sábado, 28 de mayo de 2011

La ciudad de Trieste y Claudio Magris






El sábado, 21 de mayo, estuvimos en Barcelona y aprovechamos para ver una exposición  en el CCCB, dedicada a la ciudad de Trieste y al escritor Claudio Magris.
Tiene algo especial esta exposición, algo que te deja una huella imborrable: los cinco sentidos te acercan a una ciudad y a un escritor, a un espacio que es un crisol, un cruce de caminos y culturas, y a un tiempo que recoge la esencia del siglo XX.
El viento que caracteriza la ciudad, las lenguas que en ella se hablan, la diversidad étnica, los contrastes entre la vanguardia (en literatura, en arte, en psiquiatría) y el retroceso (la proclamación de las leyes raciales del fascismo), las librerías, los cafés…

Todo de la mano de Claudio Magris, ese escritor que con su libro El Danubio me dio a conocer una Europa anterior a la guerra fría, esa Europa alrededor del Danubio que es una crónica de la diversidad, una diversidad que une a veces y otra separa, pero que no se deja engullir por las culturas dominantes del continente.
Claudio Magris, sus libros, su café, sus clases, su dolor por la muerte de su esposa, su esencia de hombre sabio que conoce Europa y que sabe dónde reside su fuerza, sus peligros y sus  grandezas.

martes, 17 de mayo de 2011

Bob Marley: Treinta años de su muerte



Hace treinta años murió Bob Marley, el rey del reggae. Traigo aquí quizá su canción más famosa, cantada en directo en Boston en 1979.


http://es.wikipedia.org/wiki/Bob_Marley



No woman no cry



No woman no crySay, say
Say I remember when we used to sit
In a government yard in Trenchtown
Observing the hypocrites
As they would mingle with the good people we meet
Good friends we have
Oh, good friends we lost
Along the way
In this great future
You can't forget your past
So dry your tears, I seh


No woman no cry
No woman no cry
Little darling, don't shed no tears
No woman no cry


Say, Say
Said I remember when we use to sit
In the government yard in Trenchtown
And then Georgie would make the fire lights
I seh, log would burnin' through the nights
Then we would cook cornmeal porridge
Of which I'll share with you
My feet is my only carriage
And so I've got to push on through
Oh, while I'm gone


Everything 's gonna be alright
Everything 's gonna be alright


No woman no cry
No woman no cry


I say little darlin'
Don't shed no tears
No woman no cry






No llores mujer

Recuerdo cuando solíamos sentarnos

En la plaza de gobierno de Trenchtown.

Observando a los hipócritas

Mezclarse con la gente bien que conocemos,

Qué buenos amigos hemos tenido,

Oh, muy buenos amigos hemos perdido en el camino.

En este futuro prometedor no puedes olvidar tu pasado,

Así que seca tus lágrimas.



No llores mujer

No llores mujer

Pequeña, no dejes caer mas lágrimas.

No llores mujer.



Y dije: recuerdo cuando solíamos sentarnos

En la plaza de gobierno de Trenchtown.

Georgia enciende la fogata,

Los maderos ardían toda la noche

Cocinamos sopa de maíz

Que comimos juntos.

Sólo con los pies me desplazo,

Así debo seguir,

Pero, mientras parto...



Todo estará muy bien.

Todo estará muy bien.

Así que, no llores mujer

No llores mujer

Pequeña, no dejes caer más lágrimas.

No llores mujer.




