martes, 5 de diciembre de 2023

Por el Camino, hacia Santiago

Bajando por la rúa Mayor de Sarria, de camino hacia nuestro alojamiento, nos damos de bruces con Juan Pablo que sube a buscarnos en un mediodía de luz casi otoñal: se fundió con Isabel en un largo abrazo. 

Juan Pablo lleva ya treinta días de camino, más de 700 km. desde San-Jean-Pie-de-Port. Roncesvalles, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Los Arcos, Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Burgos, Castrojeriz, Frómista, Carrión de los Condes, Bercianos, Mansilla de las Mulas, León, Astorga, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, O Cebreiro, Triacastela, Samos y Sarria han sido los hitos de su caminar por tierras de Navarra, de La Rioja, de Castilla la Vieja, de León y de Galicia. Ahora, desde Sarria, vamos a ir con él, Isabel, Mariví y yo hasta llegar a Santiago, unos 125 km.

        https://roblesamarillos.blogspot.com/2023/10/el-camino-de-santiago-juan-pablo-y-juan.html




Dejamos nuestros equipajes en el hostal y nos vamos a reponer fuerzas en un restaurante cercano, donde ultimamos los detalles de nuestros próximos días. Vamos a dejar el coche aquí en Sarria, y mañana, a las ocho, empezaremos nuestro común caminar: una mochila breve, la ropa y el calzado adecuado, y un buen impermeable. En estos últimos treinta días, Juan Pablo ha tenido un tiempo dulce de final de verano y es ya ahora cuando el cielo señala cambio, y al otoño se le ve llegando con lluvia, justo aquí, en el noroeste verde de España. Como dice una señora de Sarria: “Si en Galicia no chove, non e Galicia”. Nuestros equipajes los transportará Correos de hostal en hostal hasta llegar a Santiago, pasaremos en Compostela un par de días y regresaremos en autobús de nuevo a Sarria, desde donde nos iremos a Villafranca del Bierzo. En esa ciudad acabará en verdad nuestro viaje. 

Terminados los pormenores de organización de nuestra semana, damos una vuelta por el pueblo y después, en coche nos vamos al monasterio de Samos pues Juan Pablo, debido a la lluvia, decidió ir esta mañana por el camino más corto, que no pasaba por el monasterio, pero se quedó con ganas de conocerlo. Llegamos ya un poco tarde y cae un temporal de agua que nos va indicando quién manda de verdad en esta tierras: unas veces será la fina y dócil lluvia; otras,  la impetuosa y amenazante tempestad de agua, que ahora mismo nos cae encima mientras pasamos con premura junto a los muros sólidos de Samos, un temporal de agua que nos empapa hasta los huesos mientras regresamos al coche que nos devolverá a Sarria. Ya más sosegada, la lluvia nos acompaña por la rúa Mayor abajo hasta el hostal, donde nos espera una cama cálida que nos cobijará hasta la madrugada. 

Las claras del día se irán abriendo con dificultad entre grandes nubarrones grises mientras nos encaminamos a un café, donde un contundente desayuno nos dará fuerzas para empezar el camino hacia Portomarín. 




Por un buen camino de tierra, rodeado de prados y árboles frondosos, vamos andando a buen paso y, al poco rato, Isabel y Juan Pablo van abriendo camino mientras que, más atrás, Maríví y yo vamos a nuestro ritmo. De vez en cuando, nos adelantan algunos pequeños grupos; a veces, somos nosotros los que adelantamos a otros. Mucha gente, muy diversa; se les oye hablar en lenguas de medio mundo: polaco, coreano, japonés, inglés, italiano, francés, alemán, chino; en muchas modalidades de español: de Perú, de Argentina, de Méjico, de Canarias, de Castilla, de Cataluña, de Andalucía, de Galicia, de Navarra; y también, claro, en catalán, en vasco y en gallego. "Buen camino", es la frase de saludo, un buen santo y seña de los peregrinos.

Árboles inmensos que nos acogen bajo su seno, asientos de piedra ofreciendo descanso, vacas negras y bardinas, paredes de piedra seca, cielos grises y de un azul luminoso, ermitas de un precioso románico esculpido en piedra granítica de la tierra, cruceros de piedra arramblados por la humedad. Y, de nuevo, la lluvia aparece ante nosotros: es el momento de refugiarse y tomar un tentempié para recobrar fuerzas. Al final de la etapa, divisamos Portomarín, más allá del Miño. Antes hay que bajar por una vereda escarpada, en la que es muy difícil sortear el agua de lluvia que cae a plomo sobre nosotros, se nos hace casi imposible llegar hasta el río. Pero, al pasar por el puente, de nuevo el sol se deja ver entre nubarrones amenazantes. Subimos las escaleras y llegamos hasta la Pousada, donde, después de una ducha reconfortante, nos recomiendan un buen sitio donde cenar.

Portomarín es un pueblo de nueva factura, el viejo quedó bajo el pantano. El pueblo viejo nació y creció al lado de un puente romano sobre el río Miño. Cuando en 1962 se construyó el embalse de Belesar, el pueblo se trasladó al vecino Monte do Cristo. Allí se reconstruyeron algunos de los edificios más importantes, tanto civiles como religiosos; especialmente la iglesia de San Nicolás, de estilo románicocuyas piedras fueron numeradas y ensambladas de nuevo en su actual emplazamiento. En las temporadas en que baja el nivel del pantano todavía son visibles los restos de las antiguas edificaciones, el malecón y el primitivo puente. 

