Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013: Reunido
en Oviedo el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013,
integrado por D. Andrés Amorós Guardiola, D. Luis María Anson Oliart, D.
Xuan Bello Fernández, D.ª Amelia Castilla Alcolado, D. Juan Cruz Ruiz, D.
Luis Alberto de Cuenca y Prado, D. José Luis García Martín, D. Álex
Grijelmo García, D.ª Rosa Navarro Durán, D.ª Carmen Riera i Guilera, D.
Fernando Rodríguez Lafuente, D. Fernando Sánchez Dragó, D.ª Diana
Sorensen, D. Sergio Vila-Sanjuan Robert, presidido por D. José Manuel
Blecua Perdices y actuando como secretario D. José Luis García Delgado,
acuerda conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 al
escritor español Antonio Muñoz Molina por la hondura y la brillantez con
que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país,
episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de
su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición
del intelectual comprometido con su tiempo. Oviedo, 5
de junio de 2013
Palabras de Antonio para los lectores de su blog: En estos
casos, la alegría más limpia creo que es la reflejada: la que le llega a uno
por la alegría de los otros. Sirva este espacio que llevamos ya compartiendo
tanto tiempo para dar las gracias a todos los que merecerían una respuesta
particular a cada uno. Ahora, después del alboroto, disfruto del silencio de mi
casa y mi cuarto. Elvira y yo nos hemos despedido de los amigos, hemos ido
paseando hasta una taberna de esa zona que nos gusta tanto de detrás del
Retiro, hemos cenado algo a solas, hemos vuelto un poco desvanecidos en un
taxi. Y al
llegar aquí me he dado cuenta de que sigo ejerciendo con éxito el arte de
perder: me he dejado el teléfono en la taberna. Un
abrazo.
Mi felicitación: Antonio:
Muchas felicidades por el premio; en mi opinión se premia tu literatura pero
también tu posición ética y moral, que, mirándolo bien, es todo lo mismo. Gracias
por escribir un diario abierto a tus lectores: Cada día lo imprimo y reservo su
lectura para un buen momento. Gracias y
enhorabuena.
Unas declaraciones: El escritor español Antonio Muñoz Molina, galardonado
con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, ha manifestado
este miércoles a ABC, después de hacerse público el fallo, que son «muchos los
escritores que se lo merecían» antes que él. «Ante reconocimientos como este
sólo cabe expresar gratitud y sorpresa. Me alegro, sobre todo, por la ilusión
que sin duda provocará en mis amigos, mi familia y mis lectores, a los que debo
el estímulo de seguir escribiendo a diario», ha dicho.
El escritor ha señalado que le gustaría disfrutar este
galardón «como una celebración de la literatura», un oficio,
ha dicho, que ha dado «sentido» a su vida y que le vincula con «miles de
lectores» a los que no conoce, pero con los que mantiene un «diálogo
íntimo y civilizado». «Espero no decepcionar a los que tanta confianza han
depositado en mí y seguiré trabajando con vocación y esfuerzo. Muchas gracias»,
ha concluido.
La novela como acto moral J. C: Mainer. El País: Al comienzo del
decenio de los ochenta todo estaba preparado para la canonización de la
intimidad en la literatura. No sé muy bien por qué (pero creo que un día habrá
que divagar sobre ello) la ciudad de Granada fue un punto clave de aquella
maniobra que yo me atreví a llamar, algunos años después, la “privatización de
la literatura”. La decisión requería un pasado de militancia y compromiso,
muchas y bulímicas lecturas y la convicción de que contar las cosas y preparar
nuestro futuro en libertad empezaba por uno mismo. Por entonces, un joven
funcionario del Ayuntamiento de aquella ciudad, Antonio Muñoz Molina, escribía
unas columnas en el Diario de
Granada y en El Ideal,las primeras bajo la bandera
de El Robinsón urbano, y las segundas bajo la identidad del
Capitán Nemo y desde un imaginario Nautilus,“que
no es buque de guerra, sino refugio submarino contra las crudas afrentas de la
realidad”. En ellas se hablaba de la “dolencia de la irrealidad” y se afirmaba
que “uno escribe para combatir el olvido” o que “hay criaturas solas que pasean
por la ciudad como si atravesaran un desierto”. Dice la leyenda que aquellos síntomas de un nuevo romanticismo (tan
desengañado) los leyó Pere Gimferrer y pidió al joven escritor una novela que
casualmente ya tenía escrita. Así nació Beatus ille (1986), cuya forma interior es la de
una ansiosa toma de posesión de su espacio narrativo. Se trata de una novela de
la Guerra Civil y sus consecuencias, y también de los días encendidos de la
preguerra en los que todo era posible. Y donde el joven Minaya, su
protagonista, se gana el derecho de heredar a su Mio Cid, que es un escritor y
militante olvidado: Jacinto Solana. Como en un relato iniciático, de él recibe
la investidura de sus recuerdos, su impotencia para sobrevivir y el saber que
existió un cuadro, Une partie de
plaisir, que
reflejaba la exacta temperatura que la amistad, el deseo, la vocación, tuvieron
un día remoto. Otro cuadro (verdadero, en este caso), El jinete polaco, dio título y sentido a otra nueva
novela de Muñoz Molina donde también la conquista del pasado se confunde con la
posesión de una mujer: no hay conocimiento sin adquisición y por las páginas de El jinete polacopululan las voces que
desean confesar lo que ocurrió, las fotografías perdidas y halladas que
desvelan aquellos días, una canción de Jim Morrison —Riders in
storm— y, por
supuesto, aquel cuadro de Rembrandt que es emblema y ademán de todo eso. A esas alturas, Muñoz Molina ya había escrito dos juegos de género: una
novela negra (El invierno
en Lisboa) y otra de
militantes clandestinos derrotados, con aire de relato de Graham Greene(Beltenebros). Y había descubierto que una novela es
una virtualización del pasado y un acto esencialmente moral. Ya no era solo un
inquieto romántico de provincias, sino —como tantos escritores europeos y
estadounidenses que empezaron a escribir en los años setenta— un censor (y un
aguafiestas) de su tiempo: unas veces, recontando las experiencias por sí mismo (Ardor guerrero, Ventanas de Manhattan, El viento
de la luna), otras
por intermedio de la parodia demoledora(Carlota Fainberg, El dueño del secreto), y algunas más por la ambiciosa
voluntad de abordar las heridas enconadas del presente.Plenilunio habla a la vez de un policía al que
persigue ETA, de la pésima educación escolar de nuestros días y de la
pederastia. Sefarad lo hace de los destierros y acaba
¡otra vez! con la evocación de un cuadro exiliado: el Retrato de una niña de Velázquez, en el Metropolitan. La noche de los tiempos reconstruye (e inventa también) la
historia de un fracaso amoroso que se enlaza a otro fracaso histórico: los dos
son hijos del egoísmo de los particulares y víctimas —¿inocentes?— del horror
colectivo. El Premio Príncipe de Asturias ha dirigido otra vez su mirada a un
escritor español, por lo que cabe felicitarse. Y ha reconocido a alguien cuya
estirpe intelectual tiene mucho que ver con la de otros que lo han obtenido en
fechas recientes: Philip Roth, Leonard Cohen, Margaret Atwood, Amos Oz, Claudio
Magris o George Steiner verán en nuestro escritor a un meritísimo cofrade.
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