http://es.wikipedia.org/wiki/No_Woman,_No_Cry







lunes, 9 de mayo de 2011

Incendies, una tragedia actual




Ayer vi una película excepcional, de esas que no se olvidan nunca. Se titula Incendies, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y con un guión basado en la obra teatral del mismo nombre del libanés-canadiense Wajdi Moijawad.
Desde la primera escena te atrapa esta película, y cuando llega el final, dos horas después, querrías que aún continuara. Es una tragedia griega reescrita para el cine con una precisión sobria y contemporánea, que al final te lleva al horror, al tabú, a lo inefable.
Las marcas imborrables del pie de un niño nacido de un amor imposible,  señalado como Edipo desde su nacimiento, marcarán también la historia paralela de la madre y de sus hijos gemelos en busca de su origen. Y la película nos marcará también a nosotros, los espectadores, porque recorriendo el camino de los personajes entenderemos mejor, ubicada en el mundo actual, una tragedia clásica, esa que muestra la cara de la madre cuando se encuentra a la vez  y en el mismo momento con el amor y con el horror de su propia vida.
La mirada y la expresión de la madre en esa escena, la mirada del niño del pie marcado cuando lo rapan en el orfanato, la falta de palabras en la escena en la que los gemelos entienden que uno más uno es igual a uno valen para toda la vida. Y alrededor, el amor, la violencia. Un amor cuyo fruto es un hijo violento y criminal. Unos hijos amados, nacidos de un acto violento. Y en medio, la guerra, la asquerosa guerra. No esas guerras de escritores clásicos, lejanas en el tiempo y cuyo dolor apenas se percibe,  sino las guerras de ahora mismo, cuya violencia genera un dolor insoportable y abyecto. Y  al final de la película, la calma, ese sosiego que se siente después del desenlace, al ver cómo actúa ese ser marcado para siempre por su destino.
Traigo aquí tres artículos encontrados en la red, por si los queréis leer.



Memoria del espanto

Escrito por Carlos Boyero
 Sabía que me había cruzado varias veces en los festivales con esta película, pero debido a la obligación tantas veces inútil de dar noticia rigurosa o frívola de lo que exhibe la sección oficial, se te escapan algunas cosas notablemente más interesantes que el cine a concurso y que han sido relegadas a secciones paralelas por criterios selectivos difíciles de entender, entre el surrealismo y la estupidez. Es canadiense, cinematografía que exporta numerosos directores, intérpretes y técnicos a Hollywood, pero que mantiene un cine de autor tan insólito como atormentado. Allí nació la genial Léolo, la poesía más desgarrada hecha cine, vomitada por Jean-Claude Lauzon, alguien que como los febriles y sufrientes personajes de su película, disponía de todas las papeletas para no llegar a viejo. Canadá es el permanente universo del retorcido y siempre atractivo Atom Egoyan. Y tampoco abandona esa identificable geografía el ingenioso, intenso y demasiado retórico Denys Arcand, alguien que se ganaría muy bien la existencia en el cine francés.
Denis Villeneuve adapta en Incendies una obra de teatro, pero el lenguaje que utiliza no permite imaginar los orígenes. Desprende sabor a cine. Posee tono enigmático y un argumento terrorífico. Lo segundo transmite aún más miedo, cuando te enteras de que no ha nacido de la imaginación, sino que está basado en miles de hechos reales. Su metraje es largo, pero no pesa. Te hace compartir la angustia de sus protagonistas, buscar con ellos respuestas que presientes dolorosas a interrogantes misteriosos.
Después de la muerte de una mujer árabe exiliada en Canadá (cualquier espectador medianamente informado de las atroces noticias del mundo, sabe que están hablando de Líbano en los años ochenta, pero innecesariamente, con el ánimo de universalizar la historia, jamás aparece el nombre de ese país ni se sitúan en las fechas de los hechos más salvajes que ocurrieron allí), un notario le entrega a sus hijos mellizos dos cartas que ha escrito la difunta y que solo podrán abrir después de que estos hayan encontrado a sus desconocidos padre y hermano.
El viaje de estos a unas raíces presumiblemente siniestras, el progresivo descubrimiento de una madeja cuyo final solo puede conducir al horror, la constatación de esas heridas prematuras que van a marcar el resto de la vida condenando a los que las han sufrido a la supervivencia más desolada, el imperio del fanatismo religioso o social y la inimaginable crueldad de la que es capaz contra todos aquellos marcados con el estigma del enemigo y que incluye a los niños, la legitimada utilización de la abyecta tortura para destruir física y mentalmente a la indefensa presa, está descrito con realismo alucinado, con imágenes poderosas y silencios y elipsis que se expresan con más intensidad que las palabras. Es en el mejor sentido una película agobiante, dotada de atmósfera, que te contagia su temblor ante un desenlace tan brutal como cargado de lógica. La lógica en la que se pueden escudar las consecuencias de la puta guerra.



Edipo padre
Escrito por  Eloy Domínguez Serén
Prólogo: un poderoso y escalofriante travelling cruza la ruinosa estancia de un orfanato árabe en el que un grupo de niños están siendo trasquilados mientras escuchamos la afligida voz de Thom Yorke (líder de Radiohead) cantando You and whose army. Uno de estos niños mira a cámara. En la siguiente secuencia nos trasladamos a una sombría oficina de Quebec, donde un notario comunica a una pareja de mellizos el testamento y últimas voluntades de su difunta madre. El fedatario comienza a leer. Tras manifestar el deseo de la fallecida de ser enterrada sin ataúd ni lápida, desnuda y boca abajo como señal de expiación, entrega a cada uno de los hijos una carta sellada. A ella, Jeanne (Mélissa Désormeaux-Poulin), le da una misiva dirigida a su padre. A él, Simon (Maxim Gaudette), una epístola para su hermano.
El encargo de Nawal Marwan, la madre, es contundente: su alma sólo podrá descansar en paz si ambos entregan sendas cartas a sus respectivos destinatarios. Sin embargo, ninguno de ellos conoce la identidad de los receptores. De hecho, hasta ese momento, ambos creían que su padre había muerto en algún pueblo de Oriente Medio e ignoraban que su madre hubiese tenido más hijos. Mientras Simon rechaza esta petición considerándola el siniestro delirio de una mujer moribunda, Jeanne decide aceptar la encomienda y emprende la búsqueda de su anónimo padre.

Este es el sobrecogedor comienzo de Incendies, adaptación cinematográfica de la obra homónima del dramaturgo canadiense-libanés Wajdi Mouawad, uno de los autores más influyentes de la escena teatral francófona actual. El encargado de transcribir a imágenes esta variación contemporánea y multiétnica de Edipo rey es el canadiense Denis Villeneuve, un cineasta cuya trayectoria, desde Un 32 août sur terre (1998) hasta Polytechnique (2009), pasando por Maelström (2000) e incluso el cortometraje Next Floor (2008), ha sido respaldada por la crítica europea, cosechando numerosos premios en festivales como Cannes o la Berlinale.
La búsqueda de Jeanne de su padre la lleva a destapar el terrible pasado de su madre, desde que se quedara embarazada a los quince años en una aldea de un país de Oriente Medio que, si bien no llega a especificarse en ningún momento, podemos identificar como Líbano durante la guerra civil que asoló este país entre 1975 y 1990. A partir de este momento el film se estructura a través del paralelismo entre la historia de ambas mujeres, madre e hija. Mientras la primera busca desesperadamente al hijo que le arrebataron de las manos al nacer, la segunda hace lo propio con el padre que siempre dio por muerto. La joven Nawal (soberbia Lubna Azabal) y su hija recorren los mismos lugares en tiempos y contextos muy diferentes. Una trata de desenterrar los secretos que la otra había intentado sepultar para siempre.

