Es
la segunda vez que visitamos la isla de El Hierro, invitados por nuestros
amigos Isabel y Juan Pablo. Cuando, hace más de siete años, fuimos por primera vez, nos comprometimos a participar en una próxima Bajada,
que tiene lugar cada cuatro años. Y este año hemos logrado cumplir nuestro
objetivo.
El
Hierro, esa isla remota, la más lejana, considerada por algunos como la isla
perdida en medio del océano Atlántico, es la más desconocida, y sin embargo la
más singular de todas las Islas Canarias, entre otras cosas porque ninguna
tiene una Bajada tan singular y tan larga, en el espacio y en el tiempo.
Visitar
esta isla con nuestros amigos es un privilegio: Con Isabel, cuya familia
materna es de aquí; y con Juan Pablo, que lleva en esta tierra casi treinta
años, toda su vida profesional.
Un
privilegio por todos los lados, con estos guías inmejorables. La casa
del Monte, donde nos alojaron, en Aguadara; La
Caleta, donde tienen una casa hecha con primor, cariño y conocimiento, con
su mar al lado y sus piscinas de agua salada; Valverde, la capital,
esta vez de fiesta; La Restinga, con su playa, su paseo marítimo,
su reserva marina y sus restaurantes; El Pinar, ese pueblo tan singular y
tan solidario; San Andrés, donde conocimos a una pareja de amigos
de Juan Pablo e Isabel verdaderamente especiales; El Julan, ese parque natural
explicado con conocimiento profundo y un cariño evidente por su guía Emilio,
donde aprendimos mucho acerca de los aborígenes de la isla, de sus costumbres y
de los lugares que frecuentaban. La Mar Océana por todas
partes: Mar de las calmas, mar de nubes, mar azul, mar e islas al fondo, mar de
luna llena.
El
parador, varado junto a la orilla del mar; el pueblo de Frontera,
en El Golfo, sus playas y el hotel más pequeño del mundo. El Mirador
de la Peña, desde el que transportamos en una bolsa un lagarto, sin
saberlo, tal fue su osadía y nuestra sorpresa; El árbol santo, el Garoé,
con sus nubes bajas y la lluvia horizontal. El poblado de La Albarrada,
que fue el primer pueblo de la conquista.
Echedo,
Mocanal, el Pozo
de las Calcosas, El Tamaduste, donde se nos pinchó una rueda, y
tuvieron que ayudarnos a cambiarla; el renovado puerto de La Estaca; Tiñor,
Guarazoca, Isora; Sabinosa, donde las sabinas crecen
horizontales, tal es el viento de la zona; el faro de Orchilla, por donde
pasaba el meridiano cero (es decir, lo más al oeste del mundo conocido hasta
que Colón descubrió América), arrebatado
por Londres cuando los ingleses eran los amos del mundo…
Pero
todo esto no es sino el territorio, un territorio hecho día a día, conquistado,
trabajado por generaciones y generaciones, que ha dado como consecuencia un
paisaje singular y un paisanaje con gran personalidad.
Podría
hablaros aquí de lo aprendido en El Julan: los rebaños de ovejas, su
disposición los alares, los guanines, los guíos, lo esencial en la isla: el agua
indispensable (como en todas partes, pero ellos lo saben desde siempre), los
aranfaibos, las goronas, los óranes, la muda, los bimbaches, el señor
Betancourt, la corona de Castilla, los números, los letreros, los caracteres
líbico-bereberes de las inscripciones, el Tagoror, el conchero, las lapas…Pero
este escrito no es una guía turística, sólo pretende ser algo así como Impresiones
y Paisajes.
Podría
escribir largo y tendido sobre lo visto en el Museo Etnográfico, en la Casa de
las Quinteras, sobre la forja y el telar, sobre el tesón, las artes, la flema y
la habilidad de los herreños, ellos y ellas, según decía Urtusáustegui; de
talegas, costales, alforjas y majos; de bateas, cordoncillos, traperas, novelos
y miñuelos; de mudadas, gánigos y de una tía abuela de Isabel, la señora
Emeteria Fleitas Gutiérrez, la última ollera de la isla.
Hablar,
podría hablar de unos preciosos octosílabos recogidos en el museo:
Verde
no se arranca el lino,
Ni
seco, sino amarillo.
O
en un bar cubano:
Con
un mojito estoy bien,
Con
dos me siento sabroso,
Con
tres estoy pegajoso,
Con
cuatro no sé qué hacer.
