martes, 16 de julio de 2019

Ganadería diplomada, un libro de Javier Bermejo


Javier Bermejo acaba de publicar un libro titulado Ganadería diplomada. Los lectores de este blog ya conocéis a Javi, pues las crónicas de sus maratones suelen aparecer por estas páginas al menos dos veces cada año.

Ganadería diplomada, novela publicada en 2019 por la editorial Oportet, puedes encontrarla en la Casa del Libro, en El Corte Inglés, en FNAC  y en bastantes librerías españolas. También puedes adquirirla en diversos sitios de Internet a los que puedes acceder fácilmente buscando en Google.

Dice Javi que llevaba ya muchos años con el libro en la cabeza y que solo le faltaba tiempo para escribirlo con método, luchando para que fuese exactamente lo que él quería. Ahora, ese tiempo ha llegado con su jubilación, y como Javi es una persona de palabra, el libro ya no es un proyecto, es una realidad: Ganadería diplomada.

Todo libro tiene una razón última y este la tiene también: se asienta en una experiencia personal y familiar del autor ubicada a finales de los sesenta y primeros años setenta, pero no es un libro de recuerdos ni tampoco autoficción, como se dice ahora, no. Es una novela de suspense, de intriga, un relato que desvela un episodio de corrupción en las postrimerías del franquismo. Con una eficiente dosificación, el autor nos ofrece dos narraciones complementarias, que discurren paralelas hasta confluir en el tramo final de la novela. 

No voy a desvelar aquí el argumento de Ganadería diplomada porque creo que el posible lector debe abordar el libro sin más información, aunque sí quiero señalar que este se va a encontrar con unos sólidos personajes, un espacio y unas situaciones que quizá, en determinados casos, parezcan inverosímiles. Podrían parecerlo pero no lo son: ese espacio, esas relaciones y esos personajes tienen su base en una experiencia vivida por el autor, si bien algunos asuntos no hayan nacido de la propia realidad sino que sean consecuencia de su fructífera imaginación.

Con unos diálogos muy trabajados, los personajes van creciendo en un relato en el que las acertadas descripciones potencian la credibilidad de la historia contada. Y, en ocasiones, como decíamos más arriba, parecerá fruto de la imaginación lo que no fue sino la más pura realidad: una pretendida granja último modelo de la modernidad y de la tecnología que albergaba en su interior un sistema de relaciones sociales muy cercano a la esclavitud, cuya expresión alegórica sería sin duda el palacete del amo rodeado de las infraviviendas de sus obligados súbditos.

Puede que algunos lectores supongan que Ganadería diplomada no sea sino un ajuste de cuentas que el autor ha tardado casi cincuenta años en pasar a limpio. Más bien me parece a mí que lo que ofrece esta novela es la melancolía de que todo podría haber sucedido de una forma mucho más humana, pues aquella granja podría haber albergado familias que en ella hubieran encontrado unas aceptables condiciones de vida y trabajo, y en la que el negocio de sus dueños podría haber dado unos sanos beneficios económicos y sociales. En pocas palabras: lo que el autor nos está presentando, a mi entender, es la línea que separa el espacio de irracionalidad y primitivismo vivido de una realidad imposible ya, pero más aceptable y más humana.

Quizá Javier Bermejo no nos esté mostrando un ajuste de cuentas con el pasado, un pasado que recuerda como incomprensible por su evidente irracionalidad, sino describiendo un ya improbable proyecto de bienestar. Y, por lo tanto, Ganadería diplomada no sería solo la disección de un episodio de corrupción en el franquismo sino, sobre todo, una llamada de atención acerca de aquello a lo que nunca se debería llegar, ni entonces ni ahora: la esclavitud, la usura, la soberbia y la irracionalidad.

 

Javier Bermejo Bermejo ha sido profesor de Lengua y Literatura Españolas en el Instituto Isaac Albéniz de Leganés (Madrid), y en ese centro ha desempeñado casi toda su labor docente hasta su jubilación, que tuvo lugar en septiembre de 2016.

Además de dar clases de Lengua, que es lo que mejor sabe hacer, Javi fue, durante muchos años, jefe del Departamento de Lengua en su instituto. De su buen hacer solo diré una cosa: cada principio de curso, Javi siempre era el último de los profesores de su departamento en elegir horario; una razón de peso para darse cuenta uno de que los horarios eran justos y equilibrados.

