
A modo de presentación
Febrero de 2001. Puerto Castilla
Apenas hay gente en Aravalle durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He venido a recibir el milenio aquí, en mi pueblo, en estos días fríos en los que los romanos acostumbraban a comenzar el año. Con el termómetro marcando siete grados bajo cero, bien abrigado y con botas de goma, salgo a pasear por las calles, solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encuentro con tres paisanos, que me miran, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me dicen: ¿A dónde vas con este frío? Les doy algo de palique y luego sigo mi camino, convencido de lo mucho que hay que mirar.
Esto es Aravalle, mi pueblo, testimonio de siglos de historia y vida, uno de los muchos de la España vacía, ajeno ya al devenir de los tiempos y cuya naturaleza casi virgen podría servir de modelo sostenible a una humanidad que tiene poderosos retos ante las puertas de este tercer milenio que está a punto de comenzar.
Panorámica
El agua diamantina y pura.
El viento frío del invierno.
La nieve helada.
El sol poniéndose en la sierra.
Los gatos de misterio al anochecer.
El reloj de la torre, que por fin suena
después de veinte años.
El pueblo en invierno,
libre, eterno,
siguiendo el curso del tiempo,
transparente y ajeno a mis reclamos,
esperando, puro, impasible a mi presencia,
apenas necesitándome para seguir viviendo.
El agua
Agua por todos los lados,
remansada, desbordada,
limpia y helada, cortante,
colmando las regaderas
hechas para represar
en verano los arroyos.
Agua junto a alisos blancos,
Verde, intensa, libre, fértil,
viajando, sola, hacia el río,
hacia el mar,
ajena al vacío de las casas,
e impasible al cierre de las puertas.
Aguas libres, juguetonas,
represadas, mas sin uso,
aguas que ya nadie tapa
para los prados, risueñas,
que regatean sin prisas
o se despeñan a gusto.
Alisos y puente
Los alisos, limpios de hoja,
erguidos en el tiempo,
junto al agua niña
que al puente llega.
¿Dónde estuviste, molino
que al puente nombras?
¿Quién de nosotros sabe
el porqué de su nombre?
¡Cuántos secretos al oído
en el pretil del puente!
¡Cuántos secretos,
mientras el agua corre
y el día pasa lento!
Puente del Molino
Sí, tú, puente del Molino,
con tus dos ojos de enamorado,
resistiéndote al tiempo,
y oyendo, impasible, el agua.
Un paredero maestro
nos dejó en ti su herencia,
toda su sabiduría.
Esos ojos grandes
que dan cobijo
a toda el agua del mundo,
dicen de ti y de quien te hizo
lecciones de ciencia y de progreso.
¿Cuánto llevas en pie, amigo puente?
¿Cuánto, dime,
cuánto llevas en pie, amigo puente?
Bocín y musgo
Mirad el aliso
caído,
el bocín
sabiamente emparedado,
el musgo del
pretil
la piedra, el
agua, el árbol,
el verde de la
hierba,
el olor húmedo
y el viento
azotando,
el ruido del
agua
del invierno
exagerado.
¡Es la vida,
ajena al árbol
quebrado,
la que corre
bajo el bocín,
la que se
filtra entre los árboles,
la que vive en
el verdín
de un puente
solitario!
La piedra, el
agua, el árbol,
el verde de la
hierba,
el azul
pálido,
el olor
húmedo,
el ruido del
agua,
el viento
azotando,
la vida que
bulle
debajo del
invierno exagerado.
Casas de vacas
Estas casas de
piedra
para el ganado,
las puertas de madera,
la hechura del tejado,
orientadas al este,
¡Cuánto saber nos muestran del pasado!
Y esos chapatales
que guardan aún
el olor de las boñigas
y los orines de siglos,
me arrastran como la niebla,
muy alto, hacia la cumbre
del saber que heredaron mis paisanos.
El machón
¿Os habéis fijado alguna vez
en la maestría de este pilar de piedra?
¿Habéis visto alguna vez
combinación más limpia
para la sujeción de tejados?
El machón, humilde y blanco,
de apariencia primitiva,
nos deja ver la pared, y hasta el tejado
parece obedecer
a la belleza aérea de esta piedra.
¿Habéis reparado en el hastialillo
que resguarda del hostigo?
¿Os habéis sentado en esa lancha en verano?
¿Quién sabía tanto
que hizo este milagro de piedra?
Sombra, resguardo, gracia,
belleza, sí, y eficacia.
El Regajillo
Piedra, teja, madera,
tierra, nieve, soledad.
Ventanas cerradas
y cielo blanco.
Brama una vaca despacio
y su becerro responde vivo.
Son sorpresas en el silencio.
Sorpresas de una tarde
de invierno desolado.
Linda
Mi perra Linda
me acompaña,
y trota,
y se mete en el agua,
y tirita de frío,
y corre,
corre gustosa,
y disfruta
de este día de nieve,
de este día de campo.
Y salta
del agua al barro,
de un lado a otro,
del puente al prado.
