viernes, 27 de enero de 2023

Últimos libros leídos

        

Hace unos años se me ocurrió ir anotando los títulos de los libros que iba leyendo pues, pasado algún tiempo, me costaba recordarlos con precisión. Cosas de la edad; o del despiste. Así que decidí anotarlos en un cuadernillo. Incluso, a veces, hice una breve reseña y la subí aquí.

Bueno, aquí van los títulos de los leídos en el último año y medio, es decir desde julio de 2021 hasta la fecha.


Como polvo en el viento

Leonardo Padura

Una interesante novela del cubano Padura, en la que aparece toda la vida adulta de un grupo de personajes de la misma generación que el autor, y que viven unos en Cuba y otros fuera de su país. Atrapa y se lee con gusto. Quizá le sobren páginas, pero tiene fuerza y estilo.



Cuaderno de memorias coloniales

Isabela Figueiredo

Un libro en el que su autora narra, desde su edad madura, su infancia en el Mozambique colonial. Con firmeza y buen pulso se atreve a tratar el personaje del padre con sinceridad y con crudeza. Impactante y valiente libro.



Los ojos cerrados

Edurne Portela

Ya había leído dos novelas de Portela cuando leí Los ojos cerrados. Bien narrada, nos cuenta una historia de violencia. Pero creo que no me ha llegado tanto como sus libros Formas de estar lejos o Mejor la ausencia.



Volver la vista atrás 

J Gabriel Vásquez

Impresionante friso de una familia revolucionaria colombiana narrado con fuerza y atrevimiento por Vásquez, de quien no había leído nada hasta ahora. Me ha impresionado sobre todo la vida de los dos jóvenes de la familia en la China de Mao. Qué sociedad tan lejana y dura, qué mentes tan perdidas por tanta ideología. 


La vida pequeña

J A González Sainz

Me gustó mucho, mucho, su novela Ojos que no ven. Bien narrada, concisa, precisa, en la que trazaba un paralelismo entre la violencia de ETA y la del franquismo. Pero este libro, del que tan bien había oído hablar, me ha gustado mucho menos. Bien escrito, sí, pero no me ha llegado a fondo. Y eso que su lengua es un primor, la sintaxis y el vocabulario. Pero nada más.



Ganarse la vida

David Trueba

Un libro breve pero muy interesante en el que Trueba cuenta la historia de su familia, los padres, un montón de hermanos y él, el benjamín. Con ritmo y con gracia, me he quedado con las ganas de seguir leyendo las aventuras de esa ingeniosa y diversa familia.



El mal dormir

David Jiménez 

Por el título pareciera que vamos a adentrarnos en una narración de misterio, pero no, nada de eso. El autor, un sufridor del dormir mal, que no un insomne, analiza con brío y con audacia las aventuras de aquellos que, para su desgracia, no saben lo que es dormir seguido más de cuatro horas. Atrapa y mantiene la atención siempre.



Madrid negro

Varios autores

Once cuentos de misterio en el Madrid contemporáneo. De entre todos ellos, destacaría Carabanchel blues, de Lorenzo Silva, por su estilo, por su contenido y por su estructura. Sí señor, así se cuenta un cuento de misterio, con sabiduría y pulso.



Diarios. La larga marcha.

Rafael Chirbes

De Chirbes había leído solamente El viajero sedentario cuando decidí comprar sus Diarios IEl viajero sedentario me permitió conocer a un escritor con una fuerza potente y un rigor extraordinario, además de una sinceridad poco común. Pero, por lo que sea, no había leído nada de él antes. Ni después. Al salir Diarios I, me puse con él y me enganchó, por su fuerza, por su sinceridad, por su radicalidad, por su sabiduría y por su portentosa escritura. Aunque no comparta su visión de muchas cosas, me atrapa su sinceridad, incluso cuando sabe que no es objetivo. Sus viajes, sus lecturas, sus desventuras, su intimidad, sus amigos, su familia, su vida. Me quedé con ganas de más. Y un año después, el segundo tomo, en el que he apreciado, en sus casi 700 páginas, más sabiduría, más lecturas y todavía mejor reseñadas, más dolor personal, más decadencia vital y una sinceridad lacerante.