Si siempre disfrutó dando clases de Lengua y Literatura, más disfrutaron los que tuvieron la suerte de ser sus alumnos, ya fuesen de bachillerato o de la ESO, incluidos los de primero, ya resultaran alumnos eficientes y aplicados o carecieran de habilidades sociales positivas.

Si Javi se lo pasó bien año tras año, hasta 33, dando clases de lengua y literatura, me consta que tanto o más disfrutó cuando durante 9 años fue profesor de MAE (Medidas de Atención Educativa), la asignatura alternativa a Religión. Y fue así porque, siguiendo un Plan de lectura riguroso, del que él era coordinador y uno más de los profesores que la impartían, vio participar a más de 2500 estudiantes en este plan de lectura. Las condiciones solo eran dos: una, que los alumnos previamente propusieran libros para leer; y dos, que una vez por semana, acompañados de su profesor, leyesen en la Biblioteca, y en silencio, los libros que esos alumnos de 13 y 14 años habían propuesto. Un éxito. Muchos profesores llegados de otros centros otros centros no acababan de creérselo: pero así era y así fue, durante nueve años, en sus clases de MAE y en las de los demás profesores de esta materia. Javi suele decir que ha sido su máxima satisfacción como profesional y como amante de la lectura.

Desde hace muchos años, al llegar el uno de noviembre, la fiesta de los Santos, Javi dirigió, con alumnos de su instituto Isaac Albéniz, la puesta en escena de la obra de teatro Don Juan Tenorio, de la cual es ya todo un especialista, pues la  ha montado muchas veces.

Quizá por eso, y por su interés por las buenas lecturas de los clásicos, Javi preparó en 1993, para la editorial Edelvives, una edición comentada del Tenorio, con su guía de lectura correspondiente. Y lo mismo hizo en 2004, y para la misma editorial, con El alcalde de Zalamea, de Calderón.

Por otro lado, en 1986, obtuvo el primer galardón de la primera edición de los Premios Prensa-Escuela, por una serie de trabajos escolares sobre el SIDA.

Además ha escrito unas  40 crónicas de carreras en edición colectiva. Y es que así llegamos a otra de las facetas de Javi, pues además de un profesor excelente es un deportista nato. Si ya de pequeño era un buen jugador de fútbol, de mayor, con 48 años, se hizo corredor: 27 maratones en 15 años y su mejor marca, 2 horas y 59 minutos, con 51 años y 42,195 km. En menos de tres horas. Bajar de 3 horas es la aspiración de los buenos corredores populares, que suelen conseguir a los 36, 38 años como muy tarde. Javi suele preguntarse ¿qué habría hecho con 35? De lo que está seguro es de que si hubiera empezado a correr con 20 años ahora estaría con las caderas destrozadas, eso que ha ganado por empezar tarde. Ahora está en 3 horas y 40 minutos, los años no perdonan. Pero fue el primero en su categoría en Badajoz en 2015. Por cierto, que de esta marca se enteró cuando ya estaba en Madrid, así que se quedó sin podium y sin premio, pero le supo igual de bien o mejor aún.

Javi dice, con cierta guasa, que por lo visto llega tarde a todo. Ya tenía en mente que al jubilarse iba a escribir un libro. Eso dicen muchos, pero él ya tiene el libro acabado y publicado: Ganadería diplomada.

Y termino con unas palabras suyas: “Todo eso que de mí se diga no sirve para nada a la hora de leer mejor o peor, o dicho de otra manera a la hora de disfrutar más o menos de la lectura de un libro. Cuando más he disfrutado de la lectura fue a los 14 años, con Marcial Lafuente Estefanía, José Luis Martín Vigil y cosas así. Sin la pasión con la que leí todo eso, no habría descubierto después todo lo demás". 



https://roblesamarillos.blogspot.com/2014/07/aquella-granja.html

 

miércoles, 3 de julio de 2019

Álbum de Puerto Castilla



Aquí traigo una colección de fotos de Puerto Castilla en la que reúno imágenes de varios paseos por el pueblo. 
  • Una mañana fría de nieve en febrero de 2001, desde el puente del Molino hasta el barrio de abajo. 
  • Una mañana tranquila y soleada de julio de 2004, haciendo el mismo recorrido que en 2001.
  • Un breve paseo por la infancia, con fotos de finales de los años cincuenta.
  • Un epílogo con fotos de octubre de 2014, apuntando ya el otoño en la luz y en los árboles.







