Sentado en la madera de un banco de la plaza
oigo vibrar el viento frotándose en los árboles
de mil hojas fundidas con el fondo del cielo,
donde el gris de las nubes avanza y se apodera
del verde, del morado, del rojo y del silencio.
Sopla robusto el aire, barre flores y pétalos,
y el verde de las hojas se mece a su capricho.
Nadie acude a la plaza, tan bella y tan esbelta,
en la que trepan rosas blancas, rojas y rosas
llenando arcos simétricos de geometría sólida.
...
En las mañanas tibias de soles y sin vientos
hombres de ánimo ágil dan vueltas a su noria
y otros, sentados, lentos, dan vueltas a la vida
y cuentan novedades del pueblo y la comarca.
La arena es la costumbre de viejos sosegados
jugando a la petanca con pulso y parsimonia.
Los bancos son la espera de niñas en la tarde
jugando a sus casitas en la arena templada
y niños con sus coches, sus cromos y sus voces
muy cerca de sus madres, al lado de sus faldas.
La plaza esas mañanas madruga y se levanta,
estira bien sus ramas, los árboles preparan
sus hojas, sus olores, su luz, su sombra plácida
y vienen a gozarla la golondrina rauda,
el mirlo, las palomas, gorriones en parranda
y ágiles vencejos que trazan rutas rápidas.
La plaza, por las noches, se queda triste y lánguida,
salvo cuando los jóvenes la toman en verano
y de ella se apoderan con voces y con ansias.
La Plaza de las Flores, la plaza fresca y cálida,
crisol que, sabio, alberga en su regazo malva
juegos de niño leve, danzas de la petanca,
tertulias de hombres viejos y risas de la infancia,
verano azul de cunas y amores de nostalgia,
acuarelas de viento con mil hojas moradas.
...
La plaza de un domingo de mayo gris y verde,
de viento y de luz limpia, desierta de miradas,
la Plaza de las Flores, la plaza disfrutada,
la plaza rosa y verde, las flores de la plaza.
Los Navalmorales, 9 de mayo de 2021
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