martes, 28 de mayo de 2024

Invierno en mi pueblo (II)

               


A modo de presentación

Febrero de 2001. Puerto Castilla 


Apenas hay gente en Aravalle durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He venido a recibir el milenio aquí, en mi pueblo, en estos días fríos en los que los romanos acostumbraban a comenzar el año. Con el termómetro marcando siete grados bajo cero, bien abrigado y con botas de goma, salgo a pasear por las calles, solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encuentro con tres paisanos, que me miran, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me dicen: ¿A dónde vas con este frío? Les doy algo de palique y luego sigo mi camino, convencido de lo mucho que hay que mirar. 

Esto es Aravalle, mi pueblo, testimonio de siglos de historia y vida, uno de los muchos de la España vacía, ajeno ya al devenir de los tiempos y cuya naturaleza casi virgen podría servir de modelo sostenible a una humanidad que tiene poderosos retos ante las puertas de este tercer milenio que está a punto de comenzar.

 

Panorámica

 

El agua diamantina y pura.

El viento frío del invierno.

La nieve helada.

El sol poniéndose en la sierra.

Los gatos de misterio al anochecer.

El reloj de la torre, que por fin suena

después de veinte años.

 

El pueblo en invierno,

libre, eterno,

siguiendo el curso del tiempo,

transparente y ajeno a mis reclamos,

esperando, puro, impasible a mi presencia,

apenas necesitándome para seguir viviendo.

    

 

El agua

 

Agua por todos los lados,

remansada, desbordada,

limpia y helada, cortante,

colmando las regaderas

hechas para represar

en verano los arroyos.

 

Agua junto a alisos blancos,

Verde, intensa, libre, fértil,

viajando, sola, hacia el río,

hacia el mar,

ajena al vacío de las casas,

e impasible al cierre de las puertas.

 

Aguas libres, juguetonas,

represadas, mas sin uso,

aguas que ya nadie tapa

para los prados, risueñas,

que regatean sin prisas

o se despeñan a gusto.

 

  

Alisos y puente

 

Los alisos, limpios de hoja,

erguidos en el tiempo,

junto al agua niña

que al puente llega.

 

¿Dónde estuviste, molino

que al puente nombras?

¿Quién de nosotros sabe

el porqué de su nombre?

 

¡Cuántos secretos al oído

en el pretil del puente!

¡Cuántos secretos,

mientras el agua corre

y el día pasa lento!

 

  

Puente del Molino

 

Sí, tú, puente del Molino,

con tus dos ojos de enamorado,

resistiéndote al tiempo,

y oyendo, impasible, el agua.

 

Un paredero maestro

nos dejó en ti su herencia,

toda su sabiduría.

 

Esos ojos grandes

que dan cobijo

a toda el agua del mundo,

dicen de ti y de quien te hizo

lecciones de ciencia y de progreso.

 

¿Cuánto llevas en pie, amigo puente?

¿Cuánto, dime,

cuánto llevas en pie, amigo puente?


 

Bocín y musgo

 

Mirad el aliso caído,

el bocín sabiamente emparedado,

el musgo del pretil

la piedra, el agua, el árbol,

el verde de la hierba,

el olor húmedo

y el viento azotando,

el ruido del agua

del invierno exagerado.

 

¡Es la vida,

ajena al árbol quebrado,

la que corre bajo el bocín,

la que se filtra entre los árboles,

la que vive en el verdín

de un puente solitario!

 

La piedra, el agua, el árbol,

el verde de la hierba,

el azul pálido,

el olor húmedo,

el ruido del agua,

el viento azotando,

la vida que bulle

debajo del invierno exagerado.

 

  

Casas de vacas

 

Estas casas de piedra

para el ganado,

las puertas de madera,

la hechura del tejado,

orientadas al este,

¡Cuánto saber nos muestran del pasado!

 

Y esos chapatales

que guardan aún

el olor  de las boñigas

y los orines de siglos,

me arrastran como la niebla,

muy alto, hacia la cumbre

del saber que heredaron mis paisanos.