Entre uno y otro, decidí leer lo que hubiera por casa de él, La larga marcha (que había olvidado), una novela coral de dos generaciones, la de los adultos de la posguerra y la de sus hijos, los jóvenes contemporáneos del autor. La colmena de Cela y Tiempo de silencio juntos, pero de toda España y vistos con más radicalidad. También he leído La caída de Madrid, una novela coral que se desarrolla en aquella España de cuando muere Franco, bien escrita y compacta narración. 



Tu rostro mañana (I. Fiebre y lanza)

Javier Marías

Cuando murió Javier Marías el año pasado decidí releer Fiebre y lanza, y así, seguir con los otros dos libros de Tu rostro mañana. Como dije en otro momento (hablando de Tomás Nevinson) esta es también una novela en el más puro estilo de su autor: en ella cabe todo lo que él quiera y nada sobra. Te envuelve, te atrapa, te hace acompañar a sus personajes, los conoces, los observas, te enteras de todo lo que el autor quiera decir sobre ellos, sobre su sociedad, sobre su historia. Un repaso especial al mundo universitario de posguerra, tan injusto con su padre al impedirle obtener una cátedra. Seguiré, más adelante, con Baile y sueño y Veneno, sombra y adiós.



Un tal González. 

Lugares fuera de sitio. 

Contra la España vacía.

Sergio del Molino

Mi primera lectura de Sergio del Molino fue La España vacía, en 2016, cuando era un desconocido para todos, para mí también. En estos últimos meses he leído la réplica (más bien una defensa y una ampliación) de su famoso libro de 2016. Y un estupendo Lugares fuera de sitio, escrito con garbo y estilo y en el que da cuenta de esos espacios “perdidos” que, por su historia, están aún tratando de encontrar su lugar: Gibraltar, El rincón de Ademuz, El condado de Treviño… Como siempre, bien documentado y escrito con gracia y con personalidad.

En otoño compré Un tal González y en seguida me puse a leerlo. Un libro ágil, bien estructurado y atrevido, pues quiere ser una novela, una narración de momentos elegidos de la biografía de un personaje que es presidente del Gobierno de España durante catorce años y que se apellida González. Sin pudor y con clarividencia, articula un libro en el que reivindica la figura de Felipe González y las políticas que desempeñaron sus gobiernos.



Jinetes en el cielo

Eduardo Torres Dulce 

Un libro escrito desde el tesón de un fiscal que, gran estudioso del cine, examina hasta la extenuación la trilogía de John Ford dedicada al western, formada por La legión invencible, Fort Apache y Río Grande. Un libro exhaustivo, riguroso y muy bien escrito.



El don de la siesta

Miguel Ángel Hernández 

Un librito que reivindica la siesta desde la complacencia y desde el convencimiento de su rotunda bondad. Un libro que reivindica la siesta como antídoto contra la pulsión productiva, por el puro placer del descanso. Y, de paso, cuenta muchas cosas de amantes defensores de la siesta y de sus cuantiosos beneficios para el ser humano.



Viaje al Pirineo de Lérida 

Camilo José Cela

Un clásico libro de viajes de Cela, junto con Viaje a la Alcarria, Del Miño al Bidasoa y Judíos, moros y cristianos. Estábamos de viaje por los valles de Arán y de Bohí y me acordé de este libro de Cela. Al volver, lo releí: en su estilo, Cela nos lleva por pueblos y senderos de estos valles allá por los años sesenta del siglo pasado. Siempre es un placer leer a don Camilo, el escritor, olvidándonos del personaje que se creó.



Caminar la vida

David Le Breton

Nunca había oído hablar de este filósofo, que en este caso es un escritor viajero y, desde la convicción y la persuasión, nos invita  a conocer y disfrutar de las bondades de los viajes, siempre entendidos como una experiencia de iniciación y de conocimiento de uno mismo. Bien escrito y con acercamiento al lector, seduce por sus maneras y por su estilo respetuoso y  pausado.



