miércoles, 27 de julio de 2011

De cómo don Quijote y Sancho llegan a Madrid en el verano de 2011


                           

 

En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

           Enterado por las habladurías de la gente de que el Gobierno de España, a causa de la locura de los mercados y del férreo control germano de la unión europea, había recortado el sueldo a funcionarios y jubilados, y sabiendo que los de la oposición esperaban, felones ellos, ganar las siguientes elecciones para tomar medidas aún más duras, don Quijote maldijo el despilfarro de muchos años gobiernos conservadores y progresistas, cuyas consecuencias ya se dejaban ya ver en el atrevimiento de los presidentes de muchas regiones, que, osados y energúmenos ellos, pretendían empezar a desmantelar el estado social y el carácter público de numerosos servicios, tales como hospitales, escuelas, pensiones y bienes de todo tipo, que a lo largo de los años habían ido siendo conquistados para el disfrute y el buen uso de todos, y decidió salir de nuevo en aventura con el fin de deshacer ésos entuertos ya dichos y otros más, y batallar lo que estuviera de su mano para que no les fuese arrebatado a los ciudadanos lo que debido a las luchas de sus padres y abuelos ya por derecho les pertenecía.

           
Así fue como decidió pedir a su creador, el señor don Miguel de Cervantes, que lo reviviese, lo galvanizase y lo salvase del hechizo al que lo habían condenado el cura, el barbero, el ama y aquel innoble caballero de falso nombre y mala idea. Y rogó al bueno de su creador que lo dignase de la compañía de su fiel escudero Sancho Panza, que a buen seguro quedaría maravillado de volver a vivir, y más aún en el mundo del siglo XXI. Apenas accedió don Miguel a tan noble petición, nuestro caballero se encaminó hacia la casa de Sancho, y cuál fue su sorpresa al ver repantigado a su escudero en un sillón, bebiendo cerveza mientras veía el partido de fútbol de la Champion League.
            -Sancho amigo, ¿Cómo estás, hijo?
            -¡Ay, mi señor don Quijote! ¡Qué sorpresa tan grande volver a verle! Espere vuestra merced, que apago esto con el mando. ¿Cómo usted por aquí?
            -Sancho, es menester que salgamos de nuevo por esos mundos de Dios, abandonados en las manos de gobiernos desleales y maltratadores del bienestar de las gentes sencillas. Has de animarte pronto y prepararte para la más grande aventura que vieron los siglos, despídete de los tuyos y vayamos ya donde tengo pensado.
            -Bien decís señor, ya presto me avío. Mas, ahora que lo pienso, ¿qué se me ha perdido a mí en tamaña aventura, si tengo pagados  el coche y el piso, y los muchachos ya se manejan, crecidos como están y bien colocados? Déjeme vuesa merced estar en casa tranquilo, que, con la jubilación anticipada, Teresa y yo tenemos lo suficiente para vivir sin preocupaciones ni problemas.
            ¡Ah, necio de ti, siempre pensando en tu propia panza y nada más! ¿Será necesario que te diga que has de poner tu empeño en el bienestar de todos y no sólo en el tuyo? Sancho bueno, con las dotes que tú tienes, el buen hablar y el buen razonar, saldrías en todas las televisiones y te convocarían para todos los programas, y eso te gustaría tanto o más que cuando fuiste gobernador de Barataria.
          Mudó la expresión Sancho y observó a don Quijote, vestido de negro y con sombrero de fieltro, la barba blanca y el ojo fiero. Pensó en lo feliz que estaría su mujer si él saliera por la tele dando consejas, y cómo sus vecinos se darían cuenta de que no es un jubilado simplón sino un gran sabio de sabiduría natural.
- Señor, está bien pensado lo que vuestra merced dice, tamañas injusticias es necesario repararlas. ¿Cuándo quiere vuesa merced que salgamos?
- Sancho amigo –dijo emocionado Don Quijote- sabía yo que tú no podías estar adormecido con esos opios de hoy en día y las cuatro chucherías que os propone el imserso. Remira mis ojos y observa cuánto de alegría hay en ellos porque tú, mi fiel escudero, decides que has de hacer lo que tienes que hacer y lo que conviene a todos.