Salimos aún de noche de la Pousada de Portomarín buscando un bar donde tomar un buen desayuno y lo encontramos en la rúa Mayor. Ya amaneciendo, cruzamos un nuevo puente y, en paralelo con la carretera general, discurre nuestro caminar en esta segunda etapa. Después de una tremenda subida, un trecho llano y una nueva subida, hacemos una parada para tomar algo. Es allí cuando vemos pequeñas trampas de peregrinos, minibuses que recogen gente y la transportan unos kilómetros más allá, de ahí que vayan tan poco mojaditos y tan frescos, silbando y todo. Una llegada interminable y un serpenteo por el pueblo nos conduce a nuestra posada de hoy, un hostal regularcillo de Palas del Rei, cuyo restaurante, sin embargo, deja en nuestro estómago una agradable huella. Después de la cena, breve paseo para ver la ermita y la plaza renovada. Y a la cama muy pronto, que entre ayer y hoy llevamos 52 km. de camino.

Según la tradición, el ayuntamiento de Palas del Rei debe su nombre al palacio del rey visigodo Witiza, que reinaría entre los años 702 y 710. En Palas, Witiza habría matado al Duque de Galicia, Favila, padre de Don Pelayo. Las tierras de Palas de Rei sirvieron de fuente de inspiración a escritores como López FerreiroÁlvaro Cunqueiro o Emilia Pardo Bazán. 

Como ya es costumbre, madrugamos, desayunamos en condiciones y nos ponemos en marcha cuando aún no ha amanecido, tampoco hay que exagerar, ya amanece tarde, hacia las ocho, pronto retrasarán la hora y serán las siete, cosas de tipo administrativo, en fin. Hoy no vamos a andar 25 kilómetros, no. La etapa completa hasta Arzúa son 31 km. Pero hemos decidido partirla en dos y hacer noche en Melide. A ver si hoy llegamos a buena hora a comer, que dicen que en Melide hay dos buenas pulperías, qué curioso, Melide no es puerto de mar, es de tierra a adentro, en fin, por algo será, digo yo, que fama tienen esas pulperías meridenses y mucha, según las guías.

Aún es de noche. Isabel, Mariví, Juan Pablo y yo vamos andando los cuatro juntos, bastante gente va ya de camino, algunos grupillos nos adelantan con suavidad. Pero, de repente, una impetuosa cuadrilla de veinteañeros nos pasa como una exhalación, y yo le digo a Juan  Pablo con cierto recochineo, y quizá melancolía: “Fuerza llevan estos chachos, pero a ver si siguen así cuando tengan nuestra edad”. De repente, me sale de dentro un empuje como de coraje y me pongo a andar con mucha más fuerza y velocidad y les digo a los tres: “en la próxima ermita os espero”. Y así es como me pongo a adelantar, uno tras otro, a los caminantes que me preceden, imponiéndome un ritmo que casi dobla al que he llevado en los días precedentes. Y llega el momento en que se hace de día, que, ¡oh, juventud, divino tesoro! coincide con el gozo de adelantar a la cuadrilla, uno de cuyos mozalbetes, al ver mi ritmo dice: “joder, este seguro que va a reservar sitio en la pulpería”, frase que celebran con risotadas sus colegas y que yo acompaño sin volver la vista atrás. Tres kilómetros más adelante nos espera una ermita románica donde sellan la cartilla del peregrino, así que después de las fotos de rigor, me siento en un banco mientras contemplo el interior de la ermita y allí espero la llegada de mis amigos.






Repuestas nuestras fuerzas, seguimos a buen ritmo por el camino verde, camino verde, que viene de la ermita, rodeado de árboles, de prados y de granjas, camino verde que serpentea entre robles amarillos, hayas y eucaliptos que invaden nuestro cuerpo y nuestra mente y generan un bienestar físico y psíquico que se prolonga como el horizonte verde de praderas y vacas, de nubes, de claros y de  luz que se prolonga hasta llegar a Melide, un pueblo con un hotel moderno que nos ofrece los muchos servicios y cuyas habitaciones van a ser las mejores de todo el recorrido.


Melide es un importante centro de actividad agropecuaria dedicado a la ganadería de vacuno de leche y carne y de ganado porcino. Es famosa, por la cantidad de ganado y su calidad, la feria de ganado que tiene lugar el último domingo de cada mes. Su ubicación en el Camino de Santiago ha supuesto un impulso a la hostelería y el comercio, pues a Melide llegan centenares de peregrinos venidos de todo el mundo en su tránsito hacia Santiago. A lo largo de su historia, Melide ha sido escenario de importantes acontecimientos en Galicia y España. En 1467, los caudillos irmandiños se reunieron en esta villa y decidieron oponerse al arzobispo Alonso de Fonseca y Ulloa y a Sancho Sánchez de Ulloa, quienes tuvieron que huir a Castilla. Durante esta revuelta, derribaron las murallas de la villa. En 1520, los estamentos eclesiásticos y nobiliarios de Galicia también se congregaron en Melide para acordar unirse, si fuera necesario, a Carlos I en su lucha contra los comuneros. Durante los últimos siglos, como muchos pueblos de la Galicia interior, ha sufrido una gran emigración de su población hacia Cuba y Argentina hasta la década de 1950, y luego a Suiza, a Inglaterra y a otras ciudades de España como BarcelonaBilbao y La Coruña.

