domingo, 25 de febrero de 2024

La mirada de Edward Hopper

            

Revisando cosas de mi blog he encontrado este artículo dedicado al pintor Edward Hopper, escrito el 24 de junio de 2012. Aquí lo traigo tal cual lo subí.

“Hoy he ido a ver la exposición de Edward Hopper en el museo Thyssen de Madrid. Recuerdo vivamente la sensación que me produjo ver, hace ya muchos años, algunas reproducciones de cuadros suyos: Sentí que me gustaba lo que veía, notaba que transmitía fuerza y emoción, una turbación como de melancolía y soledad, como de un mundo donde la comunicación con el otro no se hiciera con palabras sino con el silencio y la aparente quietud de los personajes y los paisajes. 

Esas mujeres como en estado de espera o de soledad, esos hombres mirando por la ventana, esa luz y esas líneas rectas, los lugares públicos hechos privacidad, los privados que sin embargo se muestran al público, esa pareja en la cama, los veleros, la gasolinera y el hombre que está como sin esperar a nadie...

Me han gustado dos artículos sobre esta exposición. Uno de Carlos Boyero, que se adentra en la relación de Hopper con el cine, y otro de Antonio Muñoz Molina, que lo relaciona con la poesía de Williams. Si os parece, pinchad en el vídeo y recrearos en esta selección de fotos de cuadros de Hopper. Y luego, si queréis, leed los artículos citados.”     

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/07/actualidad/1339096996_908292.html

http://antoniomuñozmolina.es/2012/06/dos-miradas-americanas-2/                                                                










jueves, 22 de febrero de 2024

Aquellos pinchos de bacalao

Aquellos pinchos de bacalao 

Siempre le oí a mi padre hablar con devoción de los pinchos de bacalao de tía Inés, la dueña de la taberna de Puerto Castilla. Sí, una taberna llamada con elegancia Bar Bermejo, abierta por tío Gabriel y tía Inés hacia 1950 y lugar de referencia de la comarca hasta su cierre, acaecido a finales de los ochenta, cuando el pueblo ya estaba de capa caída debido a la emigración que, desde los años sesenta, buena parte de la gente había emprendido hacia lugares donde pudiera encontrar trabajo y futuro, sitios como Madrid, Barcelona, Bilbao o Llodio. Aunque no hay que dejar a un lado que tío Gabriel y tía Inés se estaban acercando ya por entonces a la edad de jubilación y, claro, llevar la taberna a ciertas edades y para tan poca gente parecería poco negocio, así que mejor echar el candado. Y así lo hicieron, pero esa es otra historia.

-Como aquellos pinchos nunca los he vuelto a comer -decía mi padre- parecidos, sí, pero como aquellos, nunca.

Todos los domingos y fiestas de guardar hacía tía Inés unos pinchos de bacalao tan inigualables que mi padre nunca los volvió a probar, ni siquiera cuando al pasar por la Puerta del Sol, se acercó alguna vez a Casa Labra para dar cuenta de unos soldaditos de pavía.

Quiso la casualidad que un día de finales de verano, hará ya casi veinte años, me encontrase yo a tío Gabriel y a tía Inés en el pueblo, sentados en un poyo a la sombra fresca en Los Postigos un día de verano. Allí nos pusimos a hablar y hablar y, de sopetón, les pregunté por los pinchos.

- Tía Inés, ahora que ya no corre peligro el negocio, ¿podría decirme cuál era el secreto de la receta de los pinchos de bacalao, de esos que tanto ponderan mi padre y sus amigos?

- Sí, hijo, mira, yo ya tengo mucha edad, así que, como has puesto interés, te voy a decir cómo hacía los pinchos- contestó tía Inés.

-Bueno -resopló tío Gabriel- el que trajo la receta de Madrid fui yo. Y contó cómo aprendió a hacer los afamados pinchos cuando estuvo trabajando en un bar de la capital allá en su juventud.

- Sí, hijo -añadió tía Inés -pero luego esa receta la mejoré yo aquí, con secretos de mi cosecha, bien que lo sabes tú, Gabriel.

