Julio de 2013
Fieles a la tradición, otra vez más, que ya han pasado
cuatro años, los herreños se disponen a celebrar la fiesta de la isla: La
Bajada. Como esta vez no podremos estar allí, quiero traer aquí lo que en este
blog escribí hace cuatro años, con algunas fotos nuevas.
Isabel, Juan Pablo…disfrutad de ese gran día y
brindad por todos cuando los de El Pinar consigan, por fin, que los de Sabinosa
les entreguen la virgen. Brindad por todos, cantad y bailad. Carpe diem.
Un abrazo y saludos para todos los que os reunáis
en el autobús y en la comida de la Cruz de los Reyes.
Es la segunda vez que visitamos la isla de El Hierro,
invitados por nuestros amigos Isabel y Juan Pablo. Cuando hace más de siete
años Mariví, Mercedes y yo fuimos por primera vez, nos comprometimos a
participar en una próxima Bajada, que tiene lugar cada cuatro años. Y este año
hemos logrado cumplir nuestro objetivo.
El Hierro, esa isla remota, la más lejana, considerada
por algunos como la isla perdida en medio del océano Atlántico, es la más
desconocida, y sin embargo la más singular de todas las Islas Canarias, entre
otras cosas porque ninguna tiene una Bajada tan singular y tan larga, en el
espacio y en el tiempo.
Visitar esta isla con nuestros amigos es un privilegio:
Con Isabel, cuya familia materna es de aquí; y con Juan Pablo, que lleva en
esta tierra casi treinta años, toda su vida profesional.
Un privilegio por todos los lados, con estos guías
inmejorables: la Casa del Monte, donde nos alojaron, en Aguadara;
La Caleta, donde tienen una casa hecha con primor, cariño y
conocimiento, con su mar al lado y sus piscinas de agua salada; Valverde,
la capital, esta vez de fiesta; La Restinga, con su playa, su paseo
marítimo, su reserva marina y sus restaurantes; El Pinar, ese pueblo tan
singular y tan solidario; San Andrés, donde conocimos a una pareja de
amigos de Juan Pablo e Isabel verdaderamente especiales.
El Julan, ese parque
natural explicado con conocimiento profundo y un cariño evidente por su guía Emilio,
donde aprendimos mucho acerca de los aborígenes de la isla, de sus costumbres y
de los lugares que frecuentaban. La Mar Océana por todas partes: Mar de
las calmas, mar de nubes, mar azul, mar e islas al fondo, mar de luna llena.
El parador, varado junto a la orilla del mar; el
pueblo de Frontera, en El Golfo, sus playas y el hotel más
pequeño del mundo. El Mirador de la Peña, desde el que transportamos en
una bolsa un lagarto, sin saberlo, tal fue su osadía y nuestra sorpresa; El
árbol santo, el Garoé, con sus nubes bajas y la lluvia horizontal. El
poblado de La Albarrada, que fue el primer pueblo de la conquista.
Echedo, Mocanal, el Pozo de las Calcosas, El Tamaduste, donde se nos pinchó una rueda, y tuvieron que ayudarnos a cambiarla; el renovado puerto de La Estaca; Tiñor, Guarazoca, Isora; Sabinosa, donde las sabinas crecen horizontales, tal es el viento de la zona; el faro de Orchilla, por donde pasaba el meridiano cero (es decir, lo más al oeste del mundo conocido hasta que Colón descubrió América), arrebatado por Londres cuando los ingleses eran los amos del mundo…
Pero todo esto no es sino el territorio, un territorio
hecho día a día, conquistado, trabajado por generaciones y generaciones, que
han dado como consecuencia un paisaje singular y un paisanaje con gran
personalidad.
Podría hablaros aquí de lo aprendido en El Julan: los
rebaños de ovejas, su disposición los alares, los guanines, los guíos, lo
esencial en la isla: el agua indispensable (como en todas partes, pero ellos lo
saben desde siempre), los aranfaibos, las goronas, los óranes, la muda, los
bimbaches, el señor Betancourt, la corona de Castilla, los números, los
letreros, los caracteres líbico-bereberes de las inscripciones, el Tagoror, el
conchero, las lapas…Pero este escrito no es una guía turística, sólo pretende
ser algo así como Impresiones y Paisajes.
Podría escribir largo y tendido sobre lo visto en el
Museo Etnográfico, en la Casa de las Quinteras, sobre la forja y el telar,
sobre el tesón, las artes, la flema y la habilidad de los herreños, ellos y
ellas, según decía Urtusáustegui; de talegas, costales, alforjas y majos; de
bateas, cordoncillos, traperas, novelos y miñuelos; de mudadas, gánigos y de
una tía abuela de Isabel, la señora Emeteria Fleitas Gutiérrez, la última
ollera de la isla.