Y fue así como se encaminaron hacia la estación del ave de Ciudad Real, con el fin de coger el tren y llegar a la capital de las Españas. Llegados a Atocha subieron por el paseo del Prado y se acercaron a la consejería de Educación por ver de visitar a doña Lucía Figar. Cuando la consejera oyó que querían verla tan ilustres personajes, mandolos pasar y en seguida entabló conversa con ellos. Mas don Quijote entrole furioso y le dijo a la dama:
- ¡Ay Lucía Figar, Lucía Figar! Dime: ¿por qué en los colegios concertados de la educación básica hay tantos niños y niñas acomodados y por qué en las escuelas públicas hay tantos desfavorecidos y tantos inmigrantes, si unos y otros centros reciben de las mismas arcas del estado los euros para poder mantenerse?
La consejera, avergonzada pero remedándolo, le contestó que quizá había sido mal informado por malmetedores, que cada uno elige escuela tal y como desea, a lo que don Quijote replicó con feroz tono: “¿Acaso, Figar, el Estado todavía sigue siendo confesional como en mi primera salida?”, a lo que la consejera repuso que no, que todos los vecinos eran libres de creer o no creer en la madre iglesia. Fue entonces cuando nuestro caballero así le respondió:
- ¡Ah, grandísima picarona! ¡Qué bien engañas a los madrileños y qué mal gobiernas su educación, tú, que niegas a los colegios e institutos públicos los maestros de apoyo y compensación que necesitan los muchachos para salir adelante. Rácana e ineficiente dama, que no inspeccionas los centros concertados por vigilar que sean escolarizados paritariamente todos los solicitantes de escuela, pues públicos son todos los dineros que reciben unos y otros centros! ¡Ni lucía, ni figar! ¡Cobarde y sabihonda mujer! ¡He de concertar con mi creador que te rebaje del cargo que tienes y te nombre maestra contratada para sustituciones, a ver qué tal te va!

Y de Educación se fueron a la consejería de Sanidad, para ver a la señora consejera y decirle que debido al mal trato que daba a la sanidad pública iban a proponer al señor Cervantes que la nombrase enfermera en prácticas en el hospital Doce de Octubre, para atender las urgencias con un contrato temporal tan usual en estos tiempos.

Y a los magos de las finanzas, iban a proponer a su creador que los encantase de albañiles sin nómina; y a la viceconsejera de Educación, becaria sin sueldo en el CSIC; y al señor alcalde, conductor en prácticas de la EMT a tiempo parcial. Y a la señora presidenta de Madrid, vigilante nocturna en el polígono industrial de Pinto.
- Mi señor Don Quijote –dijo Sancho- podríamos pedirle a nuestro creador que al señor alcalde lo encantase no como conductor en prácticas de un autobús interurbano sino como barrendero del selur con contrato de tres meses.
- ¿Qué le dirás, Sancho, tú que eres un hombre tranquilo e irónico, qué le dirás al señor alcalde, cuando hablemos con él?
- Mi señor don Quijote, con conocida frase, yo le diré: “Quieto, ahí señor gallardo, quieto, no se le ocurra tocar el paseo del Prado, que vuesa merced es capaz de levantar en esa hermosa barriada un parque temático; deje vuesa merced el paseo en paz y aséelo con unas papeleras y otras cuatro cosejas más. ¡Quieto ahí, señor faraón!

Don Quijote y Sancho recorrieron Madrid y dejaron dichas y bien dichas tres cosas a algunos banqueros nacionales e internacionales, exigiéndoles que cesase de una vez tanta basura como se iba viendo en los escándalos financieros o serían encantados como recogedores de fruta en Murcia y sin contrato.

            Y luego fueron a ver al presidente del Gobierno, quien, huérfano ya de deseos electorales, aparecía ante todos como mustio y ahostiado, y pese a que destacaron lo que hizo en su primera legislatura en lo tocante a derechos civiles y le alabaron que diera la cara por la crisis, aunque tarde, le afearon que no hubiera metido en vereda a las grandes empresas, a de los bancos y a las sicav, y le echaron en cara que él y su gobierno dejasen que mangonearan sin pudor los tiburones financieros y los capos de la economía sumergida.