 

  

El machón

 

¿Os habéis fijado alguna vez

en la maestría de este pilar de piedra?

¿Habéis visto alguna vez

combinación más limpia

para la sujeción de tejados?

 

El machón, humilde y blanco,

de apariencia primitiva,

nos deja ver la pared, y hasta el tejado

parece obedecer

a la belleza aérea de esta piedra.

 

¿Habéis reparado en el hastialillo

que resguarda del hostigo?

¿Os habéis sentado en esa lancha en verano?

 

¿Quién sabía tanto

que hizo este milagro de piedra?

Sombra, resguardo, gracia,

belleza, sí, y eficacia.

 


El Regajillo

 

Piedra, teja, madera,

tierra, nieve, soledad.

 

Ventanas cerradas

y cielo blanco.

 

Brama una vaca despacio

y su becerro responde vivo.

 

Son sorpresas en el silencio.

Sorpresas de una tarde

de invierno desolado.

 

   

Linda

 

Mi perra Linda

me acompaña,

y trota,

y se mete en el agua,

y tirita de frío,

y corre,

corre gustosa,

y disfruta

de este día de nieve,

de este día de campo.

 

Y salta

del agua al barro,

de un lado a otro,

del puente al prado.

  

  

Abuelo y abuela

 

La casa de abuelo Manolo

junto al Corral del Payo,

y el poyo fresco y umbrío

de las mañanas del verano.

 

¡Qué tránsito de cabras al amanecer!

¡Y qué silencios de nieve en esta tarde!

 

Abuelo Manolo,

abuela María,

vivían aquí,

aquí vivían.

 

Abuelo y sombrero.

Abuela María

iba a la Juyuela

por el agua fría,

por el agua sana

ella que se iba.

 

Y se fue. Y abuelo

su magín perdía

y al Corral del Payo

apenas salía.

Caminar despacio

rezando solía,

y bajo el sombrero

su vida bullía.

 

  

El Corral del Payo

 

El Corral del Payo,

el hastial tan grande,

tan solo el ventano.

 

La Sierra lejana

y el silencio ufano.

 

¿Oigo a tío Cantares cantar?

¿Estará tío Cantares cantando?

 

 

La vecindad de tío Alfonsín

 

La vecindad de tío Alfonsín,

junto al Corral del Payo,

persianas echadas, postigos cerrados.

 

Me quedo quieto oyendo

el fragor del viento

el traqueteo de cables y tejados.

 

Y pienso en mis paisanos

de Llodio y de Barcelona,

de Madrid y de Bilbao,

que se marcharon del pueblo,

tan bello, pero tan pobre,

tan puro, pero tan ácimo.

 

Cuando la tierra no da para vivir

los ojos con hambre no ven la belleza:

se disparan hacia el pan del futuro.

 

 

Resistencia

 

Esa casa que se niega

a venirse abajo

teja a teja,

tajo a tajo.

 

O esa otra humilde,

mas de dintel alisado,

umbral severo

y contrafuerte ufano,

se resiste a morir,

con su gatera,

su portón

y sus clavos.


  

Camino del Barrio

 

Camino del Barrio,

junto a las Erillas,

ese camino que tanto he andado,

de chico y de grande,

en bici y en carro,

en brazos de padre.

(¡Qué foto! ¡Qué guapo!

¡Qué bien trajeado!)

 

Camino del Barrio

con la Escuela al fondo,

la escuela de antaño,

bancos de madera

y tres ventanales

mirando hacia el este.

 

  

 Desde mi ventana

 

Cuando despierto

subo la persiana

y veo todo blanco.

La Peña del Cuervo,

Robles Amarillos,

las huertas, los prados,

la teña, el tejado

y los chopos largos.

 

Veo la gracia aérea

del tejado viejo,

de las viejas piedras,

sujetando el borde

como centinelas.

 

Veo la sierra, el cielo,

la nieve y la niebla,

la piedra y el chopo

y la teja vieja.