Álbum de Los Navalmorales



Una colección de fotos de Los Navalmorales en la que reúno, después de una breve cabecera, imágenes de diversos paseos de estos últimos años, acompañada de la Rapsodia húngara de Liszt.
  • Una tarde parda y fría de invierno, la nieve, el anochecer y la mañana radiante del día siguiente.
  • Un breve paseo a finales de febrero, con los almendros en flor.
  • Una mañana de septiembre en blanco y negro, justo después de las fiestas del Cristo.
  • Una mañana de verano, desde el alba hasta la salida del sol.
  • Un día de otoño, lleno de sol y campo. 
 

El patio de la casa




El seis de octubre de 2011, me publicaron en la página, cuaderno lo llama él, de Antonio Muñoz Molina, mi escrito “El patio de la casa”. Y fue bastante leído y comentado. Nadie sabía quién soy,  Antonio Aravalle, un seudónimo mío, como el de otro cualquiera, un lector más de Muñoz Molina y de su cuaderno.

Dos años después, aprovechando que era verano, y que el texto nos situaba en otro  verano, me pareció bien subir aquí de nuevo el texto, y también algunos comentarios publicados al respecto en el cuaderno de Muñoz Molina, eso sí, sin el nombre o seudónimo del comentarista. 
Hoy, seis años después de publicarlo en este blog, lo traigo de nuevo, por ser verano, por el texto y por los comentarios. Todo junto forma una miscelánea jugosa y llena de vida.

 

"Estoy en el patio de la casa del pueblo. Son las siete de la tarde de un caluroso y seco domingo de agosto. Sentado a una mesa redonda de patas cortas, alrededor de la cual hay cuatro sillitas bajas de anea, de esas que se usan para salir a la fresca, en las noches de verano, a darle al pico con los vecinos, miro pausadamente el patio y, en la placidez de la tarde, intento darle un apunte al pintor que un día pretenda dibujar este espacio apacible y añejo.

Enfrente de mí hay una pared blanca y una puerta que une el patio con la herrén y las cuadras. Al fondo se ve un cobertizo con tejado árabe, sobre el que resbalan los rayos amarillos, aún intensos, del sol. En un rincón, más a la derecha, testigo de los años y ajena a las tormentas, hay una parra vieja y abandonada a su suerte durante mucho tiempo. Está sin podar pero tiene animosas ramas verdes, que van avanzando como lianas persistentes por las guías que les hemos marcado para ayuda y sostén, y rugosos troncos, como sarmientos viejos, de los que penden racimos cumplidos de uvas color miel, que aquí llaman de cojón de gato. A estas horas todavía nos cobija del calor, pues está sabiamente plantada y eficazmente orientada hacia la sierra del Santo, desde donde por la mañana el sol tempranero inunda el pueblo de luz y de calor.

Al lado de la parra hay dos puertas. La situada a la izquierda nos abre el paso a una cocina de pastor, con chimenea de tiro rápido y diestro trazado, que sólo devuelve el humo de la lumbre en los ratos de tormenta aparatosa y de ventarrones otoñales. Es una habitación de unos dos metros de altura, cuyo tejado descansa en un entramado de cuartones y cañizo. Un ventanuco que da a la herrén, dos faroles antiguos que jalonan la repisa de la chimenea y las tenazas y las trébedes traen recuerdos imposibles de su dueño antiguo, el tío José Melchor, que, con su familia, pasaría aquí las largas noches de invierno, contemplando hipnotizado el lento discurrir de las llamas, el borboteo de algún puchero y el paralelo fluir de silencios y conversaciones.

A la derecha de la parra hay una puerta antigua de madera, curtida por el tiempo, con dos campanillos que suenan cuando se abre y se cierra. Da acceso a una cuadra, con pesebre de mampostería y una cama persistente de paja en el suelo. Aún se conservan en ella algunas garrafas, que en su día servirían para el acarreo del aceite de oliva desde el molino hasta las tinajas ubicadas en la troje, donde el tiempo iría aportando color y densidad al líquido.

En la pared de mi derecha hay un amplio ventanal, desde el que se vislumbra una sala de estar y una cocina moderna, que aprovecha la luz del patio para disfrutarla, a buen cobijo, en las apacibles mañanas de invierno y en las tardes de primavera y otoño. En esta estancia había una chimenea,  ahora habilitada como lugar que concita  miradas y oídos, pero no para ver las brasas de la  lumbre, ni para oír el chisporroteo de los troncos, sino para ubicar la televisión y las cadena de sonido, esos medios modernos que cumplen la misma función que el fuego de las chimeneas después de cenar: la ensoñación de imágenes lejanas y ruidos diversos, aportados antes con el relato de algún experto en cuentos y chismes, y hoy con el mecanismo de un interruptor que acciona la entrada en la casa de mundos ajenos e idiomas de todos los lugares.

