Hace ya
mucho tiempo leí un poema de Bertolt Brecht en el que hablaba de cuánto le
gustaban los objetos usados, esos cubiertos de madera cogidos por muchas manos
o esas losas desgastadas por tantas pisadas, que se han hecho preciosos porque
han sido apreciados muchas veces. Yo también tengo una colección de objetos
usados, muchos de los cuales no están de adorno, sino que los reutilizo y, al hacerlo,
me acuerdo de quienes los tuvieron en sus manos muchas veces a lo largo de sus
vidas. Esos objetos usados a mí también me hacen feliz.
De todos los objetos, los que más amo
son los usados.
Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes
aplastados,
los cuchillos y tenedores cuyos mangos de
madera
han sido cogidos por muchas manos. Éstas son
las formas
que me parecen más nobles. Esas losas en
torno a viejas casas,
desgastadas de haber sido pisadas tantas
veces,
esas losas entre las que crece la hierba, me
parecen
objetos felices.
Impregnados del uso de muchos,
a menudo transformados, han ido
perfeccionando sus
formas y se han hecho preciosos
porque han sido apreciados muchas veces.
Me gustan incluso los fragmentos de
esculturas
con los brazos cortados. Vivieron
también para mí. Cayeron porque fueron
trasladadas;
si las derribaron, fue porque no estaban muy
altas.
Las construcciones casi en ruinas
parecen todavía proyectos sin acabar,
grandiosos; sus bellas medidas
pueden ya imaginarse, pero aún necesitan
de nuestra comprensión. Y, además,
ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me
hacen feliz.
Quiero
escribir acerca de algunos de esos objetos usados que me hacen feliz a mí, y
que me acompañan en mi vida diaria, dándome el mismo uso que ofrecieron a sus
dueños o reutilizados para otros menesteres, pero siempre evocándome momentos
de sus usuarios primeros. La vara de hacer la cama de mi madre, la barrena de
mi padre, la hoz de abuelo Manolo, el cristal de abuela María, la cheira de
abuelo Jesús, el manubrio de abuela Isabel, el aparejo del bisabuelo Enrique,
el pisón de Telesforo, los agarraderos de Sixta, mi cartera de parvulitos, la
bicicleta de Javi, el biberón de Maribel, la ventana de Mariví, el columpio de
Carolina, el piano de Ana, el rastro de Pablo, la cantarera de la prima
Maribel, el azadón de María, el gazpacho de Mercedes, la zafra de Juan Pablo o
la lámpara de Isabel. Vamos a ello.
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