Paseando
un día por El Rastro de Madrid, me paré en un puesto de libros de viejo y,
husmeando, encontré, dentro de una bolsa de plástico transparente, un ejemplar
de El primer manuscrito, editado por Dalmau y Carles en 1918, hace ahora un
siglo. Yo conocía este libro porque en la escuela de mi pueblo había algunos ejemplares, cerca de otros del libro Corazón,
de Edmundo de Amicis, en aquel
armario de madera que hacía de biblioteca, y que cuando tiraron la escuela sabe
Dios a dónde irían a parar.
Lo que
más me gusta de El primer manuscrito
es la diversidad de caligrafías que muestra, si bien la mezcla de conocimientos
prácticos, principios morales y sabiduría de enciclopedia le daban un carácter
de libro de época, pero de una época anterior a loa posguerra, pues carecía de
aquella palabrería franquista y nacionalcatólica de la Enciclopedia Álvarez.
Voy
pasando sus hojas y me encuentro con la lectura en la que se reprueba la
conducta de un ciego que quemaba los ojos a los pájaros para que cantaran mejor
y así alimentar su negocio. La fuerza de la razón y la razón de la fuerza. Una
pequeña biografía de Cervantes. Dos esquelas. El niño que prefería zuecos a zapatos
y que con la diferencia se compró un Diccionario
de la Lengua Castellana: “Años después no había en todo el pueblo un obrero
tan instruido como Agustín”. El aire es pesado, amena lección de física sobre
la presión atmosférica. Dibujos con animales a los que hay que nombrar. La
famosa décima “Cuentan de un sabio que un día”, de Calderón de la Barca. La
inevitable lección sobre Isabel la Católica. Una explicación sobre la carta
personal y sus partes.
Tres noticias
sobre perros benefactores. La luna de una noche de agosto, 384.000 km. de distancia.
Lección moral titulada “El mentiroso”. Balmes. Las bombas, lección de física.
Gratitud, la historia de Emilio, el hijo de la portera. El barómetro. La
amistad de Carlos y Venancio. Murillo. Los volcanes. El mérito verdadero de un
ramillete de violetas ocultas. Géiseres y caldas. Desde Granada. Fábula de la
mona, de Samaniego. Teresa de Jesús. Minas de carbón: la hulla. Animales que
han existido. Carta a un hermano desde Puerto Rico. El hierro. Zorrilla. Una
semilla. Los gorriones, esos pájaros tan beneficiosos: consumen más de 500
gusanos por día. Un hermano más. Consejos a una niña. Juan de Mariana. El
ahorro y la lotería. Don Juan Prim. Léxico final.
176
páginas escritas en un estilo sencillo, documentado y austero, que hoy solo
chirría un poco cuando las lecciones de lo que antes se llamaba urbanidad, muestran
una cierta cursilería; son lecciones de hace un siglo, no lo olvidemos.
Conocimientos prácticos de física y de matemáticas; algunas poesías; breves
lecciones de autores y personajes famosos; consejos morales en los que se
condena la ostentación y se elogian la bondad, el trabajo y el ahorro; prácticas de escritura, mediante cartas, y de aritmética, con ejercicios
sencillos; lecciones de cosas curiosas e interesantes sobre la naturaleza que
nos rodea.
Va
dirigido a todos los niños y niñas que quieran complementar lo que
aprenden en la escuela con este manuscrito, una miscelánea de conocimientos hábilmente
organizados. Si bien el lenguaje es algo antiguo, las enseñanzas de ciencias
son muy amenas, el vocabulario sencillo
y la sintaxis nada alambicada.
Pero de
todo, lo mejor de El primer manuscrito,
es lo que hace honor a su nombre, los diversos tipos de letra, más de diez
modelos diferentes de letra manuscrita, que hacen de este libro algo singular
por su originalidad.
Hoy, un
siglo después, los niños de muchos países avanzados no practican la escritura
manuscrita sino que lo hacen en ordenadores y tabletas, pulsando teclas en
lugar de deslizar su lápiz sobre un papel. Así, su escritura deja de ser
manuscrita: la mano ya no escribe directamente, no dibuja (graphos) las letras,
no las une. Este salto cualitativo en el
aprendizaje de la escritura a mí me parece un salto hacia atrás en la adquisición
del lenguaje escrito. De hecho hay países en los que los niños, las pocas veces
que escriben a mano, lo hacen separando todas las letras, es decir, no escriben
letras unidas para formar una palabra, escriben caracteres.
Si al
cambio en la adquisición de la escritura le unimos el arrinconamiento de la memoria en la esquina de lo inútil, el asunto de la educación empeora. Se abusó mucho de la memoria en la escuela tradicional, se aprendía de memorieta, sin entender las cosas. Pero
las cosas, una vez entendidas, han de ser almacenadas en la memoria de cada
individuo, y ese almacenamiento ha de ser rigurosamente educado, faltaría más.
Y que nadie me diga que para eso está google o la wikipedia.
No obstante, mi
impresión es que, después de la abrupta irrupción de las nuevas tecnologías en
los diversos ámbitos de la sociedad, todo va a ir atemperándose, y en la escuela se volverá a ejercitar la memoria, esta vez bien, y los niños y las niñas aprenderán
de nuevo a escribir dibujando en su cuaderno, y su escritura será manuscrita, ojalá que con tantos modelos y
tan bien desarrollados como los del libro, ya centenario, El primer manuscrito.
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