jueves, 6 de junio de 2013

Antonio Muñoz Molina, premio Príncipe de Asturias de la s Letras






Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013: Reunido en Oviedo el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, integrado por D. Andrés Amorós Guardiola, D. Luis María Anson Oliart, D. Xuan Bello Fernández, D.ª Amelia Castilla Alcolado, D. Juan Cruz Ruiz, D. Luis Alberto de Cuenca y Prado, D. José Luis García Martín, D. Álex Grijelmo García, D.ª Rosa Navarro Durán, D.ª Carmen Riera i Guilera, D. Fernando Rodríguez Lafuente, D. Fernando Sánchez Dragó, D.ª Diana Sorensen, D. Sergio Vila-Sanjuan Robert, presidido por D. José Manuel Blecua Perdices y actuando como secretario D. José Luis García Delgado, acuerda conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 al escritor español Antonio Muñoz Molina por la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición del intelectual comprometido con su tiempo. Oviedo, 5 de junio de 2013



Palabras de Antonio para los lectores de su blog: En estos casos, la alegría más limpia creo que es la reflejada: la que le llega a uno por la alegría de los otros. Sirva este espacio que llevamos ya compartiendo tanto tiempo para dar las gracias a todos los que merecerían una respuesta particular a cada uno. Ahora, después del alboroto, disfruto del silencio de mi casa y mi cuarto. Elvira y yo nos hemos despedido de los amigos, hemos ido paseando hasta una taberna de esa zona que nos gusta tanto de detrás del Retiro, hemos cenado algo a solas, hemos vuelto un poco desvanecidos en un taxi. Y al llegar aquí me he dado cuenta de que sigo ejerciendo con éxito el arte de perder: me he dejado el teléfono en la taberna. Un abrazo.
Mi felicitación: Antonio: Muchas felicidades por el premio; en mi opinión se premia tu literatura pero también tu posición ética y moral, que, mirándolo bien, es todo lo mismo. Gracias por escribir un diario abierto a tus lectores: Cada día lo imprimo y reservo su lectura para un buen momento. Gracias y enhorabuena.
 Unas declaraciones: El escritor español Antonio Muñoz Molinagalardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, ha manifestado este miércoles a ABC, después de hacerse público el fallo, que son «muchos los escritores que se lo merecían» antes que él. «Ante reconocimientos como este sólo cabe expresar gratitud y sorpresa. Me alegro, sobre todo, por la ilusión que sin duda provocará en mis amigos, mi familia y mis lectores, a los que debo el estímulo de seguir escribiendo a diario», ha dicho.
El escritor ha señalado que le gustaría disfrutar este galardón «como una celebración de la literatura», un oficio, ha dicho, que ha dado «sentido» a su vida y que le vincula con «miles de lectores» a los que no conoce, pero con los que mantiene un «diálogo íntimo y civilizado». «Espero no decepcionar a los que tanta confianza han depositado en mí y seguiré trabajando con vocación y esfuerzo. Muchas gracias», ha concluido.

La novela como acto moral J. C: Mainer. El País: Al comienzo del decenio de los ochenta todo estaba preparado para la canonización de la intimidad en la literatura. No sé muy bien por qué (pero creo que un día habrá que divagar sobre ello) la ciudad de Granada fue un punto clave de aquella maniobra que yo me atreví a llamar, algunos años después, la “privatización de la literatura”. La decisión requería un pasado de militancia y compromiso, muchas y bulímicas lecturas y la convicción de que contar las cosas y preparar nuestro futuro en libertad empezaba por uno mismo. Por entonces, un joven funcionario del Ayuntamiento de aquella ciudad, Antonio Muñoz Molina, escribía unas columnas en el Diario de Granada y en El Ideal,las primeras bajo la bandera de El Robinsón urbano, y las segundas bajo la identidad del Capitán Nemo y desde un imaginario Nautilus,“que no es buque de guerra, sino refugio submarino contra las crudas afrentas de la realidad”. En ellas se hablaba de la “dolencia de la irrealidad” y se afirmaba que “uno escribe para combatir el olvido” o que “hay criaturas solas que pasean por la ciudad como si atravesaran un desierto”. Dice la leyenda que aquellos síntomas de un nuevo romanticismo (tan desengañado) los leyó Pere Gimferrer y pidió al joven escritor una novela que casualmente ya tenía escrita. Así nació Beatus ille (1986), cuya forma interior es la de una ansiosa toma de posesión de su espacio narrativo. Se trata de una novela de la Guerra Civil y sus consecuencias, y también de los días encendidos de la preguerra en los que todo era posible. Y donde el joven Minaya, su protagonista, se gana el derecho de heredar a su Mio Cid, que es un escritor y militante olvidado: Jacinto Solana. Como en un relato iniciático, de él recibe la investidura de sus recuerdos, su impotencia para sobrevivir y el saber que existió un cuadro, Une partie de plaisir, que reflejaba la exacta temperatura que la amistad, el deseo, la vocación, tuvieron un día remoto. Otro cuadro (verdadero, en este caso), El jinete polaco, dio título y sentido a otra nueva novela de Muñoz Molina donde también la conquista del pasado se confunde con la posesión de una mujer: no hay conocimiento sin adquisición y por las páginas de El jinete polacopululan las voces que desean confesar lo que ocurrió, las fotografías perdidas y halladas que desvelan aquellos días, una canción de Jim Morrison —Riders in storm— y, por supuesto, aquel cuadro de Rembrandt que es emblema y ademán de todo eso. A esas alturas, Muñoz Molina ya había escrito dos juegos de género: una novela negra (El invierno en Lisboa) y otra de militantes clandestinos derrotados, con aire de relato de Graham Greene(Beltenebros). Y había descubierto que una novela es una virtualización del pasado y un acto esencialmente moral. Ya no era solo un inquieto romántico de provincias, sino —como tantos escritores europeos y estadounidenses que empezaron a escribir en los años setenta— un censor (y un aguafiestas) de su tiempo: unas veces, recontando las experiencias por sí mismo (Ardor guerrero, Ventanas de Manhattan, El viento de la luna), otras por intermedio de la parodia demoledora(Carlota Fainberg, El dueño del secreto), y algunas más por la ambiciosa voluntad de abordar las heridas enconadas del presente.Plenilunio habla a la vez de un policía al que persigue ETA, de la pésima educación escolar de nuestros días y de la pederastia. Sefarad lo hace de los destierros y acaba ¡otra vez! con la evocación de un cuadro exiliado: el Retrato de una niña de Velázquez, en el Metropolitan. La noche de los tiempos reconstruye (e inventa también) la historia de un fracaso amoroso que se enlaza a otro fracaso histórico: los dos son hijos del egoísmo de los particulares y víctimas —¿inocentes?— del horror colectivo. El Premio Príncipe de Asturias ha dirigido otra vez su mirada a un escritor español, por lo que cabe felicitarse. Y ha reconocido a alguien cuya estirpe intelectual tiene mucho que ver con la de otros que lo han obtenido en fechas recientes: Philip Roth, Leonard Cohen, Margaret Atwood, Amos Oz, Claudio Magris o George Steiner verán en nuestro escritor a un meritísimo cofrade.

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