lunes, 21 de diciembre de 2015

Feliz Navidad





















Azulejería del siglo XVII de la ermita de Piedraescrita (Toledo)

A todas las personas que visitáis este blog os deseo

Feliz Navidad
y un año
2016

lleno de ventura , salud, amor y trabajo.




viernes, 18 de diciembre de 2015

Un golpe de alegría, por Antonio Muñoz Molina







En su web, Antonio Muñoz Molina escribió ayer esta entrada
http://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2015/12/un-golpe-de-alegria/

"Bajaba distraído las escaleras del metro y hacia la mitad me tomó por sorpresa la alegría: en el andén había dos músicos tocando y cantando una de esas canciones de los Beatles que parecen contener toda la felicidad y toda la melancolía, el puro presente y el velo del pasado: “And I Love Her”. La armonía de las dos voces jóvenes la subrayaban una guitarra y una mandolina. Era como tener quince o veinte años y como acordarse de haberlos tenido. Era sentir que el tiempo no ha amortiguado la capacidad de estremecimiento, la expectativa de vivir. Me acordé de cuántas veces me gusta la aparición de una mandolina en la música: En Don Giovanni, cuando el muy sinvergüenza le da una serenata bajo el balcón a Donna Elvira; en el concierto para dos mandolinas de Vivaldi; en uno de los pasajes más misteriosos de la Séptima de Mahler. Los Beatles con mandolina son un estupendo hallazgo en este túnel del metro. Y además me acuerdo de que mi hijo Arturo toca de vez en cuando, además de la guitarra, una mandolina, que se corresponde muy bien con su actitud sigilosa en el mundo, y en el grupo de música del que forma parte. Dejé pasar un tren para seguir escuchando a que terminara la canción."


Angela, una lectora de dicha página comentó ayer:

Pues tu alegría me ha llevado a este derroche de diversión. ¡Musicaza!


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Forja nº 28, la Revista de Los Navalmorales: Diciembre de 2015



Como ya sabéis, en Los Navalmorales hay una asociación, la Mesa de Trabajo, que edita una revista llamada Forja. El número 28 ha salido hoy, 18 de diciembre. 
Si quieres leerla, pincha en este enlace:



En sus casi cuarenta páginas hay muchos artículos, pero destacan los dedicados a los Humos de las fábricas de orujo del pueblo. Como sabéis, en Los Navalmorales (Toledo) se fabrica un aceite virgen de oliva extraordinario, obtenido en las almazaras sin perjudicar el medio. Pero los residuos de centenares de aceiteras de muchísimos pueblos vienen a las fábricas de orujo de Los Navalmorales, y ocasionan, al menos aparentemente, una clara contaminación del ambiente. Y claro, este es un asunto que preocupa mucho a los vecinos.

En el nº 28 de Forja, entre otros artículos, sobresale el dedicado a la Estrella Cervantes: Uno de los impulsores, el profesor Javier Gorgas, es de Los Navalmorales, y este otoño dio una conferencia en la biblioteca del pueblo sobre este asunto apasionante. Hoy ya podemos hablar de una estrella llamada Cervantes.

Os pongo aquí enlaces a otros números anteriores. Es recomendable leer Forja en el ordenador o en una tableta grande, mejor que en el móvil. Y para los de Los Navalmorales, aún mejor si lo imprimís y, sobre todo, si lo difundís por el pueblo, directamente y a través de las redes sociales.



A ver si llueve, e incluso no estaría mal que nevara..
Un saludo.












sábado, 12 de diciembre de 2015

Paseo por el Madrid medieval y Pedro de Répide

        

En el recorrido por el Madrid medieval que publicamos hace unos días, hemos añadido algunas cosas, y lo seguiremos haciendo cuando proceda, después de una conversación con nuestro amigo Miguel Ángel. Nos referimos a Pedro de Répide y a la calle de la Morería, calle que aparece en nuestro paseo por el Madrid medieval, cuando vamos andando desde la plaza de la Cruz Verde al barrio de la Morería. Y ese texto añadido es el siguiente:


“Al subir por la calle de la Morería, nos fijamos en una placa que hay, en el número cinco, dedicada a Pedro de Répide, escritor nacido en esta castiza calle en 1882. Poco sabemos de Répide la verdad, salvo uno de nosotros, Miguel, quien nos ilustra al respecto y nos dice que este escritor y cronista de la villa fue un hombre culto y elegante que retrató como pocos las costumbres madrileñas del siglo XIX y primer tercio del XX. En 1937, durante la guerra civil, se marchó de España y vivió en Venezuela durante once años. Sus incursiones en la novela histórica, de un rigor casi galdosiano, su abundante literatura sobre "el otro Madrid", sus simpatías pro-soviéticas y la estimación oficial y el título de Cronista de la Villa durante los periodos liberales o republicanos del primer tercio del siglo XX, le depararon, a su regreso en 1946 a la España de Franco las consecuentes dosis de rechazo y marginación, a las que quizá contribuyó su conocida homosexualidad. Murió en 1948. Nunca en vida, nos dice,  pudo ver reunido en un libro su titánico esfuerzo manuscrito tras pisar y notariar las entonces 1.044 vías de la ciudad: su obra Las Calles de Madrid sólo verá la luz en 1971, un monumento documental de la villa.”


Don Pedro de Répide vive en la noche

En el Periódico El país del 15 de febrero de 2015, Rafael Fraguas escribió este artículo:



“Un hombre embozado en una capa de paño azul cruza como una sombra compacta la noche de Madrid. Su figura, alta y enjuta, se detiene a veces y gira levemente en derredor. Tras alzar la mirada ante la cartela de una vía pública, se aproxima a la luz de una farola y una mano emerge bajo su ropón para escribir con fugaz trazo sobre una libreta veloces anotaciones. Prosigue después su caminar en una dirección, impredecible, hacia la cual avanza con impetuosa firmeza.
Luego de completar un raro circuito por el prieto dédalo de callejuelas, portillos y plazuelas de la añeja Mantua de los Carpetanos el hombre, cuyo rostro emite reflejos de un polvo blanquecino, se adentrará en una casa aromada por densos efluvios de tinta. Al amor de una pequeña estufa, circundado de algunos jóvenes que le observan con temor reverente -asegura descender de la última reina de Chipre- se acomoda y sobre su atril comienza a escribir a mano con pausada delectación. Es Pedro de Répide, el periodista madrileño que regresa de extraer a la ciudad los secretos de la trama que trenza su millar de calles, plazas y vías públicas. La historia de nueve de cada una de ellas se va a publicar semanalmente durante cuatro años consecutivos, entre 1921 y 1925 en el diario El Liberal, primero, y La Libertad después.
Sus artículos, cargados de información - a veces salpimentados de crítica política-, desgranan los avatares, gozos y tribulaciones acaecidos en esa malla callejera que él, fundiendo delicadamente cada fragmento, tejerá en un relato cargado de historia y de sentido, que rezuma hondo amor a la libertad y afección a la ciudad que le vio nacer en la plaza de la Morería, a un suspiro de las Vistillas, en el año de gracia de 1882. Su vida, siempre en claroscuro, se vio trufada de enigmas y silencios, ceñida entre en galeradas para obras de teatro, novelas y reportajes. Fructíferas estadías en París, cerca de la reina exiliada Isabel II, más periplos por Rusia y el Extremo Oriente jalonaron sus mejores días, en los que se vio cortejado por cierta nombradía literaria.
Al poco de estallar la Guerra Civil, horrorizado, abandona España en 1937 y, vía Tánger, recala en Venezuela. Herido por el dolor de patria, la nostalgia, regresa aquí en 1947 y al año siguiente, casi perdido en el anonimato, muere. Mas el mejor cronista que la ciudad hubo, nunca en vida pudo ver reunido en un libro su titánico esfuerzo manuscrito tras pisar y notariar las entonces 1.044 vías de la ciudad: su obra Las Calles de Madrid sólo verá la luz en 1971, en una edición prologada por Federico Romero, ilustrada por Esplandiú y con brillante epílogo de un primo segundo de Répide, al que llamaba tío Pedro, el diplomático Alfonso de la Serna. Hoy, Madrid cuenta con una reciente séptima reedición, ilustrada, de ese monumento documental que da fe de tan trepidante acontecer y que el hombre embozado y misterioso edificó tras recorrer palmo a palmo -tal es el Periodismo-, el lar que nadie como él supo tan certera y amenamente historiar.