 Dejamos nuestras cosas en las habitaciones y nos vamos hacia las pulperías, cualquiera, la primera que encontremos. Y allí nos damos cuenta de que esa va a ser una de nuestras mejores comidas del camino.  Veamos lo que dice Mariló Marb, en Minube, de este sitio:

“No hay peregrino, que pase por Melide, y no haga una parada, para degustar su famoso pulpo a feira, que aunque no es zona costera, su preparación es de las mejores de Galicia. Un poco antes de llegar a la Capilla de San Roque, en la acera de enfrente, nos encontramos con la Pulpería  Ezequiel, un lugar que además de estar siempre muy concurrido por los habitantes del pueblo, también lo está por los peregrinos, así que no es raro ver sus mesas en forma de antiguas bancas de colegio (bancos y mesas largas para varios comensales) mochilas y caras fatigadas. En la entrada de un amplio local, se encuentra la barra, y también unas ollas gigantescas donde se cuece el pulpo, en un rincón enormes cantidades de platos de maderas, y una caja registradora, ya que puedes pedir las bebidas en la barra o mesa, y después pide tu ración de pulpo que te preparan al momento y la tienes que pagar allí. El pulpo se corta con tijeras, se va poniendo en el plato, y una vez puesta la ración, se echa sal gorda, pimientón picante y un "chorreón" de buen aceite.”

Pues sí, señora. En la pulpería Ezequiel tomamos caldo gallego, pulpo y pimientos de Padrón, acompañados de buen pan y un buen godello. Y luego, tarta de Santiago, y café de puchero regado con una copa de bagaço, de orujo, de aguardiente, si queréis. Bien contentos, salimos de la pulpería hacia el hotel, una buena siesta, después de tantas risas y de tantas bromas. 

Luego una ducha y, vestidos de paseo, nos vamos a dar una vuelta por Melide, donde, debido a la proximidad de la fiesta de los difuntos, en la plaza mayor vemos a un grupo de personas ensayando la Santa Compaña. Una suerte encontrar a este grupo empeñado en mantener viva la tradición etnográfica de la tierra. 

Y andando, andando, por la parte antigua de Melide, casi al final de la rúa Mayor oímos música y el ambiente típico de un baile. Y tanto que sí, es un Centro de Mayores en el que están terminando una tarde de música. Cuando nos ven tan animados bailando en la calle, nos invitan a subir y, aquí, unidas las manos en un corro, nos aprendemos una famosa canción gallega. ¿De dónde sois? ¿A dónde vais? Despedidas amistosas. Hasta besos y abrazos. De allí a una churrería y luego a la cama. Que mañana tenemos camino otra vez.

                                                                                

Apaga o candil
Marica chus, chus.
Apaga o candil,
que ten moita lus.


Que ten moita lus,
moita craridá.
Apaga o candil
e achégate alá.



La hora del alba es cuando dejamos atrás la rúa Mayor de Melide, después de un abundante y delicioso desayuno en el hotel, que hemos coronado, sea por una vez, con una copa de orujo, a la manera de tantos obreros, de tantas trabajadoras que comenzaban, y comienzan, su día con una copita cazalla, o de anís, para afrontar su duro trabajo en la fábrica, en la mina, en el campo. Va por vosotras, por vosotros, personas anónimas que sois los que, de verdad, levantáis el mundo cada mañana.

Y nada más abrirse el día, ahí está, una de las señales del camino, un poste que indica, por el grafiti en árabe, que el camino, más que nunca, es universal. Reza así el grafiti:  “alsalam alhubin” , “paz y amor”.


Veredas, caminos verdes, ya vamos desparramados por el camino, Juan Pablo e Isabel toman la delantera, luego Mariví y yo. Pasado un rato, me detengo para hacer unas fotos y camino solo, meditando, o con la mente en blanco, aspirando el olor de la hierba mojada, de los árboles goteando, de la fruta caída a la vera del camino, de los erizos y las castañas en las veredas, montones de castañas, de erizos, de manzanas de todo tipo, el olor penetra por la nariz y llega al fondo de tu conciencia, lo coloniza todo, es fácil sentirse a gusto, sentirse bien sin más, haciendo, por momentos, un esfuerzo grande cuando sopla el viento y te arrastra, cuando la lluvia te empapa hasta los huesos, los pies milagrosamente secos aún o, como les pasa a Isabel y Mariví, empapados a pesar de dos pares de calcetines que lleva cada una y, por  encima, unas sandalias pues las botas les aprietan y les hacen polvo algún dedo. 

            

Pero ahí está el experto peregrino, Juan Pablo lleva un ungüento que hace casi milagros. De repente, o eso te lo parece, el sol lo inunda todo y resplandece el horizonte de prados y vacas negras, de pueblecitos y aldeas en la lejanía, ruidos del campo, algún motor al fondo, pisadas tras de ti, “buen camino”, te dicen en un español con deje fonético oriental, todos llevamos nuestro camino dentro, lo bueno y lo sufriente. Llueve fuerte de nuevo, las botas se van calando tanto que te vas a tener que poner las nuevas mañana, ya verás, menos mal que por las tardes las vas usando un poco para acostumbrarte.


