Hace dos semanas murió Telesforo, el padre de Mariví. Se fue
apagando poco a poco y, desde el fondo de sus 102 años, se quedó dormido en el
sueño de los justos, se marchó para siempre, con su mirada aún viva y la
conciencia de que ya era el final.
Ha sido un hombre discreto, sabio y cabal. Fruto de un tiempo duro
y difícil, supo sacarle partido a la vida y hacerla digna a su alrededor. Yo lo
conocí hace veinte años y de él he aprendido mucho. Quizá lo más destacable
sería la capacidad de adaptación a las posibilidades de uno mismo a medida que
se van cumpliendo años y, junto a ello, el tener interés y curiosidad por las
cosas y por la vida siempre, hasta el final.
Descanse en paz, Telesforo. Siempre lo recordaré a usted en La
Calera, con sus 98 años, cuando con su camiseta de tirantes y su sombrero de
paja, imponente como un héroe griego, subía cubos de agua acariciando
la carrucha del pozo. Siempre recordaré también que aún vareó más de quince
almendros, y que le vi comer uvas e higos a pecho y con deseo. Y que el bastón
lo dejaba usted en el portalón, pues la tierra blanda le sustentaba con un plus
de fuerza y juventud.
Siempre
quedará grabado en mi memoria
ese paraíso
que creó entre los tapiales
coronados
de tejas sabiamente dispuestas
para
que la lluvia no calara en sus adentros.
Esas
tejas que en invierno
rebosan
de nieve en polvo
mientras
los árboles duermen
en silencio
y al viento.
Junto
al pozo, en La Calera
lo
recordaré en silencio
y
su mirada, aún viva,
permanecerá
en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario