Ayer estuve en el teatro Guindalera, viendo Tres años, una versión libre sobre el texto de Chejov. Fue un placer, como siempre que voy a estos pequeños teatros, donde treinta personas tenemos el privilegio de ver un teatro de cámara, con los actores ahí al lado, notando su respiración. Salí contento, y al regresar a casa, con un frío del demonio, iba andando y la obra la llevaba prendida en la cabeza. Me gustó mucho y me pareció extraordinaria la entrega de quienes llevan el teatro Guindalera adelante. Se lo merecen todo.
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