Y para entretenerte, cuando te entra un poco la modorra, te olvidas si te pones a cantar, casi siempre para tus adentros, pero en ocasiones a pleno pulmón, casi siempre cuando vas solo. Y es así como, una y otra vez, repites cual salmodia varias canciones a lo largo del camino, cuando intuyes que te cansas o que te adormeces, o que te estás aplanando y aún queda mucho día por delante. Cerca de ti señor, Quién me ha robado el mes de abril, Aquellas pequeñas cosas, El partisano, Antonio Vargas Heredia. A veces, te ayudas del móvil y pones en youtube esas canciones, y te sirve de apoyo la música, piensas en la belleza de la canción Cerca de ti, señor, esa que aprendiste a dos voces en el coro de don Agustín hace sesenta años, y que se popularizó con la película Titanic, sí, hombre, cuando la orquesta está tocando sin público y ya todos  saben que se hundirá de todas todas el famoso superbarco. ¿Para que tocamos, si no nos oye nadie? pregunta un músico joven. Pues, igual que siempre, le contesta el director, que de eso sabe mucho. El mes de abril, de Joaquín Sabina, qué triste es el contenido, qué pena da, sobre todo la chica joven embarazada a quien le da clase el de latín, qué música tan buena, jodido poeta ubetense. Aquellas pequeñas cosas, esa canción tan humilde, tan juguetona, tan tierna, que cuando pasa de la voz de Serrat a la de Joaquín Sabina  lo tierno se hace canalla pero también más sentimental. Y El partisano, con Leonard Cohen , tan elegante, en inglés y en francés. Y Antonio Vargas Heredia, esa canción que recuperó Carlos Cano y que es tan triste como hermosa, tan racial como elegante:

“Entre los naranjos la luna lunera

ponía en su frente la luz de azahar

y cuando apuntaban las claras del día

llevaba reflejos del verde olivar”.

Llegamos a Arzúa, un apartamento regular y una comida quizá algo pretenciosa, o quizá la pretenciosa era la jefa de sala, ¡uf! El pueblo, con bastantes problemas de estilo, casas y palacetes interesantes pero dentro de un núcleo que no ha sido tratado bien en el pasado desarrollista, eso se nota. Está en la parte suroriental de la provincia de La Coruña y se autodenomina la "tierra del queso" en referencia al queso elaborado con leche de vaca de la denominación de origen Arzúa-Ulloa.

En el apartamento tomamos un tentempié antes del amanecer y salimos aún de noche al camino, recorremos la rúa Mayor de Arzúa y vamos a buen paso hasta un café que encontramos a unos cinco km., donde paramos a desayunar y a calentarnos, pues hace bastante frío y llueve. La chimenea encendida en el café es una bendición a la que nos vamos acercando por turnos los peregrinos. Nuestro caminar hoy es en buena parte rural pero, en algunos tramos, vamos junto a la carretera y resulta un tanto desapacible, aunque, por fortuna, en seguida nos internamos en el bosque y caminamos por dentro de ese túnel vegetal que a veces tejen las ramas de las hayas y de los abedules. 

Llegamos a mediodía a O Pedrouzo, una aldea en la que nos alojamos, y donde comemos el menú del día del primer restaurante que encontramos, el caldo gallego está asegurado. Descansamos un rato, después damos una vuelta por el pueblo, y nos acercamos a la iglesia, donde, según nos dicen, va a haber una misa para toda la comunidad pedrouzana y para los peregrinos que lo deseen, misa que presidirá el obispo emérito de Santiago. Resulta tierno ver aquella iglesita llena de gente oyendo a un obispo listo, y ya jubilado, mientras se dirige a sus fieles con la confianza del que te conoce de toda la vida. Desde la tribuna, oímos la música que suena en directo y nos entretenemos viendo la sencillez de la iglesia, con su enorme vieira en el altar. Terminamos el día con un mojito y unos aperitivos en un bar pinturero en cuya terraza un grupo de modernos bailan contentos al son de una gaita.

Madrugamos también hoy, nuestro último día de camino, dieciocho kilómetros de lluvia recia y fuerte viento, que unido a las autovías que hay que cruzar y al aeropuerto que hay que rodear, hacen bastante antipático nuestro avance hacia Santiago. Pero bueno, ya se sabe el refrán: “Al mal tiempo, buena cara”. O, como decía un tabernero de Carabanchel Alto: “Al mal tiempo, botas de agua”. Pues eso, botas en condiciones, impermeable y la alegría contenida de poder llegar a nuestro destino. El Monte do Gozo más nos parece un ancho merendero que la explanada desde donde se ve Santiago; nada vemos más allá de diez metros, tal es la cortina de agua que nos saluda al llegar al termino municipal santiagueño. Como por ensalmo van desapareciendo las vieiras señalando el camino, incluso escasean los postes que nos vienen guiando desde Sarria. Desde Roncesvalles, me corrige Juan Pablo. Pero lo que no falla es la riada de peregrinos, que calados hasta los huesos, aunque con la sonrisa en la cara, nos van guiando por la ciudad vieja camino de la plaza del Obradoiro, donde un chubasco definitivo nos señala que quien manda en esta ciudad es la lluvia, tanto que pareciera que en Santiago llueve para arriba. Nos damos un abrazo emocionado los cuatro y pedimos a alguien que nos haga una foto, en la que apenas si se ven sino los contornos, tal era el momento del final del camino.

Desde el Obradoiro queremos ir al Pórtico de la gloria, pero eso no es posible, nos indican que entremos en la catedral por la puerta de Platerías. Y por ella entramos en la catedral. ¡Qué maravilla! El románico en su apogeo, en las naves, en el crucero, en el ambiente, en la música. Lo que menos te gusta es el barroco del altar mayor y sus exageraciones y excentricidades, pero a la gente le gusta ese arte  pretencioso y retorcido. Recorremos un poco la catedral y nos vamos en seguida a comer en un restaurante de la plaza de la Quintana. Luego, al alojamiento, y después a la misa del peregrino, donde, de repente, oigo el preludio de la canción Cerca de ti señor; una soprano inicia la letra y yo, entre dientes, canto a dúo con ella,  un dúo entonado varias veces en algunas etapas del camino y que yo no sabía que eran un ensayo para hoy, de ahí mi contenida emoción.