           
Después se fueron a ver al cardenal Rouco para preguntarle que cuándo los señores purpurados van a dejar de presionar para que los españoles puedan libremente estar con la madre iglesia o no, que cuándo las visitas del santo padre serán cosa privada y que por tanto no usarán las escuelas públicas como albergues de su muchachada, pero como el cardenal le contestó a la gallega, le pidió a don Miguel que lo encantase como coadjutor temporal a una aldea de Lugo.

           Las siete de la tarde serían cuando por Cibeles aparecieron don Quijote y Sancho, y se les vio unirse a una manifestación que pedía paz duradera para Palestina. Todo el mundo los reconoció en seguida, tan famosa era su figura que pronto los miraban aunque nadie se atrevía a trabar conversación. Nadie salvo una niña, que en español y en árabe, les recitó el comienzo del famoso libro. Don Quijote la abrazó emocionado mientras decía al oído de su padre que La Mancha, el lugar de donde ellos venían, no se refería a manchurrón sino que era lo que en la morería dicen por  llanura.

Al pasar por el círculo de bellas artes se enteraron de que cada 23 de abril leían el famoso libro en el que se contaban sus propias aventuras. Autoridades y catedráticos, pintoras y músicos,  cineastas y actores se pavoneaban leyendo capítulos, difundidos por todos los medios y hacia todos los lados con lo que ahora llaman la red de redes.
-Habrás visto, Sancho, lo famosos que somos y lo mucho que nos quieren estas gentes. Mas mucho me temo yo que esta querencia sea solamente porque ya estamos muertos. Necesario será que nos presentemos al director de esta casa y le pidamos acaso para leer algún capitulillo de nuestras aventuras.
-Bien dice vuesa merced, pero a mí me gustaría más que leer, hablar en público de las cosas que hemos hecho en este día, y así dar cuenta a aldeanos y ciudadanos de nuestra nueva salida en aventura por deshacer entuertos de este nuevo siglo.

Y  se dirigieron hacia Atocha con el fin de coger el ave y volver a su pueblo para descansar. Al bajar por la carrera de San Jerónimo don Quijote dijo a su escudero, mirando a la izquierda:
- Sancho, quiero que te fijes en ese palacete, el congreso de los diputados, pues otro día vendremos más despacio a hablar con estos señores. Ahora que va a haber elecciones me gustaría venir a explicar este otoño a los señores diputados y diputadas que bien harían los dos partidos de la R formar un gobierno de gran coalición que afrontase la grave crisis con un pacto por el empleo y por la defensa del país contra los mequetrefes de la finanza especuladora; un pacto al que podrían unirse los nacionalistas vascos y catalanes y alguno más, si esa que llaman izquierda fuera unida.
-Cuente vuesa merced conmigo, que ya me estoy regustando con ello.

Y en el ave se fueron a su casa, que el día había sido duro y apenas habían probado bocado.
   


31 de julio de 2011
                          Antonio Aravalle
      
  
                








     




     


lunes, 18 de julio de 2011

Hace 75 años comenzó la guerra civil


"Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño, y será un tiempo del que no convendrá acordarse. Pero algún día estas fotografías habrán de servir para juzgar la barbarie y la crueldad de unos años sangrientos."

Así termina el relato   Ruinas, el trayecto: Guerda Taro, de Juan Eduardo Zúñiga, que forma parte de su libro Capital de la gloria.
Hoy, 18 de julio de 2011, hace 75 años del comienzo de la guerra civil. No se me ocurre mejor forma de recordar esta infausta fecha que traer aquí un enlace para poder leer diversos cuentos de Zúñiga sobre el Madrid de la guerra civil.


 
Después de leer La tierra será será un paraíso, Largo noviembre de Madrid y Capital de la gloria uno ya no es el mismo, la visión de la guerra es ya otra, el dolor y la tristeza por la tragedia son inigualables, el gozo de la lectura, infinitamente más acentuado y las ganas de releer una y otra vez, algo que sus lectores hacemos muy frecuentemente. No es sólo el vocabulario, la sintaxis o el estilo; no sólo la finura, el amor a las víctimas o el conocimiento del ser humano. Es sobre todo estar leyendo a un gran escritor, a un madrileño discreto, a un magnífico cuentista, a un poeta que ama a su ciudad y a los que en ella viven.




Gracias, maestro, por sus hermosos libros. Gracias por el relato Gerda Taro, por el Rosa de Madrid, por el Patrulla del amanecer. Gracias por su discreción. Gracias por escribir.