lunes, 10 de febrero de 2025

Viaje a Uzbekistán



"Son las leyendas del pasado y el mítico nombre de Samarcanda los que atraen los pasos de la mayoría de visitantes de Uzbekistán. En los espacios infinitos de su estepa y su desierto, en montañas de cumbres intactas o a orillas de un mar desaparecido, el viajero vivirá una experiencia inolvidable. El país debe gran parte de su carácter único a su turbulenta historia, que ha convertido Asia Central en una encrucijada de civilizaciones.

Desde el imperio de Alejandro al de los zares, pasando por Gengis Kan y el gran Tamerlán, la depresión del Turán ha visto nacer, enfrentarse, coexistir y morir a los mayores imperios sobre los que ha brillado el sol. A lo largo de los siglos, hasta la llegada de las grandes rutas marítimas, la Ruta de la Seda aseguró los vínculos comerciales y culturales entre China y Europa. Uzbekistán ha conservado de su pasado militar, económico, religioso y arquitectónico, miles de huellas, testimonios y costumbres. La magia de este pasado hechiza a los viajeros modernos, que se encuentran ante un mito tanto más misterioso y seductor cuanto que ha permanecido inaccesible durante mucho tiempo". 

Así comienza nuestra guía de Uzbekistán. Una guía bien concebida que nos ayudará a comprender mejor lo que vamos a ver en nuestro viaje, del 4 al 19 de noviembre de 2024. Ese es nuestro deseo.

He preparado cuatro artículos basados en las notas que iba tomando en un cuadernillo. Las fotos son de Elvira Isabel Díaz Fleitas o mías. Cuando lo he creído oportuno, he puesto enlaces a sitios que muestran con textos y fotos muchos detalles de los lugares visitados.

 Aquí van los enlaces para leer mis artículos en orden cronológico.

                                                                                                    Jesús Bermejo

1. Taskent y el Valle de Fergana

https://roblesamarillos.blogspot.com/2025/01/viaje-uzbekistan-el-pais-de-amur-tamir.html

2. Nukus y el mar de Aral

https://roblesamarillos.blogspot.com/2025/02/viaje-uzbekistan-ii-nukus-y-el-mar-de.html

3. Jiva y Bujará

https://roblesamarillos.blogspot.com/2025/02/viaje-uzbekistan-iii-jiva-y-bujara.html

4. Samarkanda

https://roblesamarillos.blogspot.com/2025/02/viaje-uzbekistan-y-iv-samarkanda.html

 

 

 

domingo, 9 de febrero de 2025

Viaje a Uzbekistán (I): Taskent y el Valle de Fergana

 

Lunes, 4 de noviembre de 2024

El avión despegó de Barajas a las tres de la tarde de un día lluvioso. Hicimos escala en Estambul, casi cuatro horas, y llegamos a Taskent, la capital de Uzbekistán, a las ocho y cuarto de la mañana (cuatro horas menos en España), algo más de doce horas de viaje (ocho horas de avión -en dos fases- y cuatro de escala intermedia). Salimos con lluvia y con lluvia seguimos al llegar a tierras uzbecas.

En el vuelo fuimos repasando el programa de nuestro viaje, que incluye, por supuesto, la capital del país y la clásica ruta de la seda -Jiva, Bujará y Samarkanda- pero también el valle de Ferganá, apenas visitado por los turistas, y el Mar de Aral. Todo con una prosa florida y envolvente, como es común. 

“Esta ruta propone un fantástico recorrido entre hermosas cúpulas azules, arquitectura islámica y mezcla de tradiciones. Visitaremos históricas ciudades como Samarcanda, Bukhara y Khiva, en tierras uzbekas. Descubriremos paisajes grandiosos con estepas, hasta donde alcanza la vista. Apreciaremos la amabilidad de su gente, descubriremos una Asia desconocida, admiraremos ciudades misteriosas, deleitaremos nuestro paladar, todo ello con los cánticos de fondo que se escuchan desde lo alto de los minaretes.

Empezaremos nuestro recorrido por la fascinante ciudad de Taskent, la capital del país. Seguiremos por el Valle de Fergana, la región más fértil y poblada de Uzbekistán, con un tercio de la población del país. Visitaremos Kokand, conocida por su rica historia y su herencia cultural, Rishtán, ciudad famosa por su rica tradición en la cerámica y Marguilán, conocida por su tradición en la producción de seda y en particular por el famoso ikats uzbeco. 

