jueves, 21 de agosto de 2014

El gazpacho de la abuela



  En contra de lo que pudiera parecer por el título, en este cuento no vas a hablar de gazpachos aunque, bien mirado, es uno de los pocos platos que te salen bien, así que podrías explicar tu pequeño secreto. Claro que vaya usted a saber, en verano los comensales suelen ser muy agradecidos ante cualquier caldillo si es refrescante…

   No, ahora no vas a hablar de gazpachos, y menos de aquellos gazpachos que hacía tu abuela María, echando un diente de ajo en su mortero, un pellizco de sal, dos dedillos de aceite, un chorrín de vinagre y el secreto de sus mano, que diría Carlos Cano. No, la cosa va por otro lado.

  En tu recuerdo está aquel día en el que tu compañera Marta, entonces directora del instituto, trajo al centro a su nieto Jesusín, mientras sus padres atendían un asunto improrrogable. Era uno de esos días en los que estabais en plena vorágine de elaboración de los horarios de los grupos, una ebullición de casi mil alumnos y setenta y un profesores que dependía de aquel bombo-programa al que llamaban Peñalara.

  Jesusín, un niño de cuatro años, al que colmasteis de atenciones y que enseguida cogió confianza con todos vosotros, se entretenía pintando en unos folios usados muñecos de colores y letras como espaguetis y tallarines. Al cabo de un rato, cansado de juegos y de lápices, se fue de la mano de su abuela por los pasillos del instituto- vacíos en esos días y meláncolicos- camino de jefatura de estudios, donde Ana, Sandra y Monse confeccionaban listas de alumnos en las que estudiaban con lupa la diversidad repartida y el equilibrio de fuerzas perpendiculares y paralelas, que en combinación con los horarios se entregarían a los profesores el lunes siguiente, el día señalado para ver cómo es cada quién y tal y tal.


  Largo tiempo estuvieron todas ellas hablando de los pormenores de las listas, trufando su cháchara de anécdotas y echando unas risas. Y allí también estabas tú, colocando el calendario oficial en el tablón de anuncios del despacho, en tu mano una caja de chinchetas a rebosar, de cuyo borde una, puntiaguda y amarilla, se deslizó con alevosía hacia la impresora que debajo estaba y de la que nada más se supo, pues te fue imposible sacarla de aquellas profundidades. Jesusín, que fue el único que vio volar la chincheta hacia su imprevisto destino, quiso coger otra para que tú le colgases su nuevo dibujo en el tablón pero ¡ay! se pinchó, y su ¡ay! terminó la animosa conversación de la abuela y sus colegas. Tú, cogiste el dibujo de Jesusín y lo colocaste en el tablón junto al calendario, y él, ya satisfecho, tomó de la mano a la directora y le dijo:
                        
     -Abuela, vamos a tu gazpacho.

  Unos brevísimos instantes de silencio, y después unas sonoras carcajadas acompañaron a nieto y abuela de regreso al despacho, donde seguro que Jesusín volvería a jugar con sus letras y sus garabatos, ya lejos de aquellas carcajadas que lo dejaron un tanto contrariado.

   Mientras Jesusín pintaba sus monitos, todos los del equipo pensabais en los horarios y las listas que allí estabais elaborando, a sabiendas de que con los recortes de la consejera de educación, de cuyo nombre no quieres acordarte, iba a salir un gazpacho bastante paniaguado, un gazpacho de obligada aceptación que por sus recortados condimentos era imposible que saliera medianamente aceptable. Aunque en fin, en tiempos de escasez lo importante es que los cocineros pongan en marcha el comedor y preparen los guisos con honradez y discreción.


  Bendita lengua la que permite la feliz permutación de gazpacho por despacho. Y bendito Jesusín que primero os hizo reír, después sonreír y más tarde pensar. Una secuencia –reír, sonreír, pensar- que guió vuestros pasos en aquellos años en los que los recortes en la educación fustigaron los centros públicos de enseñanza. Aunque siempre sobrevoló por encima de todos aquellos miserables recortes la sonrisa que fijó en vuestros semblantes aquella frase feliz de Jesusín cuando quería retornar al despacho de su abuela.

                             Jesús Bermejo Bermejo
                                              Los Navalmorales, agosto de 2014                                                                    











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