viernes, 17 de febrero de 2017

House of Cards: la cabecera




Hace año y medio vi la primera temporada de House of Cards; poco a poco he ido viendo las dos siguientes. He de decir que me sedujo desde el principio la cabecera de la serie, una simbiosis subyugante de imágenes y música que casi hipnotiza.

En menos de dos minutos, la cabecera se quiere erigir en síntesis de una serie sobre el deseo de poder, las intrigas para llegar al mismo y su ejercicio. La representación del poder, tratada desde antiguo en la literatura, adquiere su apogeo en las obras de Shakespeare, nos sobrecoge y seduce en películas como El padrino y entra en el mundo de las series de televisión, convirtiéndose House of Cards en prototipo de los nuevos tiempos. En mi opinión, su cabecera  sintetiza con precisión esa representación del advenimiento al poder y de su ejercicio.

Diez segundos en negro dan paso a un plano muy general que nos muestra, acercándose, el río, el obelisco y el centro de la ciudad de Washington. Después aparecen diversos lugares representativos de la ciudad, mostrados mediante una técnica que permite acelerar el paso del tiempo, aunque, a su vez, los movimientos de la cámara son lentos. Así, vemos, en picado, las sedes del FBI y del Departamento de Justicia, y luego, casas señoriales del XVIII, una esquina famosa de la ciudad, una avenida con el Capitolio al fondo, unos soportales y un edificio en contrapicado, una estatua, un conjunto escultórico y unos leones que se alejan. 

En esos treinta segundos, el cielo es azul límpido y la luz del sol, nítida, pero enseguida aparecen, aceleradas,  intensas nubes que cubren de sombras los edificios. Otra vez la Explanada, alejándose en una penumbra que avanza, un monumento que se aleja, una estatua, los bajos de un paso a nivel ensombreciéndose, una estatua a caballo y el sol que se pone, un contenedor negro de basura en las orillas del río y un estadio.

Comienza el minuto uno. Se ha hecho la noche y vemos de nuevo la Explanada, otro paso a nivel, una inmensa cabeza de león en contrapicado y una estatua. Unos trenes aceleradísimos, como todos los coches de todas las imágenes, el Capitolio,  una estatua y, de nuevo, el encuadre de la Explanada y el río, sobre el que se sobreimpresiona el título de la serie acompañado de la bandera de los Estados Unidos, que curiosamente se presenta invertida. Se aleja la cámara y se va a un fundido en negro. Un minuto y cincuenta segundos.

La banda de música  comienza con unos acordes de contrabajo muy insistentes, y enseguida aparece una melodía de violonchelos y trompas. En el segundo veinte también se oyen suaves trompetas y un teclado agudo que se une a los chelos, y unos coros graves, seguidos de trompetas. Este comienzo me hace evocar un poco el de Así hablaba Zaratustra, de Richard Stauss, utilizado por Stanley Kubrick para su  2001: Una odisea del espacio.
En el segundo cuarenta se oye el bombo y los timbales de forma más perceptible, y la melodía de chelos, violines, violas, trompas y trompetas. En el minuto uno se acentúa la melodía de sonidos graves, como sincopada, y luego se unen, en contrapunto, fuertes sonidos de violines de un gran efecto dramático, que se complementan con una insistente armonía de bajos y timbales, cuyo volumen va descendiendo a medida que entramos en el fundido en negro.
En esta brillante cabecera se nos presentan los monumentos de la ciudad donde reside el poder imperial del mundo actual, aunque curiosamente no aparece la Casa Blanca, residencia del Presidente, ni tampoco el Pentágono, la sede del poder militar. 

Una ciudad cuyos coches y trenes avanzan  a todo ritmo, pero en la que nunca vemos personas, nunca. Contemplamos la simbología del poder, a la luz del día, en la capital del mundo, sus estatuas y sus monumentos, especialmente el Capitolio. Y sentimos como una turbación, un sobrecogimiento, que va avanzando como las sombras que se ciernen sobre la ciudad, sus monumentos y sus estatuas. 

Cuando, ya en plena noche siguen los miles de coches y los trenes avanzando a gran velocidad, aparece un bidón de la basura, un estadio y los monumentos y estatuas, amenazantes y envueltos en sombras. Sobre ellos brilla el Capitolio desde todos los ángulos: ahí reside el verdadero poder, se nos está diciendo, quien controla el gobierno de ese lugar, domina el mundo.