  Blog del profesor Antonio Lajas



Artículo sobre Pedro de Répide

 “Un hombre embozado en una capa de paño azul cruza como una sombra compacta la noche de Madrid. Su figura, alta y enjuta, se detiene a veces y gira levemente en derredor. Tras alzar la mirada ante la cartela de una vía pública, se aproxima a la luz de una farola y una mano emerge bajo el ropón para escribir con fugaz trazo sobre una libreta veloces anotaciones. Prosigue después su caminar en una dirección, impredecible, hacia la cual avanza con impetuosa firmeza”. Ese es el retrato que de Pedro de Répide Gallegos esbozaba Rafael Fraguas en el diario El País, el 15 de febrero de 2012, como complemento al anuncio de la séptima reedición de Las calles de Madrid. La obra no será la mejor desde el punto de vista literario pero seguro que es la que más prestigio y reconocimiento ha dado desde la posteridad a este madrileño de carnet y de corazón que entretuvo sus días dándole trabajo a la pluma, prácticamente desde el día que naciera en una calle tan castiza como la de La Morería, un 8 de febrero de 1882. Sus orígenes han dado mucho juego a las suposiciones, alimentadas en cierta medida por él mismo, que decía descender de la realeza chipriota y que jugaba al despiste alterando su segundo apellido y diciendo que era Cornagos, precedido por una Y un tanto pedantesca aunque medianamente aristocrática. Se desconoce quiénes eran sus padres, apuntándose en su día que incluso podía ser hijo bastardo de la reina Isabel II. El interrogante se lo llevaría a la tumba este vecino de la Villa y Corte, de pura cepa, que escribió una parte de su producción madrileñista bajo el pseudónimo de El ciego de las Vistillas, que cursó Derecho y Filosofía y Letras en la antigua Universidad Central de Madrid y que publicó sus primeros escritos a los 19 años, en los albores del Modernismo español. Posteriormente, viajaría a París para completar estudios en la Sorbona y allí también prestaría sus servicios como secretario particular de Isabel II, a la sazón en el exilio. Al morir la reina en 1904 vuelve a la capital donde se dedicará en cuerpo y alma a escribir y colaborará en todo tipo de publicaciones tanto periodísticas como literarias. Blanco y Negro, El Cuento Semanal, La novela corta, El Liberal y La Libertad, entre otras, verán estampada la firma de Répide en sus páginas. En esta última publicación comenzarán a aparecer en mayo de 1921 una serie de artículos, bajo el título de Guía de Madrid,  “interesantes, documentados, con buen humor y un apasionado amor por la capital”, a juicio de los críticos del momento. En ellos plasmará con luz y taquígrafos su auténtica pasión y el motivo de fondo de su carrera como escritor, es decir, la ciudad de Madrid. Los artículos estuvieron publicándose ininterrumpidamente hasta el 15 de noviembre de 1925, completando una disección detallista y pormenorizada de las más de mil calles -en concreto 1044- que componían el censo topográfico de la capital en esa época. Ahí estaba el argumento de su obra principal mencionada anteriormente, Las calles de Madrid, que, sin embargo, no sería publicada como un todo hasta 1971, más de veinte años después de su muerte. Se trata de un callejero donde el autor deja constancia del origen de los nombres de las vías, sus leyendas, sus historias, sus tradiciones, sus anécdotas, los personajes célebres que han vivido en ellas y en definitiva cualquier dato que por curiosidad o por razones de más o menos peso pueda ser de interés para el lector. La obra es de culto y referencia hoy en día para quienes quieran/queramos acercarnos y conocer los secretos más íntimos de las rúas madrileñas. Como fuente de información es inagotable y casi siempre rezuma el añejo sabor de la tradición matritense, que nace con Mesonero y que tiene en Répide un digno seguidor, al que quizás no le haya tomado el relevo nadie con igual pasión. Madrid será el marco geográfico donde desarrolle el resto de su producción literaria que abarca desde artículos costumbristas – Del Rastro a Chamberí-, a novelas –Los cohetes de la verbena– o biografías –Isabel II-, siempre a caballo entre el Modernismo y el costumbrismo decadentista con influencias vanguardistas. Hablando de vanguardia hay que recordar a Rafael Cansinos Assens, vecino de Pedro de Répide, quien cruzándose con él en el inmueble de La Morería, le avisaba de que el ayuntamiento de Madrid se vería en la obligación de ponerle el nombre de ambos a sendas calles. Lo cierto es que sólo nuestro hombre podría hoy, si viviera, vanagloriarse de ello pues cuenta con una humilde rúa puesta a su nombre entre el paseo de Extremadura y la Vía Carpetana, más allá del puente de Segovia. No podemos olvidar que en 1923 el consistorio madrileño lo nombró cronista oficial de la Villa y Corte en razón a sus conocimientos del Madrid castizo y de la tipología popular de zonas tan tradicionales como Lavapiés, Chamberí o el Rastro.
La guerra, el exilio y el olvido
Pero el destino no fue generoso con Répide como con tantos españoles, allá por mitad de la década de los años 30 del siglo pasado. Al poco de producirse el golpe de estado del general Franco decide abandonar su Madrid y su país, horrorizado por lo que ve. El camino del exilio lo iniciará en 1937 rumbo a Venezuela, vía Tánger y únicamente volverá a Madrid en 1947, poco antes de fallecer, solo, abandonado y en el más injusto de los anonimatos. Su homosexualidad no cabe duda de que tendría bastante que ver con ese darle la espalda la España de la posguerra, pues se trataba de un hombre que no había sabido, querido o podido esconder esa condición en tiempos anteriores. Rafael Cansinos Assens se atrevió en su día a describir las trazas que presentaba en público Répide y que de ninguna manera podían ser admitidas por la pacata y estrechísima moral franquista. Dichas palabras, de uno de los adalides de la vanguardia española, están tomadas de un artículo aparecido en el diario ABC, firmado por Asís Lazcano y publicado el 26 de diciembre de 1998, cuando se cumplían 50 años del fallecimiento de este topógrafo literario. Decía Cansinos que los compañeros de generación le miraban como se ve pasar a un fantasma, “solitario y evasivo, con traza de organillero, tras los chulos de los barrios bajos. Su cara empolvada, sus gestos amadamados, lo traicionaban”. En el mismo artículo Lazcano recoge palabras similares de González Ruano, quien lo describe como “gangoso, con voz de fonógrafo, divertido, ocurrente, oliendo a perfume barato y a churros de verbena”. Por último, Gómez de la Serna, el autor de las greguerías e introductor en España de los ismos, lo compara con un domador de leones, según refleja en su artículo el crítico de ABC. Hechuras que si hoy algo nos dicen es que se trataba de un hombre que tuvo que bregar contra mucha incomprensión y padecer la más rancia hipocresía social en carne viva. Pocos son los homenajes o adjetivos que ha recibido y aunque quizás sería excesivo situarlo en un lugar preferente en el olimpo de los dioses de la literatura del primer cuarto del siglo XX, no cabe duda de que al menos un humilde rincón se merecía, similar a aquel de la calle de La Morería, en el que, con paciencia de monje amanuense, al calor de una pequeña estufa y entre efluvios de tinta, se acomodaba y, sobre un atril, comenzaba a esbozar la biografía de la más insospechada vía capitalina.