Abuelo y abuela
La casa de abuelo Manolo
junto al Corral del Payo,
y el poyo fresco y umbrío
de las mañanas del verano.
¡Qué tránsito de cabras al amanecer!
¡Y qué silencios de nieve en esta tarde!
Abuelo Manolo,
abuela María,
vivían aquí,
aquí vivían.
Abuelo y sombrero.
Abuela María
iba a la Juyuela
por el agua fría,
por el agua sana
ella que se iba.
Y se fue. Y abuelo
su magín perdía
y al Corral del Payo
apenas salía.
Caminar despacio
rezando solía,
y bajo el sombrero
su vida bullía.
El Corral del Payo
El Corral del Payo,
el hastial tan grande,
tan solo el ventano.
La Sierra lejana
y el silencio ufano.
¿Oigo a tío Cantares cantar?
¿Estará tío Cantares cantando?
La vecindad de tío Alfonsín
La vecindad de tío Alfonsín,
junto al Corral del Payo,
persianas echadas, postigos cerrados.
Me quedo quieto oyendo
el fragor del viento
el traqueteo de cables y tejados.
Y pienso en mis paisanos
de Llodio y de Barcelona,
de Madrid y de Bilbao,
que se marcharon del pueblo,
tan bello, pero tan pobre,
tan puro, pero tan ácimo.
Cuando la tierra no da para vivir
los ojos con hambre no ven la belleza:
se disparan hacia el pan del futuro.
Resistencia
Esa casa que se niega
a venirse abajo
teja a teja,
tajo a tajo.
O esa otra humilde,
mas de dintel alisado,
umbral severo
y contrafuerte ufano,
se resiste a morir,
con su gatera,
su portón
y sus clavos.
Camino del Barrio
Camino del Barrio,
junto a las Erillas,
ese camino que tanto he andado,
de chico y de grande,
en bici y en carro,
en brazos de padre.
(¡Qué foto! ¡Qué guapo!
¡Qué bien trajeado!)
Camino del Barrio
con la Escuela al fondo,
la escuela de antaño,
bancos de madera
y tres ventanales
mirando hacia el este.
Cuando despierto
subo la persiana
y veo todo blanco.
La Peña del Cuervo,
Robles Amarillos,
las huertas, los prados,
la teña, el tejado
y los chopos largos.
Veo la gracia aérea
del tejado viejo,
de las viejas piedras,
sujetando el borde
como centinelas.
Veo la sierra, el cielo,
la nieve y la niebla,
la piedra y el chopo
y la teja vieja.
Las fuentes
Fuentes de mi pueblo,
fuentes cantarinas,
frescas en verano
y en invierno tibias.
Juegos y risas de niños,
agasajo de viajeros,
consuelo de caminantes
y botijos tempraneros,
testigos mudos y sabios
de labios secos, sedientos.
Fuentes de aguas claras,
fuentes de mi pueblo,
de caños que manan
y pilones llenos.
Las Escuelas
Siguen llamándote Las Escuelas
pero tu patio está mudo
y tus paredes no cobijan ya lecciones.
Donde ahora veo un chato edificio
de espesura y presencia utilitaria
estuviste tú, noble casa ingeniosa,
que albergabas las escuelas del pueblo
y palpitabas en los recreos
con los juegos de muchachos y muchachas.
Entre tus gruesos muros protectores,
con la luz de tus amplios ventanales
y los rayos de sol,
que inundaban la clase
de rincón a rincón,
aprendimos la magia de las letras,
a sumar y a restar,
a pintar y a cantar,
a salir en fila,
a colocar el gorro
y el abrigo en la percha,
a aburrirnos y a dormitar.
¡Ah, doña Mari, nos quería tanto!
Cuatro momentos
La Sierra de La Majaíllas,
vista desde el balcón de casa.
Un grumo de calostros
parece calentar el sol
al resbalar la luz
en la teta helada de su cima.
***
La Cuerda, al fondo,
y Robles Amarillos, blanca,
y un tejado nuevo y firme,
cerca de la calle Abajo,
erguido entre otros ruinosos
y testigo joven de lo renovado.
***
Mirad desde la Varacolcha,
un contraste de luz y sombras.
Paredes, árboles desnudos,
y, de repente, la luz de un sol fugaz.
***
La sierra de Béjar y La Urralea
al fondo, muy lejos.
Un bosque de postes de cemento,
puestos al buen tuntún
en el barrio de Abajo,
no pueden con la teja vieja
y estos picachos de ímpetu.
¡Tanta es la belleza de esta sierra!
La tejera
Un jardín de espinos
en un montículo
junto a la carretera.
Según voy andando
se forma un sendero
rojo sobre blanco.
Después de cubrir
los tejados del pueblo,
los tejeros se fueron.
La tejera se hundió
y los espinos
gatearon por sus paredes.
Hoy todo lo cubre
un manto de nieve.
Mas, al pararme,
aún puedo oler
el sudor de los tejeros
en su afán por pulir
y modelar el barro.
La casa azul
Donde ahora veo una casa alta
hubo una vez una casa azul.