A mi espalda está el hastial posterior de la casa, con una puerta de cristales rectangulares, protegida por una cortina, que da acceso al portal, umbrío y fresco en verano y luminoso y cálido en invierno. En la parte inferior de la pared, una ventana desahoga el baño de olores y humedades, y lo llena de luz filtrada por una persiana de madera. Este hastial, blanco de cal, contrasta con la fachada delantera, de color beige, como las demás viviendas de labradores y pastores del pueblo. De dos plantas, la casa conserva su sabor antiguo, si bien en sus tripas lleva tuberías de calor y de agua, de electricidad y de gasóleo, para permitir una vida más cómoda sin perder la estructura antigua. El portal es de baldosín viejo y tiene techos de madera y ladrillo visto. Este espacio da acceso a dos dormitorios amueblados sobriamente y en los cuales destaca algún detalle antiguo, como un cabecero de hierro con adornos dorados o unas ventanas de madera, con sus postiguillos, que atenúan la luz en la siesta y producen sensaciones placenteras de claridades y de sombras. Al lado de los dormitorios, un baño espacioso, elegantemente distribuido y decorado, da a la casa un toque señorial en el lugar más visitado después del patio.

Desde el portal, subiendo por una escalera de empinados escalones, llegamos a la troje, cuyo techo es un entramado de madera y cañizo, como el de la cocina de pastor, pero abierto a dos aguas y con una altura respetable. Hay tres ventanucos, que permiten contemplar la sierra del Santo, los tejados del pueblo y un plácido semblante de patios encalados, que se extienden hacia las llanuras del sur, salpicadas del verdor de las higueras y de las parras.

Y por fin, a la izquierda de la mesa desde la que esto escribo, está la puerta falsa, por donde en su día entraban y salían las ovejas y las cabras. Al contemplarla en este momento de la tarde, se puede oír, en la melancolía de los tiestos y en el silencio de las piedras, los balidos de las ovejas y sus campanillos rumorosos y sosegados, y se puede ver el reguero de cagarrutas que dejaban, e incluso sentir cómo su olor, dulzón y algo desabrido, penetra por la nariz. Aún hoy, Linda, nuestra perra, descendiente de careas, se pasea por la herrén y por las cuadras olisqueando rincones, persiguiendo quizá el rastro de algún perro antiguo y pusilánime, o acaso en celo.

Y cerca, muy cerca de la parra, bajo su sombra, en una sillita baja, Mariví cose una cortina para la puerta de la calle, y lejos de sus artículos, de su ordenador y de sus clases, evoca la higuera y el patio de su abuela La Fraila, donde, siendo niña, un día aprendió a bordar. Sintiendo el rumor profundo de sus raíces, mira a su alrededor y evoca desde este espacio vivo, y sin embargo antiguo, aquello que se fue, la infancia, y lo que queda de ella en este patio, que aún conserva el pilón del agua de la sierra deslizándose entre líquenes verdosos.

Así es el patio de la casa, irregularmente cuadrado y plácidamente sombrío, a estas horas de la tarde. Aquí pasamos los atardeceres de agosto, oyendo el reloj de la torre de la iglesia, el canto de algún gallo, el pregón del último buhonero o el rumor de las conversaciones de los vecinos.

Cuando ya ha anochecido, la temperatura desciende y es el momento de reponer fuerzas cenando gazpacho, algo de carne guisada y fruta fresca. Y después, un paseo con los amigos y una animada tertulia con un buen vaso en la mano. Y en la madrugada, cuando se tercie, volver tranquilos a casa, tender una manta en el suelo del patio, echarnos en ella para contemplar las estrellas y después acostarnos sin prisas y sin despertadores."
     
Antonio Aravalle
Verano de 1995
Dedicado a Mariví

 
Comentarios

1
Qué apacible vida Antonio. Y qué hermoso cuadro. Lo describes tan bien que casi llega el olor de las uvas en la parra y los restos del ganado en la piedra. Espero sigáis disfrutando de esa bonita casa de pueblo en las noches estrelladas. Gracias por compartirlo.

