viernes, 31 de diciembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2021

Feliz Navidad






Os deseo a los que entráis en este blog una feliz Navidad y un año 2022 lleno de salud, paz y prosperidad. 


Villancicos de Gloria

Los caminos se hicieron

con agua, viento y frío.

Caminaba un anciano, 

muy triste y afligido.

Llegaron a un mesón,

para pedir posada.

El mesonero ingrato

iba y se la negaba.

Yo no le doy posada,

yo no le doy posada.

A las dos de la noche

a una embarazada.

Si es que traes dinero,

toda la casa es tuya.

Pero si no lo traes

no hay posada ninguna.

Y desde allí se fueron,

a un portal recogido.

Y entre el buey y la mula

nació el verbo divino.

Estribillo:

¡A la gloria!

A su bendita madre

¡Victoria!

¡Gloria al recién nacido!

¡Gloria! 

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

Forja, número 40: La revista de Los Navalmorales



Como ya sabéis, en Los Navalmorales hay una revista llamada Forja. Su número 40 está recién publicado. Si queréis leerla, pinchad en este enlace:

http://www.losnavalmorales.com/mesa/

Y buscáis el número de invierno de 2021, o sea, el 40. En sus setenta y dos páginas hay muchos artículos; yo destacaría el dedicado a Jesús Magán, el sastre del pueblo.



"Me llamas", de José Luis Perales: Dos versiones y un pequeño juego

       

Hace unos días vi una serie titulada Melódica en Movistar+, dedicada a revisitar la música ligera española de los años sesenta y setenta. Son tres capítulos bien estructurados y con un ritmo dinámico que pretende reivindicar dicha música, destacando su importancia y revisitándola con nuevas versiones hechas desde el mundo de hoy, con lo que las generaciones actuales puedan aportar al interpretarlas desde los valores de este momento y siempre con el objetivo de insuflarles nueva vida, uniéndola a la que ya tenían. Un poco la manera de Mi gran noche de Raphael, aunque en este caso ya él interpretó en su momento una versión de la canción de Adamo, y que en los últimos años, con nuevos arreglos y una apertura de miras hacia públicos más jóvenes, está triunfando más y más.

En El País del día de enero de 2022 aparece un largo artículo donde se analiza esta serie, Melódica. Aquí lo traigo por si queréis consultarlo.

https://elpais.com/television/2022-01-11/tributo-a-la-cancion-melodica.html

Especialmente me centré, al ver la citada serie, en la canción Me llamas, de José Luis Perales y en la versión que de la misma hace el grupo Rufus T. Firefly, una versión que me ha satisfecho especialmente y que me hizo interesarme por dicha canción. Estaba pensando en todo esto el otro día, mientras planchaba un cerro de sábanas. Tenía puesta la emisora Radio Castilla-La Mancha, y oía un programa musical donde ofrecían versiones de diversas canciones famosas. Así me enteré de que un grupo llamado Despistaos había hecho una versión rockera de la canción Me llamas y que la iban a poner. La oí y me gustó mucho. La busqué en Youtube, la volví a oír varias veces y, una vez terminada mi plancha, me puse manos a la obra: copiar la letra, oírla unas veinte veces más y ensayos una y otra vez. Cuando ya la tenía bastante trabajada, me atreví a a cantarla oyendo la versión de Despistaos, superponiendo mi voz y grabando todo con el móvil. Después de nueve grabaciones, seleccioné la que me pareció más interesante para subirla a mi blog. Pero como subir un audio es cosa difícil (en este blog), edité un vídeo con el audio grabado y unas imágenes mías de Albarracín, Teruel, Puerto Castilla, Madrid y Los Navalmorales. Y ya está.

Aquí subo tres vídeos:

  • ·      La versión original de José Luis Perales
  • ·      La versión del grupo Despistaos
  • ·      La citada versión de Despistaos con mi voz superpuesta.

En fin, un pequeño juego, sin más intención que pasar un buen rato, ejercitar la disciplina de la música y alegrarme la vida con cosas que me gustan.

¡Ah!, un consejo: Si reproduces los vídeos en el ordenador, pincha en el extremo inferior derecha, lo verás mucho mejor.  Saludos.






jueves, 16 de diciembre de 2021

Objetos usados: La vara

Ahí está, en el estudio, siempre dispuesta a que la tomes para correr la cortina de la ventana o para descorrerla, una forma suave de realizar esta tarea, mucho más amable que si la haces a base de tirones. Ahí está la vara que tu madre usaba para hacer las camas, sobre todo aquellas que, situadas junto a la pared, resultaban de difícil acceso por un lado, y que, gracias a ese sencillo objeto, alargaba con precisión uno de sus brazos y le permitían hacer su tarea sin estirarse excesivamente.

