jueves, 16 de diciembre de 2021

Objetos usados: La vara

Ahí está, en el estudio, siempre dispuesta a que la tomes para correr la cortina de la ventana o para descorrerla, una forma suave de realizar esta tarea, mucho más amable que si la haces a base de tirones. Ahí está la vara que tu madre usaba para hacer las camas, sobre todo aquellas que, situadas junto a la pared, resultaban de difícil acceso por un lado, y que, gracias a ese sencillo objeto, alargaba con precisión uno de sus brazos y le permitían hacer su tarea sin estirarse excesivamente.

Es una vara hecha de madera blanda, casi parece de caña, y tiene tantos años que si con ella se hace un esfuerzo brusco se podría quebrar, cosa que estuvo a punto de sucederte a ti hace algún tiempo y que, por fortuna, pudiste solucionar con un material fuerte que aplicaste a la incipiente herida. En tu pueblo decían indistintamente vara o cruz de hacer las camas y todas ellas tenían, más o menos, un metro de longitud, un grosor de dos centímetros y uno de los extremos terminados en forma de uve, lo que permitía que, con la destreza suficiente, la vara prolongase la tarea de los dedos, acostumbrados a coger con precisión las sábanas y a hacer las camas con más comodidad y en menos tiempo.

Ahora, al coger la vara para correr la cortina de tu estudio, sientes en su tacto el de las manos de tu madre, y un día y otro, al tomarla en tu mano, te acuerdas de tu madre joven y de sus muchas tareas en aquella casa del pueblo que un día fue además el comercio de tío Benjamín. Y también te acuerdas de que era allí, en la mesa camilla, junto a las ventanas del balcón, donde tu madre te hablaba de Plasencia y de tus abuelos, te enseñaba las fotos familiares y te preguntaba por las tareas en la escuela de doña Mari. También te hablaba de cuando ella era niña, y de cuando abuela María le contaba historias de su infancia al lado de la ventana del balcón en la casa del Corral del Payo. Y a veces tú, mientras la oías, pegabas tu nariz a las ventanas del balcón y veías caer, alborotados por el fuerte viento, densos copos de nieve que se fundían al caer en la calle, sin poder cuajar aún, debido al paso de los coches y de las personas, mientras otros muchos caían en los tejados y formaban una gruesa capa blanca. Los prados, las huertas, los montes y los caminos se cubrían con aquel largo manto de frío y hielo. Solo la carretera y el río se libraban de la blancura, por ser hondos surcos de comunicación y de drenaje. Allí, cerca de la mesa camilla, en el rincón que había junto al sofá, la vara de hacer las camas permanecía quieta haciendo guardia, hasta que al día siguiente se volviera a poner en marcha para ayudar a tu madre en el desempeño de sus tareas.

2 comentarios:

  1. La ventaja de la vara, frente a la magdalena de Proust, es que tienes la garantía de que va a seguir estando ahí, como sin estrenar, durante muchos días...

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    1. Tienes razón. Pero, claro, el de la magdalena era Proust y el de la vara es "El olvido que seremos". Proust sigue vivo, su magdalena ya no está sino como percepción. Dentro de algún tiempo yo no estaré. Y tienes razón, la vara seguirá ahí. Se la regalaré a Carolina junto con este cuento.

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