Hablar, podría hablar de unos preciosos octosílabos recogidos en el museo
Verde no se
arranca el lino,
Ni seco, sino
amarillo.
O en un bar cubano:
Con un mojito
estoy bien,
Con dos me
siento sabroso,
Con tres estoy pegajoso,
Con cuatro no
sé qué hacer.
O explicar que el nombre del primer poblado, La
Albarrada, viene del vocablo árabe ‘al-barrada` y éste a su vez del
latín `parata`, que significa “cerca de piedra seca”, tal y como lo
vimos in situ. Y aprovechar para extenderme en eso que tanto me gusta, la
toponimia, esa especie de arqueología del las lenguas.
Pero mi intención hoy y aquí es, sobre todo, contar
mis impresiones acerca de La Bajada del cuatro de julio de 2009.
A ello vamos, pues.
“Nos hemos levantado a las dos de la madrugada. La
risa de ayer noche preparando los bocadillos y la emoción de la víspera apenas
nos ha dejado dormir. En la cocina, Juan Pablo hace unos huevos fritos. “Hay
que desayunar contundentemente, que luego, ya veréis como ataca el hambre”,
dice, mientras chisporrotea la sartén y huele a invitación de pan y yema rota.
Mariví y yo preparamos café, bollos y fruta, y los tres nos sentamos a
desayunar en silencio; poco después aparece Juan Pablo segundo, quien va
acomodando en su estómago un surtido de alimentos sanos y de tradición juvenil.
Media hora más tarde llegamos a Valverde, la capital
de la isla, en cuya estación de guaguas esperamos la nuestra entre varios
cientos de personas ilusionadas y somnolientas, esa guagua que nos llevará
hasta la ermita de La Virgen de los Reyes, en la otra punta de la isla. Es tal
el atasco que hay, que en la Cruz de los Reyes, lugar donde se celebrará la
comida de mediodía, nos desvían por un camino de tierra, en el que nos cruzamos
con muchos coches cuyo tránsito es difícil por lo angosto del camino y por las
anchuras de la guagua. A las cuatro de la mañana, entre pinos canarios y con la
luz cegadora de los faros de los coches, nuestro aspecto de romeros especiales
cobra existencia, sobre todo cuando nuestro guía dice en voz alta que ya no
vamos a llegar a nuestro destino a la hora prevista, cuando los de Sabinosa
piden al cura de la ermita la venia de la Virgen y lleven a ésta en silencio,
ubicada en su corso, hasta la Silla del Corregidor.
A unos trescientos metros de la ermita nos dejó la
guagua, tal era el atasco, y a buen paso conseguimos llegar cuando la romería
avanzaba ya camino de la Silla. Un gentío variopinto y silencioso, con
predominio de jóvenes, avanzaba lento y expectante, guiado solamente por los
pasos de los de delante y algunos focos anónimos.
Embutidos en nuestros jerseis, a propuesta de Juan
Pablo nos fuimos abriendo paso por un lateral, con el fin de avanzar y llegar,
más adelante, a situarnos cerca de los danzantes. De repente, se hizo oír el
guío de Sabinosa, mientras una herreña gritó de júbilo
Que viva la
Virgen, viva
Y todos los pitos, unos quince hombres con una especie
de flauta travesera, empezaron una melodía, que, con otras tres o cuatro,
íbamos a oír a lo largo de más de quince horas y caminando casi treinta
kilómetros por todo el espinazo de la isla.
A los pitos, introduciendo el ritmo, se unieron las
percusiones de más de quince tambores y bombos, y como la música está hecha
para sentirla con el cuerpo y con la mente, más de veinte hombres y mujeres se
lanzaron a danzar cuesta arriba y cuesta abajo, y apenas pararon hasta la Raya,
donde, después del pique correspondiente, dieron la venia a los del pueblo
siguiente, los de El Pinar, quienes acercaron a su santo hasta el corso de la
virgen y tomaron nuevos bríos para seguir adelante con la Bajada, entregar el
corso en otra Raya a los del siguiente pueblo, y así sucesivamente, hasta
llegar a la capital, Valverde, donde pitos, tambores, bombos y danzantes de
toda la isla se unirían y pondrían el vello de punta a todos, después de tantas
horas de música y danza, de camino y de piques, de sed y hambre, de comida y
bebida abundante, de frío y de calor, de día y de noche, de polvo seco y de
humedad lluviosa, de camino pedregoso y de sotos arbolados.