Mientras intentaba retener cada detalle de todo lo que me decían, tío Gabriel y tía Inés se interrumpían el uno a la otra y la otra al uno entrelazando su relato al alimón, y me fueron dando cuenta cabal de la deseada receta. Según iban hablando, me recordaban a ciertos personajes curiosos de algunas películas de Woody Allen -como Toma el dinero y corre o Días de radio- aquellos padres de los protagonistas que hablaban de sus hijos con el mismo entusiasmo que tía Inés y tío Gabriel de sus pinchos de bacalao, cortándose la palabra, pero completando con curiosos matices la información de su consorte. Disfruté de una tarde amena con mis informantes y, luego, poniendo en limpio la receta, seguía sonriendo acerca de lo divertida y provechosa que había sido aquella sesión en el poyo de Los Postigos.

Pasado el tiempo, y a pesar de haber tomado buena nota de cada detalle, me resistí a poner en práctica la receta, tal y como me indicaron tío Gabriel y tía Inés, y mostrarle los resultados de la misma a mi padre porque, aparte de que sería difícil dar con el punto justo, siempre me temí que lo que él añoraba no era solo el sabor de los pinchos de tía Inés sino también aquel tiempo pasado con sus amigos, que quizá pensarían, como piensan todos los jóvenes, que siempre seguirían siéndolo, así, sin más.

Publiqué la receta en este blog en 2010 y, salvo que algún lector la haya puesto en práctica, creo que ha vivido el sueño de los justos. Pero, lo que son las cosas, llegó el peligroso coronavirus, atacando a toda la humanidad y, como muchas personas que se entretuvieron en la cocina en aquellas largas semanas de confinamiento, yo me acordé de la afamada receta de bacalao, y me atreví a prepararla. Después de algún ensayo, por fin pudimos comer los deseados pinchos. Y al saborearlos, brindamos por tía Inés y por tío Gabriel, que en aquellos años de dura posguerra supieron dar gusto y deleite a las gentes del pueblo, quienes cuando salían de misa los domingos y fiestas de guardar, aligeraban el paso para no perderse su pincho de bacalao llegando de los primeros al mostrador de la taberna. Y también brindamos entonces por todos los hombres y mujeres de su generación, que, siendo jóvenes en plena posguerra, nos trajeron a este mundo llenos de vida y de futuro.

Y ese futuro éramos nosotros, sus hijos, a quienes, en lugar de ofrecernos pinchos de bacalao, cuando llegó el momento preciso, nos liaron el petate y nos encamparon lejos del pueblo en busca de futuro. Y lo encontramos, claro que sí, atrapando la vida en ciudades y pueblos desconocidos que, a la misma vez, nos atenazaban y nos atraían.

Aunque eso sí, los que echamos raíces en Madrid, aún tardaríamos mucho tiempo en descubrir que aquellos pinchos eran una versión secreta de los Soldaditos de pavía de Casa Labra, una receta andaluza recalada en Madrid y llevada por tío Gabriel a Aravalle en los años cincuenta para servir de delicia dominical a unos jóvenes llenos de vida en aquel tiempo largo de posguerra.

 


La receta de tía Inés y de tío Gabriel   

Ingredientes

·      Un kilo de lomos de bacalao.

·      Unas hebras de azafrán.

·      Dos huevos.

·      200 gramos de harina.

·      Una cucharadita de bicarbonato.

·      100 mililitros de leche entera.

·      Dos dientes de ajo machacado.

 

Procedimiento

·      Cortar el bacalao en tiras y, luego, en trozos.

·      Echar en agua para desalar y cambiar el agua varias veces.

·      Disolver las hebras de azafrán en agua.

·  Preparar un rebozo con el azafrán disuelto, la leche, los huevos, el ajo y el bicarbonato. Batir bien.

·      Envolver en harina los trozos desalados y luego echarles encima el rebozo batido.

·      Freír los trozos en aceite no muy caliente.

       Servir recién fritos con un palillo.