jueves, 10 de diciembre de 2015

Ante el 20-D: Por qué están todos los partidos contra el PSOE

Hace cuatro años el PSOE perdió las elecciones y el PP obtuvo mayoría absoluta. A pesar de la corrupción y de los durísimos recortes, las encuestas dan al partido del Gobierno, el PP, 128 diputados; son 58 menos, pero sigue siendo el partido más votado. El PSOE, a pesar de haber estado en la oposición, perdería 22 diputados. IU perdería 8. Los partidos emergentes obtendrían 112 diputados, 64 Ciudadanos y 48 Podemos.
Ciudadanos es un partido de derechas moderno, conservador y de corte ultraliberal. Y aunque no lo parezca, también se reclama del 15-M en algunas de las inquietudes de este movimiento heterogéneo, sobre todo en lo referente al bipartidismo. Hoy podrían ser las Juventudes del PP, eso sí, renovadoras. Yo creo que apoyarán al PP si es el más votado, quizá con su abstención, nunca con su voto en contra. Leed su programa; os llevaréis una sorpresa.
Podemos es un partido que se dice expresión del 15-M y de las mareas contra los recortes. Sus dirigentes proceden de las Juventudes Comunistas y de los Movimientos anticapitalistas y antiglobalización, y han aprovechado muy bien la dureza de la crisis para abanderar la crítica al sistema. Sin embargo han cambiado de estrategia y ahora se muestran reformistas y socialdemócratas. Incluso hacen pinza con el PP para cargar contra el PSOE.
PP contra PSOE. Ciudadanos contra PSOE. Podemos contra PSOE. ¿Por qué? Porque es el único partido que puede formar un gobierno alternativo al del PP. Y el PP disfruta viendo cómo disputan los partidos emergentes sus fronteras de voto con el PSOE, uno por la derecha y el otro por la izquierda. Después de la que ha caído, tendría que ser todos contra el PP, por su nefasta gestión de la crisis, pero no sucede así. Los periódicos y las televisiones dan buena cuenta de ello, ayudando también en esta pelea cruzada.
Pedro Sánchez está aguantando pasablemente bien pero los dirigentes de su partido podrían arrimar mucho más el hombro, digo yo, sobre todo los más veteranos. ¿Dónde está la lengua viperina de Alfonso Guerra, por ejemplo?
Hay que mandar al PP a la oposición y eso solo se logra con un PSOE fuerte.
Los emergentes salen ahora a la luz pero tienen una historia y un programa. Ciudadanos representa una derecha neoliberal moderna bajo un manto de centro juvenil. Podemos es una moderna izquierda radical, que no ha querido ir junto a IU para no recordar su pasado, pero que en modo alguno es socialdemócrata como pretende fingir.
Con un Congreso como dice la encuesta del CIS tenemos gobierno del PP para otros cuatro años, y seguirán con su neoliberalismo recortador de lo público. Eso sí, en el Congreso habrá dos partidos emergentes que ya no se meterán con la casta porque serán, por fin, casta también. Pero la casta de verdad, la de toda la vida seguirá mandando.
Esto ocurrirá el 20-D salvo que los ciudadanos piensen como me decía hace ya muchos años un señor que entonces me doblaba en edad:
“Cuando voy a votar pienso que mi voto será el voto decisivo para que sea presidente  del Gobierno un candidato determinado u otro. Y entonces no pienso en quién es muy bueno o muy malo. Pienso en quién me tratará mejor a mí (o menos mal) y en quién tratará mejor al conjunto de los españoles (o menos mal). “
Si he perdido el 20% de mi sueldo en los últimos cuatro años; si hay aún más parados que hace cuatro años; si la corrupción anidó sobre todo en el partido que ha gobernado, siguiendo los consejos de aquel viejo amigo, ¿voy a votar al PP? Pues no. ¿Votaré a Ciudadanos? Pues tampoco, por su política económica ultraliberal. ¿Votaré a Podemos? Pues tampoco, porque en un año han pasado de radicales contra la casta a moderados socialdemócratas: No me fío. ¿Votaré al PSOE? Pues sí, porque cuando gobernaron, desde 1982 es cuando mejor me he sentido tratado, a pesar de muchas cosas, y porque son los artífices del estado del bienestar en España. Y se trata de que, aprendida la lección, pasen de nuevo al gobierno a ver qué puede hacerse en estos próximos años.


lunes, 7 de diciembre de 2015

El Madrid medieval

Después de diversos preparativos, un grupo de amigos vamos a recorrer el Madrid medieval. Todos hemos paseado muchas veces por sus calles y plazas, y hemos disfrutado en sus bares y sus terrazas. Pero nos falta un relato de la ciudad antigua, una visión de conjunto que una esos elementos que conocemos, y que los dote de un contenido que nos permita ubicar lo que pudo haber en lo que ahora contemplamos.

Hemos leído folletos y libros, hemos visto fotos y vídeos, hemos oído canciones y leído romances. Pero nos falta ese paseo sosegado que nos acerque al tiempo lejano. El misterio de las piedras y la curiosidad nos va a permitir este recorrido de ida y vuelta de la edad Media al mundo actual. Es lo que solemos hacer cuando viajamos, sobre todo si es a lugares remotos. Pero pensemos por un momento que quizá lo más remoto es viajar en el tiempo, y más aún si pretendemos hacerlo en el lugar en el que vivimos, donde cuando vamos andando apenas si miramos a nuestro alrededor, de pura rutina ya. 

Van a hacer de guías nuestros amigos Ana y Antonio. Ana nos va a explicar cómo era el Madrid medieval, y en nuestro caminar intentará trasladarnos a ese pasado remoto. Antonio se ocupará de unir lo que Ana nos cuente con lo que hubo después y con lo que vemos en la actualidad. Dos voces complementarias que buscarán una tercera, la nuestra, la de los amigos deseosos de saber más de Madrid. Una ciudad que, desde su génesis, nunca ha sido amante de la endogamia y de la exclusión sino del mestizaje, de la creatividad y de las ganas de vivir. 
Desde la plaza de la Armería

Hemos madrugado en esta mañana fría de finales de noviembre. Después de desayunar en un café de la plaza de Oriente, caminamos por la plaza de la Armería, la explanada que hay entre la Catedral y el Palacio Real. Al fondo de la misma, nos acercamos a la verja que da al Campo del Moro y desde allí miramos con detenimiento la sierra de Guadarrama. Luego contemplamos el altozano donde se levanta el Palacio. Ana va a comenzar su relato. Nos disponemos en un semicírculo a su alrededor y miramos hacia la cercana ribera del Manzanares. Ana nos pide, en un esfuerzo de imaginación, que nos traslademos trece siglos atrás. 
Allá por los primeros años del siglo VIII los vecinos que probablemente vivían a orillas del arroyo de san Pedro debieron ver pasar con indiferencia las tropas de los jefes árabes Tarik y Muza, ocupados en procurarse la subsistencia diaria. Algún tiempo después, acogerían con la misma indiferencia la construcción de una torre-atalaya en la colina que hoy ocupa el Palacio Real, desde la que algunos guerreros árabes vigilaban los caminos que llegaban desde la sierra de Guadarrama.
Sucedió que los nobles asturianos, leoneses y castellanos, mandados por su rey Alfonso III, empezaron a fortificar las poblaciones de las riberas del Duero y se fueron convirtiendo en un peligro real para los árabes, razón por la que el tercer emir de Córdoba, Muhamad I, ordenó reforzar los pueblos y villas de la falda sureste de la sierra y del valle del Jarama. Así quedarían aseguradas la defensa y las comunicaciones de la ciudad de Toledo. 
Ana deja suspendido su relato; quiere que nos demos cuenta de cómo Madrid nace en aquel altozano privilegiado y de que su función primordial era la vigilancia de los caminos de la sierra, una torre más de un conjunto de atalayas de la Marca Media para frenar el empuje de los reinos cristianos del norte. Mientras vamos andando hacia la calle de Bailén, camino de la cuesta de la Vega, una fila compacta de turistas espera para entrar en el Palacio Real, una fila en la que predominan los japoneses, si bien se oye hablar también en ruso y en un español con deje mejicano. Antonio reclama nuestra atención mientras avanzamos por la plaza de la Armería, que, según nos dice, fue terminada ya muy entrado el siglo XIX, en 1861. Y prosigue con su información.

El actual Palacio Real, de estilo neoclásico, fue levantado según un proyecto de Juan Bautista Sachetti, en el siglo XVIII, sobre el solar del alcázar de los Austrias, un alcázar que antes fue musulmán. El primer rey que lo habitó fue Carlos III de Borbón y el último Alfonso XIII. Durante la II República fue sede de la Presidencia de la misma y recibió el nombre de Palacio Nacional. Terminada la guerra civil, Franco prefirió usar el palacio de El Pardo como sede de la Jefatura del Estado y abrir este espacio en muy contados actos oficiales. Restaurada la Monarquía en 1975, los Reyes, aunque habitan en el palacete de la Zarzuela, utilizan el Palacio Real para recepciones y actos solemnes. Hoy depende de Patrimonio del Estado, un ente público que lo administra como museo y espacio de exposiciones muy apreciado por los viajeros y turistas que visitan Madrid.
Cerrando la plaza de la Armería podemos contemplar la Catedral de Madrid. Dedicada a la virgen de la Almudena, se decidió su construcción a finales del siglo XIX, en el reinado de Alfonso XII, cuando se creó la diócesis de Madrid. Se procedió al derribo de la iglesia del mismo nombre, cuyos cimientos pueden contemplarse en la cercana calle de la Almudena y se comenzaron las obras de la Catedral con un proyecto del marqués de Cubas. Después de muchas vicisitudes se terminó un siglo después, de acuerdo con las reformas introducidas por Chueca Goitia.
En la puerta de la Catedral un grupo de mendigos elige el mejor emplazamiento para esta jornada fría que les espera. Al verlos, nos acordamos de Galdós y de algunos personajes de Misericordia. Doblamos la esquina y llegamos al lugar donde estuvo la Puerta de la Vega. Aquí Ana nos invita a mirar unos paneles, que explican, con planos, gráficos y textos, todo este parque dedicado al emir Muhamad. Después nos colocamos en torno a una precisa maqueta de la ciudad medieval. 
Parque del emir Muhamad
La ciudadela que mandó construir Muhamad I, en el año 852, fue más bien modesta, pero suficiente para una población tan exigua. Ocupaba  el actual Palacio Real, la Almudena, la calle de Bailén, la cuesta de la Vega y la plaza de Oriente. La antigua torre-atalaya fue sustituida por un alcázar rectangular. A su lado se situaba la medina, donde estaban la mezquita mayor y los baños. Alrededor de la medina fortificada, llamada también almudaina, estaba la muralla principal, y daban acceso a aquella tres puertas: la de la Sagra, la de Santa María y la de la Vega. 
Una segunda muralla acogía el primitivo arrabal, en el que tenían los musulmanes sus casas, sus talleres y su mercado. En el recinto amurallado, las calles eran estrechas y retorcidas, acordes con las normas tradicionales del urbanismo árabe. Aquí podemos ver un lienzo de la muralla, hecha de cal y canto, reforzado con cubos y torreones de piedra. Fuera de este recinto amurallado, en la colina de las Vistillas, vivían los primeros cristianos, llamados mozárabes, que desde antiguo habitaban las casas cercanas al arroyo de san Pedro, en la calle de Segovia. 
De la época del reinado de Alfonso VI, que según la tradición entró en Madrid por la Puerta de la Vega en el año 1083, data la leyenda del hallazgo de una imagen de la Virgen dentro de la muralla, cuando se desmoronó una parte de la misma. Los habitantes la bautizaron con el nombre de Almudena, aludiendo al lugar donde apareció, o sea, la almudaina. Y se levantó en su honor la iglesia de santa María de la Almudena, cuyos restos aún se conservan, como os decía antes Antonio.