Volvemos a nuestro alojamiento en lo que fue en su día seminario mayor, hoy Hospedería de san Martín Pinario, un edificio grande y noble en dos de cuyas celdas vamos a descansar. Es una habitación pequeña y austera, dos camas y un minúsculo baño, con la estética de los años sesenta, dicen que la planta superior ya está renovada y tiene otro precio; la verdad es que la celda y los dos desayunos cuestan menos que cualquier alojamiento de estos días, y, encima estamos en pleno centro de Santiago, junto a la plaza de la Quintana. Desde las ventanas se ven los tejados y torres de la ciudad y, de buena mañana, vemos la lluvia caer mansamente en las tejas de Santiago y en los campos lejanos: el día será muy lluvioso, nos dicen, de esos en los que, ya lo sabemos, llueve para arriba. 

Después de desayunar, un chaparrón enloquecido nos acompaña mientras arrastramos nuestras maletas por escaleras, plazas y soportales hasta nuestro nuevo alojamiento, en la rúa do Vilar. No pudimos continuar en la Hospedería, y bien que lo intentó Juan Pablo: un regimiento de peregrinos polacos iba a invadir Santiago y habían copado todas las celdas, qué bárbaro, cuánta devoción la de esos polacos, no falla ni uno, le dicen. 

             

Ya alojados, y felizmente cambiados de hato, tal fue el tremendo chaparrón, salimos de casa por los soportales de la rúa do Vilar camino del Obradoiro, con intención de visitar el museo y, por fin, poder ver el Pórtico de la gloria, ese pórtico del que ayer se nos privó al llegar a la catedral, eso que siempre se hacía, desde hace muchos siglos hasta hace unos años. Hasta hace bien poco, el peregrino llegaba a la plaza del Obradoiro y entraba en la catedral por la puerta que da a dicha plaza. Contemplaba el Pórtico de la gloria con gran recogimiento y, después, avanzaba por la nave central, veía ascender y descender el botafumeiro por la nave perpendicular, olía el incienso que invadía su nariz hasta llegar al fondo de su pituitaria, oía la música que el órgano expandía por la inmensidad de las naves catedralicias y, “postrado de hinojos, con llanto en los ojos", el peregrino, la peregrina, miraba al santo, le daba gracias y le pedía en secreto lo mejor para él y los suyos. Y si no era creyente, igual era la emoción de los sentidos e igual era la sensación de estar participando de algo singular, algo inventado por los hombres y mujeres de este mundo para celebrar la vida y sus misterios.

Ahora compras la entrada por internet, te presentas a la hora prevista y entras en un Museo, bien dispuesto, la verdad, que contiene varias piezas desechadas de la catedral, y, por fin, por un laberinto, accedes al Pórtico de la gloria desde un lateral, quedando a tu espalda, siempre cerrada, la puerta del Obradoiro. Te das la vuelta y, por fin, ves la obra genial del maestro Mateo y de sus canteros. Has visto el Pórtico varias veces a lo largo de tu vida y siempre te ha extasiado, así que, para seguir disfrutándolo, dejas atrás tus reproches a quienes han urdido este disparate de entrar a ver el Pórtico por un laberinto, dejas atrás tus reproches, digo, y te unces del ronzal que te tiende el maestro Mateo, y como un pollino en domingo de Ramos, como un Platero peludo y suave, vas mirando todo el conjunto, deteniéndote en detalles miles entre los que tú destacarías el diálogo que establecen los apóstoles hablando unos con otros, ese diálogo que, según os contaba el profesor Caamaño en sus clases de arte, año sesenta y nueve, muestran las imágenes, vueltas unas a otras, mirándose y reconociéndose mutuamente, en lo que se considera la culminación de la escultura religiosa del románico: el hieratismo de las estatuas se rompe por fin y los artistas de la piedra muestran que ya saben hacer algo más que reproducir la quietud de las imágenes. En el Pórtico de la Gloria, precisamente aquí, el arte románico, que es el arte por excelencia de todo el Camino de Santiago, se nos muestra en su plenitud arquitectónica, escultural y pictórica. 

Ninguno de los añadidos que se han hecho después de lograda la plenitud románica de la catedral, ninguno, ni la puerta barroca del Obradoiro, que tapona el Pórtico; ni los churriguerescos adornos del altar mayor; ni las volutas y la hojarasca de oro y plata de la nave central; ni el museo actual y sus laberintos, ninguno de esos añadidos podrán disputar al Pórtico su primacía, ninguno de ellos le llega al Pórtico ni a la suela del zapato izquierdo del maestro Mateo, que como bien se sabe se esculpió a sí mismo en la parte baja del mismo.