Cuanto más indagamos en el pasado de Nawal a través de la investigación de Jeanne más nos sumergimos en una devastadora tragedia cercada por la violencia, la ira, la venganza, el miedo, la desesperación y la infamia. En otras palabras: por la guerra. Los contendientes son tantos y tan parejos en la llamada a la violencia que resulta casi imposible saber quién mata a quién y por qué motivos. Torturas, violaciones y asesinatos asolan cada secuencia, escena, plano, fotograma. Es el horror del que hablaba el Coronel Kurtz de Apocalyspe Now. Cuantos más secretos nos son revelados más tentados nos sentimos de cerrar nuestros ojos, tapar nuestros oídos, darnos la vuelta y volver a sepultar esos atroces recuerdos. Rayando el límite de nuestra tolerancia, las secuencias del tiroteo y posterior calcinación del autobús y los niños huyendo de un francotirador son devastadores retratos de la más absoluta miseria humana.
Cada nueva pista, cada rastro, cada testimonio nos acerca y aleja más y más del padre ausente, haciéndonos naufragar en un enigma que se nos escapa entre los dedos a cada brazada que damos. Seguimos a Jeanne en su obstinado intento por descubrir tanto quién es su padre como, sobre todo, quién demonios fue su madre. Compartimos su conmoción al descubrir que Nawal había estado en prisión por asesinato y allí (donde la conocían como “la mujer que canta”) había sido víctima de sistemáticas vejaciones y violaciones. También padecemos la frustración de la hija por no poder capturar el espectro de su progenitor.
Será entonces, cuando el espectador cree que ya no puede soportar más, que su transigencia ha sido sobrepasada y su paciencia agotada, que ha llegado a un callejón sin salida, al laberinto del Minotauro, cuando la tercera historia vuelva a entrar en escena como una apisonadora: Simon, el hijo, y la búsqueda de su hermano. Si hasta ese momento habíamos podido creer que Villeneuve había ido perdiendo poco a poco el pulso de la narración, es entonces cuando somos conscientes del férreo control que el autor había ejercido sobre esta milimétrica y rotunda historia. En un desenlace tan demoledor como redondo comprenderemos que Jeanne jamás podría encontrar a su padre si Simon no buscase a su hermano y viceversa.


domingo, 8 de mayo de 2011

Zurdos



Javier Marías y los zurdos

En el dominical de El País del 8 de mayo de 2011, Javier Marías publicó un artículo sobre Los zurdos, esa minoría de 700 millones de personas a la que él califica de caballerosa y conforme.

Inmediatamente después de leer este artículo, recordé, con extrañeza, una foto de Marías escribiendo con su mano izquierda. ¿Por qué? Pues porque todos los zurdos que nacimos en España allá por los años cincuenta nos veíamos obligados a escribir con la mano derecha desde parvulitos. Y así aprendimos, por las buenas o por las malas. 

¿Cómo es que Javier Marías escribía con su mano izquierda, es que había reaprendido años después? La respuesta la encontré leyendo las Memorias de su padre: sus hijos estudiaron en el colegio Estudio, de Madrid, esa isla de libertad educativa en el Madrid franquista. Así que a ese colegio le debe Marías ser un zurdo español raro, quizá de los pocos de aquellos años cincuenta que haya escrito siempre con su mano izquierda.

Este es el artículo:

Una minoría caballerosa y conforme

"Quien no pertenece hoy a alguna minoría más o menos oprimida tradicionalmente -o incluso a alguna mayoría; parece que las mujeres, al menos en lugares y tiempos de paz, son siempre más que los varones-, o a algún colectivo de víctimas o a alguna porción de la humanidad real o imaginariamente desfavorecida, lo tiene mal en muchos aspectos. Cualquier "discriminación positiva" irá en contra suya, y en los Estados Unidos, donde se creó y desde donde se exportó la política proteccionista, es sabido que un hombre blanco, heterosexual, no grueso, con aceptable salud y sin discapacidades notorias, estará en desventaja a la hora de conseguir un empleo, porque con sus características no contribuirá a llenar ninguna de las "cuotas" que toda institución o empresa deben exhibir para no ser acusadas de racismo, sexismo, aversión a tal o cual religión, homofobia o gordofobia. Ya en los años ochenta, cuando di clases en una selecta Universidad de ese país, vi cómo ciertos candidatos eran preteridos porque no "ayudaban" a la buena imagen exigible al College, y cómo algunos de sus responsables se frotaban las manos si, entre los aspirantes a un puesto, había una lesbiana negra y obesa o un hispano invidente, porque con ellos, decían, mataban dos o tres pájaros de un tiro. No digo que ciertas discriminaciones positivas no hayan sido necesarias o no sean todavía hoy convenientes, y si algo me subleva y me parece incomprensible es que siga habiendo mujeres que cobren menos que sus colegas varones por el mismo trabajo e idénticas responsabilidades. Pero también es verdad que, como en todo, se ha creado en este asunto una industria de la picaresca, del abuso, de la ridiculez y de la hipocresía.

