Hipnosis en blanco y negro
Por Carlos Boyero. el País, 28 de marzo de 2014.
Es una película rodada en un precioso blanco y negro y que no puedo ni
quiero imaginármela en color, en la que su elección cromática sirve para
hacerte respirar la época en la que está ambientada. Son los años sesenta en
Polonia y si no poseyeras datos de ella creerías que fue concebida en aquel
tiempo por un poderoso creador de imágenes, que no es cine de ahora. Utiliza el
formato 4:3, la pantalla es casi cuadrada. Y tiene sentido, no es gratuito,
coqueto, ni experimental. No existe música subrayando las emociones de los
personajes, aunque a estos les ocurran muchas y terribles cosas. La única que
escuchamos es la que ponen en su casa (Bach), cantos religiosos en una iglesia,
o cuando alguien interpreta al saxo, con veneración y sentimiento Naima, de John Coltrane. El metraje es de 80 minutos, el tiempo que necesita el
director para contarte esta historia con tanta precisión como poder de
sugerencia. No sobra ni falta un plano. Me siento hipnotizado de principio a
fin.
Nada desprende olor a impostura. El claustro nevado de un convento, la
bruma acercándose a un bosque, un tenue rayo de sol filtrándose en un
cementerio, parece que siempre han pertenecido en esos paisajes, que no forman
parte de la puesta en escena. Todo resulta insólito en Ida.También
complejo, duro, misterioso, trágico, desgarrado, sutil, humano en su anverso
luminoso y en su reverso tenebroso.
Narra la breve y trascendente iniciación en el mundo real, en la lacerante
historia de su familia, de una joven huerfana que va tomar los hábitos de
monja, que desde que ella recuerda ha vivido en un convento, protegida de la
intemperie que puede crear el exterior. Una tía de la que desconocía su
existencia le revelará que es judía de nacimiento y que el horror pudo ser el
culpable de la desaparición de sus padres y de su hermano.
El director polaco Pawel Pawlikovski(Ida es
su quinta película y lamento profundamente no haber conocido su cine hasta
ahora) describe el viaje de estas dos mujeres con vivencias y mundos tan
opuestos a la búsqueda de ese pasado que intuyen atroz, van a investigar la
época de la invasión alemana de Polonia y constatar que el Holocausto lo
perpetraron los nazis, pero que también existió la pasividad cómplice con los
invasores y la codicia hacia las posesiones de los judíos entre bastantes
nativos, algo que también denunciaba Claude Lanzman en Shoah al
hacer exhaustiva notaría del espanto en Treblinka y en Auschwitz.
La catártica relación entre la tía, esa mujer endurecida, cínica, hastiada
y amarga, antigua fiscal del Estado y firmante de numerosas penas de muerte
contra presuntos antirevolucionarios, alcohólica y folladora compulsiva de
hombres de una noche , y su enigmática sobrina, amante a perpetuidad de Dios
pero con lógicas tentaciones hacia los placeres de la carne, que va conociendo
la infamia que puede habitar en los seres humanos en determinadas
circunstancias pero también las sensaciones placenteras que le podría ofrecer
la existencia fuera de la protección del convento, está admirablemente
descrita, con gestos tan leves como reveladores, con silencios y miradas llenas
de expresividad y matices, con diálogos breves y justos, con la creación de una
atmósfera magnética y creíble.
Si la actriz que interpreta a la joven aspirante a sierva del Señor causa
duradera inquietud, el personaje de su desesperada tía, de esa mujer que parece
estar de vuelta de todo pero que sigue sangrando por dentro, deslumbra desde su
desgarrada aparición hasta su sorprendente y brutal desenlace. Esa actriz
extraordinaria se llama Agata Zulesza. Sigo pensando en “Ida” después de verla
tres veces. En su belleza, en su pureza visual, en su sobriedad narrativa, en
lo que comprendo transparentemente y lo que me siembra dudas o me deja perplejo
. Es rara y antigua en el mejor sentido, es cine muy bueno, con estilo y aroma
a tiempos lejanos.
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