Es una vara hecha de madera blanda, casi parece de caña, y tiene tantos años que si con ella se hace un esfuerzo brusco se podría quebrar, cosa que estuvo a punto de sucederte a ti hace algún tiempo y que, por fortuna, pudiste solucionar con un material fuerte que aplicaste a la incipiente herida. En tu pueblo decían indistintamente vara o cruz de hacer las camas y todas ellas tenían, más o menos, un metro de longitud, un grosor de dos centímetros y uno de los extremos terminados en forma de uve, lo que permitía que, con la destreza suficiente, la vara prolongase la tarea de los dedos, acostumbrados a coger con precisión las sábanas y a hacer las camas con más comodidad y en menos tiempo.

Ahora, al coger la vara para correr la cortina de tu estudio, sientes en su tacto el de las manos de tu madre, y un día y otro, al tomarla en tu mano, te acuerdas de tu madre joven y de sus muchas tareas en aquella casa del pueblo que un día fue además el comercio de tío Benjamín. Y también te acuerdas de que era allí, en la mesa camilla, junto a las ventanas del balcón, donde tu madre te hablaba de Plasencia y de tus abuelos, te enseñaba las fotos familiares y te preguntaba por las tareas en la escuela de doña Mari. También te hablaba de cuando ella era niña, y de cuando abuela María le contaba historias de su infancia al lado de la ventana del balcón en la casa del Corral del Payo. Y a veces tú, mientras la oías, pegabas tu nariz a las ventanas del balcón y veías caer, alborotados por el fuerte viento, densos copos de nieve que se fundían al caer en la calle, sin poder cuajar aún, debido al paso de los coches y de las personas, mientras otros muchos caían en los tejados y formaban una gruesa capa blanca. Los prados, las huertas, los montes y los caminos se cubrían con aquel largo manto de frío y hielo. Solo la carretera y el río se libraban de la blancura, por ser hondos surcos de comunicación y de drenaje. Allí, cerca de la mesa camilla, en el rincón que había junto al sofá, la vara de hacer las camas permanecía quieta haciendo guardia, hasta que al día siguiente se volviera a poner en marcha para ayudar a tu madre en el desempeño de sus tareas.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Bertolt Brecht: Objetos usados

Hace ya mucho tiempo leí un poema de Bertolt Brecht en el que hablaba de cuánto le gustaban los objetos usados, esos cubiertos de madera cogidos por muchas manos o esas losas desgastadas por tantas pisadas, que se han hecho preciosos porque han sido apreciados muchas veces. Yo también tengo una colección de objetos usados, muchos de los cuales no están de adorno, sino que los reutilizo y, al hacerlo, me acuerdo de quienes los tuvieron en sus manos muchas veces a lo largo de sus vidas. Esos objetos usados a mí también me hacen feliz.

De todos los objetos, los que más amo

son los usados.

Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,

los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera

han sido cogidos por muchas manos. Éstas son las formas

que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,

desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,

esas losas entre las que crece la hierba, me parecen

objetos felices.

 

Impregnados del uso de muchos,

a menudo transformados, han ido perfeccionando sus

formas y se han hecho preciosos

porque han sido apreciados muchas veces.


Me gustan incluso los fragmentos de esculturas

con los brazos cortados. Vivieron

también para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;

si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.

Las construcciones casi en ruinas

parecen todavía proyectos sin acabar,

grandiosos; sus bellas medidas

pueden ya imaginarse, pero aún necesitan

de nuestra comprensión. Y, además,

ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me

hacen feliz.

Quiero escribir acerca de algunos de esos objetos usados que me hacen feliz a mí, y que me acompañan en mi vida diaria, dándome el mismo uso que ofrecieron a sus dueños o reutilizados para otros menesteres, pero siempre evocándome momentos de sus usuarios primeros. La vara de hacer la cama de mi madre, la barrena de mi padre, la hoz de abuelo Manolo, el cristal de abuela María, la cheira de abuelo Jesús, el manubrio de abuela Isabel, el aparejo del bisabuelo Enrique, el pisón de Telesforo, los agarraderos de Sixta, mi cartera de parvulitos, la bicicleta de Javi, el biberón de Maribel, la ventana de Mariví, el columpio de Carolina, el piano de Ana, el rastro de Pablo, la cantarera de la prima Maribel, el azadón de María, el gazpacho de Mercedes, la zafra de Juan Pablo o la lámpara de Isabel. Vamos a ello.

 


 

 

             

                                                                                                                                                           

sábado, 11 de diciembre de 2021

Madrid: Travesías navideñas

              

Hemos venido hasta el centro de Madrid con intención de dar un paseo en esta mañana no muy fría de diciembre, un día de diario, lejos de las masas que, por calles de dirección única, como una pesadilla, van y vienen entre luces de navidad y tiendas abarrotadas. 