Regresaremos a Taskent y tomaremos un avión con destino a Nukus, la ciudad del noroeste y llegaremos al Mar de Aral. Por el camino, nos maravillaremos con la planicie Ustyurt. Y después visitaremos Moynak.

Llegaremos hasta la fascinante ciudad medieval de Jiva. Nos maravillaremos con la mítica Bujara, declarada Patrimonio de la Humanidad. Y nos trasladaremos hasta Samarkanda, uno de los destinos más deseados por cualquier viajero, el centro de las artes,  las caravanas y las más grandiosas madrasas.

Un maravilloso viaje que quedará para siempre grabado en nuestra memoria, conociendo la vida nómada, cruzando desiertos y estepas, para llegar a ciudades legendarias que han presenciado episodios fundamentales de la historia de la humanidad”.      


Y también repasamos nuestros apuntes sobre Uzbekistán (Ozbekiston), la nación en la que vamos a estar dos semanas.

https://www.exteriores.gob.es/documents/fichaspais/uzbekistan_ficha%20pais.pdf

https://villagemonde.com/es/projets/uzbekistan/


Martes, 5 de noviembre

Después de las rutinas de frontera, salimos a una explanada en la que nos estaba esperando el que iba a ser nuestro guía durante dos semanas, un guía risueño, joven y amable que nos dijo su nombre y lo repitió con afán didáctico: -Me llamo Akbar.

-¡Ah! -dije yo- Akbar, creo que quiere decir el grande. El guía sonrió y nos dijo:

-Sí, mi nombre completo es Hojiakbar, pero podéis llamarme Akbar. Significa grande, sí, grande.

Al lado de nuestro guía estaba el conductor del coche, un hombre de Corea del norte, que se entendía con Akbar en ruso. Nosotros cuatro hablábamos en español con el guía. Akbar, además de uzbeko, habla inglés y ruso, y se desenvuelve en castellano razonablemente.

Salimos del moderno aeropuerto y nos llevaron al hotel.  Akbar, como sucedería durante todo el viaje, logró que las rutinas del alojamiento fuesen muy rápidas, así que enseguida subimos a las habitaciones, que estaban bien, eran amplias, modernas y funcionales. Maletas, baño y desayuno. Estábamos un poco cansados: habíamos dormido algo, pero no gran cosa, y además teníamos encima la carga de ir hacia el este, con el despiste que te ocasiona. Parecía que nos habían robado la noche. Nos repusimos algo en el desayuno, café, fruta, bollos. Había una crema parecida al yogur que me gustó bastante, se llamaba koinak o algo así.

Akbar nos citó en el vestíbulo para ir a visitar la capital del país, una ciudad moderna de más de dos millones de habitantes. Grandes avenidas, muchos coches y bastante nuevos, parecía cualquier ciudad occidental. Akbar nos dijo que Taskent era una ciudad muy antigua, pero que sufrió un gran terremoto en 1966 y tuvo que ser reconstruida. Los soviéticos se emplearon a fondo en dicha reconstrucción. Hoy es la ciudad mas grande de toda Asia Central.

Visitamos el Monumento al valor, erigido en 1976 para conmemorar la reconstrucción de la ciudad después del terremoto del 26 de abril de 1966, que destruyó cientos de casas. Más de 300.000 personas se quedaron sin hogar y se vieron obligadas a vivir en tiendas de campaña. Gracias a la ayuda amistosa de las repúblicas soviéticas, se emprendió un enorme proyecto para reconstruir prácticamente toda la ciudad y construir nuevas urbanizaciones. Vemos un inmenso hombre “soviético” pero con elementos uzbecos: gorro, faja, espada… Detrás, una mujer y un niño. Simbolizan los tres el esfuerzo en la reconstrucción de la ciudad. 


Después nos llevan a visitar el complejo Khast Iman, centro religioso-cívico de Tashkent, la vieja madrasa, la nueva, el minarete y la mezquita. Allí pudimos contemplar uno de los seis primeros libros del Corán, escrito en caracteres cúficos. También entramos en la mezquita, donde un rato antes había habido rezos. Hay una verdadera fiebre constructora en lo que se refiere a edificios religiosos musulmanes. Hay mucho dinero de los países del Golfo invertido en esta ciudad, leeemos en nuestros apuntes.