O
explicar que el nombre del primer poblado, La Albarrada, viene del vocablo
árabe ‘al-barrada` y éste a su vez del latín `parata`, que
significa “cerca de piedra seca”, tal y como lo vimos in situ. Y aprovechar
para extenderme en eso que tanto me gusta, la toponimia, esa especie de
arqueología de las lenguas.
Pero
mi intención hoy y aquí es, sobre todo, contar mis impresiones acerca de La
Bajada del cuatro de julio de 2009. A ello vamos, pues.
“Nos
hemos levantado a las dos de la madrugada. La risa de ayer noche preparando los
bocadillos y la emoción de la víspera apenas nos ha dejado dormir. En la
cocina, Juan Pablo hace unos huevos fritos. “Hay que desayunar
contundentemente, que luego, ya veréis como ataca el hambre”, dice, mientras
chisporrotea la sartén y huele a invitación de pan y yema rota. Mariví y yo preparamos
café, bollos y fruta, y los tres nos sentamos a desayunar en silencio; poco
después aparece Juan Pablo segundo, quien va acomodando en su estómago un
surtido de alimentos sanos y de tradición juvenil.
Media
hora más tarde llegamos a Valverde, la capital de la isla, en cuya estación de
guaguas esperamos la nuestra entre varios cientos de personas ilusionadas y
somnolientas, esa guagua que nos llevará hasta la ermita de La Virgen de los
Reyes, en la otra punta de la isla. Es tal el atasco que hay, que en la Cruz de
los Reyes, lugar donde se celebrará la comida de mediodía, nos desvían por un
camino de tierra, en el que nos cruzamos con muchos coches cuyo tránsito es
difícil por lo angosto del camino y por las anchuras de la guagua. A las cuatro
de la mañana, entre pinos canarios y con la luz cegadora de los faros de los
coches, nuestro aspecto de romeros especiales cobra existencia, sobre todo
cuando nuestro guía dice en voz alta que ya no vamos a llegar a nuestro destino
a la hora prevista, cuando los de Sabinosa piden al cura de la ermita la venia
de la Virgen y lleven a ésta en silencio, ubicada en su corso, hasta la Silla
del Corregidor.
A
unos trescientos metros de la ermita nos dejó la guagua, tal era el atasco, y a
buen paso conseguimos llegar cuando la romería avanzaba ya camino de la Silla.
Un gentío variopinto y silencioso, con predominio de jóvenes, avanzaba lento y
expectante, guiado solamente por los pasos de los de delante y algunos focos
anónimos.
Embutidos
en nuestros jerseis, a propuesta de Juan Pablo nos fuimos abriendo paso por un
lateral, con el fin de avanzar y llegar, más adelante, a situarnos cerca de los
danzantes. De repente, se hizo oír el guío de Sabinosa, mientras una herreña
gritó de júbilo:
Que viva la Virgen, viva.
Que viva la Virgen, viva.
Y todos los pitos, unos quince hombres con una especie de flauta travesera,
empezaron una melodía, que, con otras tres o cuatro, íbamos a oír a lo largo de
más de quince horas y caminando casi treinta kilómetros por todo el espinazo de
la isla.
A
los pitos, introduciendo el ritmo, se unieron las percusiones de más de quince
tambores y bombos, y como la música está hecha para sentirla con el cuerpo y
con la mente, más de veinte hombres y mujeres se lanzaron a danzar cuesta
arriba y cuesta abajo, y apenas pararon hasta la Raya, donde, después del pique
correspondiente, dieron la venia a los del pueblo siguiente, los de El Pinar,
quienes acercaron a su santo hasta el corso de la virgen y tomaron nuevos bríos
para seguir adelante con la Bajada, entregar el corso en otra Raya a los del
siguiente pueblo, y así sucesivamente, hasta llegar a la capital, Valverde,
donde pitos, tambores, bombos y danzantes de toda la isla se unirían y pondrían
el vello de punta a todos, después de tantas horas de música y danza, de camino
y de piques, de sed y hambre, de comida y bebida abundante, de frío y de calor,
de día y de noche, de polvo seco y de humedad lluviosa, de camino pedregoso y
de sotos arbolados.