 

Las fuentes

 

Fuentes de mi pueblo,

fuentes cantarinas,

frescas en verano

y en invierno tibias.

 

Juegos y risas de niños,

agasajo de viajeros,

consuelo de caminantes

y botijos tempraneros,

testigos mudos y sabios

de labios secos, sedientos.

 

Fuentes de aguas claras,

fuentes de mi pueblo,

de caños que manan

y pilones llenos.

 

 


Las Escuelas

 

Siguen llamándote Las Escuelas

pero tu patio está mudo

y tus paredes no cobijan ya lecciones.

 

Donde ahora veo un chato edificio

de espesura y presencia utilitaria

estuviste tú, noble casa ingeniosa,

que albergabas las escuelas del pueblo

y palpitabas en los recreos

con los juegos de muchachos y muchachas.

 

Entre tus gruesos muros protectores,

con la luz de tus amplios ventanales

y los rayos de sol,

que inundaban la clase

de rincón a rincón,

aprendimos la magia de las letras,

a sumar y a restar,

a pintar y  a cantar,

a salir en fila,

a colocar el gorro

y el abrigo en la percha,

a aburrirnos y a dormitar.

 

¡Ah, doña Mari, nos quería tanto!

  

Cuatro momentos

 

La Sierra de La Majaíllas,

vista desde el balcón de casa.

Un grumo de calostros

parece calentar el sol

al resbalar la luz

en la teta helada de su cima.

***

La Cuerda, al fondo,

y Robles Amarillos, blanca,

y un tejado nuevo y firme,

cerca de la calle Abajo,

erguido entre otros ruinosos

y testigo joven de lo renovado.

***

Mirad desde la Varacolcha,

un contraste de luz y sombras.

Paredes, árboles desnudos,

y, de repente, la luz de un sol fugaz.

***

La sierra de Béjar y La Urralea

al fondo, muy lejos.

Un bosque de postes de cemento,

puestos al buen tuntún

en el barrio de Abajo,

no pueden con la teja vieja

y estos picachos de ímpetu.

¡Tanta es la belleza de esta sierra!

 

 

La tejera

 

Un jardín de espinos

en un montículo

junto a la carretera.

Según voy andando

se forma un sendero

rojo sobre blanco.

 

Después de cubrir

los tejados del pueblo,

los tejeros se fueron.

La tejera se hundió

y los espinos

gatearon por sus paredes.

Hoy todo lo cubre

un manto de nieve.

 

Mas, al pararme,

aún puedo oler

el sudor de los tejeros

en su afán por pulir

y modelar el barro.

 

La casa azul

Donde ahora veo una casa alta

hubo una vez una casa azul.

Y en esa casa azul nací yo

un día de invierno como éste.

 

La casa azul era una casa

luminosa y pequeña,

azules eran sus frisos,

sus ventanas y sus puertas.

Allí comenzó todo,

allí comencé yo.

 

La voz, la lengua, la risa,

el miedo y la mirada,

los orines, la almohada,

la caca, la leche agria,

el chorrillo de la fuente,

el llanto en la noche larga,

la voz suave de mi madre,

mi padre que vuelve a casa...

 

Nada siento al ver ahora

esta casa de tres plantas

levantada en su solar.

Nada siento al verla, nada,

 

Miento. Al cerrar los ojos

siento el chorro de la fuente,

un chorrillo aletargado,

un poquillo atenuado

por la nieve. Cierro los ojos

y veo la casa azul.

 

El portal del barbero

 

El portal de tío Paquillo el Barbero,

el dintel intacto, con su número trece,

anticipo de ayes y de miedos,

del zaguán amplio y del sillón grande.

 

¡Cuántas muelas de los abuelos

quejándose del tirón del barbero!

¡Cuántos flequillos cortados

en el zaguán de la tardes eternas!

 

El espejo inmenso,

el arsenal de herramientas,

la solemnidad del sillón

y el olor a tabaco de tío Paquillo.

 

Y su conversación,

entretenida y lánguida,

mientras bailaba la tijera entre los pelos.