Este lienzo de la muralla musulmana fue descubierto en 1953, al derribarse el palacio del marqués de Malpica. A pesar de ser declarado monumento histórico-artístico un año después, una parte fue demolida parcialmente, y desapareció uno de los torreones para edificar esta casa que, como veis, se sitúa junto al viaducto. Una parte del lienzo está tras de una verja, bajo la casa, lo que impide nuestro acceso y la contemplación completa del mismo.
Llama la atención el poco respeto hacia este monumento por parte de los organismos encargados de velar por él, pues durante más de treinta años este espacio estuvo abandonado a su suerte. Pero el Ayuntamiento, en 1987, puso los medios para que los restos de la muralla se mostrasen remozados, cuidados e integrados en el conjunto del nuevo parque, dedicado al emir Muhamad. 
En cuanto a la Puerta de la Vega, diremos que fue derribada en 1708 y en su lugar se levantó una nueva, más ornamental, que fue demolida en el siglo XIX.

Vamos avanzando por el interior del parque y miramos con detenimiento los trabajos de restauración del lienzo de la muralla que está bajo la casa antes citada. Una casa en cuya última planta tiene su residencia el cardenal Rouco Varela, antiguo arzobispo de Madrid. Por nuestra imaginación se cruza una asociación de ideas: nos gusta más la metáfora de la imagen de la Almudena aparecida en la muralla que la impostación del cardenal Rouco viviendo sobre la muralla musulmana. Una nos parece sutil y legendaria; la otra, conlleva  arrogancia y ostentación. Observamos el fuerte desnivel hacia la calle de Segovia y la ladera que gatea hacia la colina que hay al otro lado, el parque de las Vistillas. Pasamos literalmente bajo el Viaducto y apreciamos cómo se ha incorporado a este espacio añadiéndole gracia aérea.

A finales del XIX  se construyó el primer Viaducto pero diversas deficiencias concluyeron que era mejor sustituirlo por otro, cosa que se hizo entre 1934 y 1942. Desde él se contemplan dos panorámicas estupendas, una hacia la ciudad medieval y la otra hacia la Casa de Campo. Lugar común es que era el sitio preferido de los suicidas aunque la estadística contradijera tal afirmación. Pero eso no supuso impedimento para que cierto alcalde beatón mandase poner, en 1998, unas mamparas de horrorosa estética con el fin de evitar el salto mortal de los suicidas. Bien hubiera hecho el señor alcalde en dar parte de sus sustanciosas prebendas a algunos pobres suicidas; esa obra de misericordia hubiese dado más frutos que el revestimiento de las mamparas.
En fin, dejemos atrás el Viaducto y sigamos hacia el pretil de los Consejos, que está junto al palacio del duque de Uceda, rival del rey Felipe III.  Constituye dicho palacio el prototipo de casa señorial barroca del siglo XVII, levantada según proyecto de Gómez Mora. Hoy alberga el Consejo de Estado y la Capitanía General.

Descendemos por unas empinadas escaleras hasta la calle de la Villa. En el número dos de dicha calle, una placa nos recuerda que allí estuvo, en el siglo XVI, el estudio de Humanidades que regentó López de Hoyos y al que asistió Miguel de Cervantes, estudio que luego se trasladó al Colegio Imperial de la calle de Toledo, el actual instituto de san Isidro. Enfrente, otra placa nos avisa de que allí nació, en 1792, Eugenio de Aviraneta, personaje histórico que inspiró a Pío Baroja para algunas de sus novelas. 

Plaza de la Cruz Verde 



Madrid era una ciudad fronteriza, abierta a todos los caminos y habitual parada de moros y cristianos, ya que a menudo se celebraban en ella mercados y ferias muy frecuentados. El nombre de la ciudad es una incógnita y da pie a opiniones para todos los gustos. La etimología más aceptada es la que sostiene que el nombre de esta villa viene de la palabra árabe ‘mayrás’, que significa “pozo de oxigenación de agua”. Como en la época medieval se abrieron muchos pozos y se realizaron muchos viajes o conductos de agua, hay razones para pensar que ‘Mayrit’ se llamó así como fruto de los esfuerzos de los madrileños para conseguir un suministro estable de agua. 
El interior de la ciudad, una vez conquistada por el rey cristiano Alfonso VI, no responde al modelo del urbanismo cristiano, de calles rectas y manzanas regulares, sino que, al ubicarse en el espacio que antes fue musulmán, sigue teniendo calles estrechas y retorcidas. La ciudad ocupaba veinticinco hectáreas aproximadamente y contaba con dos calles principales: Sacramento y Mayor. Apenas había espacios abiertos en su interior, solo algunos ensanchamientos como las plazas de la Paja y la de san Salvador.
Parece que esta plaza de la Cruz Verde debe su nombre a la Inquisición, siempre relacionada con el color verde. Recordemos que la expresión ‘poner verde’ procede del hecho de colocar un manto de dicho color a los acusados de herejía en los autos de fe. Es probable que, después de los actos del Santo Oficio, aquí se colocase la gran cruz utilizada en tales ceremonias.
Hoy es recordada la plaza también por tres hechos: uno, la fuente del siglo XIX, colocada junto a la tapia del huerto de las monjas del convento de Sacramento, con una diosa Diana que procede de otra fuente, la que hubo en Puerta Cerrada; dos, que en el número 10 habitó durante algunos años del siglo XVIII el arquitecto Ventura Rodríguez; y tres, que en ella tuvo lugar un espantoso atentado de ETA en los años de la transición. 
Dejamos la plaza de la Cruz Verde, muy cerca de la cual está la calle del Rollo, quizá llamada así porque en ella se erigiera el rollo jurisdiccional, levantado en piedra, símbolo de la autoridad de la Villa, y atravesamos la calle de Segovia, que discurre por donde corría el arroyo de San Pedro camino del Manzanares. Cerca está la casa del Pastor, una casa envuelta en la leyenda y sobre cuyas ruinas hace unos años fue levantado un edificio que conserva un valioso escudo en su fachada lateral, el más antiguo de la Villa, datado en el siglo XVII. 

Plazas del Alamillo y de la Morería



Por la calle del Alamillo entramos en el barrio de la Morería, donde todo el trazado de calles y plazas forman un pequeño dédalo de resonancia árabe. Calles como las del Toro, del Granado, de Alfonso VI y de Yeseros, y plazas como las del Alamillo y de la Morería, donde casi seguro que estuvo ubicada una mezquita, ya en época cristiana, y donde se colocarían las tiendas y puestecillos del zoco. Muy cerca, en la calle de Caños Viejos hubo una fuente y unos baños, que se abastecerían de alguno de los viajes de agua existentes.
“Al subir por la calle de la Morería, nos fijamos en una placa que hay, en el número cinco, dedicada a Pedro de Répide, escritor nacido en esta castiza calle en 1882. Poco sabemos de Répide la verdad, salvo uno de nosotros, Miguel, quien nos ilustra al respecto y nos dice que este escritor y cronista de la villa fue un hombre culto y elegante que retrató como pocos las costumbres madrileñas del siglo XIX y primer tercio del XX. En 1937, durante la guerra civil, se marchó de España y vivió en Venezuela durante once años. Sus incursiones en la novela histórica, de un rigor casi galdosiano, su abundante literatura sobre "el otro Madrid", sus simpatías pro-soviéticas y la estimación oficial y el título de Cronista de la Villa durante los periodos liberales o republicanos del primer tercio del siglo XX, le depararon, a su regreso en 1946 a la España de Franco las consecuentes dosis de rechazo y marginación, a las que quizá contribuyó su conocida homosexualidad. Murió en 1948. Nunca en vida, nos dice,  pudo ver reunido en un libro su titánico esfuerzo manuscrito tras pisar y notariar las entonces 1.044 vías de la ciudad: su obra Las Calles de Madrid sólo verá la luz en 1971, un monumento documental de la villa.”