Ronda del Prado 

Antonio Muñoz Molina

En este caso, Muñoz Molina deja de lado la narrativa y nos adentra en el Museo del Prado escribiendo un ensayo que recoge varias conferencias que dictó en la Cátedra del Prado en 2019. Muestra  su gran amor hacia el arte de la pintura y de la escultura y expone sus conocimientos profundos sobre lo que el Museo del Prado significa para la cultura de nuestro país. Un libro escrito con discreción y con emoción, en el que su autor recorre, como un detective, las salas del museo tratando de conocer cómo se pudieron crear las obras que en él se exponen.



La secreta de Franco

Pablo Alcántara

En esta obra se analiza en profundidad lo que supuso, para los españoles y para el régimen de Franco, la creación de la Brigada Político-Social (la policía política) y su funcionamiento a lo largo de los cuarenta años de dictadura. Era, como dijo Vázquez Montalbán, la “guardia pretoriana del Régimen”. Alcántara nos presenta un riguroso trabajo de investigación y documentación, en el que se disecciona la forma de actuar de este cuerpo policial, sus métodos, su estructura, sus relaciones y su disolución cuando llega la democracia. Imprescindible libro para conocer la historia de España de aquellos años desde el mismo seno del sistema.



Negrín

Enrique Moradiellos

Un voluminoso libro en el que su autor, un historiador prolífico y riguroso, nos cuenta la vida de Negrín a la vez que se exponen los principales acontecimientos de la historia de España de la primera mitad del siglo XX. La infancia en una familia de la burguesía canaria, la juventud de un portentoso estudiante de Ciencias, su especialización en Alemania, su entrada en la política, su implicación en diversos gobiernos de la II República, su valiente y decidido compromiso como ministro de hacienda del Gobierno republicano cuando comienza la guerra, su desempeño como presidente del Consejo de ministros y su firme decisión de alargar la guerra para que se produjera un final distinto. La derrota, el exilio, el archivo, el final.

Un libro escrito con la fuerza de un buen narrador, muy documentado y con la pasión que da el conocer bien las fuentes de la historia y saber hacer uso de ellas. Fue mi libro del verano, leído con sosiego y aprendiendo muchas cosas.  




Diez horas con Antonio Muñoz Molina 

Jesús Ruiz Mantilla

Diez horas con Antonio López 

Antonio Anaut

Diez horas con Isabel Coixet

 Jesús Ruiz Mantilla

Tres libros y tres largas conversaciones en las que Muñoz Molina, Antonio López e Isabel Coixet cuentan su infancia, sus comienzos en la literatura, en la pintura, en el cine y su devenir profesional a lo largo de los años. Un repaso profundo de su vida y de su obra en tres libros que forman parte de una serie que recoge el testimonio de grandes nombres de la cultura española. Se leen con viveza y con gratitud, porque se profundiza en la vida de los tres, y se dan a conocer muchos detalles que permiten entender mejor su personalidad y el sentido de sus obras.

    

miércoles, 18 de enero de 2023

Nadia Nencioni, Il tramonto y la caída del viejo mafioso

                        

                             Florencia - 24 - mayo - 1993

                                                   El atardecer 

La tarde
se va.
El atardecer se acerca,
un momento maravilloso,
el sol se está yendo (a la cama),
ya es de noche y todo se acaba.
               Nadia Nencioni


                          

