"Desde
que me inicié como corredor aficionado, decidí que me gustaría contar mis
maratones para poder recordarlos con detalle cuando fuera más viejo. Hoy, sin
embargo, voy a romper el acuerdo y trataré de contar un medio maratón. En
realidad, no es el mío, o quizá sí. No lo sé muy bien.
Fuenlabrada
es una población con un nombre tan antiguo como delicioso, uno de esos
acrónimos que le sitúan a uno en un campo bien cultivado en el camino de Madrid
a Toledo, un pueblo por el que pudo pasar Cervantes en alguno de sus muchos
viajes a Esquivias, tratando de asegurarse el matrimonio con una chica joven candidata
a heredar un buen patrimonio, porque su fracaso como escritor era ya una
evidencia a sus casi cuarenta años. Aquella muchacha sólo heredó deudas, y el
cuarentón llegó a los cincuenta, y a los cincuenta y cinco, tan pobre y
despreciado por sus colegas como lo fuera una década antes. Era un hombre
vencido y un escritor absolutamente fracasado. Dos años después, para sorpresa
de todos, alcanzó fama universal.
Cincuenta
y cinco años en 1600 era sinónimo de viejo-viejo (la esperanza de vida no iba
más allá de 35), y este pobre hombre, curtido en Lepanto, cautivo en Argel
durante cinco años, resignado a malvivir recaudando impuestos, empeñado en
seguir intentando un éxito literario (¡uno al menos!) cuando ya podía llevar
quince años criando malvas, se me aparece en el k2 de la carrera de hoy en la
figura de MD, 56 años, curtido en más de cien maratones, batallador incansable,
defensor acérrimo de todos los que sufren la injusticia y las desigualdades de
este tiempo atroz, corredor ejemplar y ciudadano modélico.
Lo
veo en el k2 y me sobresalto. ¿Qué le pasa a MD? ¿Qué puede ocurrirle a un
corredor que siempre me ha sacado veinte o treinta minutos en maratón y más de
diez en media? ¿Por qué lo veo ahí, a veinte metros, cuando debería ir con los
que de verdad corren?
Cuando
uno se enfosca en este mundo de las carreras, tiende a buscar alguna figura de
referencia, alguien a quien poder emular, un tipo cuyo aplauso demandamos en
secreto aun a sabiendas de que eso no va a ocurrir nunca. En mi caso, una de
esas figuras fue siempre MD, un enamorado (como yo) del maratón de Donosti.
Después de intentarlo en varias ocasiones, allí conseguí bajar de 3h en 2007.
Dos días después MD me dedicó el elogio que yo anhelaba, y a partir de ahí supe
que mis éxitos en el mundo del atletismo habían llegado a su punto máximo, como
así ha sido.
Vamos
por el k3 cuando paso a su altura, nos saludamos e intercambiamos un par de
comentarios. Su rodilla apenas le deja correr. No es una tendinitis, no es
cuestión de ligamentos, no es una lesión. No es ni siquiera la rodilla, basta
con observar su forma de correr, protegiéndose contra el impacto a base de no
pisar apenas. Es la cadera, es el desgaste que ha ido devorando el hueso de un
corredor admirable hasta convertir esa zancada en un suplicio insufrible.
En
ese punto, me da como pudor adelantarlo, me dan ganas de volverme a casa. No me
parece digno correr delante de él, ni siquiera a su altura. Pero no lo hago,
continúo a mi ritmo y trato de centrarme en mi carrera.
Al
cabo de unos tres km, me saluda de nuevo, pasa delante y se lleva a la boca su
botellita de líquido (su particular bálsamo de Fierabrás). En la maniobra para
colocarla de nuevo en el cinturón, se le cae al suelo. Como voy cinco metros
detrás, la recojo. Me lo agradece y seguimos.
En
ese momento ya sé cómo va a ser esta carrera. Voy a tener el honor de ser su
escudero. Voy a ser ese pueblerino aparentemente sensato, pero a las veras tan
loco como su amo (en el fondo, un poco
más que él), ese compañero de fatigas, de vuelta también ya de muchas derrotas,
de tantos agravios, de mil heridas visibles y de las otras, esa sombra
protectora que más que proteger busca y encuentra amparo en la figura de
alguien a quien todos admiran pero cuyos sinsabores nadie quisiera compartir.
Y
de esta manera, vamos haciendo el resto de la carrera, unos metros delante o
detrás, según venga el aire, hasta llegar al k19, momento en que me declara su
decisión de olvidarse de los dolores y ponerse a correr de verdad. Y súbitamente
lo veo alejarse hasta perderlo de vista, mientras yo voy atascado en este tramo
final, atascado y radiante, orgulloso de que uno de mis ídolos conserve, contra
viento y marea, la casta (¡ésta sí!) de un corredor monumental."
Javier Bermejo
Precioso, valiente caballero!!.
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