Hoy,
tres de junio de 2018, mi madre hubiera cumplido 92 años. Pero murió
a los 45, así que ya hace muchos años en los que, cuando llega este día, como
no puedo imaginar cómo sería ella si viviese, lo que hago es recordar quién
fue. Y fue, sobre todo, una buena persona. Una mujer de intensas amistades, una
esposa abnegada y una madre feliz. Una mujer de amena conversación, curiosa por
conocer, atrevida en los intentos de mejorar la vida y con don de gentes para
tratar con todo tipo de personas.
Lo
que no pudo la tuberculosis que sufrió, lo que no logró aquella pancreatitis
que amenazó la vida de mi padre, lo consiguió su cáncer prematuro, que yo creo
que se incubó en aquella granja navarra que mi hermano y yo, muchos años
después, compararíamos con Macondo. Allí se sintió prisionera de un ambiente
lastrado y primitivo. De allí pensó que difícilmente ya iba a salir, porque su
lucha por dejar la granja, las visitas que hizo y las cartas que envió,
buscando para la familia un destino menos esclavo y primario, no dio fruto y la
sumió en un desesperanzado desconsuelo. Y sí, claro que salió, pero camino de
nuestro pueblo, cuando en el hospital vieron que ya nada se podía hacer.
Muchos
años han pasado hasta que he podido hablar de esto sin que me asomaran unas
lágrimas de inmediato, de tan desgarrador como fue aquel periodo de su muerte,
de tan penoso como fue quedarnos todos huérfanos de ella: mi padre, con 47
años, y mis hermanos y yo, con 11, 15 y 19.
Al
irse para siempre, un abismo se abrió en nuestras vidas y el futuro se nos
mostraba negro y árido, como un desierto inmóvil y salvaje. A todos se nos torció
la vida. Y un pudor herido nos impidió, durante mucho tiempo, hablar de ella,
hasta tal punto que eran contadas las veces que salía en nuestras
conversaciones.
Pero
ahora ya me es posible llegar a este día, el de su cumpleaños, y sentir
alegría. Alegría al recordar momentos de su vida, al
contemplar sus fotos, al intentar sentir aún su olor, al evocar su voz, tan
lejana ya. Buena parte de lo que somos hoy se lo debemos a ella, pues su tesón,
su entrega y su amor quedaron para siempre en nosotros, impregnando nuestra
personalidad y nuestra forma de ver las cosas.
Por
todo ello, hoy me atrevo a celebrar el día en que nació. Aunque ya hace mucho
tiempo que no cumple años, mientras vivamos su memoria perdurará con nosotros,
pues nadie muere del todo si hay alguien que lo recuerda. Y nosotros la
recordaremos siempre, pues además de traernos a este mundo hizo todo lo posible
para que en él viviéramos felices y seguros.
Gracias,
madre, por haber sido como fuiste, tan buena, tan tierna, tan luchadora y tan
valiente. Gracias por darnos todo. Gracias por tu sinceridad y tu sonrisa.
Siempre te queremos. Y hoy más, pues hace 92 años que naciste.
Bonito recuerdo, bonito presente.
ResponderEliminarQuerido Jesús, muchas gracias por compartir este post tan hermoso e íntimo que creo compartimos los que hemos perdido a nuestra madre. Le he preguntado a Julio si recordaba a tu madre y me dice que, aunque era pequeño, la recuerda de cuando viviais cerca de la casa de mis suegros. Como tú bien dices, nuestros seres queridos siguen vivos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Un fuerte abrazo para vosotros y para tu padre.
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