domingo, 30 de junio de 2013

Desde el pueblo por san Juan



Hola, Jesús y Mariví: 
Esperando que os encontréis bien, nosotros quedamos bien. Hemos estado en el pueblo en las fiestas de san Juan y se han adornado las fuentes como era costumbre antes.

Como recordarás, también se ponía el mayo, un palo muy alto con regalos para el valiente que subiera a por ellos; pero este año el palo era demasiado delgado y muy alto y además era de aliso, que como sabes no tiene consistencia. Y había solo una bolsa de chuches de poca importancia, así que no valía la pena  tanto riesgo.

Luego hicimos una hoguera en las erillas por la noche. Cuando se quemó la leña, asamos carne de una ternera que mató Vicente. Nos pusimos a tope y quedó todavía carne asada.

Os mandamos unas fotos de tal evento; lo de la hoguera y el asado se empezó el año pasado un poco, y este año ha sido a lo grande. Esperamos que os gusten.

Un besazo
M. José y Eusebio
       
                              

Desde Madrid en el recuerdo

Queridos amigos: 

Gracias por acordaros de nosotros y por mandarnos las fotos. ¡Qué bien recuperar buenas tradiciones! A ver si cuando nos jubilemos podemos ir  por san Juan.

Un fuerte abrazo de vuestros amigos
Mariví y Jesús.


“Apacibles, como la mansedumbre de los bueyes y el mamar de los terneros, eran las cuatro fuentes del pueblo, de cuyos caños manaba  un agua fría y limpia, transparente como la verdad. En la víspera de san Juan, eran adornadas por las mozas del pueblo, repitiendo un año tras otro el rito de la fecundidad de la primavera, que acababa en aquella noche corta de ronda y misterio. Aquellos  pilones, que saciaban la sed de las vacas en invierno, servían en tiempo de calor para ver nuestra figura reflejada en el agua, una figura desdibujada a veces, cuando un empujón o un traspiés desequilibraba a alguno y caía dentro, con el consiguiente enfado del alguacil, tío Angel. Pero había otras fuentes en los campos de Aravalle, unas con propiedades medicinales, otras que curaban el mal de amores y la melancolía; fuentes de la Cañaílla,  de la Hoyuela, del Pezuelo, todas lejos de las casas, pero con pilas de granito que recogían sus aguas benéficas y limpias.”



 

            
Fuentes de mi pueblo,
fuentes cantarinas,
frescas en verano
y en invierno tibias.

Juegos y risas de niños,
agasajo de viajeros,
consuelo de caminantes
y botijos tempraneros,
testigos mudos y sabios
de labios secos, sedientos.

Fuentes de aguas claras,
de pilones siempre llenos
y caños que siempre manan.



sábado, 22 de junio de 2013

Todos los alumnos de mi Instituto han aprobado la PAU




Mi Instituto está en Madrid, distrito de Carabanchel, cerca de la plaza Elíptica. Tenemos 780 alumnos, desde 1º de ESO hasta segundo de Bachiller. De los 39 chicos y chicas que aprobaron 2º de bachillerato, la gran mayoría, 37,  decidió matricularse en la PAU ( la antigua selectividad). 

Iban todos ellos con muy buena nota media de Bachillerato; nueve de ellos tenían 9 o más de media; el que más , 9,76, y sumando la media  de todos obtenían un  7,74.

En la PAU han aprobado los 37; cuatro de ellos tiene un 9 o más de media; el que más,   9,376, y sumando las notas medias de todos, obtienen un 7,694.

Estamos muy contentos: Esta es la Enseñanza pública, a pesar de los recortes.





Aquella granja






Para mi padre, que durante cinco largos años trabajó en penosas condiciones en una granja navarra, y a quien nunca le he oído hablar de nada de todo aquello.

I

Después de muchos años,
una tarde de otoño volví
al pasado.
Y ante aquel paisaje devastado y triste,
abandonado como ruina sin nobleza,
alcancé a ver,
en el silencio de quienes lo habitaron,
la melancolía de un futuro no previsto.

Porque aquel altanero burgués
de estómago como un puñal,
que enviaba sicarios a Castilla
para contratar a gente en desesperación económica
que aguantase unos horarios esclavizantes
en su granja navarra último modelo,
nunca previó que la niña de sus ojos
yacería en ruina
muchos años después de todo aquello.



II

Muchos años después,
una tarde de otoño
la granja estaba abandonada
y era pasto
de un tranquilo rebaño de ovejas
que humanizaba aquel paisaje sórdido.

Pareciera que todo,
como después de una tormenta inmensa,
hubiera sido abandonado al aire,
y a la lluvia
y al viento del sur.

Los pabellones donde gruñían los cerdos,
el silo de la hierba y el del pienso,
la nave de novillas,
las inmensas cuadras de las vacas,
la sala de ordeño,
la central lechera,
las oficinas, el economato,
las casitas bajas, el depósito del agua,
los caminos y la placeta
dormían un sueño de silencios
después de un tiempo de ignominia.