Salimos extasiados del Pórtico y, por el laberinto, salimos a la calle y regresamos  a la catedral de nuevo por la puerta de Platerías. Cuál es nuestra sorpresa cuando, al acercarnos desde la nave central al Pórtico, observamos un reducido grupo de caballeros, acompañados de dos damas y de sus evidentes guardaespaldas, que se acercan, como nosotros, al Pórtico de la gloria, y que, en lugar de hacer como todo el mundo, o sea, salir a la plaza del Obradoiro, entrar al Museo, y andar laberinto adelante hasta el Pórtico, ¡oh, milagro del poder!, el guarda jurado que nos vigiló mientras hace un rato estuvimos allí nosotros, y que nos invitó a marcharnos a la hora en punto, ahora, sumiso y sonriente,  quita las barreras que impiden el acceso directo al Pórtico, y todo el grupillo de caballeros y damas se apacientan en corro ante el evidente mandamás del grupo, quien, con apariencia humilde, accede él primero al Pórtico, guiado por el sabueso del bigote que nos tuvo a raya antes, y rodeado por sus fieles guardaespaldas. Bueno, pues vale, que sí, mucho jefe y poca cabeza, pero ese jerifalte no vio tampoco el Pórtico de la gloria como debe ser, es decir, entrando desde la perennemente atrancada puerta del Obradoiro. Perdónalos maestro Mateo, no saben lo que se hacen, incluido el arzobispo principal, quien si tuviera sensibilidad artística y sentimientos de peregrino auténtico, abriría al ser de día la puerta del Obradoiro para que los peregrinos y los visitantes y todos los fieles pudieran entrar por dicha puerta y así toparse de bruces con el Pórtico de la Gloria, pues está concebido artísticamente de tal forma que hasta los ateos y los agnósticos se emocionan ante tanta belleza.

 

Salimos de la catedral y vamos andando felices, y sin el paraguas abierto, por plazas y calles medievales, todas ellas de piedra, las lanchas de los imponentes suelos, los sillares de los soportales, las paredes de casas humildes y de palacetes con gracia, las imponentes columnas de los muros de piedra de los palacios y de las iglesias, de los conventos  y monasterios, de las ermitas y de los cruceiros de las encrucijadas.

Vamos andando por una ciudad de piedra y agua, de una luz otoñal y marinera, de un sol como acechante entre las nubes. Abrumados y felices de ver tanta belleza, decidimos que es hora de pasar a otra belleza, la del tacto, la del gusto y el olfato: Un buen caldo gallego, zamburiñas, navajas, almejas, pimientos de Padrón, todo regado con un buen godello. Y para terminar, la mejor tarta de almendra, la tarta de Santiago, y un buen café de puchero acompañado de una copita de orujo, o bagazzo, o aguardiente blanco, que tanto da. Siesta y descanso. Paseo de nuevo, unas compras, alguna golosina de tarde. Y para acabar el día, empanada de atún y unas cervezas. Y, a la noche, a preparar la maleta.

                  

Mañana nos vamos a Sarria en autobús, desharemos el camino andado. Recuperaremos el coche y nos iremos a Villafranca del Bierzo, allí pasaremos la tarde y la noche, daremos un paseo por ese pueblo con tanta historia, con su río Burbia, cuyas aguas llegarán al Sil, sus casas de piedra, su clima atemperado y su fértil huerta. Y su pasado histórico. Y su resistencia ante el avance de la España vacía. En fin, amigas y amigos, esa de la España vacía es ya otra historia, desde luego que sí, ese es otro viaje, otro camino. ¿O quizá es el mismo?










Postdata

Por sugerencia de Isabel, aquí va una historia íntima de Santiago, la que se conoce como “Las dos en punto”. Ahí va.


           

¿Quiénes son las dos Marías de Santiago? La historia tras las estatuas de la Alameda.

Juanma Couto. El Español 15/9/20

“Maruxa (1898-1980) y Coralia (1914-1983) Fandiño Ricart, así se llamaban las dos hermanas santiaguesas referidas popularmente como "Las dos Marías" o "As dúas en punto". Desde 1994 constituyen la estatua más fotografiada de la capital gallega, pero ¿quiénes fueron estas emblemáticas mujeres? ¿A qué se debe su recuerdo en pleno centro compostelano? Repasamos la vida de estas rebeldes gallegas labradas en bronce por el escultor vasco César Lombera.

Hijas de una costurera y un zapatero, Maruxa y Coralia fueron las hermanas cuarta y duodécima, respectivamente, de una prole de 13 hijos. Varios de ellos, en su mayoría varones, comenzaron a militar activamente desde su juventud en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), entidad anarcosindicalista fundada en Barcelona en 1910 y con delegación en Santiago desde 1925. Durante la dictadura de Primo de Rivera, pero sobre todo durante la Guerra Civil y el franquismo, los activistas se vieron fuertemente represaliados, viéndose obligados a esconderse, exiliarse o, en otros casos, siendo asesinados.

Ante la imposibilidad de ajusticiamiento de varios de los hermanos en paradero desconocido, la policía social del régimen se dedicó a acosar sistemáticamente a las mujeres de la familia Fandiño, quienes habían permanecido en la casa familiar de Santiago durante todo el proceso represivo. La costurería que regentaban había sido boicoteada, y no era raro que las Fandiño acudiesen a la beneficencia. El continuo hostigamiento político y personal hacia las hermanas, así como la vulneración de su privacidad por las fuerzas del orden, pudo provocar posibles secuelas traumáticas que derivaron en conductas atípicas por parte de las hermanas.

Tachadas frecuentemente de "rojas", "locas" o "putas", Maruxa, Corelia y Sarita (esta última falleció joven) salían a pasear a diario en torno a las 2 de la tarde por el centro de Santiago, motivo por el que también eran conocidas como "As dúas en punto". Era un paseo rutinario, pero cada día sorprendían con diferentes looks estrafalarios, muy excéntricos para la época. También fumaban, y se atrevían a piropear a algunos jóvenes universitarios, algo culturalmente impensable para la mayoría de mujeres de entonces.