No es nuestra intención hacer fotos, pero al ver a varios grupos de personas tomar como fondo de sus instantáneas la fachada principal del edificio Canalejas, el nuevo emporio del lujo de Madrid, tomamos nuestro móvil y hacemos algunas fotos, quizá inmortalizando ese juego de deseos de la gente de querer entrar en el recinto exclusivo de los muy ricos, un nuevo cuento de Cenicienta despojado de príncipes y de zapatos y, ya sin escrúpulos, mostrando la verdadera identidad de los poderes del dinero. Quizá deberíamos agradecer a esos poderes no tan invisibles que, por fin, se hayan dado cuenta de que el centro de la capital, despojado de coches, tiene otro ritmo y otra acústica, así que, bienvenidos a la ciudad de los peatones, de esos que vamos a pie, aún a sabiendas de que multitud de cachivaches con ruedas atraen a gentes de conciencia casi infantil y, a velocidades quizá inadecuadas, nos hacen un regate mientras deambulamos por lo que se dice zona peatonal.





                        

En la acera de la calle de Alcalá, muy cerca del ministerio de Hacienda, un grupo de músicos de algún país del este de Europa tocan piezas clásicas, Mozart, Vivaldi, Brahms, con bastante profesionalidad, aunque cierta resignación; quizá se deba a que la gente aplaude pero se rasca poco el bolsillo.


Dejamos atrás la Puerta del Sol y nos dirigimos, por la calle del Arenal, hacia la plaza de Isabel II, un caudal de gente tranquila que va y viene sin prisas, se para en Cortylandia, esperando que suene la hora en punto para ver la atracción playmóvil, o mira los libros y dibujos de la caseta del callejón de san Ginés.



Entramos en la plaza de Oriente, un espacio tranquilo y sosegado en el que conviven sabiamente el teatro real, el palacio, las casas, los árboles, las estatuas, el arrayán y el azul del cielo, algo amenazado por nubarrones grises. Nuestros pasos van siendo cada vez más lentos y notamos que estamos pisando anchas veredas de tierra bien aplastada y losas de granito de las de verdad. Nos paramos, miramos a un lado y a otro y sentimos que, sin dudarlo, este es uno de los mejores sitios de Madrid, donde la fuerza del azul de los cielos, la luz de los horizontes arbolados y el cuidado ancestral de las simetrías se juntan para ofrecernos sus primores, esos bienes de este lugar tan singular que cobró su forma actual cuando el mal llamado Pepe Botella decidió que había que despejar todo lo que había al oriente del palacio. De ahí tomó su nombre la plaza, de su posición respecto del palacio, ese espacio privilegiado en el que los árabes levantaron su atalaya, que luego fue alcázar, también con los Austrias, y después palacio real con los Borbones. Durante la segunda república lo llamaron palacio nacional, por aquello de no nombrar al rey, y en la dictadura franquista algunos, sin duda despistados, lo llamaron palacio de oriente.





Diversos alcaldes han aprobado obras para hacer de esta zona un espacio peatonal, soterrando el tráfico y dotando al lugar de elementos que faciliten el disfrute de la armonía de los volúmenes y del entorno y su horizonte, si bien los muchos restos históricos hallados en las obras no siempre han sido tratados con la singularidad de su ubicación y simbología. Pero bueno, han ido unos aprendiendo de otros y, por eso, en los recientes trabajos de remodelación de la plaza de España y su unión con esta zona del palacio y los jardines del templo de Debod, han tenido en cuenta la historia y han trazado el tránsito peatonal respetando los restos del palacio de Godoy en la calle de Bailén, junto a los jardines de Sabatini. No es poca cosa para los tiempos que corren. 



Entramos en la plaza de España, recién remodelada pero con obras aún sin terminar. Nos gusta, sin duda, esa agradable y conseguida unión de espacios diferentes, pero nos parece un poco desacertado lo de la zona central de la plaza, una esplanada principal que tiene su esencia en su amplitud diáfana, pero que inevitablemente será ocupada por todo tipo de cachivaches, que en este momento no pueden ser otros que algunos puestecillos de navidad y bares falsamente alpinos. Menos mal que hay una amplia zona de juegos y artilugios para niños, jóvenes y mayores y que todo ello es pastoreado por don Quijote y su amigo Sancho, en ese monumento que da la espalda a la torre de Madrid y el edificio España, esos dos rascacielos ya tan madrileños como esencialmente colosalistas. 




Miramos, una vez más, el edificio España, limpio y superlativo, tan enorme que, desde su terraza, toda la ciudad no se intuye, se ve, y aún más, se divisa casi toda la comunidad, llegando los ojos hasta los montes de Toledo, el Guadarrama y las lejanas llanuras del sureste. Nos fijamos en su verticalidad y, de repente, apreciamos una especie de bulto saliente, un a modo de balcón que desafía la gravedad y que parece hecho para domar el vértigo. Puede que sea una  broma cínica que represente cabalmente cierta estupidez de nuestro tiempo: el desafío mentiroso del vértigo de vivir.