Artículo escrito por Pablo Ordaz en El País el 18 de enero de 2023

“La noche del 26 de mayo de 1993, Nadia Nencioni tenía 9 años y una hermana, Caterina, de apenas 50 días. Sus padres, Fabrizio y Angela, se encargaban del cuidado de la Academia dei Georgofili, fundada en 1753 en el centro de Florencia, y vivían allí, justo al lado de la Galería de los Ufizzi. A Nadia le gustaba la poesía, y unos días antes había escrito un poema que tituló Il tramonto (La puesta de sol) sobre un dibujo en el que se veía un sol a punto de irse a dormir. Se puede leer en Twitter que, el pasado lunes, cuando los agentes de los Carabinieri condujeron a Matteo Messina Denaro al centro de operaciones para interrogarlo, allí estaba colgada la fotocopia del cuaderno escolar en el que Nadia había escrito su poema. “Se va la tarde / se acerca el atardecer / un momento maravilloso / se va el sol (a la cama) / ya es de noche y todo se acaba”. Aquella madrugada de hace 30 años, un coche bomba cargado con 250 kilos de explosivos destruyó el viejo edificio, provocó la muerte de Nadia y de toda su familia, la de un vecino llamado Dario Capolicchio y también hirió a otras 48 personas. El atentado, una verdadera masacre, fue ordenado por Messina Denaro, ya entonces jefe de la Cosa Nostra, y por eso fue condenado en rebeldía a la pena de cadena perpetua. Y también por eso —durante los largos días, meses, años, que duró la búsqueda— los agentes tuvieron siempre a la vista el poema de Nadia, y decidieron bautizar la operación de captura con su título en inglés: Sunset.

Tal vez sea solo un detalle, apenas unas líneas a pie de página de una jornada histórica, pero es uno de esos gestos de humanidad, de amor por las pequeñas cosas, que son la verdadera esencia de Italia, tan indolente a veces, tan cínica otras —es una obra maestra del género el tuit de Silvio Berlusconi en el que felicita por la detención a una magistratura que tantas veces atacó, y además por un golpe a una organización en la que siempre tuvo grandes amigos—. No es de extrañar, en cualquier caso, que tratándose de Italia y de Twitter el misterio y la sospecha no se hayan hecho esperar. ¿Se ha tratado de un éxito policial en toda regla o quizá de un acuerdo entre el viejo y enfermo mafioso y las autoridades? Pero ni siquiera esto se sale del guion de una película tantas veces rodada: la del fugitivo convertido en leyenda por su capacidad de convertirse en un fantasma, detenido apenas a unos metros de donde nació, con una apariencia que ha ido cambiando por el paso del tiempo o por las operaciones, y que cuando por fin es capturado resulta siempre un vecino ejemplar. “¿¡Qué quieren que les diga!?”, responde a los periodistas un paisano en un vídeo de Twitter, “era amable, decía buenos días, buenas noches...”. La táctica de mimetizarse con un entorno familiar —donde es más fácil rodearse de un entorno de ciegos y mudos por conveniencia o por miedo— parece patentada por los jefes de la mafia de Sicilia, pero también la nuestra la adoptó a veces. Cuando la policía francesa detuvo en 2004 a Mikel Albizu, más conocido como Mikel Antza, el periódico me envió a Salies-de-Béarn, una pequeña localidad en que el jefe de ETA y su esposa, Soledad Iparraguirre, Anboto, vivían desde hacía cuatro años con su hijo en una mansión situada a una hora en coche de la frontera con España. Lo que más me llamó entonces la atención —y también ahora— es que el terrorista más esquivo, el fugitivo por antonomasia, se sentía mucho más seguro en su casa que muchas de sus víctimas.

De ahí la importancia del detalle de los Carabinieri. El objetivo último no es detener al viejo capo —ya habrá otro que se apresure a sustituirle—, sino de hacer justicia a Nadia. Pase el tiempo que pase, cueste lo que cueste.”

 







lunes, 9 de enero de 2023

Aquellas pequeñas cosas, Serrat y yo



Hace unos días vi en La 2 de RTVE el concierto de despedida de Serrat. Hubo un momento que me atrapó especialmente, cuando Joan Manuel pide al público que cante con él una canción, Aquellas pequeñas cosas. Desde entonces, tengo la canción prendida en mi cabeza, me gusta recordarla y me entristece a la vez, me deleita y me pone melancólico. 