Cambiamos de tercio, y nos llevaron a ver el mercado de Chorzu, el más antiguo de la ciudad. Impresionante. Por fuera, muebles y todo tipo de objetos. Por dentro, un espacio inmenso distribuido en dos plantas. La de arriba de frutos secos, centenares de puestos grandes con todos los frutos secos del mundo. La planta de abajo, un gigantesco espacio llenos de puestos con carnes de vacuno, de caballo, de pollo, de ganado ovino y caprino, piezas grandes y pequeñas, patas y pezuñas de caballo, fruras y verduras por aquí y por allá, arroces, fideos de mil tipos. 

Cuando ya nuestros cinco sentidos estaban saturados, tomamos un zumo de granada, la bebida popular del país, además del sempiterno té, y salimos por un lateral hacia una panadería que tenía ocho hornos tradicionales, de leña. Olía a pan calentito, así que compramos dos hogazas recién horneadas y nos las zampamos en un instante.


Después nos dirigimos a un restaurante popular, uno más entre más de una decena que había en el mercado, y comimos el plato típico uzbeco, el plov, arroz con cordero, garbanzos y verduras, y unos pinchos de carne de ternera.



A lo largo del viaje podremos pagar en euros sin ningún problema, bien con tarjetas o en metálico. (Casi todos los gastos ordinarios están ya pagados, incluido el desayuno y una de las comidas/cenas de cada día). En los sitios más populares usaremos el dinero local, cuya unidad es el som. Es un poco extraño al principio. Por un euro nos dan 13000 som. Así que cuando en el mercado cambiamos 100 euros nos dieron 1,3 millones de som. Enseguida nos acostumbramos. Por ejemplo, al ir al baño se acostumbraba a dar 2500 som, unos veinte céntimos de euro. Así que, si la comida nos costó a los seis 190000 som, enseguida aprendimos a convertir. 13000 som, un euro; 130000 som, 10 euros. 190000, unos 14 euros.

Salimos del mercado y disfrutamos de una vista panorámica de la capital de Uzbekistán, con paradas en la plaza de la Independencia, la más importante de Tashkent, con el monumento a la madre llorando y la llama eterna. También los paneles en bronce, en formato hoja de periódico, con los nombres de todos los muertos uzbecos en la segunda guerra mundial.





Fuimos  después a recorrer un barrio popular de la capital, de los pocos que resistieron el terremoto, un barrio tradicional cuyas características veremos repetidas en muchas zonas del país: casas de una sola altura, puertas grandes, sin ventanas al exterior, pequeños patios, calles de tierra…

Luego, la plaza del teatro de la ópera y ballet Alisher Navoi, un gran espacio fundado en los años cuarenta, y las grandes avenidas del centro de esta imponente ciudad de Asia Central. Seguimos nuestro periplo entrando en el metro, cuyas estaciones son pequeñas obras de arte. 

https://www.krisporelmundo.com/metro-tashkent/

Y terminamos en la plaza de Amir Temur, el gran Tamerlán, del que hablaremos más adelante.

Después nos tomamos unas cervezas en el hotel Uzbekistán, una imponente mole que nos recordaba el hotel Nacional de La Habana. Regresamos al nuestro y nos acostamos a las ocho de la tarde. A las 6 y media de la mañana teníamos que estar desayunando. Nuestro tren saldría a las ocho y veinte rumbo al Valle de Fergana.


Miércoles,  6 de noviembre

En Taskent montamos en un tren que nos iba a llevar desde la capital al Valle de Fergana, en la parte más occidental del país. Decíamos más arriba que el Valle de Fergana es la región más fértil y poblada de Uzbekistán: allí habita un tercio de su población. Miramos el mapa y observamos como cuatro de las cinco repúblicas de Asia Central se disputan el valle de Fergana, debido sin duda a su riqueza agrícola. Las fronteras parecen las lindes de muchas huertas de lugares de montaña, van y vienen con sus curvas siguiendo el rastro antiguo o el capricho de los más poderosos. Parece ser que Stalin disfrutó trazando las fronteras de las distintas repúblicas en un valle que en su día fue todo él parte del kanato de Kokand. Dichoso Stalin y su politburó, aún se ven sus trazas en estas tierras. 

