viernes, 24 de febrero de 2012

Alobarse



En estos días de invierno estoy releyendo el libro Judíos, moros y cristianos, de Camilo José Cela. Me ha impresionado, de nuevo, el episodio en el que se nos cuenta el caso de un mozo que, caminando por la noche, se alobó.
Un día después de leer ese texto fui a ver a mi padre. Le pregunté, mientras tomábamos un café junto a su mesa camilla, si conocía la palabra alobarse. No la conocía pero me contó una historia. Traigo aquí el texto de Cela y la historia de mi padre.
Y los traigo hoy, en vísperas de mi cumpleaños, ya sesenta.
(Parece mentira.)

                              
                 
                                                    El texto de Cela
                                                   
“El caminante, ni ve ni escucha al lobo. El caminante va silbando, va tranquilo, por el senderillo. A lo mejor, el caminante piensa en el fuego de su cocina, que arde entre dos piedras y no se apaga en toda la noche. Se está a gusto sentado en el escabel, al lado del fuego de la cocina, ya mortecino pero aún calentador, descabezando el último sueñecico de la madrugada, con el gato al lado y un cuenco de leche tibia esperando. La noche está algo dura, pero el caminante, la boina calada, las manos en los bolsillos, la bufanda de tres vueltas guardándole el aliento, se defiende pisando, bien pisado, el suelo. El caminante, ¿qué le ha sucedido?, de repente tiene miedo. El caminante ni ve ni escucha al lobo. El caminante nota que un tiritón le corre por el espaldar. El caminante alerta la vista y aguza el oído. No; el caminante ni ve ni escucha al lobo. Al caminante la frente le suda frío, las carnes le tiemblan, el cabello se le eriza, el corazón parece como desbocársele. Al caminante le golpea la sangre en las sienes. El caminante se vuelve y allí está el lobo, con los ojos como carbunclos, la boca abierta enseñando el colmillo poderoso, la lengua fuera, el pecho fuerte, el espinazo hirsuto. El caminante se alobó.
 -Un servidor piensa que es como para desorientarse, ¿verdad usted?, y el que se desorienta…, ¡malo!
Para el vagabundo, y para las gentes de Ávila de quienes lo aprendió, esto de alobarse es como una inmediata adivinación del lobo, algo así como saber al lobo con el alma antes de que con los sentidos. Al alobado, le suele avisar el canguelo; en este entendimiento lo decía el pastor muchacho del camino de Bohoyo.
 -Pero con un buen mastín! Por aquí no hay buenos mastines, criar un mastín vale un riñón… Eso es para ricos…
El lobo ataca sin avisar a las mujeres y a los niños, se conoce que prefiere ir más sobre seguro. A los hombres los aloba, antes. Alobarse también puede ser encogérsele a uno el ombligo ante el lobo, como al pajarito ante la serpiente. El caminante ve al lobo, que está sentado sobre los cuartos de atrás, tan flamenco. El caminante que tiene ya muchas noches de lobos en la memoria, sabe que su papel es no dar la espalda.
-¡To, lobo! ¡To, lobito, lobo! ¡To lobo!
El lobo lo deja pasar sin tocarle. El caminante confía en que la palabra lo escude. A nadie se le ocurre pegarle un palo al lobo, de buenas a primeras.
-¡To, lobo! ¡To, lobito, lobo!
El lobo comienza a seguir al caminante por veredas y prados, por desgalgaderos y relejes y trochas. No caen cerca ni el poblado ni el pinar, y el lobo, que es un buen táctico del monte y de la nava, jamás ataca a destiempo. El caminante no vuelve la cabeza. El caminante habla procurando templar la voz.
-¡To, lobo! ¡To, lobito!
El lobo da una corta carrera - ¡ay, el trote lobero estremecedor! – y pasa pegado al caminante; tan pegado que, al pasar, le pega con el rabo, suave, suave, en las piernas. El caminante fuerza por mantener la voluntad.
-¡To, lobo, to…!
El lobo lo espera, veinte pasos más adelante, para repetir la maniobra, dos, tres, cinco veces, las que haga falta; todo es cuestión de paciencia. El caminante sabe que si aguanta hasta las primeras luces del alba, está salvado; el lobo huye con el día.
-¡To, lobo…!
El caminante, a la segunda, a la tercera, a la quinta vez, ¿qué más da, si todo es cuestión de paciencia?, siente flaquear las piernas, ve turbia la estrella que veía clara, nota un tembleque en la voz. El caminante quema su último fervor, ya desesperado.
-¡To…!
El lobo vuelve a la carga, gruñendo raramente, extrañamente, regocijadamente.
-¡Ah!
El caminante, con su postrer aliento, se derrumba. El caminante se alobó. El lobo se echa sobre el caminante y lo mata de un bocado en el cuello. Es muy rápido el lobo, muy limpio para matar. El caminante, que sufrió con el alma mientras aún de pie y caminando, agonizaba, casi ni nota dolor en el cuerpo, en el instante de morir.
-¿Y si se sube a un árbol?
- No le da tiempo; si prueba a subirse a un árbol, como si intenta guarecerse en las casas o en el pinar, el lobo le presenta batalla.
El chucho Morito, con las orejas enhiestas, no perdía detalle.
Si viene de hambre o en compañía, el lobo también va a la guerra con derechura y sin mayor cuidado ni preparación. A Morito, como de San Roque, se le fue el hilo por distraerse persiguiendo a la pintada mariposa.
Los animales no se aloban, sólo se aloba el hombre. La oveja se entrega; se le vidrian los ojos, se le engrasa el hocico y se entrega. La cabra huye monte arriba, a las peñas a las que no llega el lobo. Las vacas forman un redondel, culo con culo y reciben al lobo a cornadas. Las yeguas también pintan la rueda, cara con cara, y saludan la lobo a coces. Las vacas y las yeguas guardan, con sus cuerpos y en medio del aro, al ternero y al potrillo. El lobo brinca para morder a las vacas en la ubre y a las yeguas detrás de la oreja, donde nace la crin. El perro, pelea.”


