jueves, 31 de marzo de 2022

La cartera


Estaba en la troje, metida en una bolsa y resguardada del tiempo, junto a otras carteras, más grandes y menos viejas, cerca de libros y cuadernos que te acompañaron en la escuela de tu pueblo y en el colegio de Madrid, en la escuela de magisterio y en la universidad, no muy lejos de los listados de notas de tus alumnos, cuarenta años de clases y de niños, todo cerca, lo que aprendiste y lo que enseñaste, todo junto en un armario grande del desván.

Es la cartera de cuero, pequeñita y arramblada, resistiendo con valor el paso del tiempo y dando cuenta de lo pesado de su tarea con sus descosidos y sus profundas cicatrices. Con casi sesenta y cinco años, estaba pidiéndote a gritos que la bajases de la troje y la colocaras cerca de tu mesa y, a ser posible, a la vista, para provocarte de vez en cuando con su memoria y con sus achaques.

Así que, en un día frío de estos de primero de febrero, la bajas a la cocina, la pones de costado encima de la mesa de mármol y piensas en cómo traerla a la vida después de tantos años sin trabajo ni tarea. A pesar de su lamentable estado, ves que su cuero va resistiendo con valor los envites que le vas dando al tratar de estirarla y de recomponerla, así que decides buscar una aguja gorda y un cabo de cuerda, y con ellos vas cosiendo con paciencia todas las costuras que lastimosamente dan cuenta de los muchos años pasados, de los tirones que en su tiempo joven se llevó sin duda, de los empellones contra la mesa del pupitre, de los arrastrones por los suelos de la casa de las vacas de tu padre, de las patadas de Golío y de la lluvia y el frío de Aravalle. Una puntada, otra y otra más, torpemente y como pidiéndole disculpas, poco a poco das forma a toda la parte inferior y luego a los laterales, que se resisten tenaces, sobre todo los ángulos inferiores, allí donde deberías haber escondido, y no en tu boca, aquellas tres pesetas que tu madre te dio para pagar la mutualidad a doña Mari, tres pesetas que te tragaste y que tuviste varios días en tu barriga hasta que las cagaste en el orinal, qué alegría.

Después viene el darle lustre, así que, armado de una camiseta vieja, vas deslizando sobre el cuero ungüento de grasa de caballo, y lo esparces parsimoniosamente por la parte de fuera y por el asa, donde, al acercar la nariz, percibes que aún huele a tus manos de niño, por las hebillas y los bordes del cierre, por el lomo y el vientre, una mano y dos y tres, hasta que, saciada de tanta grasa, te dice déjame, para ya, que me ahogas.

Al día siguiente, miras tu cartera y la acaricias mientras buscas en la troje lo que pudo albergar en su seno cuando te la regalaron tus padres al cumplir cinco años, pero no encuentras nada de entonces, dónde habrán ido a parar tu pizarra y tu pizarrín, el cuaderno de rayas, tu lapicero, cuya punta afilaba tu padre con su navaja pequeña y brillante, tus cromos de animales salvajes, que recortabas de las cajas de cerillas, algunos de los cuales llevabas a la escuela para cambiarlos por otros, el del león africano, que salía mucho, por el del antílope sable, que os faltaba a casi todos, la onza de chocolate y el cachillo de pan que tu madre te había puesto para el recreo, el olor a niño limpio y listo, con aquellos besos de tu madre al encamparte cuando ya ibas solo por el Camino del barrio hacia la escuela, y con el olor a heno y a calostros de tu padre, cuando en días de nieve o de lluvia te recogía de la escuela al venir de las vacas y te subía a costillas, te tapaba con el capote viejo y te acercaba a casa, tu alegría de ir a la escuela de doña Mari, aquella maestra cuyos ojos brillaban cuando os daba las lecciones de letras, de números y de canciones.

                                

 Buscas pero no encuentras y, sin mucho convencimiento, metes en la cartera la enciclopedia del tercer grado, esa que se daba en la escuela de don Faustino mientras te viene a la memoria que, cuando pasaste a la clase de los mayores, tuviste a la vez una alegría y una tristeza; la alegría, que el maestro, después de unos meses, te pasó directamente a la enciclopedia de tercer grado, para qué va a perder el tiempo el muchacho en la del segundo grado, les dijo a tus padres; la tristeza, que en la escuela de don Faustino solo hubiera niños pues las niñas se iban a la de doña Conchi, no entendiste nunca aquello pero en seguida te hiciste. Esa enciclopedia no es la que tú usaste en la escuela, la compraste con algo de melancolía en la cuesta de Moyano hace algunos años; la tuya pasaría con el tiempo a tu hermano, y quizá luego a tu hermana, a saber qué fue de ella. Por eso, la sacas de la cartera y la juntas con otros libros de aquellos tiempos también comprados de nuevas, Corazón: Diario de un niño, el Catón y El florido pensil.