Cogí un cuaderno y escribí la letra, para traerla a la memoria en toda su integridad. Después, cantarla una y otra vez, en casa y por el campo. Hoy, ya no me produce deleite ni tampoco tristeza, ya está donde debe estar, en el cajón de las cosas que nos van acompañando siempre, en cualquier estado sentimental. Aquellas pequeñas cosas ya no es una canción de lo pasado que vuelve, es siempre un presente continuo, ya no me produce pesar ni alegría, me da paz y sosiego. Bendita cabeza la de Serrat al componer esta canción. Y bendito su corazón de poeta. Gracias Joan Manuel.



Ahí van tres vídeos, un pequeño entretenimiento. Si solo veis uno, que sea el último, y hasta el final; sonrisa compartida, sin duda. 












domingo, 1 de enero de 2023

Perduración de una fábula, un artículo de Antonio Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina

El País, 30.12.2022

Hay una particular intensidad de símbolos en estos días cercanos al final del año; una gravitación de leyendas antiguas sobre nuestra conciencia laica. Lo que no es más que una división ilusoria de fechas en el calendario cobra una presencia inmediata de umbral y paso fronterizo. Por debajo de todo late la evidencia astronómica del solsticio de invierno, la noche más larga y más oscura del año, que a partir de ahora irá retrocediendo muy gradualmente según avance la duración solar de los días. Las leyendas originarias tienen sobre nosotros un influjo tan poderoso, y tan inadvertido, como las leyes de la naturaleza, que por frivolidad o soberbia tecnológica no nos cuesta nada ignorar. Lo queramos o no, igual que no podemos ignorar la alternancia cotidiana entre el día y la noche, que rigen nuestros ritmos vitales, tampoco podemos librarnos del influjo de las historias que vienen transmitiéndose desde hace milenios, y a las que respondemos de una manera tan instintiva como a la música.

Los historiadores nos enseñan que en la Roma de los primeros tiempos del cristianismo se celebraba ya el Natalis Solis invicti, el nacimiento o el renacer del sol después del día más corto del año. Encima de ese sustrato se cuenta la historia equivalente del nacimiento de Cristo en una noche cerrada de invierno, del mismo modo en que sobre el mismo solar en el que hubo un templo pagano se erige una iglesia. Como ha explicado hace poco Juan Arias en estas mismas páginas, con la sabiduría cordial que pone en todo lo que escribe, la mayor parte de los detalles familiares del relato navideño son imaginarios, y ni siquiera están fundamentados en la autoridad de los Evangelios. Pero son esos detalles circunstanciales los que alimentan la fuerza poética y narrativa de una fábula que nos estremece más aún porque su antigüedad histórica tiene su equivalencia con la lejanía de su arraigo en nuestra memoria personal: y no ya con la memoria consciente, tan limitada y tan infiel, sino con la otra más profunda, la que responde a la música y a los olores y sabores que el recuerdo voluntario no puede invocar.

Cyril Connolly, tan inglés en su desapego irónico, tan exigente en sus criterios de calidad literaria, lo estremecía la belleza simple del villancico castellano: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va. / Y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Cuando encontré esos versos en la obra maestra casi secreta de Connolly, The Unquiet Grave, tuve la sensación de reconocer una voz conocida y querida en un lugar extranjero. La congoja súbita que expresan sobre el paso del tiempo contrasta con el júbilo de la música y del estribillo que los acompañan. Al niño que le presta atención por primera vez, ese villancico lo sobrecoge porque le confirma la revelación dolorosa del hecho de la muerte, que suele llegarle con tan innecesaria precocidad hacia los cuatro o los cinco años. Las cosas no seguirán siendo siempre igual que son ahora, en la arcadia sin tiempo del presente infantil. Los padres se harán viejos y morirán, igual que morirán el perro o el gato de la familia, y aunque parezca increíble también se morirá uno mismo, y no volveremos más.