2
¿Eres Antonio de la Mancha? Muchas gracias por tu escrito. Lo has pintado como lo haría Antonio López.


3
Tengo que buscar el significado de alguna de las palabras, no creo haberlas oído antes: “hastial”, “herrén”, “troje”.



4
Nosotros también teníamos cuadras, y una gloria (en el diccionario de la RAE no aparece ninguna explicación que me guste para la gloria), que era un cuarto bajo cuyo suelo se quemaba la basura de la casa y tenía las baldosas ardientes incluso en pleno invierno. A nuestra Linda (se me ha hecho un nudo en la garganta cuando he leído su nombre) le gustaba parir en el cuartucho de las ovejas dentro de la cuadra y nos obligaba a mezclar las ovejas con la mula durante unos días para que estuviese tranquila.
Tenemos aún un par de tumbillas en el palomar, que es como seguimos llamando al desván (es curioso que sí aparezca como conozco la “tumbilla” y no la “gloria”, en el diccionario).



5
Tengo aún recuerdos de subir a coger pichones, desplumarlos sentadas en una de las sillas que menciona, con un caldero entre las piernas y echarlos después al arroz.

Quién me iba a decir a mí que me iba a acordar hoy de estas cosas, que acabo de venir de coger setas con los polacos, en un bosque soleado a menos de 5 grados.

Sin querer he ido dibujando mentalmente el cuadro. Lo que más me gusta es el color miel que me ha quedado para las uvas. De “cojón de gato”, nunca lo había oído. Sólo conozco las ciruelas “de cojón de fraile”. Un abrazo.


6
Yo encuentro todavía más palabras que no conozco que Serapio, “careas”, por ejemplo.

Es un mundo que me resulta muy exótico.

Y “tumbilla” y “gloria”, que maravilla de palabras.

Un saludo, Antonio, y gracias.


7
He entendido que careas es la anterior perra/o, un progenitor de La Linda. No sé.

“Antes de acostarse Teresa su tía calentaba la cama con una jaula de madera, en el centro de la cual había suspendida una gamella con fuego. A aquel artefacto le llamaban “la tumbilla” y cuando estaba puesto daba al lecho una apariencia de túmulo funerario. No quería verlo Teresa y entraba en su cuarto cuando lo habían retirado ya.”


“La puerta grande”. Ramón J. Sender.



8
La tal Teresa hacía muy bien. Es que nunca hay que estar dentro de la habitación con la tumbilla, porque si se quema mal el rescoldo, te atufas (es un decir, se genera CO en lugar de CO2 y es tóxico y fácilmente mortal. Bloquea el lugar de unión del oxígeno -el grupo hemo- de la hemoglobina (Nobel en 1962 a Perutz y Kendrew por cristalizarla), de los glóbulos rojos y nos ahogamos).



9
Me comento a mí misma. Pero me parece que el Sender igual no llegó a usar una. “Con fuego”, dice. Si llega a ser con fuego, buena se hubiese puesto la abuela si le quemas las sábanas. Se pone rescoldo, las brasas que quedan de la lumbre por la noche y se las tapa con ceniza para que no saquen llama y la líen.


10
Una vez nos invitaron a pasar un día en Consuegra. Paseando por sus calles veíamos en las alturas, como centinelas imponentes, los molinos de viento que tanto sulfuraron a Alonso Quijano. Nuestros amigos vivían en una casa como la que tan bien has descrito. Ahora bien, todas las estancias: cuadras, herrenes –tampoco lo había escuchado nunca; es lo que tiene ser de ciudad- y demás, estaban dedicadas a trasteros y habitaciones. Me parecía, en cuanto he comenzado a leer tu entrada, que era esa misma casa. Las parras, las plantas, la cantidad de puertas alrededor del gran patio, como dando paso a sitios secretos… Muy bonito; pero cuando nos fuimos de allí supimos que no nos gustaría vivir en una casa como esa.


Me ha gustado, Antonio.


 

11
Qué difícil es hacer eso que comenta, que una chimenea sólo devuelva el humo cuando el tiempo está rabioso. Con los ladrillos que recogimos de las antiguas chimeneas de Altos Hornos de Vizcaya (como mucha otra gente, aquello parecían los pabellones desolados de Detroit poco después de su cierre) hicimos una chimenea nueva en el palomar. Los ladrillos son estupendos, pero las vueltas que dimos para que tirase bien. Hasta que no vinieron varios “entendidos” por casa y nos solucionamos el problema, estuvimos un buen tiempo teniendo que abrir la puerta para que hiciese tiro y el humo se fuese chimenea arriba.