Las Vistillas

Subimos por la calle de la Morería, llena de pequeños cafés y restaurantes, que en el ambiente de las noches de verano podría evocarnos cualquier medina árabe actual, y cruzamos la calle de Bailén hacia la explanada de Las Vistillas. Este mirador es quizá el más bonito de Madrid y en el buen tiempo en él se instalan las terrazas con las vistas más hermosas de la ciudad, unas vistillas de la sierra de Guadarrama matizadas de un cielo azul único que mostró Velázquez en varios de sus cuadros. Vemos al otro lado del Viaducto la Catedral y el Palacio Real y tomamos conciencia de la hendidura de la calle de Segovia y de la importancia de la misma en la conformación urbana de la villa. 
A fines del siglo X  el afán de riqueza tentó al rey Ramiro II de León, quien forzó las puertas de las murallas, destruyó casas y se retiró con un rico botín. La ciudad de Madrid volvió a ser atacada después por Fernando I y en el año 1083 fue incorporada al reino de Castilla por Alfonso VI, el mismo rey que conquistó Toledo. El concejo trató de reforzar la muralla y mantenerla  en buen estado, pues la ciudad siguió siendo una fortaleza disputada durante bastante tiempo.
En este barrio de las Vistillas vivían los árabes y los judíos; ocupaban las calles que antes fueron de los mozárabes, aunque hay autores que sitúan en este barrio a vecinos musulmanes desde la época de Muhamad. En la antigua medina y en el arrabal inicial habitaban los guerreros y los artesanos cristianos. 
Ante el aumento de la población fue necesario construir una nueva muralla, que acogiera todos los barrios que habían ido quedando fuera del antiguo recinto. Arrancaba la nueva muralla del alcázar, seguía por la Puerta de la Vega y bajaba hasta el arroyo de la calle de Segovia. Por la cuesta de los Ciegos subía a este barrio de Las Vistillas y llegaba a la Puerta de Moros. Desde allí, por la Cava Baja, iba hasta Puerta Cerrada; como en aquella parte no había desniveles, hubo que hacer fosos, o cavas, para asegurar la protección. Seguía la muralla por la Cava de san Miguel y llegaba a la Puerta de Guadalajara, junto a la plaza de las Platerías, la actual calle Mayor. Después, por las calles del Espejo y de la Escalinata, se dirigía a los Caños del Peral, donde está la actual plaza de Isabel II, en Ópera. Continuaba hacia la Puerta de Valnadú y, de nuevo, hasta el alcázar.
Nos adentramos de nuevo en el barrio de la Morería y subimos por la calle de los Mancebos, donde Antonio nos invita a  contemplar, detrás de una verja, un fragmento de la muralla en la parte baja de un edificio de varias plantas. Avanzamos hasta una amplia explanada, que reúne cuatro espacios que nacieron con funciones y características distintas a lo largo del tiempo, y que hoy van cobrando una cierta homogeneidad. Nos referimos a la Plazuela de san Andrés, la plaza de los Carros, la Puerta de Moros y la plaza del Humilladero. 

Puerta de Moros y Plaza de los Carros



La Puerta de Moros y la plaza de los Carros, junto con la plaza de la Paja, eran los lugares comerciales por excelencia del Madrid de la baja edad Media. Allí se compraban y vendían legumbres y granos en los mercados que cerca de ellas se ubicaban, ya que normalmente faltaban espacios abiertos en el resto de la Villa. La Puerta de Moros, que daba acceso a los viajeros procedentes de Toledo, era una de las de mayor tráfico en aquella época y quizá deba su nombre a la proximidad del barrio de la Morería. Se dice que era la única puerta por la que podían entrar y salir de la ciudad los judíos y mahometanos en la época de dominación cristiana.
La cercana iglesia de san Andrés fue una de las primeras parroquias del Madrid cristiano y ya figuraba en el fuero de 1202. Levantada quizá en un solar ocupado anteriormente por una primitiva iglesia cristiana del Madrid islámico, fue muy frecuentada por san Isidro y su esposa. Frente a ella había un espacio abierto dedicado a mercado y a cementerio, que sería lo que después se conoció como plaza de san Andrés. Este espacio contiguo comunicaba la iglesia con el cercano convento de san Francisco, y era aquí donde se dejaban los carros que llevaban cebada a la plaza cercana del mismo nombre.

La iglesia de san Andrés fue reformada, en estilo gótico, en tiempos de los Reyes Católicos. Tras la canonización de San Isidro en el año 1622, y viendo la modestia de esta iglesia, en la que estaban depositados sus restos, se barajó la posibilidad de construir una nueva o bien de adosarle una capilla que fuese digna del patrón de Madrid. Optándose por esta solución, ya en 1629 el arquitecto Gómez Mora presentó los planos de un primer proyecto de capilla de tres tramos paralelos a la nave de la iglesia gótica y se terminó de construir en 1669. Fue incendiada en 1936 al inicio de la guerra civil, perdiéndose todas sus obras de arte y salvándose únicamente el exterior. En 1986, 
mediante un riguroso proceso de investigación, se reconstruyó su interior y se ha logrado una copia fiel del desaparecido original de la iglesia y de la capilla.

También del siglo XII es la leyenda que rodea al patrón de Madrid. San Isidro fue un hombre sencillo, trabajador y solidario. Además de desempeñar sus tareas como criado de los Vargas, era zahorí, esto es, tenía gran habilidad para descubrir corrientes subterráneas de agua. A su puerta llamaban pobres y caminantes, y siempre encontraban en su casa comida y asistencia.  
Como suele ocurrir con todos los santos medievales, el mito y la realidad confluyen en su biografía sin que sea posible saber dónde empieza uno y donde acaba la otra. Nació en torno al año 1082, en la cercana calle de las Aguas, y su infancia transcurrió en este barrio. Debido a los avatares de que Madrid fuera una ciudad fronteriza, se trasladó a Torrelaguna y  allí conoció a su mujer, que también llegaría a ser santa con el nombre de María de la Cabeza. En su edad adulta, aparece de nuevo en Madrid como criado del caballero Iván de Vargas, desempeñando tareas de labrador.  Con noventa años cumplidos, falleció en el año 1172 y su cadáver se enterró en el cementerio de san Andrés. Uno de sus milagros póstumos fue el de guiar a las tropas cristianas en la batalla de las Navas de Tolosa contra los almohades. Por ello, Alfonso VIII levantó una capilla en su honor en la iglesia de san Andrés.

Desde entonces, el fervor del pueblo por el milagroso zahorí no dejó de aumentar y el relato de su vida fue difundido de forma oral, hasta que el rey Felipe II propuso a las autoridades eclesiásticas su canonización, cosa que hizo el papa Gregorio XV en 1622, cuando se aprobó su Patronazgo sobre la Villa y Corte de Madrid. En la actualidad, los restos del santo residen en el retablo central de la Colegiata de San Isidro en la calle de Toledo.

En el espacio que ocupaba la humilde casa en la que se cree que vivió el santo, y que era continuación del palacio de los Vargas, ubicado en la contigua plaza de la Paja, la familia de los Lujanes levantó posteriormente un palacio, del que se conserva una parte del patio renacentista y una capilla en el lugar donde se dice que murió san Isidro. También se conserva el famoso pozo del milagro, si bien hay fuentes que acreditan que este se produjo antes de la construcción del pozo. En la actualidad este palacete alberga el Museo de san Isidro, inaugurado en el año 2000, que además de la vida del santo también se ocupa de los Orígenes de la ciudad.

Siempre nos ha llamado la atención que Madrid tenga por patrón a un santo de las características de san Isidro. Por eso, antes de realizar esta visita nos documentamos, y de todos los textos consultados, el que más nos sorprendió fue un artículo 
de César Cervera, publicado en ABC el 15 de mayo de 2015. Aquí traemos un fragmento con el fin de leerlo a las puertas del Museo.
“Lejos de lo que se pudiera imaginar a simple vista, la historia de San Isidro se sale de lo común en el santoral de España. En un tiempo durante el cual la mayoría de santos respondían al perfil de eclesiásticos y hombres de familia noble, el relato de un hombre laico, casado y de origen popular, que alcanza la santidad a través de milagros de naturaleza agrícola, ha llamado enormemente la atención de los historiadores y los estudiosos de los mitos, hasta el punto de identificar en él elementos más propios de la religión musulmana que del cristianismo. Por las crónicas que relatan su juventud, se detecta una mezcla de los modelos de santidad islámica y cristiana en san Isidro, quien realiza milagros de carácter conciliatorio entre las dos religiones y promulga valores como el matrimonio y el trabajo esforzado que se suponían alejados de la virtud esperada en los santos cristianos de finales del siglo XI y principios del XII.
Asimismo, en sus estudios sobre la biografía del santo madrileño, la historiadora Fernández Montes traza un paralelismo con la figura islámica de los walis, unos santones musulmanes muy populares entonces, entre los cuales abundaban esclavos, labradores y marginados, que conseguían llegar a ser venerables ascetas o incluso ejercer sus virtudes religiosas estando casados. Según esta teoría, la leyenda de san Isidro pudo ser la de un santón musulmán que vivió en el Madrid islámico y que fue asumida y adaptada por los cristianos después de la conquista de la ciudad por Alfonso VI.”