Béla Bartók resume en tres los rasgos decisivos de la música popular: desnudez formal, intensidad expresiva, ausencia de sentimentalismo. Ahora los villancicos suelen ser una cantinela de voces azucaradas y agudas que suena de fondo en un centro comercial, pero los que se cantaban todavía cuando yo era niño podían enunciar verdades tan amargas como la de esa estrofa que entusiasmó a Cyril Connolly, y se correspondían exactamente con los rasgos que definió Béla Bartók, que son más o menos los mismos que atraían a los dos grandes indagadores españoles de la música popular, Manuel de Falla y Federico García Lorca. Yo despertaba una mañana de diciembre y sabía que estaban empezando las Pascuas, como se decía entonces, porque olía a ciertos dulces caseros que solo se hacían en esas fechas y porque las voces de las mujeres de mi casa iban cantando villancicos por las habitaciones según hacían las tareas diarias.

En ellos, el contenido devocional era casi inexistente, más allá de la proclamación de la alegría por el recién nacido, en la que estaba cifrado todo el júbilo y el asombro terrenal por ese hecho inusitado que es el nacimiento de una criatura. Lo que seducía de aquellos villancicos eran sus historias de intemperie y de desamparo, y una riqueza de pormenores sobre la vida popular muy parecida a la que está en los belenes napolitanos, en la pintura tardomedieval y del Renacimiento, y en esos presépios o pesebres portugueses del siglo XVIII que son como enciclopedias visuales y documentos precisos sobre los oficios, las devociones y las fiestas de la gente trabajadora, los campesinos y los pastores que son los primeros en recibir la buena nueva del nacimiento de Cristo. Había un villancico de la Huida a Egipto en el que el niño lloraba de sed: “No pidas agua mi niño / no pidas agua, mi bien / que los ríos bajan turbios / y no se puede beber”. Había otro en el que el niño Jesús aparecía aterido y desnudo a la puerta de una casa, y una mujer caritativa decidía acogerlo: “Pues dile que entre / y se calentará / porque en esta tierra / ya no hay caridad”.

De nuevo son palabras tremendas, que contrastan con la dulzura de la entonación y de la melodía, y por eso se escuchan al final de la más amarga fábula navideña del cine, el Plácido de Luis G. Berlanga, donde se les añade una apostilla sobre la caridad que también cantaban a veces las mujeres en mi casa: “Y nunca la ha habido/ y nunca la habrá”. En Plácido, mientras la gente de orden se pavonea exhibiendo la santurronería de sus caridades mezquinas, una familia desvalida va de un lado a otro pidiendo una ayuda que nadie le concede, tan vagabunda en su pobre motocarro como José y María en el cuento evangélico, el carpintero sin trabajo y la embarazada muy joven a punto de parir que no encuentran un refugio donde pasar la noche y donde tal vez ella tenga que dar a luz. Escuchando los villancicos en el calor y la seguridad de su casa, en el abrigo de su familia, el niño intuía el espanto del desarraigo, la crueldad sin explicación de un mundo en el que había personas sin un techo que las protegiera en las noches heladas de aquellos diciembres.

Al cabo de muchos años y mucho descreimiento me doy cuenta de que quizás fue en los villancicos y en las artes populares de la Navidad donde a muchos de nosotros se nos transmitieron las primeras nociones sobre la bondad y la justicia, sobre la frontera radical entre los protegidos y los expulsados, entre los poderosos que cabalgan en comitivas cargadas de tesoros y los pobres que llevan al portal de Belén la ofrenda tan valiosa de una cesta de huevos, o un queso, o una gallina. Al fondo de algunos cuadros de la Natividad, y de algunos presépios portugueses, se ven escenas terribles de la Matanza de los Inocentes. La misma pareja errante que no encontró albergue en Belén tiene que salir huyendo a otro país con su hijo recién nacido para escapar a la persecución de un déspota homicida. Vladímir Putin bombardeando escuelas y hospitales de maternidad es uno de los nombres variables de Herodes. Hay fábulas que duran siempre porque contienen una médula contemporánea de verdad.