En
1946 Antonio Palomeque publica en Madrid
el libro El Señorío de Valdepusa y la concesión de un privilegio de villazgo al
lugar de Navalmoral de Pusa en 1653, un estudio minucioso de la historia de los
pueblos del Pusa que tendría su continuación en otros trabajos de investigación
dedicados a estas tierras del suroeste toledano. Una buena parte de los datos
que expone el profesor Palomeque en El Señorío de Valdepusa procede del Archivo
municipal de Los Navalmorales, un archivo que, en su opinión, contiene un
respetable número de legajos de particular importancia.
En las
páginas 72 y 73 del citado libro, Antonio Palomeque explica con detalle los pleitos habidos entre el señor y sus
vasallos desde el mismo momento en el que el rey Felipe IV concedió a
Navalmoral de Pusa el privilegio de villazgo. Tales pleitos tuvieron causas muy
variadas pero, con el tiempo, la más importante sería la decisión de no pagar
el Dozabo (la doceava parte) de las cosechas de aceite que exigía el señor a sus
súbditos.
Según las
cartas pueblas del Señorío, los vasallos debían pagar al señor el Dozabo de
todos los cereales y semillas que cosechaban. Con inteligencia y astucia, los
navalmoraleños decidieron ir cambiando poco a poco de cultivo y plantaron olivos
donde antes hubo cereal. De esa forma se ahorrarían el pago de dicho tributo,
pues nada especificaban las cartas pueblas sobre la aceituna ni sobre el
aceite.
En
documentos fechados en 1772 consta que el señor de Valdepusa exigió el pago del
Dozabo de todos los frutos, por razón de señorío. El Concejo de Navalmoral
recurrió al Real Consejo y este dictó un auto favorable a los vasallos. A pesar
de ello seguirían los pleitos hasta 1827, cuando concluye el litigio y acaban
los privilegios del señor al firmarse la Concordia entre el Señorío y los
Ayuntamientos de Navalmoral de Pusa, San Martín y Santa Ana. Diez años después
fueron abolidos los señoríos en toda España. Aunque las Cortes de Cádiz así lo
habían aprobado en 1811, solo fue en 1837 cuando se hizo efectiva dicha
abolición.
Desde que
leí el libro de Antonio Palomeque, no he dejado de ponderarlo siempre que he
tenido ocasión. Pero hoy quiero destacar mi admiración por los navalmoraleños,
que desde la concesión del villazgo se dieron cuenta de cómo, sin salirse de la
ley, podían ahorrarse el pago del Dozabo cambiando la siembra de cereales por
la plantación y el cuidado de olivos, acertando, además, con el cultivo cabal
para estas tierras.
Desaparecieron
el Dozabo y los señoríos, y el aceite pasó a ser el santo y seña de Los
Navalmorales. Y al decir aceite me refiero al ADOVE (Aceite De Oliva Virgen
Extra), no a otros aceites cuyos humos bien merecerían no solo un Dozabo
ecológico sino una nueva demostración de la inteligencia y la astucia de los navalmoraleños.
Jesús Bermejo
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