El escritor Xosé Henrique Rivadulla Corcón (1962) elaboró el documental Coralia e Maruxa, as irmás Fandiño, en el que los participantes elegidos ofrecen sus puntos de vista sobre la relación entre la ciudad de Santiago y ellas. El autor, analizó de la siguiente forma el papel de las dos hermanas durante la etapa más dura del régimen franquista: "Mucha gente que se sentía ahogada por el régimen y que no se rebelaba por temor a represalias, veían en Las Marías un grito de libertad".

Después de toda una vida perseguidas y señaladas por las instituciones, el ayuntamiento compostelano continúa honrándolas a título póstumo desde 1994 con la voluntad de que la libertad no vuelva a ser cuestionada nunca más.

 

Tras más de tres décadas enterradas en tumbas alejadas, el Ateneo de Santiago inició una colecta para recolocar sus restos en un mismo nicho donde ambas pudieran yacer juntas para la posteridad, tal y como querían. Desde 2014, Maruxa y Coralia descansan de sus controvertidos paseos bajo la misma lápida en el cementerio compostelano de Boisaca.

https://www.elespanol.com/quincemil/articulos/actualidad/quienes-son-las-dos-marias-de-santiago-la-historia-tras-las-estatuas-de-la-alameda



Comentarios

1

Juan Pablo

Gracias Jesús.
Cómo me he deleitado leyendo, recordando y reviviendo el Camino y el recorrido y lugares que compartimos. Te felicito y te lo agradezco. Cuántos recuerdos y vivencias se agolpan en tu relato.!!!!!
Muy bien las fotos y los vídeos.
Lo voy a reenviar a amigos para que también lo disfruten.

Respuesta

Jesús

Hola, Juan Pablo:
La verdad es que haciendo este artículo he revivido mucho aquellos diez días intensos. Y me ha gustado ponerlo por escrito.
Y, después, compartirlo con quienes lo vivimos juntos y con los que, no habiendo estado, puedan también disfrutarlo.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo

2.Isabel
Muy entrañables todos los relatos, fotos, vídeos y recuerdos ¡Eres todo un experto con la pluma !
Para mí, me faltó la foto con “las dos en punto” , no sé por qué, pero me gustó su historia, aunque no tenga nada que ver con el camino, si con el destino, Santiago.
También, haber hecho alusión a la maravillosa concha del camino con la que obsequiaron a JP los, tb peregrinos, MRV y Jesús!!!

Respuesta

Jesús

Gracias por tus elogios, Isabel, y también gracias por señalar alguno de los muchos olvidos. El de "Las dos en punto" es tan señalado que lo voy a poner como Apéndice o postdata más arriba. Un abrazo

 

3. J.Bermejo

Siempre he querido hacer el camino, o al menos un tramo, pero creo que me lo voy a pensar. Quiero decir que si alguien me lo cuenta como tú lo has contado, casi prefiero quedarme con estas páginas, no vaya a ser que me defraude lo que pueda ir saliéndome al paso. Se me quedarán algunos detalles, desde luego la lluvia del último día, el 'merendero' del Monte do Gozo' disuelto en la borrasca, el acelerón para adelantar a los veinteañeros, el pulpo, por supuesto, el 'Cerca de ti, Señor', tan evocador de otros tiempos, la variedad de caminantes y el buen ambiente que se respira en torno a esos cuatro peregrinos que saben disfrutar con buena comida y buen godello después de una caminata muy considerable. Gracias por contarlo.

Respuesta

Jesús

Gracias, J Bermejo, por tus valoraciones y por la apreciación de esos detalles que destacas. Sin dudarlo, cualquier etapa del Camino que hagas superará con creces -y más creces- este diario de sesiones de nuestro caminar gallego. El Camino nunca se olvida, esa es su esencia y su secreto. Un beso.

 

4. Mariví

El camino, ya se sabe, cada uno lo cuenta según le va. Seguro que, en un discurso íntimo, cada uno de los cuatro que recorrimos juntos más de 150 kilómetros, daríamos nuestro punto de vista. Y, primero de todo, sí, gracias a Jesús que se ha dado al trabajo de poner por escrito de una forma neutra, apta para todos los públicos, la experiencia conjunta. ¿Alguien quiere saber mi opinión? ¿No, sí? Aquí va lo que quiero decir. La emoción del encuentro entre Isabel y Juan Pablo, que no se veían desde hacía más de un mes. Y también la emoción de Juan Pablo de haberlo conseguido. La emoción de todos: se nos saltaron las lágrimas, a la llegada a la plaza del Obradoiro; al fin, después de un camino final pesado, lluvioso, eterno, donde Santiago de Compostela se veía, pero no se alcanzaba. Donde cada uno había cumplido sus expectativas o no. El paisaje y el clima, tan diferentes a la geografía a la que estoy acostumbrada. El temor ¿conseguiré llegar? ¿mi pie izquierdo aguantará? ¿me cojo ese taxi que está ahí tan aparente, provocando, en una de las paradas del camino o sigo con el grupo?: sigamos. La alegría de adelantar a algunos, más lentos que yo, en las cuestas empinadísimas. Las placas de los que han ido falleciendo en el camino a lo largo de los años. La soledad. Mucha soledad. La reflexión ¿sobre qué? Ah, sí, cómo acabar un texto para un congreso inminente. Los cafés reconfortantes hacia la mitad de cada etapa. La dedicación de Juan Pablo para que todo saliera bien. La complicidad del grupo ante las adversidades (lluvia, barro, cuestas, bajadas, molestias) y las alegrías (buena comida, buen vino, buen bagaço, buen hotel) ¿Repetiría? ¿Repetiremos?