12
Hay una cosa curiosa de las chimeneas de pueblo que yo he experimentado. En las noches frías, en esas en las que el aire, de puro frío, vibra como si fuese un diapasón al menor ruido, los sonidos del hogar ascienden por el tiro y se disemina en el aire recogiéndose en la caperuza de otras chimeneas, introduciéndose en los lares vecinos. Por todos es sabido que no hay que contar secretos junto a la lumbre de la chimenea, si no se quieren dispersar como humo al viento.

No sé por qué me da que yo hoy sueño con patios, pozos, cocinas de humo y hasta con esas uvas que nunca he tenido la suerte de ver ni de probar.


13
Por todos no era sabido, que yo me acabo de enterar ahora y habrá más gente que lo ignore.

Y tanto que hay muchos mundos, ¿eh?

:))


14
Siempre me ha atraído contemplar el fuego vivo en una chimenea. La luz , el calor que desprende y ese movimiento misterioso me atraen poderosamente. Tiene que ser maravilloso descansar con un libro o en una tertulia junto al fuego. Y también con una copa de vino bueno. :-)


15
Una noche horrorosamente fría estaba leyéndole “La Regenta” a mi abuela junto al fuego. En un momento dado me dio por escribir con un tizón nuestros nombres en la campana de la chimenea, por dentro, en un ladrillo.
Están todavía ahí. Cada vez que vuelvo lo compruebo. Antes nos gustaba mirarlo año tras año a las dos.

Salir de casa, con el frío, y empujar la carretilla con leña hasta el portal.
A alguien le habrá tocado esta noche, como casi todas a partir de agosto. O a lo mejor este año está siendo inusualmente cálido por todos lados. No sé.

Yo me quedaba siempre dormida junto a la chimenea, con un tebeo, mientras los mayores hablaban y hablaban. A la mañana siguiente me despertaba en la cama. Sin saber cómo habría llegado hasta allí.



16
En el patio de mi casa, con mis padres, conversa un arriero que porta en un costal cinco o seis quesos curados. El vendedor lleva en la cabeza una boina negra y viste una blusa ancha del mismo color. Tiene al hijo haciendo la mili en Jaca (Huesca), y la niña se ha ido este verano a servir con unos señores de la capital de muchos posibles.


Ha dicho que la cuenta del queso la haga el muchacho, y el muchacho soy yo.
En la escuela me manejo bien con los problemas de matemáticas que hay en los libros, pero cuando me plantean estas operaciones con el queso delante y con gente extraña, hay veces que me salen cantidades raras que no cuadran con el peso del queso o el precio del kilo.


No me gustan estos exámenes caseros…


17
Entro aquí y leo y por un rato, mientras los leo, siento que soy una intrusa, que estoy espiando unas vidas tan distintas de la mía. Una intrusa espiando, metiéndome en la intimidad de unas vidas ajenas. Y pienso: mis abuelos sabrían el significado de todas estas palabras que yo tengo que buscar en el diccionario. Mis abuelos habrán tenido vidas parecidas a estas, habrán hablado con palabras parecidas a estas, habrán vivido en casas parecidas a estas. Qué habrán añorado, de qué se acordarían todavía cuando ya eran muy viejos y todo aquello había quedado tan atrás, tan del otro lado imposible del mundo. Con quién hubieran podido hablar de sus recuerdos, a quién hubieran querido tener cerca para poder charlar de esas cosas que sus hijos y sus nietos ignorábamos.
Gracias por estos recuerdos. De alguna manera oscura son también son los míos, aunque yo sea una intrusa.


18
¿Leyendo “la Regenta” con tu abuela junto al fuego? Qué momento inolvidable y mágico. :-)


19
Parece que en cualquier momento van a aparecer por el patio a ‘bacinear’, Plinio, el jefe de la GMT y su compañero de aventuras don Lotario.
Esta entrada hubiera tenido toda la consideración de Fco. García Pavón. Sin duda.

:-)

Sí, bueno, con el libro que más disfrutamos fue “Fray Perico y su borrico”, de Juan Muñoz Martín. Pero es que las abuelas suelen tener muchísima paciencia.


20
Todos los libros son buenos. :-)


21
Es impresionante la vastedad de cosas que confluyen en cada persona.

Congrats!