Desde la esquina de la plaza con la calle del Almendro observamos el trazado de esta calle, que sigue el de la antigua muralla. Antonio nos dice que en algunos solares hay restos de la misma, pero el único visible está tras de una verja, oculta por unos árboles y muy poco cuidada. En varios edificios de la Cava Baja se conserva también algún friso de la muralla, y, en concreto, en el número 30, el restaurante que lo aloja permite su visita y lo cuida con esmero. 

Plaza de la Paja

En época musulmana la plaza de la Paja era el lugar más espacioso  de la ciudad y en ella se celebraba el mercado de cereales y ganado. Cuando Alfonso VI conquista Madrid, la plaza sigue albergando el mercado e incluso se acrecienta su importancia al edificarse a su vera la iglesia de san Andrés. 
Se llamaba así porque los vecinos pagaban el diezmo o impuesto al cura de san Andrés en forma de paja, y allí mismo se vendía en el mercado de cereales. Desde el siglo XII, nobles como los Lasso, los Vargas o los Lujanes aquí levantaron sus casonas y sus palacios.

El Fuero de Madrid, otorgado por Alfonso VIII, recoge todas las leyes y normas que habían de regir la vida de los madrileños. Gracias a este documento, dado en el siglo XIII, podemos conocer la historia de Madrid, sus costumbres y su organización interna. En dicho documento se destaca la distribución de la villa en diez parroquias, alrededor de las cuales crecían calles y plazas. Las iglesias de entonces que aún existen hoy son: san Andrés, san Pedro, Santiago y san Nicolás. Otras, o bien desaparecieron o se les ha dado otro uso; así, por ejemplo, la iglesia de san Salvador, que estaba en la calle Mayor, junto a la plaza de la villa; la de san Miguel, al lado del mercado del mismo nombre; san Juan, en el emplazamiento de la plaza de Ramales; santa María, donde estaba la antigua mezquita, en la actual calle de la Almudena; san Miguel de la Sagra, en la actual plaza de Oriente y san Justo, cerca de la iglesia de san Miguel.

Al lado del antiguo palacio de los Vargas y sobre el solar de una primitiva capilla, su dueño mandó construir una nueva para depósito de los restos de san Isidro. Fue saqueada en la guerra de las Comunidades, quizá por ser Francisco de Vargas consejero de Carlos V, lo que ocasionó que su hijo, Gutierre de Vargas, obispo de Plasencia, fuera el impulsor definitivo de las obras de esta iglesia. De ahí viene el nombre de Capilla del Obispo, y aunque el objetivo inicial de su construcción era alojar los restos del patrón de Madrid, tras varias disputas estos se quedaron durante mucho tiempo en la iglesia de san Andrés, como ya hemos dicho antes. Es un edificio único en Madrid, con bóveda de crucería gótica, fachada de piedra renacentista, puertas talladas del mismo estilo y un notable retablo mayor, obra de Francisco Giralte, también de estilo renacentista. Declarada monumento nacional en 1931, después de unas obras de restauración muy prolongadas en el tiempo, la Capilla está abierta al público desde 2010.
En lo que fue el palacio de los Vargas se instaló en el siglo XIX el café-teatro España. En 1900 se derribó y se construyó el edificio que ahora contemplamos, que guarda cierta armonía con la capilla del Obispo. Fue sede del Círculo de Obreros Católicos, luego de las Hermandades del Trabajo y ahora  del Colegio de santa Bárbara, un centro concertado de secundaria.
En algunos palacios de esta plaza residieron ocasionalmente los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros y en la esquina con la calle Alfonso VI tuvo su palacio don Beltrán de la Cueva, que luego pasó a los Lujanes. Este edificio alberga hoy el colegio de san Ildefonso, antigua institución del municipio de Madrid para niños huérfanos, muy popular al ser los alumnos de este centro los que cantan los números del sorteo de la lotería de Navidad desde 1711.
La importancia de esta plaza decae cuando Madrid pasa a ser capital del reino, pues las familias nobles fueron abandonándola y se trasladaron hacia la plaza Mayor. Durante siglos languideció como una plaza provinciana, aunque siguió siendo un importante lugar de mercado. En los últimos cuarenta años ha sufrido diversas reformas, algunas muy controvertidas, y hoy es un espacio tranquilo y de agradable sosiego para vecinos y paseantes.

Caminamos hacia la parte baja de la plaza y en un edificio que hay junto a los jardines del Palacio de Anglona, leemos en una placa que allí habitó el madrileño Ruy González de Clavijo, embajador de Enrique II ante el Gran Tamorlán en 1403. Como nada sabemos de tal madrileño, buscamos en nuestro móvil y leemos con cierto asombro: 
“Para mejorar las relaciones con el Gran Tamorlán, en el año 1403, el rey Enrique III decide enviar una comitiva de 14 personas. Al frente de la embajada iban Ruy González de Clavijo, el maestro teólogo Fray Alonso Pérez de Santamaría y el guarda del rey Gómez de Salazar, que fueron enviados a Samarcanda como embajadores, a la corte del Gran Tamorlán, en un gran viaje que duró tres años. A su regreso, Ruy González de Clavijo escribe una crónica del viaje titulada Embajada a Tamorlán, en un estilo claro y directo, que se hace más vivo y suelto en sus últimos capítulos, incluso buscando la complicidad del lector. La estructura está bien trabada y el relato de los hechos y lugares es de gran exactitud, algo poco habitual en la literatura de viajes medieval. Todo ello lo convierte en uno de los libros de viaje más amenos e interesantes, al par que precisos, de la literatura medieval española.” 
Podría ser nuestro Marco Polo, eso sí, un siglo después. Curioso personaje este Ruy González de Clavijo; procuraremos saber algo más de él, parece interesante.

 Casi junto a la calle de Segovia está el palacio de Anglona, príncipe hijo de los condes de Osuna. Construido en el siglo XVII, ha sufrido diversas reformas e incluso el abandono, hasta reconvertirse en un edificio de viviendas de lujo. Los jardines se deben a un encargo de su último propietario, el marqués de la Romana. En 1978 pasaron a ser de propiedad municipal y se abrieron al público en 2003. Constituyen un remanso de paz inesperado y armonioso, bastante desconocido para los madrileños.

Iglesia de san Pedro



Desde la calle del Príncipe de Anglona contemplamos una esbelta torre de estilo mudéjar: Es la torre de san Pedro, mandada construir en el siglo XIV por Alfonso XI, en recuerdo de la batalla de Algeciras. 
Edificada en ladrillo por alarifes árabes, aquí, junto al arroyo de san Pedro, su elegancia aérea nos muestra ventanales románicos y ventanillos arábigo-bizantinos enmarcados en un alfiz, señal inequívocamente mudéjar. En el campanario estaba la campana más grande de la villa medieval, famosa porque según la leyenda tocaba a nublado para ahuyentar las tormentas cuando en verano las nubes amenazaban las cosechas.

De portada renacentista, posee pinturas atribuidas a Vicente Carducho, y en el siglo XVII sufrió una profunda transformación. En su interior cobija una imagen muy venerada de Jesús el Pobre, sobrenombre que lo diferencia del Jesús de Medinaceli.
Caminamos por la calle del Nuncio, lugar donde se encuentra el palacio dieciochesco de la Nunciatura. Y un poco más allá vemos un palacete, ocupado hoy por la Federación de Municipios y Provincias.

Puerta Cerrada



Aquí estaba otra de las puertas de la muralla del siglo XII. Permanecía cerrada en diversas ocasiones, quizá porque al ser angosta y con recodos, los ladrones aprovechaban para esconderse y robar a los que entraban y salían. Tenía grabada en piedra una culebra y era el camino obligado para salir hacia Toledo y las huertas de Atocha. En su ejido había un matadero y campos y casas de labranza. También había una laguna, llamada del Arrabal, que una vez desecada sería lugar de mercado y, con el tiempo, la plaza Mayor.
En 1476, siendo Madrid el lugar preferido de los reyes de Trastamara, se mandó desfortificar las torres y las puertas de la muralla por la parte interior de la ciudad. Las cavas se taparon y dieron lugar a las calles del mismo nombre: la Cava de san Miguel, la Cava Baja, la Cava Alta. Estas calles, al estar cerca del lugar de mercado eran el sitio ideal para posadas y mesones.

