viernes, 13 de marzo de 2015

En un lugar de la Mancha comía don Quijote duelos y quebrantos los sábados



Ya hace muchos años me llamó la atención la expresión "duelos y quebrantos", que aparece en el comienzo de El Quijote. Y fue en 2005 cuando, a propósito del IV centenario, deduje las razones de la inclusión de esta expresión en la novela famosa. Duelos y quebrantos, esto es: huevos con tocino.

Dice Francisco Rico, en nota a la edición  del Instituto Cervantes, que esta comida no rompía el ayuno de carnes selectas que se seguía en Castilla todos los sábados. Por su parte, Juan Goytisolo averigua dónde aparece previamente esta expresión y el porqué de su nombre: cómo un judío del siglo XV quebrantaba sus obligaciones al comprar tocino, que era lo único que había en la carnicería a la que acude.

Lo que a mí me llama la atención es que tal comida sea la de don Quijote en sábado. ¿Por qué? Don Quijote era hidalgo, él no tenía que demostrar que era cristiano, lo era y viejo. Pero Cervantes, en mi opinión, hace que su comida sea esa precisamente en sábado, el día semanal sagrado de los judíos. En sábado, huevos con tocino, que nadie tenga dudas al respecto: ni sobre Don Quijote, que era hidalgo y cristiano viejo, ni sobre su creador, don Miguel de Cervantes, sobre el que sí había dudas acerca del posible origen judío de su familia. Qué inteligencia la de Cervantes, hacer comer a su protagonista huevos y torreznos en sábado llamando al plato como en su día lo denominaron los judeoconversos. Esa es a mi parecer la razón de que tal comida sea la del sábado y no la de cualquier otro día de la semana. 

También quiero resaltar aquí el homenaje que, en mi opinión, hace Cervantes a las tres culturas hispánicas en aquel tiempo en el que el poder hacía todo lo posible por echar tierra sobre las culturas árabe y judía. Desde el comienzo mismo de El Quijote se rinde homenaje a la cultura cristiana, representada por el eslabón más bajo de la nobleza y, en capítulos posteriores, por el pueblo llano. También se homenajea a la cultura judía, como hemos visto con lo de duelos y quebrantos. Por lo que se refiere a la cultura árabe, en mi opinión se la destaca desde el mismo comienzo de la novela: "En un lugar de la Mancha". Yo creo que Cervantes  "no se quiere acordar" del nombre del pueblo de Don Quijote porque si dice el nombre del lugar- Argamasilla, Esquivias...- no cabría resaltar ya desde el principio el nombre de toda la comarca, la Mancha. Y eso es lo que quiere, es un nombre que le gusta. Aunque al respecto hay investigaciones muy diversas- incluso el sintagma "en un lugar de la Mancha" aparece en un romance- creo que lo que Cervantes quería era destacar el poderío de ese nombre propio: la Mancha, la comarca de su héroe, el territorio por el que más iba a cabalgar. Como es sabido la Mancha es un nombre de origen árabe, y significa "altiplanicie, llanura alta, meseta".


1.

MIGUEL ASÍN PALACIOS, 
Contribución a la toponimia árabe de España. 
Madrid, 1940









2.
Edición de El Quijote del Instituto Cervantes 
CAPÍTULO PRIMERO
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgoI don Quijote de la Mancha1

En un lugar de la Mancha2, de cuyo nombre no quiero acordarme3, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor4. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches5, duelos y quebrantos los sábados6, lantejas los viernes7, algún palomino de añadidura los domingos8, consumían las tres partes de su hacienda9. El resto della concluían sayo de velarte10, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo11, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino12. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera13. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años14. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro15, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímilesII se deja entender que se llamaba «Quijana»III16. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.