Emilio,
el guía de El Julan nos dijo que la Bajada sigue los mismos pasos que un
rebaño: En éste hay dos ovejas guías, quienes por indicación del pastor dirigen
el rebaño yendo a izquierda o derecha según aquél indique. Y las ovejas y demás
miembros del rebaño que se descaminen son de inmediato obligadas por el perro a
seguir la orden del pastor. En la Bajada, los guíos dirigen a los pitos y los
danzantes, y el papel del perro lo representan los tambores y los bombos, que
marcan el ritmo incansablemente a lo largo de toda la romería. Es ésta por
tanto una fiesta antigua, una fiesta de pastores.
Esta
experiencia no podría seguirse si no hay una preparación física y mental, pero
tampoco lo sería sin una contundente comida y una bebida abundante. Pero no es
sólo una aventura personal, lo es también social: Puedes dejarte invadir por la
música, la percusión, la danza y el buen ambiente; puedes recogerte y sentirte
mejor contigo mismo, incluso cuando el cansancio, la sed y el hambre atacan. A
veces miras el mar de nubes, la mar debajo, otra mar al otro lado y el polvo de
los romeros en medio del lomo de la isla, y te emociona que este ritual se haya
conservado como seña de identidad desde los antiguos bimbaches, llegados desde
el Atlas marroquí, con sus ovejas, sus cabras, sus cerdos, su cultura y su
música, y que rítmicamente cada cuatro años, se siga al milímetro el protocolo
establecido, manteniendo la ancestral costumbre de reunirse en día tan señalado
todos los miembros de la comunidad isleña.
Porque
de eso se trata, de festejar que se vive en comunidad y que, aunque todas las
comunidades tienen mucho en común, es lo específico lo que las mantiene vivas,
porque la uniformidad las empobrece y las desliga de la tierra. Por eso la
celebración central de la Bajada, en la Cruz de los Reyes, es el acto cumbre:
Allí se tienden los manteles y se abren las cestas, que de buena mañana se han
portado hasta el lugar, para comer en familia y con los amigos, charlar con los
conocidos, saludar a los vecinos y agasajar a los forasteros.
Qué
lección de armonía y de hospitalidad, de convivencia y de festiva participación
es esta ritual costumbre de la Bajada.
Lo
que pasa es que aquí, en El Hierro, la Bajada es más que una fiesta, es una
gran escenificación de cómo los vínculos de una sociedad aislada, que durante
muchos años tuvo que sobrevivir y autoabastecerse, permanecen en el conjunto de
los isleños, los gratifica con su solidaridad y los protege de sus propios
temores. Luego todo esto fue santificado por la Iglesia católica, pero en el
ritual de la Bajada sólo intervienen los curas y las autoridades al principio y
al final de la romería. En realidad, la Bajada es todo lo que hay entre el
principio y el final: Ahí radica su interés. Ahí y en sus raíces, bereberes en este
caso, como, a mi parecer, en Camuñas.
Qué
topónimos tan sonoros dan nombre a los sitios de la Bajada o a los que se ven
desde ella: Sabinosa, La Montaña de los Humilladeros, Los Llanos, La Raya de
Binto, El Julan, El Tagoror, Mencáfete, Tanganasoga, Malpaso, El Pinar, La Cruz
de los Reyes, El Golfo, Frontera, La Raya de la Llanía, El Bailadero de las
Brujas, La Raya de la Mareta, Asomadas, La Montaña de los Frailes, Timbarombo,
El Mirador de Jinámar, La Raya de la Cruz del Niño, La Montaña de Afosa, La
Meseta de Nisdafe, San Andrés, La Raya de las Cuatro Esquinas, La Albarrada, La
Raya de Tejeguete, Ventejís, Tiñor, El Árbol Santo del Garoé, El Gamonal, La
Caldereta, Tesine y, por fin, Valverde.
En
Valverde, todos los guíos, dirigidos por el de la capital, todos los pitos, los
tambores, los bombos y los danzantes sacan fuerzas de sus adentros y tocan y
bailan con más bríos aún. Es la apoteosis, el final de la Bajada. Después
vendrá la Subida, con ganas pero algo tristes, hasta rehacer el camino y dejar
a la Virgen en su ermita, allá en La Dehesa. Y a esperar que otros cuatro años
pasen, para que los familiares, vecinos y amigos puedan de nuevo verse en La
Cruz de los Reyes, hasta que de nuevo salte el guío de Sabinosa y una
espontánea herreña, llena de vida y dulzura, diga de nuevo:
Que viva la Virgen, viva.
https://roblesamarillos.blogspot.com/2018/06/el-corpus-de-camunas-pecados-y-danzantes.html
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