sábado, 14 de abril de 2012

¡Qué día inolvidable aquel catorce de abril!


Recuerdo que salimos del instituto hacia la calle de San Bernardo y que por ella bajaban riadas de personas a las que nos íbamos uniendo con alegría, abrazándonos unos con otros y cantando felices camino de la Puerta del Sol. Al entrar en la plaza por la calle del Arenal, nos sobrecogió ver un gentío impresionante, una muchedumbre insólita que la abarrotaba y que gritaba unánime: “¡Viva la República!”  Encima de algunos tranvías varados entre la multitud y en lo alto de la marquesina del metro, decenas de personas intentaban seguir el espectáculo desde aquellas atalayas privilegiadas. Toda la plaza se fundió en un inmenso aplauso cuando don Niceto Alcalá Zamora salió al balcón de Gobernación y se dispuso a hablar en nombre del Gobierno provisional. Aquel edificio siniestro, lleno de calabozos y de despachos como covachuelas, se iba convirtiendo poco a poco en el rompeolas de la República, sobre todo cuando, terminado aquel vibrante y cálido discurso, la plaza rugió con entusiasmo, se dieron vivas al gobierno provisional y cantamos hasta tres veces el himno de Riego.
Aquel gentío se fue dispersando poco a poco por las calles que dan a la plaza y nosotros nos dirigimos hacia el Palacio Real, llevados casi en volandas por la gente que bajaba hacia Ópera. Al llegar a la plaza de Oriente, un cordón compacto de jóvenes con escarapelas rojas tenía como misión impedir el paso al recinto. ¡Así se evitarán desmanes en el Palacio Nacional! dijo quien parecía tener algún mando en aquel sector. Mientras volvíamos sobre nuestros pasos, nos íbamos riendo con los comentarios que hacía Honorio sobre el cambio de nombre del palacio: “¡Como todo vaya así de rápido, algunos deberían ir haciendo ya las maletas por si tienen que seguir los pasos del rey!”
Serían ya más de las nueve cuando Honorio, Baldomero, Valentín  y yo bajábamos por la Cuesta de San Vicente, camino de San Antonio de la Florida, nuestro barrio, y  todavía seguíamos excitados hablando de lo que  habíamos visto aquella tarde y de lo mucho que nos agradaba que la llegada de la República coincidiera con el inicio de nuestra juventud. Fue entonces cuando Baldomero, con voz queda y casi como pidiendo disculpas, nos aguó la fiesta al decirnos cuánto le extrañaba que todo hubiese ocurrido tan alegremente, como si en España  no hubiera enemigos del nuevo régimen, como si hasta el día anterior en el país no hubiera habido poderosos ni gobiernos a su servicio. “¡A saber qué es lo que estarán preparando ésos, porque quietos no creo que vayan a quedarse!” añadió Baldomero y una brizna de inquietud aleteó sobre aquel catorce de abril.

http://antonioaravalle.blogspot.com.es/2011/01/junto-al-molino_10.html

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