Y alojas en su interior blandito y agradecido tres o cuatro cosas que te gustan mucho, objetos de un después, que nunca estuvieron en ella, porque cuando llegaron a tu vida la cartera estaba ya olvidada en el desván del pueblo. Colocas con mucho cuidado el libro de lengua de primero de bachiller elemental, aquel en el que leíste por primera vez una poesía de Antonio Machado y un capítulo de Platero y yo, ese libro libre y bello de Juan Ramón Jiménez. Y después, un cuaderno de prácticas de enseñanza, aquel que elaboraste con don Teodoro Agustín Rubio cuando estudiabas magisterio, y que tanto has usado en tus cuarenta años de profesor: cómo estudiar romances y leyendas, por qué aprovechar las canciones de moda en clase, cómo enseñar ortografía, caligrafía, vocabulario y la gramática, todo igual que un cuento, como la vida, que siempre iba en serio, aunque eso tus alumnos lo empezarían a comprender más tarde, mucho más tarde que tú.

También vas colocando con esmero un cuaderno que hicisteis en un campamento del Frente de Juventudes, la rama joven del único partido político del régimen de Franco, que se llamaba FET y de las JONS, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, vaya nombre tan largo y tan feo, pensabas. Durante catorce días del verano del 68 permaneciste en aquel campamento específicamente dedicado a estudiantes de magisterio, quienes obligatoriamente debíais acreditar, al terminar la carrera, que habíais cumplido con dicho requisito. Dos semanas de verano en la sierra de Guadarrama hubieran sido unas magníficas vacaciones, pero lo fueron solo a medias, pues buena parte del tiempo lo dedicasteis a un sinfín de tareas destinadas a hacer de vosotros unos maestros sumisos, católicos y tradicionales. O al menos así lo pretendían aquellos monitores, sus jefes y sus programas, si bien la cuadrilla de vuestra tienda, buenos amigos todos de la escuela de magisterio, supisteis nadar y guardar la ropa, o sea, como hacía casi todo el mundo en aquel larguísimo tiempo de siega y de silencio. Pasadas las dos semanas, os dieron el diploma y os fuisteis del campamento, pero has de decir, con orgullo y alegría, que nada de lo que contiene ese cuaderno lo pusiste en práctica en tus años de maestro. Aunque, eso sí, siempre lo tuviste muy en cuenta, pues nada en este mundo te enseña más que aquello que te espanta. 

                                                            Campamento del Frente de Juventudes en Guadarrama. Hacia 1965

Quién te iba a decir que aquel campamento que te descubrió la sierra de Guadarrama lo evocarías con ternura cuando, bastantes años después, supiste que dicha sierra ya había sido, mucho antes de aquel verano, escuela activa de futuros maestros, alumnos como tú que iban acompañados de sus profesores de la Institución Libre de Enseñanza, un proyecto fundado en 1876, cuyo objetivo era la transformación de España a través de la educación y que, con la victoria de Franco, fue abolido, sus maestros perseguidos con saña y su semilla extirpada de raíz. La Institución, aquella insigne obra creada por Francisco Giner de los Ríos, a quien Antonio Machado dedicó unos hermosos y agradecidos versos cuando al maestro le llegó su hora:

 Murió?... Solo sabemos

que se nos fue por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas. 

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren y las sombras pasan;

lleva quien deja y vive el que ha vivido.

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! 

                                                        

                                                                Excursión de la Institución Libre de Enseñanza por Guadarrama. Hacia 1925

Y, por último, metes en la cartera un libro pequeño, El niño zurdo, un niño como tú, zurdo desde que naciste, obligado por todos a usar la mano derecha, cuando tu diestra era la zurda sin dudarlo; si con esta tirabas piedras, levantabas la malla, cogías peras o asías la guía de tu rodancha, nadie te corregía; pero todos te reñían si al comer, al escribir o al santiguarte no echabas la mano derecha. Mucho ha llovido desde entonces, cuando te obligaron a escribir con la mano menos dotada, y aún ahora, con setenta cumplidos, sigues escribiendo con la misma mano, pues tu diestra, la izquierda, te dice que cada cosa a su tiempo, y se niega a ser segundona, ella que siempre es la que afina, la que refina y la que remata.

Cuatro cosas has metido en tu cartera, cuatro: dos libros, el de lengua y El niño zurdo, y dos cuadernos, el de prácticas y el del campamento. Cuatro cosas que llenan el espacio que un día ocuparon tu pizarra y tu pizarrín, el cuaderno de rayas y el lapicero, la onza de chocolate y los cromos de animales. Cuatro cosas en tu cartera, que ahora reluce erguida y recobrada.

                                                                                                                        Jesús Bermejo   

                                                                                                                                                            Marzo de 2022

Quiero agradecer a Mariví Navas sus varias lecturas y propuestas de corrección y de reescritura de este relato, que tanto lo han mejorado sin duda.  Gracias, Mariví.








              
                                                                                             

      




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