                                          
                                          La historia de mi padre

Como decía antes, le pregunté a mi padre, recién releído el texto de Cela, si se usaba en el pueblo la palabra alobarse y me dijo que él no la había oído. Y luego me contó una historia.

"En mis tiempos sí había bastantes lobos cerca del pueblo. Había muchas vacas y ovejas y cabras, entonces abundaban, no como ahora.
Un día de junio las vacas nuestras, con los chotos y los terneros, se presentaron en el pueblo. Se habían escapado del Llano Mayor, junto a la sierra. Al ojear el camino, vimos que a uno de los chotos lo habían matado los lobos en la cerca Marigonzal, cuando venían al pueblo por la mañana. Se conoce que los lobos estuvieron rondándolas y por eso se escaparon.

Esa noche las vacas durmieron en el pueblo, pero a la mañana siguiente las llevamos de nuevo al Llano Mayor. Cuando fuimos a asomarnos al otro día, las vacas no estaban en el prado. Se habían escapado pero ya no volvieron al pueblo; se fueron por el cordel a Extremadura, a la dehesa donde habían estado el invierno anterior. Las pudimos pillar con los caballos ya cerca de Plasencia..."
(-¡To, lobo! ¡To, lobito, lobo! )


2 comentarios:

  1. Hola Jesús:
    Felicidades por tu 60 aniversario. Habría que celebrarlo en el Puerto!!.
    Respecto de los lobos en el Puerto, Julio me ha explicado como, al amor de la lumbre, abuelo Ríos explicaba, entre otras muchas cosas, el impacto que producía el lobo en las personas cuando lo veían: se les erizaba el vello. Quizás fuera una consecuencia del miedo que producía la presencia del lobo. Por aquel tiempo, la vida en los prados era muy intensa y en casa cuentan las aventuras de un perro valiente que tenían, y que seguro que conociste, que se enfrentaba a los lobos cuando iban a atacar a las vacas en los prados. ¡Que hermosos tiempos de historias junto a lumbre!!
    Un abrazo.
    Carmen Miranda

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  2. Me ha encantado tu comentario sobre la palabra alobarse, Jesús. Gracias por tu blog. ¡Un abrazo!

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