miércoles, 24 de noviembre de 2021

Nombres de mujeres en el actual callejero madrileño

Este artículo aparece en la web del Ayuntamiento de Madrid. Si entras en él podrás ver las calles de la capital que tienen nombre de mujer, una breve referencia acerca de su ubicación y una sucinta historia del personaje, real o de ficción.

https://www.madrid.es/UnidadesDescentralizadas/IgualdadDeOportunidades/Publicaciones/MemoriaMujeresEnElCallejero/mujeresreales.pdf


Otras páginas con referencias similares:

https://www.secretosdemadrid.es/calles-de-madrid-con-nombre-de-mujer/

https://elpais.com/politica/2017/01/06/actualidad/1483666778_781495.html                     

 

martes, 16 de noviembre de 2021

Medio maratón de Jabo en Madrid, después de un tiempo de covid


El domingo, 14 de noviembre de 2021, corrieron por Madrid 15317 personas en el Medio Maratón, una carrera que reanudaba una costumbre anual, suspendida, como tantas cosas, por culpa del coronavirus.

Y en dicha carrera ha participado Javi Bermejo, mi hermano, con sus 65 años bien cumplidos, con muchas ganas y mucho control. Jabo, que así es como se le conoce en el ambiente de las carreras, llegó a la meta en el puesto 5776 (el 5342 entre los hombres), y de entre los mayores de 65 años quedó en el puesto 33. Tardó en recorrer los 21,097 kilómetros una hora, 53 minutos y 13,234 segundos. Ole por Jabo. Y ¡olé!

Aquí traigo su crónica, escrita el mismo día de la carrera, como parte de sus actividades de recuperación después de un esfuerzo tan especial.

VOLVER, VOLVER, VOLVER

Por Javier Bermejo

Salir de una pandemia no es algo que ocurra demasiado a menudo, pienso yo, como tampoco es muy normal que estemos volviendo a la normalidad semana tras semana desde hace quince meses. O más. El caso es que se celebraba el medio maratón de primavera en pleno otoño, por la cosa de recuperar la normalidad, es decir, el negocio propiamente dicho, que a fin de cuentas es lo que de verdad nos emociona, para qué negarlo. Porque, si te soy sincero, la normalidad de esta mañana ya no era lo que en su día pudo llegar a ser normal en nuestros corazones, o en nuestros intestinos, es decir, el paraíso aquí en la Tierra, no en vano ha transcurrido casi una eternidad desde que nos vimos encadenados al virus apestoso, y ya de paso, a docenas de sorteos extraordinarios de la ONCE que nos han vuelto a todos algo más precavidos, o algo menos ilusos, o más calvos, vaya usté a saber. Así que allá íbamos, Castellana arriba, dejándonos engullir por una multitud que andaría incubando en ese mismo instante millones de virus de toda índole, una circunstancia en otro tiempo insólita que nos forzaba a buscar un hueco en la avenida por el que circular más o menos a salvo hasta ver cómo evolucionaban los acontecimientos. Que evolucionaban, Bravo Murillo abajo, a la buena de dios, o sea, como siempre, envuelto el personal en ese aroma dulzón de churros y de café con leche que se adensa en las esquinas de Valdeacederas solo en los meses de otoño, y que te invita a olvidar las zapatillas para refugiarte en lo que de verdad importa en esta vida, es decir, el calor del amor en un bar. Ay, los bares, y las pandemias, y la libertad... El caso es que nadie te había dicho que la nueva normalidad fuera a premiarte con churros y café con leche; menos aún, con un pulso ordenado y discreto, porque no sería una normalidad lo que se dice estrictamente normal. Llega, pues, inequívoco, el aviso cotidiano, en Quevedo, por elegir una plaza al tuntún. Y para consolarte un poco tras el pulsus interruptus, te sumerges otra vez en el río de sangre que corre todavía por la acera de Fernando el Católico, un crimen entre hojalateros cuyas voces amortiguan levemente esta mañana los cánticos de la animosa juventud alistada en la Bripac, esas docenas de soldados en pantalón corto que relatan al trote un repertorio de tragedias a cual más bufa, historietas que provocan la risa y el aplauso de la (escasa) concurrencia que ha salido a ver quién alborota la calle a esta hora tan intempestiva. Por lo demás, ya digo, no hay mucho público en las aceras. El público que antes era habitual terminó aprendiendo que en tiempos de pandemia era mejor quedarse en casa hasta la hora del aperitivo, de modo que Madrid es casi un desierto habitado solo por esa marea de colorines que avanza ya en silencio Alcalá arriba pensando que quizá lo más adecuado habría sido quedarse en casa y dejar para más adelante toda esta tontería de gastar sin ton ni son las pocas fuerzas de que uno dispone a día de hoy, y que seguramente habría que ir ahorrando hasta que los chinos sean capaces de fabricar a lo bestia los chips que haga falta o hasta que los rusos abran del todo el grifo del gas para calentarnos los pies en los meses más crudos del inevitable invierno. Para qué gastar a lo tonto la energía que pudimos acumular ayer con ese arroz caldoso o o con ese cocido de tres vuelcos que nos devolvió de veras a la normalidad siquiera durante las dos horas de siesta preceptiva. En esas profundas y melancólicas meditaciones andábamos sumergidos, allá por Mariano de Cavia, cuando de las lumbares llegó una voz aguda, una amenaza como de punzón que quisiera horadar lo que vaya quedando de materia orgánica entre las vértebras L4-L5 y L5-Sacro. Esto no puede ser normal, se oyó decir al interfecto: a ver por qué razón tiene uno que seguir pateando el suelo con esta cruz a cuestas, pudiendo estar tumbado en un sillón y pensando en las musarañas, o consultando los movimientos de la bolsa con un puro entre los dientes, como hacen esos tipos que con rigor podríamos calificar como indiscutiblemente normales... De eso se trataba, a fin de cuentas, de encontrar algún atisbo de normalidad entre tanta anomalía. Y mira por dónde, la subida de Atocha hacia Colón se ofreció graciosamente a recordarnos que hubo otro tiempo, en su día normal, en que nos gobernaban principios y leyes de la naturaleza un poco más normales, un tiempo que se congeló sin previo aviso, arruinando sin piedad toda la maquinaria de músculos y de pulmones que nos había mantenido año tras año en pie, y que quizá por mera inercia, a pesar de virus y de filomenas, aspiraba aún a sobrevivir tan solo fuera un minuto más en medio de la herrumbre circundante. ¿Seguro? Quise pensar que sí; que, a pesar de todas las jugarretas del maldito huésped, estos metros finales de la carrera nos devolvían un poco de aquel dolor sabroso del pasado, una pizca de aquella rabia, o de aquella alegría, tan visceral, un ligero indicio de la antigua inocencia, es decir, de la eterna ignorancia, con el que nos consolábamos cuando todo alrededor era casi normal.