de vida y dulzura, diga de nuevo:




Nº 33 de Forja, la revista de Los Navalmorales

Acaba de salir el número 33 de Forja, la revista de la Asociación Mesa de Trabajo por Los Navalmorales, en cuya edición y redacción venimos colaborando desde hace cuatro años.
El número 33 de Forja está lleno de artículos muy interesantes, de entre los que destacamos en Portada el que escribe Mariví Navas dedicado al Judo. Estamos muy orgullosos de la participación de los judocas navalmoraleños, Lucía Pérez Gómez, Sergio García Esteban y Alicia Muñoz de la Torre Calvo, en distintos torneos, en los que han quedado muy bien situados y han puesto el nombre de Los Navalmorales muy alto. Desde Forja les deseamos a los tres todo lo mejor en sus competiciones futuras.
Disfrutaremos leyendo una entrevista que hace Francisco del Puerto a Paco Torres, nuestro paisano polifacético y gran actor. Y un artículo muy bueno sobre la historia del Convento de nuestro pueblo, escrito por Arsenio Talavera. Y otro de Cristian A. Popa sobre la llegada de toda su familia desde Rumanía hasta Los Navalmorales en 2001 y el proceso seguido en todos estos años”. Así se expresa la Presidenta de la Asociación en el Saluda de este número.
Aquí tenéis un resumen del sumario:
·     Entrevista a Joaquín Araújo, el naturalista, que visitó el Instituto.
·     Artículo sobre el Judo en Los Navalmorales.
·     Visita a la Cuadra de caballos de Carlos y Marisol.
·      Entrevista al actor Paco Torres.
·      Recuerdos de Francisco Bastanchury, el fotógrafo del pueblo.
·      Historia del Convento de capuchinos de Los Navalmorales.
·       Música en las venas, sobre los grupos de pop y rock del pueblo.
·       Nueva muestra de Literatura oral y tradicional.
·       Artículos de diversas Asociaciones del pueblo.
·       Sociedad, costumbres y patrimonio.
·       Vida Sana: caminatas, productos y plantas.
·       Creación literaria: Algunos poemas, relatos y tebeos.
·      Índice con todos los artículos de Forja a lo largo de su historia.
 Y aquí, el enlace para poder leerla en Internet
http://www.losnavalmorales.com/mesa/pdf/Forja33_web.pdf



domingo, 3 de junio de 2018

Cumpleaños de mi madre



Hoy, tres de junio de 2018, mi madre hubiera cumplido 92 años. Pero murió a los 45, así que ya hace muchos años en los que, cuando llega este día, como no puedo imaginar cómo sería ella si viviese, lo que hago es recordar quién fue. Y fue, sobre todo, una buena persona. Una mujer de intensas amistades, una esposa abnegada y una madre feliz. Una mujer de amena conversación, curiosa por conocer, atrevida en los intentos de mejorar la vida y con don de gentes para tratar con todo tipo de personas.

Lo que no pudo la tuberculosis que sufrió, lo que no logró aquella pancreatitis que amenazó la vida de mi padre, lo consiguió su cáncer prematuro, que yo creo que se incubó en aquella granja navarra que mi hermano y yo, muchos años después, compararíamos con Macondo. Allí se sintió prisionera de un ambiente lastrado y primitivo. De allí pensó que difícilmente ya iba a salir, porque su lucha por dejar la granja, las visitas que hizo y las cartas que envió, buscando para la familia un destino menos esclavo y primario, no dio fruto y la sumió en un desesperanzado desconsuelo. Y sí, claro que salió, pero camino de nuestro pueblo, cuando en el hospital vieron que ya nada se podía hacer.

Muchos años han pasado hasta que he podido hablar de esto sin que me asomaran unas lágrimas de inmediato, de tan desgarrador como fue aquel periodo de su muerte, de tan penoso como fue quedarnos todos huérfanos de ella: mi padre, con 47 años, y mis hermanos y yo, con 11, 15 y 19.

Al irse para siempre, un abismo se abrió en nuestras vidas y el futuro se nos mostraba negro y árido, como un desierto inmóvil y salvaje. A todos se nos torció la vida. Y un pudor herido nos impidió, durante mucho tiempo, hablar de ella, hasta tal punto que eran contadas las veces que salía en nuestras conversaciones.

Pero ahora ya me es posible llegar a este día, el de su cumpleaños, y sentir alegría. Alegría al recordar momentos de su vida, al contemplar sus fotos, al intentar sentir aún su olor, al evocar su voz, tan lejana ya. Buena parte de lo que somos hoy se lo debemos a ella, pues su tesón, su entrega y su amor quedaron para siempre en nosotros, impregnando nuestra personalidad y nuestra forma de ver las cosas.

Por todo ello, hoy me atrevo a celebrar el día en que nació. Aunque ya hace mucho tiempo que no cumple años, mientras vivamos su memoria perdurará con nosotros, pues nadie muere del todo si hay alguien que lo recuerda. Y nosotros la recordaremos siempre, pues además de traernos a este mundo hizo todo lo posible para que en él viviéramos felices y seguros.

Gracias, madre, por haber sido como fuiste, tan buena, tan tierna, tan luchadora y tan valiente. Gracias por darnos todo. Gracias por tu sinceridad y tu sonrisa. Siempre te queremos. Y hoy más, pues hace 92 años que naciste.