Y en la humildad de aquella miseria,
donde el coche del panadero
hacía su parada en otro tiempo,
crecían recias flores
plantadas por la mano de un pastor
que acaso no supiera que aquellos
eran  los restos de una ruina ya lejana.





III

Aquel burgués navarro,
que combinaba su pertenencia al Opus
con sentirse señor y dueño
de sus esclavos silentes,
decidió mejorar las condiciones de vida
de sus queridos siervos de la gleba
y mandó construir,
cercano a su palacio de verano,
un bloque de pisos, como en las ciudades,
para ganarse el afecto de sus asalariados.

Hoy esos pisos
están deshabitados y hollados hasta en sus desagües,
y no quedan de ellos más que las paredes
pues cuando aquella granja se acabó
el pillaje del entorno se encargó de la ruina,
arrancó ventanas, segó puertas,
seccionó tuberías, trasegó con bañeras y lavabos
y solo quedó de aquel inmueble
el entramado de paredes y de techos.
Un desolado lugar
que después fue refugio
de otros desheredados de la fortuna.





IV

Aquella granja,
concebida con un lujo de proyecto futurista,
se alimentó de obreros silenciosos,
de gente campesina que emigraba
buscando con sudor algún futuro,
de hombres que sufrían un horario satánico:
de cuatro a ocho, primer ordeño,
de once a dos, segundo ordeño,
de cinco a nueve, tercer ordeño.
Duerme deprisa y vuelve al ordeño
siempre a las cuatro de la mañana.

Así un día y otro,
un mes y otro,
hasta que algo mejor surgiera en otro sitio
y gustoso el hombre dejaría su puesto
a otro que viniera  de una vida imposible.

Y aquellas mujeres que sufrían
el desarraigo de su tierra
pronto les urgían a sus hombres
el traslado a un lugar menos penoso,
a otro escenario donde vivir no fuera
un agobio de relojes y de ordeños.



V

Granja de San José,
cercana a Marcilla de Navarra:
me alegré cuando vi tu ruina imponente
como si quienes vivieron en tu seno,
acaso un campo de trabajo y exterminio,
hubiesen huido en estampida
y la nada se hubiera enseñoreado
del aire de todos tus rincones.

Maldita seas por siempre,
Maldita sea tu misma concepción,
quizá un paraíso fiscal en aquel tiempo,
y maldito sea aquel Brun de infausta memoria
que erigió aquel penal sin más guardianes
que la pobreza y la miseria
que uncía a los obreros a un tormento miserable
sin más final que la huida,
la locura,
la villanía
o la muerte.

  

VI

Granja de San José,
en tu ruina imponente,
maldita seas por siempre.

Madrid, diciembre de 1998
 Jesús Bermejo Bermejo







jueves, 6 de junio de 2013

Antonio Muñoz Molina, premio Príncipe de Asturias de la s Letras






Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013: Reunido en Oviedo el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, integrado por D. Andrés Amorós Guardiola, D. Luis María Anson Oliart, D. Xuan Bello Fernández, D.ª Amelia Castilla Alcolado, D. Juan Cruz Ruiz, D. Luis Alberto de Cuenca y Prado, D. José Luis García Martín, D. Álex Grijelmo García, D.ª Rosa Navarro Durán, D.ª Carmen Riera i Guilera, D. Fernando Rodríguez Lafuente, D. Fernando Sánchez Dragó, D.ª Diana Sorensen, D. Sergio Vila-Sanjuan Robert, presidido por D. José Manuel Blecua Perdices y actuando como secretario D. José Luis García Delgado, acuerda conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 al escritor español Antonio Muñoz Molina por la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición del intelectual comprometido con su tiempo. Oviedo, 5 de junio de 2013



Palabras de Antonio para los lectores de su blog: En estos casos, la alegría más limpia creo que es la reflejada: la que le llega a uno por la alegría de los otros. Sirva este espacio que llevamos ya compartiendo tanto tiempo para dar las gracias a todos los que merecerían una respuesta particular a cada uno. Ahora, después del alboroto, disfruto del silencio de mi casa y mi cuarto. Elvira y yo nos hemos despedido de los amigos, hemos ido paseando hasta una taberna de esa zona que nos gusta tanto de detrás del Retiro, hemos cenado algo a solas, hemos vuelto un poco desvanecidos en un taxi. Y al llegar aquí me he dado cuenta de que sigo ejerciendo con éxito el arte de perder: me he dejado el teléfono en la taberna. Un abrazo.
Mi felicitación: Antonio: Muchas felicidades por el premio; en mi opinión se premia tu literatura pero también tu posición ética y moral, que, mirándolo bien, es todo lo mismo. Gracias por escribir un diario abierto a tus lectores: Cada día lo imprimo y reservo su lectura para un buen momento. Gracias y enhorabuena.
 Unas declaraciones: El escritor español Antonio Muñoz Molinagalardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, ha manifestado este miércoles a ABC, después de hacerse público el fallo, que son «muchos los escritores que se lo merecían» antes que él. «Ante reconocimientos como este sólo cabe expresar gratitud y sorpresa. Me alegro, sobre todo, por la ilusión que sin duda provocará en mis amigos, mi familia y mis lectores, a los que debo el estímulo de seguir escribiendo a diario», ha dicho.
El escritor ha señalado que le gustaría disfrutar este galardón «como una celebración de la literatura», un oficio, ha dicho, que ha dado «sentido» a su vida y que le vincula con «miles de lectores» a los que no conoce, pero con los que mantiene un «diálogo íntimo y civilizado». «Espero no decepcionar a los que tanta confianza han depositado en mí y seguiré trabajando con vocación y esfuerzo. Muchas gracias», ha concluido.