Respuesta

Jesús

Cuántas cosas, Mariví, cuántas, en tu comentario: las emociones compartidas y las íntimas; el paisaje, el clima y los temores; las alegrías, las reflexiones, la soledad; y, muy por encima de todo ello, la complicidad ante las adversidades y ante las alegrías. Me gustan tus interrogantes. Por mi parte, sí, repetiremos. Un beso largo

 

5.Elena

Muchas gracias. Me haré la ilusión de haber estado yo también por allí.

Un abrazo.

6.Mercedes G.

Preciosas fotos Jesús y estupendo viaje.

7.Crescente

La crónica denota tu bonhomía, tu sensibilidad  y tu aguzada pluma. Enhorabuena.

Respuesta

Jesús

Muchas gracias por vuestros piropos. Me ha gustado hacerlo. Y compartirlo. Un abrazo

 

7 comentarios:

  1. Gracias Jesús.
    Cómo me he deleitado leyendo, recordando y reviviendo el Camino y el recorrido y lugares que compartimos. Te felicito y te lo agradezco. Cuántos recuerdos y vivencias se agolpan en tu relato.!!!!!
    Muy bien las fotos y los vídeos.
    Lo voy a reenviar a amigos para que también lo disfruten.

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    1. Hola, Juan Pablo:
      La verdad es que haciendo este artículo he revivido mucho aquellos diez días intensos. Y me ha gustado ponerlo por escrito.
      Y, después, compartirlo con quienes lo vivimos juntos y con los que, no habiendo estado, puedan también disfrutarlo.
      Gracias por tus palabras.
      Un abrazo

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  2. Isabel
    Muy entrañables todos los relatos, fotos, vídeos y recuerdos ¡Eres todo un experto con la pluma !
    Para mí, me faltó la foto con “las dos en punto” , no sé por qué, pero me gustó su historia, aunque no tenga nada que ver con el camino, si con el destino, Santiago.
    También, haber hecho alusión a la maravillosa concha del camino con la que obsequiaron a JP los, tb peregrinos, MRV y Jesús!!!

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    1. Gracias por tus elogios, Isabel, y también gracias por señalar alguno de los muchos olvidos. El de "Las dos en punto" es tan señalado que lo voy a poner como Apéndice o postdata más arriba. Un abrazo

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  3. Siempre he querido hacer el camino, o al menos un tramo, pero creo que me lo voy a pensar. Quiero decir que si alguien me lo cuenta como tú lo has contado, casi prefiero quedarme con estas páginas, no vaya a ser que me defraude lo que pueda ir saliéndome al paso. Se me quedarán algunos detalles, desde luego la lluvia del último día, el 'merendero' del Monte do Gozo' disuelto en la borrasca, el acelerón para adelantar a los veinteañeros, el pulpo, por supuesto, el 'Cerca de ti, Señor', tan evocador de otros tiempos, la variedad de caminantes y el buen ambiente que se respira en torno a esos cuatro peregrinos que saben disfrutar con buena comida y buen godello después de una caminata muy considerable. Gracias por contarlo.

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  4. El camino, ya se sabe, cada uno lo cuenta según le va. Seguro que, en un discurso íntimo, cada uno de los cuatro que recorrimos juntos más de 150 kilómetros, daríamos nuestro punto de vista. Y, primero de todo, sí, gracias a Jesús que se ha dado al trabajo de poner por escrito de una forma neutra, apta para todos los públicos, la experiencia conjunta. ¿Alguien quiere saber mi opinión?¿No, sí? Aquí va lo que quiero decir. La emoción del encuentro entre Isabel y Juan Pablo, que no se veían desde hacía más de un mes. Y también la emoción de Juan Pablo de haberlo conseguido. La emoción de todos: se nos saltaron las lágrimas, a la llegada a la plaza del Obradoiro; al fin, después de un camino final pesado, lluvioso, eterno, donde Santiago de Compostela se veía pero no se alcanzaba. Donde cada uno había cumplido sus expectativas o no. El paisaje y el clima, tan diferentes a la geografía a la que estoy acostumbrada. El temor ¿conseguiré llegar? ¿mi pie izquierdo aguantará?¿me cojo ese taxi que está ahí tan aparente, provocando, en una de las paradas del camino o sigo con el grupo?: sigamos. La alegría de adelantar a algunos, más lentos que yo, en las cuestas empinadísimas. Las placas de los que han ido falleciendo en el camino a lo largo de los años. La soledad. Mucha soledad. La reflexión ¿sobre qué? Ah, sí, cómo acabar un texto para un congreso inminente. Los cafés reconfortantes hacia la mitad de cada etapa. La dedicación de Juan Pablo para que todo saliera bien. La complicidad del grupo ante las adversidades (lluvia, barro, cuestas, bajadas, molestias) y las alegrías (buena comida, buen vino, buen bagaço, buen hotel) ¿Repetiría? ¿Repetiremos?

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  5. Estimado Jesús, muchas gracias por este precioso relato.
    Es como sentir el Camino en primera persona, con sus días grises o soleados, su lluvia apacible o furiosa y su rica gastronomía, pero sin el cansancio de recorrer el centenar de kilómetros.
    Viví algún tiempo en Santiago, que me cautivó desde el primer momento, como su Pórtico de la Gloria, que quiero volver a ver tras su restauración. El gran Maestro Mateo siempre me reserva algún detalle que anteriormente se me había pasado.
    Muchas gracias, una vez más, por tu generosidad al compartir estas vivencias.

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