  

Dos rincones

 

Oíd este rincón virgen de pisadas.

Mirad esa ventana:

piedra, nieve, cielo blanco,

y un espacio que sujeta el viento.

 

O ese otro de casas vacías,

cerradas a cal y canto.

Mirad al fondo: la oscuridad

retratada como si fuera luz.

 

Sorpresa por las rodadas

de una bici sobre la nieve.

Sí, claro. Casas cerradas,

pero con gente dentro.

 

 

El río

 

Mirad el río junto al molino.

Sus aguas limpias

acarician la ventisca en la ribera,

y hacen pozas

junto a los sauces y los alisos.

 

Treinta pasaderas lo cruzan,

invitando a contemplar

la fuerza de su temple.

Un mundo de agua y de piedra

lamiéndose y besándose por siempre.

 

Río Aravalle, río niño,

limpio y puro como el aire

candor mineral junto a la hierba blanca,

y sendero de alisos junto al agua.

 

  

Un gato negro

 

Cerca de la iglesia,

detrás de la torre,

una casa casi derruida

se resiste a acabar en el suelo.

 

Del cable de la luz aún penden

tres piedras columpiándose en el viento,

escapadas de un cuadro surrealista,

y con la sierra nevada al fondo.

 

De repente, un gato negro,

el flash y ese ojo

que me pregunta atónito:

¿Qué haces tú aquí?

¿Por qué me deslumbras?

  

Las vacas

 

Veo algunas vacas camino del pilón,

donde beben mansamente

hasta llenar su enorme barriga.

 

Vacas que un día fueron trashumantes,

que bajaban en invierno a Extremadura

y en verano subían a la sierra,

a los pastos de los regajos frescos.

 

Vacas negras, negras vacas,

que salen al prado

en primavera y otoño,

y que en verano

viven al aire del campo,

entre regajos y arroyos,

buscando la sombra fresca,

comiendo la hierba verde.

 

Y ahora, y siempre,

espantando la mosca,

la pelma mosca

junto al ojo paciente.

 

 El alto del Puerto

 

El alto del Puerto,

azotado de nieve y de ventisca,

y helado en los pies.

Al fondo, el sol del Jerte

y  el pantano de Plasencia,

otra tierra.

 

El Valle del Jerte,

que comienza a sentir la falacia

de una forma de viajar

sin bajarse del coche ni del ruido.

 

No deseo para ti

pueblo chico del Aravalle,

ese turismo ávido que acaba con todo.

Sería más deseable

un viajero que respete tu voz

y acaricie tu luz y tu paisaje.

 

  

Pared y claveles

 

Mirad esa pared, tantas paredes,

sobre todo en las casas de vacas,

las menos reconvertidas,

las mejor conservadas.

 

¿No es una obra de arte

ese entrelazado de piedras amantes?

 

Aquí tenéis, claveles amarillos,

en pleno frío de febrero,

los narcisos esbeltos

de los padres de Guadalupe.

 

¡Cuánta belleza y cuánta humildad!

¡Cuánta vida resguardada sabiamente

del viento del invierno!


 

El reloj de la torre

 

El reloj, que por fin suena

después de tantos años,

señala el final de mi paseo

en esta tarde de invierno.

 

Está anocheciendo.

ruge el viento.

Hay que volver al brasero

o a la lumbre del bar.

 

Suena el reloj de la torre,

las seis y cuarto,

y cae un ángelus

sobre mi pueblo plácido,

sin voces de niños

pero con gatos.

 

 

Final

 

Os dejo con la estela blanquecina

de mi pueblo pequeño y casi solo,

bullendo de naturaleza y de poesía,

y aletargado de lejanías humanas.

 

Agua pura, aire gélido,

tierra pobre y fuego lento.

 

Junto a la chimenea

Manolo nos da de cenar

Somos ocho. Es Carnaval.

Cenar. Hablar. Y cantar.

 

                                            Puerto Castilla/ Aravalle,  2001 – 2004