martes, 20 de octubre de 2015

Un corredor ejemplar

Un maratón más de Javi, mi hermano. Bueno, en este caso medio. Y parece, por su crónica, que salió bien. Ánimo, Javi, me gusta el tono que empleas: el homenaje que haces a tu compañero también tú te lo mereces. Un abrazo.  



"Desde que me inicié como corredor aficionado, decidí que me gustaría contar mis maratones para poder recordarlos con detalle cuando fuera más viejo. Hoy, sin embargo, voy a romper el acuerdo y trataré de contar un medio maratón. En realidad, no es el mío, o quizá sí. No lo sé muy bien.

Fuenlabrada es una población con un nombre tan antiguo como delicioso, uno de esos acrónimos que le sitúan a uno en un campo bien cultivado en el camino de Madrid a Toledo, un pueblo por el que pudo pasar Cervantes en alguno de sus muchos viajes a Esquivias, tratando de asegurarse el matrimonio con una chica joven candidata a heredar un buen patrimonio, porque su fracaso como escritor era ya una evidencia a sus casi cuarenta años. Aquella muchacha sólo heredó deudas, y el cuarentón llegó a los cincuenta, y a los cincuenta y cinco, tan pobre y despreciado por sus colegas como lo fuera una década antes. Era un hombre vencido y un escritor absolutamente fracasado. Dos años después, para sorpresa de todos, alcanzó fama universal.

Cincuenta y cinco años en 1600 era sinónimo de viejo-viejo (la esperanza de vida no iba más allá de 35), y este pobre hombre, curtido en Lepanto, cautivo en Argel durante cinco años, resignado a malvivir recaudando impuestos, empeñado en seguir intentando un éxito literario (¡uno al menos!) cuando ya podía llevar quince años criando malvas, se me aparece en el k2 de la carrera de hoy en la figura de MD, 56 años, curtido en más de cien maratones, batallador incansable, defensor acérrimo de todos los que sufren la injusticia y las desigualdades de este tiempo atroz, corredor ejemplar y ciudadano modélico.

Lo veo en el k2 y me sobresalto. ¿Qué le pasa a MD? ¿Qué puede ocurrirle a un corredor que siempre me ha sacado veinte o treinta minutos en maratón y más de diez en media? ¿Por qué lo veo ahí, a veinte metros, cuando debería ir con los que de verdad corren?

Cuando uno se enfosca en este mundo de las carreras, tiende a buscar alguna figura de referencia, alguien a quien poder emular, un tipo cuyo aplauso demandamos en secreto aun a sabiendas de que eso no va a ocurrir nunca. En mi caso, una de esas figuras fue siempre MD, un enamorado (como yo) del maratón de Donosti. Después de intentarlo en varias ocasiones, allí conseguí bajar de 3h en 2007. Dos días después MD me dedicó el elogio que yo anhelaba, y a partir de ahí supe que mis éxitos en el mundo del atletismo habían llegado a su punto máximo, como así ha sido.

Vamos por el k3 cuando paso a su altura, nos saludamos e intercambiamos un par de comentarios. Su rodilla apenas le deja correr. No es una tendinitis, no es cuestión de ligamentos, no es una lesión. No es ni siquiera la rodilla, basta con observar su forma de correr, protegiéndose contra el impacto a base de no pisar apenas. Es la cadera, es el desgaste que ha ido devorando el hueso de un corredor admirable hasta convertir esa zancada en un suplicio insufrible.

En ese punto, me da como pudor adelantarlo, me dan ganas de volverme a casa. No me parece digno correr delante de él, ni siquiera a su altura. Pero no lo hago, continúo a mi ritmo y trato de centrarme en mi carrera.

Al cabo de unos tres km, me saluda de nuevo, pasa delante y se lleva a la boca su botellita de líquido (su particular bálsamo de Fierabrás). En la maniobra para colocarla de nuevo en el cinturón, se le cae al suelo. Como voy cinco metros detrás, la recojo. Me lo agradece y seguimos.

En ese momento ya sé cómo va a ser esta carrera. Voy a tener el honor de ser su escudero. Voy a ser ese pueblerino aparentemente sensato, pero a las veras tan loco como su amo (en el fondo, un  poco más que él), ese compañero de fatigas, de vuelta también ya de muchas derrotas, de tantos agravios, de mil heridas visibles y de las otras, esa sombra protectora que más que proteger busca y encuentra amparo en la figura de alguien a quien todos admiran pero cuyos sinsabores nadie quisiera compartir.


Y de esta manera, vamos haciendo el resto de la carrera, unos metros delante o detrás, según venga el aire, hasta llegar al k19, momento en que me declara su decisión de olvidarse de los dolores y ponerse a correr de verdad. Y súbitamente lo veo alejarse hasta perderlo de vista, mientras yo voy atascado en este tramo final, atascado y radiante, orgulloso de que uno de mis ídolos conserve, contra viento y marea, la casta (¡ésta sí!) de un corredor monumental."


                                                                              Javier Bermejo





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