Yo pertenezco al tipo de hombre que he descrito antes, y encima soy europeo, fumador y sin religión, tres elementos que me complican aún más las cosas. Me he dado cuenta, sin embargo, de que formo parte de una minoría discriminada y maltratada desde siempre y que, extrañamente en estos tiempos quejicas, nunca protesta de nada -de que el mundo esté hecho "contra" ella, nada menos- ni reclama ninguna cuota: soy zurdo. En un reportaje del New York Times leo que ese colectivo seguimos siendo "un enigma", y que, pese a que en Occidente ya no se nos corrija en la infancia ni se nos haga violencia obligándonos a ir contra nuestra naturaleza y a utilizar la diestra; pese a que ya no se nos acuse, como sucedió durante siglos, de pactar con el diablo y de criminalidad congénita, continuamos formando sólo un 10% de la población mundial, el mismo porcentaje, parece, que en épocas remotísimas, según han comprobado los más detallados estudios de las pinturas rupestres, que han observado con qué manos empuñaban los cazadores sus lanzas. No importa que, de los siete últimos Presidentes de los Estados Unidos, cuatro hayan sido zurdos (Ford, Bush Sr, Clinton y Obama), ni que lo sean Nadal, Messi, Raúl, Özil y otros muchos ídolos deportivos. Los zurdos vivimos discriminados.

Todo está concebido y hecho para los diestros, si se fijan. La gente se estrecha la mano derecha, a lo que tenemos que acostumbrarnos desde niños, ya que nuestra tendencia sería a ofrecer la izquierda. El uso de los cubiertos contraviene nuestra inclinación, y nos vemos cortando la carne con la mano en la que tenemos menos fuerza, y asimismo damos cuerda a los relojes de muñeca con la que no nos tocaría hacerlo. Nos anudamos la corbata al revés, utilizamos las tijeras impepinablemente con la derecha, y cuando algún bienintencionado nos regala unas "adaptadas", ya no sabemos cortar con la izquierda. Si queremos tocar buen número de instrumentos musicales -guitarra, violín, violonchelo-, lo tenemos muy difícil o hemos de cambiar todas las cuerdas de sitio. Si escribimos con tinta, nos vemos forzados a poner la pluma en vertical para evitar correr aquélla con nuestra propia mano, y los libros están pensados para diestros, ya ven con cuál se abren y se pasan las páginas, indefectiblemente. Las barandillas de las escaleras quedan siempre a la derecha, y hacia ese lado giran casi todas las llaves del planeta. Excepto en Gran Bretaña y en algún otro sitio, se conduce por el carril que saben. La lista sería interminable, pero casi nadie repara nunca en ella. El mundo, se dice a menudo, está hecho por y para los hombres. Puede. Pero yo diría que está aún más hecho por y para los diestros.

Nuestra mala fama no ha terminado. Al parecer hay un gen, LRRTM1, "relacionado" con el desarrollo de la zurdera, y un genetista del Instituto Max Planck de Psicolingüística sostiene que dicho gen también se encuentra, en proporción exagerada, en las personas con esquizofrenia. No sé. Mis cuatro abuelos y mis padres eran diestros, pero de los cinco hijos que tuvieron estos últimos, nada menos que tres salimos zurdos. El mencionado porcentaje del 10% causa perplejidad en los científicos, uno de los cuales señala que, aunque los zurdos podrían estar expuestos a algunos riesgos durante el desarrollo (sobre todo cuando se los demonizaba y se los consideraba "torcidos", añado yo, y en España eso ha durado hasta la muerte de Franco), "está claro que también debe de haber ventajas. Nadie sabe el motivo por el que se mantiene así". Sea como sea, somos casi 700 millones de individuos, y aun así se nos discrimina. Si, como las demás, fuéramos una minoría quejica y a veces oportunista o ventajista, clamaría desde aquí: "¡Justicia e igualdad para los zurdos!" Pero también debe de estar en ese gen raro que quizá poseamos no dar a los demás la lata y mostrarnos conformes y caballerosos. A ver si otros aprenden."