Y en esa casa azul nací yo
un día de invierno como éste.
La casa azul era una casa
luminosa y pequeña,
azules eran sus frisos,
sus ventanas y sus puertas.
Allí comenzó todo,
allí comencé yo.
La voz, la lengua, la risa,
el miedo y la mirada,
los orines, la almohada,
la caca, la leche agria,
el chorrillo de la fuente,
el llanto en la noche larga,
la voz suave de mi madre,
mi padre que vuelve a casa...
Nada siento al ver ahora
esta casa de tres plantas
levantada en su solar.
Nada siento al verla, nada,
Miento. Al cerrar los ojos
siento el chorro de la fuente,
un chorrillo aletargado,
un poquillo atenuado
por la nieve. Cierro los ojos
y veo la casa azul.
El portal del barbero
El portal de tío Paquillo el Barbero,
el dintel intacto, con su número trece,
anticipo de ayes y de miedos,
del zaguán amplio y del sillón grande.
¡Cuántas muelas de los abuelos
quejándose del tirón del barbero!
¡Cuántos flequillos cortados
en el zaguán de la tardes eternas!
El espejo inmenso,
el arsenal de herramientas,
la solemnidad del sillón
y el olor a tabaco de tío Paquillo.
Y su conversación,
entretenida y lánguida,
mientras bailaba la tijera entre los pelos.
Dos rincones
Oíd este rincón virgen de pisadas.
Mirad esa ventana:
piedra, nieve, cielo blanco,
y un espacio que sujeta el viento.
O ese otro de casas vacías,
cerradas a cal y canto.
Mirad al fondo: la oscuridad
retratada como si fuera luz.
Sorpresa por las rodadas
de una bici sobre la nieve.
Sí, claro. Casas cerradas,
pero con gente dentro.
El río
Mirad el río junto al molino.
Sus aguas limpias
acarician la ventisca en la ribera,
y hacen pozas
junto a los sauces y los alisos.
Treinta pasaderas lo cruzan,
invitando a contemplar
la fuerza de su temple.
Un mundo de agua y de piedra
lamiéndose y besándose por siempre.
Río Aravalle, río niño,
limpio y puro como el aire
candor mineral junto a la hierba blanca,
y sendero de alisos junto al agua.
Un gato negro
Cerca de la iglesia,
detrás de la torre,
una casa casi derruida
se resiste a acabar en el suelo.
Del cable de la luz aún penden
tres piedras columpiándose en el viento,
escapadas de un cuadro surrealista,
y con la sierra nevada al fondo.
De repente, un gato negro,
el flash y ese ojo
que me pregunta atónito:
¿Qué haces tú aquí?
¿Por qué me deslumbras?
Las vacas
Veo algunas vacas camino del pilón,
donde beben mansamente
hasta llenar su enorme barriga.
Vacas que un día fueron trashumantes,
que bajaban en invierno a Extremadura
y en verano subían a la sierra,
a los pastos de los regajos frescos.
Vacas negras, negras vacas,
que salen al prado
en primavera y otoño,
y que en verano
viven al aire del campo,
entre regajos y arroyos,
buscando la sombra fresca,
comiendo la hierba verde.
Y ahora, y siempre,
espantando la mosca,
la pelma mosca
junto al ojo paciente.
El alto del Puerto,
azotado de nieve y de ventisca,
y helado en los pies.
Al fondo, el sol del Jerte
y el pantano de
Plasencia,
otra tierra.
El Valle del Jerte,
que comienza a sentir la falacia
de una forma de viajar
sin bajarse del coche ni del ruido.
No deseo para ti
pueblo chico del Aravalle,
ese turismo ávido que acaba con todo.
Sería más deseable
un viajero que respete tu voz
y acaricie tu luz y tu paisaje.
Pared y claveles
Mirad esa pared, tantas paredes,
sobre todo en las casas de vacas,
las menos reconvertidas,
las mejor conservadas.
¿No es una obra de arte
ese entrelazado de piedras amantes?
Aquí tenéis, claveles amarillos,
en pleno frío de febrero,
los narcisos esbeltos
de los padres de Guadalupe.
¡Cuánta belleza y cuánta humildad!
¡Cuánta vida resguardada sabiamente
del viento del invierno!
El reloj de la torre
El reloj, que por fin suena
después de tantos años,
señala el final de mi paseo
en esta tarde de invierno.
Está anocheciendo.
ruge el viento.
Hay que volver al brasero
o a la lumbre del bar.
Suena el reloj de la torre,
las seis y cuarto,
y cae un ángelus
sobre mi pueblo plácido,
sin voces de niños
pero con gatos.
Final
Os dejo con la estela blanquecina
de mi pueblo pequeño y casi solo,
bullendo de naturaleza y de poesía,
y aletargado de lejanías humanas.
Agua pura, aire gélido,
tierra pobre y fuego lento.
Junto a la chimenea
Manolo nos da de cenar
Somos ocho. Es Carnaval.
Cenar. Hablar. Y cantar.
Puerto Castilla/ Aravalle, 2001 – 2004