Cuando vayamos contemplando la serie, sabremos que el protagonista de la serie es un congresista; ejerciendo su poder desde el Capitolio, llegará a ser presidente, y querrá, una vez conseguido dicho poder, que este fuese absoluto. Desde la cabecera, se nos invita a contemplar la fascinación del mal, y se nos avisa de ello. 

Las imágenes y la música nos subyugan, nos hacer desear la contemplación de ese proceso. Es la fascinación por ver cómo se llega al poder y cómo se desempeña. Es la representación del poder. Es la fascinación que ejerce la representación del mal; sabemos de su maldad pero nos fascina. Ahí reside el valor del arte, sea Ricardo III, El Padrino o House of Cards (Castillo de Naipes).

Postdata
En el periódico Mercure de France, escribió Chateaubriand el cuatro de julio de 1807: «Cuando, en el silencio de la abyección, solo se oye el resonar la cadena del esclavo y la voz del delator; cuando todo tiembla ante el tirano, y cuando es tan arriesgado atraerse su favor como merecer su desprecio, aparece el historiador encargado de vengar a los pueblos”. Napoleón habló de matar a sablazos al autor de estas líneas en los aledaños de las Tullerías. Así interpretaba el heredero de la Revolución Francesa los derechos del hombre y del ciudadano. Esperemos que la deriva que lleva el actual emperador, el presidente Trump, no ordene algo similar cuando se vea reflejado en la próxima temporada de House of Cards. Confiemos en que se quede en otra de sus fanfarronadas.
Jesús Bermejo
 Febrero de 2017


Algunos análisis que he encontrado en la red y algunos vídeos

“Se nos muestra un poderoso contraste de lentos movimientos de cámara captando imágenes aceleradas al compás de una música de tempo igualmente rápido –probablemente para transmitir el frenético devenir de la vida en la capital estadounidense-, una significativa ausencia de figuras humanas y unas vistas del Capitolio desde todo tipo de ángulos, algunos no por casualidad cutres y sucios”

Ninguna de las más  de treinta imágenes de Washington del comienzo son fruto del azar, todas forman una secuencia, una evolución siniestra del cielo más azul a la noche más oscura, el augurio de que algo malo se cierne sobre sus cabezas, una amenaza potencial para todos los habitantes del planeta. La cabecera comienza con la imagen del obelisco que rinde homenaje al presidente Washington a plena luz del día, altiva, orgullosa bajo un cielo primaveral y curiosamente acaba con la misma imagen pero rodeada por los monstruos que oculta la noche. Entre ambas imágenes los elementos arquitectónicos y urbanos se van tornando cada vez más sombríos: desde desechos junto al río Potomac a estatuas que parecen homenajes al Ángel Caído. Parece algo más que una conspiración latente la llegada del anticristo, cada vez más inminente. No cabe duda de que la bandera invertida de los EEUU no ayuda a rebatir esta interpretación apocalíptica habida cuenta de lo que representa la cruz invertida”.


“Si dijéramos a cualquier seriéfilo la palabra clave: ‘Frank Underwood’ seguro que saben que hablamos de House of Cards. ‘Castillo de naipes’, un nombre que le viene al pelo porque, si de algo es capaz su protagonista, es de conseguir que todo se desmorone a su favor con un solo soplido.
Empecemos con las localizaciones: nos situamos en La Casa Blanca porque vamos a contar la historia de un congresista, así que no podemos hablar de otro sitio que de Washington.
En la cabecera, gracias a un time-lapse, podemos ver cómo cae la noche sobre Washington DC y cómo las sombras trepan por los edificios más emblemáticos: el Lincoln Memorial, el Capitolio, el Monumento a Washington, etc. Una pura metáfora del papel de los Underwood en La Casa Blanca.
 ¿Dónde creéis que se graba esta serie? No os dejéis engañar porque ninguna de sus localizaciones principales se encuentra realmente en Washington. Casi toda la serie se rueda en Baltimore (Maryland) o Charlotte (Carolina del Norte). ¿Por qué ocurre esto? Washington es una ciudad complicada para llevar a cabo un rodaje, debido sobre todo a sus incentivos fiscales, precios poco asequibles, además de las altas medidas de seguridad que existen en la capital tras el 11-S.




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