Entró
en nuestra vida como sin querer, ocupando el hueco que Linda había dejado unos
meses antes, cuando desapareció. Pipo era entonces un cachorrillo de color
canela, que mordisqueaba todo lo que encontraba a su paso, y que alborotaba la
vida allí por donde pasaba. Pero también era un perro miedoso y precavido: aún
recuerdo cómo se resistía a entrar en el ascensor cuando nos lo trajimos del
pueblo.
Pipo
es un perro alegre, bruto y cariñoso. Siempre está dispuesto a saludarte y a
jugar, para él es lo mismo, y también a salir de paseo. Come cuanto se le echa
en su cuenco, pero además, al menor descuido, se zampa en un santiamén
cualquier manjar que encuentre por la calle. Es un perro práctico y astuto. Y
testarudo. En el pueblo se pierde siempre al volver del paseo por el campo, y
eso le permite callejear y husmear a su antojo. Después, cuando lo considera
oportuno, vuelve a casa y llama a la puerta falsa para que le abramos y, si no
estamos, unas veces opta por darse una vuelta más y otras, por echarse junto a
la puerta hasta que regresemos.
Pipo
es muy cariñoso con todos aquellos a los que les gustan los perros, y juega con
ellos hasta el agotamiento, sin más límite o freno que el que se le imponga con
reiteración. Pero ignora sin rencor alguno a las personas que no conectan con
los perros, no les hace caso alguno, les deja estar en paz.
Hasta
en el dormir es práctico y brutote. Se le ve a menudo panza arriba,
despatarrado y con todo al aire, muy lejos de la dulzura de Linda cuando estaba
dormida. Aunque también Pipo puede ser delicado, como cuando prepara su cama en
invierno, haciendo un ovillo con la jarapa de la cocina y enrollándose en ella
hasta encontrarse a gusto.
Lo más bonito de Pipo es su mirada,
siempre tierna y transparente. Y lo que más enfada, su comportamiento en el
pueblo, cuando, libre de correas, lo llamas y, en lugar de venir, hace un
quiebro como de juego y se marcha corriendo a la ventura, perdiéndose por las
calles. Su tozudez va unida a la seguridad de encontrar la casa
abierta a su regreso. Pero su mirada siempre es la mejor prenda de
su fidelidad y de sus atenciones.
Qué bueno, esa mezcla de espíritu indomable y de inocencia...
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