3.
Sobre duelos y quebrantos
Juan Goytisolo
El País, 14 de agosto de 1998


La edición del Quijote de Francisco Rico nos permite leer al fin el texto que podemos estimar definitivo de la obra, expurgado de las erratas acumuladas como capas de polvo a lo largo de los siglos. Es un trabajo admirable y merece desde luego los elogios y recompensas que ha recibido. Sus notas aclaratorias a pie de página que ocupan a menudo tres cuartas partes de las mismas invitan par otra parte a dos niveles de lectura: la del lector común y corriente, interesado ante todo por las vicisitudes de la novela y arrastrado par ellas a navegar en dicha, y la del lector curioso y discreto que, conociendo ya aquéllas, se enfrasca en el estudio de las glosas y escolios de nuestro académico.
Recuerdo que, varias décadas después de la lectura comentada de Las soledades por Dámaso Alonso, algunos gongoristas que conocí en los años en que fui profesor visitante en diversas universidades de Estados Unidos me decían con una dosis mayor o menor de humorismo: "Nos ha puesto las cosas muy duras para aportar algo nuevo". A juzgar por lo que leemos, el Quijote de Francisco Rico nos pone también el listón muy alto. Pero, de igual modo que un hispanista polaco cuyo nombre no recuerdo aclaró posteriormente algunos versos del poeta cordobés, como reconoció con elegancia el propio Dámaso Alonso, creo que no debemos perder la esperanza en la posibilidad de esclarecer aún algunos puntos no exhumados por el laboreo intensivo de Rico. Como modesto lector de a pie de Cervantes, me atreveré, sin ir más lejos, a señalar uno en la primera página del primer capítulo de la Primera Parte de la novela: se trata de la célebre frase tocante a la dieta de don Quijote, "duelos y quebrantos los sábados".
Comenta Francisco Rico: "Los duelos y quebrantos eran un plato que no rompía la abstinencia de carnes selectas que en el reino de Castilla se observaba los sábados, podría tratarse de "huevos con tocino". Desde la edición del Quijote de Rodríguez Marín de 1928, sabíamos en efecto que Cervantes aludía a "huevos con torreznos". En Cervantes y Los casticismos españoles (Madrid, 1966), Américo Castro con muy fino olfato, observaba: "Lo que no se sabía era el motivo de tan extraña expresión, que no describe lo que ese plato sea, sino que expresa la desestima que tenía por él quien tuvo la ocurrencia de llamarlo así" para concluir unas líneas después que "desde el punto de vista cristiano nuevo, comer tocino era motivo de "duelos y quebrantos". Mas si nuestro historiador no andaba errado, el origen de la transferencia semántica permanecía envuelto en la bruma.
En una reciente cala en el Cancionero de obras provocantes a risa, topé con las deliciosas coplas del judeo-converso Antón de Montoro, más conocido por su apodo el Ropero (1404-1480)—un bardo muy popular en su tiempo, célebre par sus polémicas con otros poetas conversos—, que reproduzco a continuación: Sola del Ropero al corregidor de Córdova, porque no falló en la carnecería sino tocino, y ovo de mercar de él:

 "Uno de Los verdaderos 
del señor rey fuerte muro 
han dada en los carniceros 
causa de me hazer perjuro:
 no hallando por mis duelos
con qué mi hambre matar,
 hanme hecho quebrantar
 la jura de mis abuelos".

Como puede apreciar el lector, la asociación del tocino con duelos y quebrantos no puede ser más explícita. Y si tenemos en cuenta que la sección de Burlas del Cancionero general se imprimió siete veces en España (de 1511 a 1541) y dos en Amberes (1557, 1573)—pese a la creciente presión de la Iglesia y del Santo Oficio tocante a la expresión escrita del sexo , no resulta aventurado suponer que la fórmula duelos y quebrantos era conocida, si no popular, en los medios cristianos nuevos que frecuentó Cervantes. Un enfermo de libropesía—¡la fórmula no es mía ni de Julián Ríos, sino de Quevedo!—como el autor del Quijote, capaz de inspirarse en la totalidad del corpus literario de su época, homenajeaba así, a su manera, la amarga ironía del Ropero- según advirtió ya en 1980, conforme verifico al pergeñar estas líneas, el hispanista norteamericano Bruce Wardropper. Los cervantistas no deben desanimarse, pues, ante la magna empresa de nuestro académico. El inventor de la novela moderna nos reserva todavía algunas sorpresas.