Se demolió esta puerta en 1569 pero la plaza sigue llamándose como antes, Puerta Cerrada. Las calles que aquí convergen tienen reminiscencias medievales: Cuchilleros, Latoneros, Tintoreros, referencias a los oficios que en ellas se establecieron. La cruz que vemos en el centro de Puerta Cerrada fue instalada en el siglo XIX donde antes estuvo una fuente barroca. Nos llaman la atención dos murales que adornan el lienzo de un edificio que quedó al descubierto después de una demolición. Los realizó el artista Alberto Corazón en 1983. En uno de los murales aparece el lema del Madrid medieval: “Fui sobre agua edificada/ mis muros de fuego son”. Alude a la  abundancia de aguas subterráneas de Madrid y al pedernal de las murallas, que al recibir en la noche el impacto de las flechas enemigas parecían lenguas de fuego.
El entorno de Puerta Cerrada sigue lleno de tiendas, mesones y restaurantes muy concurridos, atentos tanto a la mirada del turista como a la del madrileño amante de la historia de la villa y de sus placeres gastronómicos. 
Por la calle de la Pasa, donde está el palacio arzobispal, llegamos a una de las plazas más interesantes de la ciudad antigua, la del Conde de Barajas, que toma su nombre de los Zapata, Condes de Barajas, en cuyo palacio residió el general Espartero. En ella ciertos domingos y festivos se instala un mercadillo con obras de artesanos y pintores.

Cerca de la contigua plaza, dedicada al Conde Miranda, hay un pequeño dédalo de callejuelas de nombres sonoros, como de Puñonrostro, del Cordón o del Panecillo, todas ellas con su pequeña historia. “En Madrid nadie se casa sin pasar por la calle de la Pasa” se decía, aludiendo a la parada obligatoria en el arzobispado de todos aquellos que querían casarse en la villa. Y en la del Panecillo se alude a las limosnas que repartían los frailes entre pobres y menesterosos. Por la calle del Codo, que en verdad tiene forma de Codo, llegamos a la plaza de san Salvador.

Plaza de la Villa


La plaza de san Salvador, llamada después plaza de la Villa, tenía en la edad Media una situación privilegiada al estar junto a las calles Sacramento y Mayor, las más importantes de la ciudad. En la iglesia que allí había, la de san Salvador, se reunió el Concejo de Madrid  hasta el siglo XVII. Desde su torre se vigilaban los incendios y sus campanas eran las que convocaban a concejo.
En dicha plaza encontramos el único palacio medieval que ha sobrevivido: la Casa de los Lujanes, levantada a finales del siglo XV. Es uno de los mejores testimonios del mudéjar, un estilo que domina en la arquitectura madrileña hasta el siglo XVI. Se utiliza el ladrillo, la argamasa, la teja, las cornisas de madera y el arco de herradura. La torre conserva unas ventanitas con arcos en hilera, una puerta con arco de herradura y otra de estilo gótico castellano civil enmarcada en grandes dovelas de piedra. 

En la torre de los Lujanes estuvo cautivo Francisco I, rey de Francia, hecho prisionero en la batalla de Pavía, si bien pronto pasó al alcázar, donde residió durante el año 1525. Hoy alberga la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Real Sociedad Matritense de Amigos del País.
También es de destacar la Casa de Cisneros, construida en el siglo XVI para un sobrino nieto del cardenal. Restaurada a principios del siglo XX, aún conserva la fachada original en la calle Sacramento, de un bello estilo plateresco.
El edificio que preside la plaza, fue levantado en el siglo XVII, según proyecto de Gómez Mora, y ha sido la sede del Ayuntamiento hasta que, en 2008, esta fue trasladada al palacio de Cibeles. Y el monumento del centro de la plaza, dedicado a don Álvaro de Bazán, fue realizado por Benlliure en 1888.
En cuanto a la iglesia de san Salvador, señalaremos que el pórtico y la cámara del concejo fueron derribados en 1599 para ampliar la calle Mayor. Según recuerda una placa colocada en el número 70 de la citada calle, donde estuvo ubicada la iglesia, esta fue demolida en el año 1842 por su amenazante estado de ruina.

Al regresar de nuevo a la plaza de la Villa, hacemos caso de  una placa que en un dorado elegante anuncia la tienda “El Jardín del Convento” en cuyo interior se dispensan dulces y caprichos de los conventos de toda la ciudad. Contemplamos de nuevo la plaza y dejamos atrás, en el número 61 de la calle Mayor, la casa donde vivió Calderón de la Barca, y en la cual murió en 1661. En el 80 está La Librería, la única librería dedicada en exclusiva a libros sobre Madrid. En el número 69 tiene su sede Casa Sefarad, el centro cultural judeo-israelí de Madrid, y junto al palacio de los Consejos se levanta el monolito dedicado al atentado a Alfonso XIII en 1906. Cruzamos la calle y pasamos al lado del restaurante Casa Ciriaco, donde una placa recuerda que allí comienza el peregrinar de los protagonistas de Luces de bohemia de Valle-Inclán. Un poco más allá, en la calle de la Almudena, podemos observar los restos de la iglesia de santa María, derribada en 1869 para el ensanche de la calle Mayor, como ya dijimos al referirnos a la Catedral. Desde allí, subimos por la calle de san Nicolás, que toma su nombre de la iglesia medieval hacia la que nos encaminamos.

Iglesias de san Nicolás y de Santiago

San Nicolás es otra de las parroquias del Madrid cristiano medieval, que junto con la de san Pedro nos evocan aquel tiempo antiguo con algunos de sus elementos. Nos encontramos ante la edificación cristiana más antigua de Madrid, con una torre del siglo XII de estilo mudéjar y arquerías islámicas que, tal vez, pudo ser minarete de una mezquita en el primer Madrid musulmán.

En el siglo XVII, la torre fue rematada con un chapitel, en el conjunto de obras de transformación del interior de la iglesia. Esta conserva un artesonado mudéjar del XVI en su nave central, único en Madrid y descubierto en las reformas de 1912, año en el que también salió a la luz una puerta con adornos platerescos del XVI. En 1800 estuvo a punto de ser demolida. Usada como cuadra en la ocupación francesa, se salvó de la ruina cuando Fernando VII se la cedió a los servitas. Es monumento nacional desde 1931. 
En san Nicolás fue bautizado Alonso de Ercilla, conquistador de Chile y autor de La Araucana. Y en su cripta estuvieron enterrados durante unos años los restos de Juan de Herrera, el arquitecto de Felipe II, fallecido en 1597.

Continuamos nuestro paseo y accedemos por la calle del Biombo a la del Factor En estas calles, debido a su proximidad con el alcázar, se produjeron los primeros asentamientos de la población árabe. Después de la conquista de la ciudad por Alfonso VI, en este barrio se acomodaron los caballeros de Santiago y ello dio origen al desarrollo de la zona noble de la ciudad cristiana, y en ella se levantaron las iglesias de san Juan y de Santiago en el siglo XII. 

Desde los jardines contiguos a la calle del Factor podemos contemplar una bella panorámica del palacio, la Armería, la catedral, la Casa de Campo y la sierra. 
Por la calle de Noblejas pasamos a la plaza de Ramales, surgida en el siglo XIX a propuesta del rey José Bonaparte, llamado el rey plazuelas, pues fueron bastantes las plazas que en Madrid se abrieron al ordenar aquel que se derribaran determinadas iglesias y conventos. Así sucedió aquí con las iglesias de san Juan y de Santiago, y con diversas manzanas de viviendas, lo que propició la desaparición del callejero medieval existente dando paso a una amplia plaza acorde con el espacio cercano del Palacio Real y de la plaza de Oriente, obra también ordenada por José I.

La parroquia de san Juan, una más de las iglesias medievales, figuraba en el Fuero de Madrid, y a ella se agregó la feligresía de san Luis, por eso era también la parroquia del palacio de los Austrias. Ahí reside la razón del enterramiento en su seno de Velázquez, pintor de Felipe IV, cuyos restos desaparecieron en el derribo antes citado. 

Por lo que se refiere a la iglesia de Santiago, fue levantada de nuevo en 1811, con planos y diseño de Juan Antonio Cuervo, discípulo y ayudante de Ventura Rodríguez, en el lugar que ocupaba la parroquia medieval. En la penumbra de esta iglesia casi circular deslumbra el cuadro que preside el altar mayor, obra del pintor madrileño Francisco Ricci, que representa al apóstol Santiago a lomos de su característico caballo blanco repartiendo estopa a un puñado de acrobáticos infieles, al decir del ilustre cronista de la villa Moncho Alpuente.

Recordamos ahora al escritor Mariano José de Larra y el libro Flores de plomo, de Juan Eduardo Zúñiga, en el que este explora el efecto que producen los actos, por nimios que sean, en los demás. Basada en hechos reales, la novela es una crónica sobre lo que ocurrió una noche aciaga del carnaval de 1837 en estas calles. El fantasma de Fígaro, seudónimo de Mariano José de Larra, atisba detrás de los cristales de la cercana casa de la calle de Santa Clara en la que "el pobrecito hablador", después de haber apuntado sus afilados dardos contra los defectos de la sociedad de su tiempo, volvió el cañón hacia sí mismo.