Emilio, el guía de El Julan nos dijo que la Bajada
sigue los mismos pasos que un rebaño: En éste hay dos ovejas guías, quienes por
indicación del pastor dirigen el rebaño yendo a izquierda o derecha según aquél
indique. Y las ovejas y demás miembros del rebaño que se descaminen son de
inmediato obligadas por el perro a seguir la orden del pastor. En la Bajada,
los guíos dirigen a los pitos y los danzantes, y el papel del perro lo
representan los tambores y los bombos, que marcan el ritmo incansablemente a lo
largo de toda la romería. Es ésta por tanto una fiesta antigua, una fiesta de
pastores.
Esta experiencia no podría seguirse si no hay una
preparación física y mental, pero tampoco lo sería sin una contundente comida y
una bebida abundante. Pero no es sólo una aventura personal, lo es también
social: Puedes dejarte invadir por la música, la percusión, la danza y el buen
ambiente; puedes recogerte y sentirte mejor contigo mismo, incluso cuando el
cansancio, la sed y el hambre atacan. A veces miras el mar de nubes, la mar
debajo, otra mar al otro lado y el polvo de los romeros en medio del lomo de la
isla, y te emociona que este ritual se haya conservado como seña de identidad
desde los antiguos bimbaches, llegados desde el Atlas marroquí, con sus ovejas,
sus cabras, sus cerdos, su cultura y su música, y que rítmicamente cada cuatro
años, se siga al milímetro el protocolo establecido, manteniendo la ancestral
costumbre de reunirse en día tan señalado todos los miembros de la comunidad
isleña.
Porque de eso se trata, de festejar que se vive en
comunidad y que, aunque todas las comunidades tienen mucho en común, es lo
específico lo que las mantiene vivas, porque la uniformidad las empobrece y las
desliga de la tierra. Por eso la celebración central de la Bajada, en la Cruz
de los Reyes, es el acto cumbre: Allí se tienden los manteles y se abren las
cestas, que de buena mañana se han portado hasta el lugar, para comer en
familia y con los amigos, charlar con los conocidos, saludar a los vecinos y agasajar
a los forasteros.
Qué lección de armonía y de hospitalidad, de convivencia y de festiva
participación es esta ritual costumbre de la Bajada.
Lo
que pasa es que aquí, en El Hierro, la Bajada es más que una fiesta, es una
gran escenificación de cómo los vínculos de una sociedad aislada, que durante
muchos años tuvo que sobrevivir y autoabastecerse, permanecen en el conjunto de
los isleños, los gratifica con su solidaridad y los protege de sus propios
temores. Luego todo esto fue santificado por la Iglesia católica, pero en el
ritual de la Bajada sólo intervienen los curas y las autoridades al principio y
al final de la romería. En realidad, la Bajada es todo lo que hay entre el
principio y el final: Ahí radica su interés. Ahí y en sus raíces, bereberes en
este caso, como, a mi parecer, en Camuñas.
Qué
topónimos tan sonoros dan nombre a los sitios de la Bajada o a los que se ven
desde ella: Sabinosa, La Montaña de los Humilladeros, Los Llanos, La Raya de
Binto, El Julan, El Tagoror, Mencáfete, Tanganasoga, Malpaso, El Pinar, La Cruz
de los Reyes, El Golfo, Frontera, La Raya de la Llanía, El Bailadero de las
Brujas, La Raya de la Mareta, Asomadas, La Montaña de los Frailes, Timbarombo,
El Mirador de Jinámar, La Raya de la Cruz del Niño, La Montaña de Afosa, La
Meseta de Nisdafe, San Andrés, La Raya de las Cuatro Esquinas, La Albarrada, La
Raya de Tejeguete, Ventejís, Tiñor, El Árbol Santo del Garoé, El Gamonal, La
Caldereta, Tesine y, por fin, Valverde.
En
Valverde, todos los guíos, dirigidos por el de la capital, todos los pitos, los
tambores, los bombos y los danzantes sacan fuerzas de sus adentros y tocan y
bailan con más bríos aún. Es la apoteosis, el final de la Bajada. Después
vendrá la Subida, con ganas pero algo tristes, hasta rehacer el camino y dejar
a la Virgen en su ermita, allá en La Dehesa. Y a esperar que otros cuatro años
pasen, para que los familiares, vecinos y amigos puedan de nuevo verse en La
Cruz de los Reyes, hasta que de nuevo salte el guío de Sabinosa y una
espontánea herreña, llena de vida y dulzura, diga de nuevo
Que viva la Virgen,
viva.
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