La novela como acto moral J. C: Mainer. El País: Al comienzo del decenio de los ochenta todo estaba preparado para la canonización de la intimidad en la literatura. No sé muy bien por qué (pero creo que un día habrá que divagar sobre ello) la ciudad de Granada fue un punto clave de aquella maniobra que yo me atreví a llamar, algunos años después, la “privatización de la literatura”. La decisión requería un pasado de militancia y compromiso, muchas y bulímicas lecturas y la convicción de que contar las cosas y preparar nuestro futuro en libertad empezaba por uno mismo. Por entonces, un joven funcionario del Ayuntamiento de aquella ciudad, Antonio Muñoz Molina, escribía unas columnas en el Diario de Granada y en El Ideal,las primeras bajo la bandera de El Robinsón urbano, y las segundas bajo la identidad del Capitán Nemo y desde un imaginario Nautilus,“que no es buque de guerra, sino refugio submarino contra las crudas afrentas de la realidad”. En ellas se hablaba de la “dolencia de la irrealidad” y se afirmaba que “uno escribe para combatir el olvido” o que “hay criaturas solas que pasean por la ciudad como si atravesaran un desierto”. Dice la leyenda que aquellos síntomas de un nuevo romanticismo (tan desengañado) los leyó Pere Gimferrer y pidió al joven escritor una novela que casualmente ya tenía escrita. Así nació Beatus ille (1986), cuya forma interior es la de una ansiosa toma de posesión de su espacio narrativo. Se trata de una novela de la Guerra Civil y sus consecuencias, y también de los días encendidos de la preguerra en los que todo era posible. Y donde el joven Minaya, su protagonista, se gana el derecho de heredar a su Mio Cid, que es un escritor y militante olvidado: Jacinto Solana. Como en un relato iniciático, de él recibe la investidura de sus recuerdos, su impotencia para sobrevivir y el saber que existió un cuadro, Une partie de plaisir, que reflejaba la exacta temperatura que la amistad, el deseo, la vocación, tuvieron un día remoto. Otro cuadro (verdadero, en este caso), El jinete polaco, dio título y sentido a otra nueva novela de Muñoz Molina donde también la conquista del pasado se confunde con la posesión de una mujer: no hay conocimiento sin adquisición y por las páginas de El jinete polacopululan las voces que desean confesar lo que ocurrió, las fotografías perdidas y halladas que desvelan aquellos días, una canción de Jim Morrison —Riders in storm— y, por supuesto, aquel cuadro de Rembrandt que es emblema y ademán de todo eso. A esas alturas, Muñoz Molina ya había escrito dos juegos de género: una novela negra (El invierno en Lisboa) y otra de militantes clandestinos derrotados, con aire de relato de Graham Greene(Beltenebros). Y había descubierto que una novela es una virtualización del pasado y un acto esencialmente moral. Ya no era solo un inquieto romántico de provincias, sino —como tantos escritores europeos y estadounidenses que empezaron a escribir en los años setenta— un censor (y un aguafiestas) de su tiempo: unas veces, recontando las experiencias por sí mismo (Ardor guerrero, Ventanas de Manhattan, El viento de la luna), otras por intermedio de la parodia demoledora(Carlota Fainberg, El dueño del secreto), y algunas más por la ambiciosa voluntad de abordar las heridas enconadas del presente.Plenilunio habla a la vez de un policía al que persigue ETA, de la pésima educación escolar de nuestros días y de la pederastia. Sefarad lo hace de los destierros y acaba ¡otra vez! con la evocación de un cuadro exiliado: el Retrato de una niña de Velázquez, en el Metropolitan. La noche de los tiempos reconstruye (e inventa también) la historia de un fracaso amoroso que se enlaza a otro fracaso histórico: los dos son hijos del egoísmo de los particulares y víctimas —¿inocentes?— del horror colectivo. El Premio Príncipe de Asturias ha dirigido otra vez su mirada a un escritor español, por lo que cabe felicitarse. Y ha reconocido a alguien cuya estirpe intelectual tiene mucho que ver con la de otros que lo han obtenido en fechas recientes: Philip Roth, Leonard Cohen, Margaret Atwood, Amos Oz, Claudio Magris o George Steiner verán en nuestro escritor a un meritísimo cofrade.