Puerta de Valnadú
Bajamos por santa Clara y llegamos a la calle Vergara, donde estuvo en su día la puerta de Valnadú, cuyo nombre mixto hispano-árabe significa: "val" = valle,  "nadar" = mirar, es decir: "la puerta que mira, o que da, al valle", refiriéndose a este espacio al norte de la ciudad con arroyos y desniveles considerables. Demolida en 1567, una placa en la calle de Vergara recuerda el lugar donde estuvo ubicada esta puerta, que se abría al norte de la muralla musulmana. Muy cerca diversos restos de la muralla atestiguan su trazado, siendo los más notables los de la calle Escalinata, los del restaurante Foster de la plaza de Isabel II y los de la calle del Espejo.
Interesante también es constatar la existencia de dos caños que surtían los baños árabes de esta zona, de los que da testimonio la calle Caños del Peral. Alfonso VIII mandó derruirlos y aprovechar las aguas para la huerta de la reina. Estos caños y los de las fuentes llegaban en su día a la laguna del arrabal, donde hoy está la plaza Mayor.

Una calle cercana da cuenta de ello con su actual nombre, calle de las Fuentes. El amante de la historia de Madrid no debe perderse la visita al Museo de los Caños del Peral en la estación de metro de Ópera, una intervención respetuosa con la historia de la villa. No ocurre lo mismo con el aparcamiento de la cercana plaza de Oriente, que apenas si muestra alguno de los muchos vestigios del Madrid antiguo pues arrampló con la mayoría de ellos.
Antonio nos informa de que al lado de los baños se instaló en su día una compañía de comediantes, que luego dio lugar a un Corral de Comedias y que en ese mismo lugar se levantó en el siglo XIX el actual Teatro Real. 
Después, por indicación de Ana, subimos por la calle de la Escalinata, en la que se ve el resto de la muralla en un solar poco cuidado. Luego, por la de Mesón de Paños, llegamos a la calle Mayor. Muy cerca, una estupenda pastelería gallega extiende su aroma por los aires mañaneros en este perímetro tan querido por Galdós, quien en algunas de sus novelas mueve a sus personajes por estas calles.

Puerta de Guadalajara e iglesia de san Miguel 
La Puerta de Guadalajara, que aparece citada en el Fuero de Madrid de 1202, era una de las principales entradas de la muralla y comunicaba con el camino que iba a Alcalá de Henares y a Guadalajara. Según López de Hoyos era la puerta principal de la Villa y estaba adornada con cuatro colosos, varias cruces, escudos de armas y un reloj.

Al quedar destruida por un incendio en 1582, se construyó en su lugar la llamada Puerta Nueva, que poco a poco cedió su protagonismo a la cercana Puerta del Sol. Una placa en el número 49 de la calle Mayor recuerda que aquí estuvo ubicada. 

Atravesamos la calle Mayor, que ya al final de la edad Media se fue convirtiendo en la calle más importante de Madrid, con sus palacios y sus casas señoriales, testigos de  grandes hechos de la vida cotidiana de la villa.
La iglesia de san Miguel, una de las parroquias del Madrid medieval, se levantó en el siglo XIV, y en torno a ella el caserío cristiano se agrupaba junto a la muralla. Fuera de esta y cerca de las puertas de la ciudad fueron surgiendo arrabales al lado de algunos conventos, como el de san Martín, el de santo Domingo y el de san Francisco, e iglesias, como la de san Ginés. Hacia el siglo XIII la villa levanta una nueva cerca, que ya no es muralla defensiva sino lugar para el pago de impuestos. Ampliaba el perímetro de la ciudad e incluía dentro del mismo los arrabales de santo Domingo, San Martín, la Puerta del Sol, Antón Martín, la calle de Toledo y la plaza de la Cebada.

Por lo que se refiere a la iglesia de san Miguel, diremos que fue el lugar donde fue bautizado Lope de Vega. Al verse afectada por el incendio de la plaza Mayor, en 1790, fue restaurada, pero durante las reformas urbanísticas de José Bonaparte, fue derribado el templo, quedando en su lugar el espacio de la plaza de san Miguel y el mercado del mismo nombre.
Instalado el mercado al aire libre, en 1835 se realiza un proyecto para cubrirlo, del que sólo se ejecutan unas portadas. En 1911 se encarga el proyecto definitivo a Alfonso Dubé, que se concluye en 1916. Es el único mercado en hierro que ha llegado hasta nuestros días, una vez desaparecidos los de La Cebada y de Los Mostenses. Está considerado Bien de Interés Cultural. Después de una etapa de decadencia, ahora está escribiendo una nueva página de su historia, pues se ha convertido en un lugar donde, además de hacer la compra cotidiana, se puede participar en actividades, degustar productos, pasear o tomar algo. Un mercado tradicional con las ventajas de los nuevos tiempos.

Plaza Mayor
El espacio abierto más grande en esta última etapa de la edad Media fue la plaza del Arrabal, luego llamada plaza Mayor. Aglutinaba el comercio más activo, además de los aguadores y las fruteras, y surgió como lugar de mercado junto a la Puerta de Guadalajara. Las calles más importantes salían de esta plaza: la calle Mayor, hacia la Puerta del Sol; la calle de Atocha, hacia Antón Martín; la de Toledo, hacia la plaza de la Cebada. Estas calles ya son más rectas y regulares si bien, igual que en siglos anteriores, los madrileños las seguían haciendo sombrías y poco holgadas.
En 1561, cuando se trasladó la corte de Felipe II a Madrid, se convirtió en la plaza más importante de la ciudad y en 1617 se encargó al arquitecto Gómez de Mora establecer cierta uniformidad en los edificios de la misma. Durante siglos ha acogido festejos populares, corridas de toros, beatificaciones, coronaciones y también algún auto de fe y hasta eventos revolucionarios.
Los edificios que se levantaron en 1600 en la Cava de san Miguel, cuando se derribó la muralla, hubieron de salvar el gran desnivel existente para cerrar la Plaza Mayor. Esa es la razón de que tengan ocho plantas y que hayan sido, hasta el siglo XX, las casas con más pisos de Madrid. Y llaman la atención por la inclinación de sus fachadas, a modo de contrafuertes.
La Casa de la Panadería fue construida alrededor de 1590, pero de este edificio sólo se conserva el sótano y la planta baja. No obstante es el modelo que copia el resto de edificios de la plaza. De entre las numerosas funciones que ha tenido destaca el de Tahona Principal de la Villa, que fijaba el precio del pan para que los más necesitados pudieran adquirirlo. La decoración que podemos contemplar en la fachada, realizada en 1988, en la que se distinguen figuras mitológicas relacionadas con la historia de Madrid como la diosa Cibeles, no ha sido igual a lo largo de los años, debido a las reformas y rehabilitaciones. En el espacio que hoy ocupa la obra de Carlos Franco estuvieron las pinturas de Luis González, realizadas a fines del siglo XVIII, y las de Enrique Guijo, que reemplazaron a aquéllas en 1914. 

Los incendios han cambiado la fisionomía de la plaza en varias ocasiones. El más devastador fue el de 1790, que permitió la reconstrucción llevada a cabo por el arquitecto Juan de Villanueva, quien redujo en dos alturas las fachadas, cerró la plaza en sus esquinas y levantó diez arcos de acceso. Dada su monumentalidad, el más conocido de todos es el de Cuchilleros, cuyo nombre se debe a que aquí se ubicaban los talleres de cuchilleros que proveían de instrumental a los carniceros de la Plaza Mayor, donde se encuentra la Casa de la Carnicería, que fue el depósito general de carnes.
La estatua de Felipe III es una de las obras de arte de mayor valor ubicada en las calles de Madrid. Diseñada por Giambologna y terminada por Pietro Tacca en 1616, durante siglos custodió el acceso a la Casa de Campo, pero la reina Isabel II se la prestó en 1848 a la ciudad, que decidió colocarla en la Plaza Mayor. Sólo durante las dos Repúblicas la escultura volvió a emigrar de esta plaza, tal vez la más emblemática de Madrid. 
Por el arco de Cuchilleros descendemos camino de algún restaurante de las Cavas, dispuestos a reponer fuerzas después de esta interesante caminata por el Madrid medieval, un paseo por un barrio bastante desconocido para buena parte de los madrileños, quizá porque, como dice el refrán, nadie es profeta en su tierra.  Gracias al interés y al esfuerzo de nuestra amiga Ana, durante esta mañana casi nos hemos convencido de ser un grupo más de aquellos cristianos, musulmanes o  judíos del primitivo Mayrit. Y con los precisos datos de nuestro amigo Antonio hemos sabido mirar mejor cómo ha sido la evolución desde aquella villa hasta este barrio del siglo XXI lleno de historia y de vida. Vayamos pues a algún mesón a dar buena cuenta de un rico almuerzo, porque hoy sí podemos decir, parafraseando a aquel famoso rey, que "Madrid bien vale una mesa."
                                                                
En Madrid, a dos de diciembre de 2015
Jesús Bermejo