 

El tren tenía pinta de ser antiguo -la calefacción era de carbón- pero cómodo, y casi todos los viajeros eran del país; los únicos ajenos al lugar éramos nosotros cuatro, pues hasta Akbar, nuestro guía, era del Valle, de la ciudad de Anguilán. Iba en el tren bastante gente y por momentos se alcanzaba una buena velocidad. 

Nuestra curiosidad nos llevaba por igual de los paisajes a un lado y otro de vía a las caras de los viajeros y sus quehaceres. Muchos árboles otoñales con su amarillo presente a lo largo del valle. Montañas inmensas, ya nevadas en sus crestas soleadas. Hombres mujeres y niños de aspectos diversos, pero predominando los rasgos asiáticos mongoles, de constitución fuerte, ojos achinados y sonrisa frecuente. También gentes de aspecto turco y persa, y algunos de aspecto eslavo, de piel muy blanca y cabello rubio. Un par de veces nos ofrecieron té los camareros del tren; casi todo el mundo se entretenía bebiendo mientras nos miraban como diciendo ¿a dónde irán estos occidentales?, ¿qué vendrán a hacer a Fergana? Y no les falta razón, pues de cada cien turistas que visitan Uzbekistán solo cuatro o cinco vienen a este valle.   Hoy, esos cuatro somos nosotros. Por eso en estos días los fotografiados no van a ser los del país sino nosotros; nosotros seremos la novedad para estas gentes, que tienen en común con sus compatriotas el ser simpáticos, abiertos y acogedores, con su sonrisa agradable y su curiosidad continuada.

Bajamos del tren en Kokand y allí nos esperaba un conductor con su coche, que nos iba a acompañar estos días, hasta nuestra vuelta a la capital al finalizar nuestra visita al valle. La agencia lo tenía todo muy bien organizado y Akbar, nuestro guía, se esforzaba con profesionalidad para que todo fuese bien y fluyera el viaje con precisión y naturalidad, sin contratiempos ni adversidades.

Cerca de la estación entramos en un restaurante grande, con una sala llena de gente, sobre todo mujeres mayores y jóvenes, acompañadas de niñas y niños. Al lado, había  un salón de bodas inmenso, parecido a esas salas de eventos españolas recargadas de adornos neobarrocos y cúpulas de pastel. Cuando dijimos que nos gustaría comer y beber unas cervezas nos dijeron que no había ningún problema, pero que tendríamos que ir al salón inmenso. Sin dudarlo ninguno, prescindimos de nuestras cervezas y pedimos una mesa en la sala abarrotada de mujeres.  De inmediato desfilaron por la mesa platillos de ensalada, cuencos de sopas diversas, tazas de té, pinchos de carne de ternera y dulces variados. Mientras comíamos nos dimos cuenta de que la gente que nos rodeaba era bastante distinta a la de la capital; aquí había una cierta homogeneidad de rasgos, la mujeres, en general, llevaban cubierta la cabeza. Según nos decía Akbar, la presencia de la religión musulmana en este valle es notable, desde hacía mucho tiempo. Y que desde 1991, , es decir, cuando la URSS se desintegró y las repúblicas en ella federadas declararon su independencia, la religió islámica había florecido al haber de verdad libertad de cultos.

Dimos después un paseo por Kokand y visitamos el palacio del Khan, del siglo XIX, la madrasa y mezquita Jami, el mausoleo de Madari Khan (la madre del khan), todos del XIX, y un museo de historia local algo lúgubre pero muy interesante. Luego visitamos una tienda en la que había dos mujeres y un hombre tejiendo seda mientras hablaban con nosotros. Allí compramos unos gorros típicos uzbekos. Y, clarto, también unos pañuelos de seda. Al lado, una tienda de turrones nos llamaba la atención. A los uzbecos les gusta mucho. A nosotros también. Pero nos parece de un sabor menos intenso que el turrón tradicional español.

      

          

   

Ya en el hotel tomamos algunos aperitivos y unas cervezas buenísimas, acompañadas de unas almendras tostadas calientes, que nos llevaron, al probarlas, a siete mil kilómetros de distancia, a las cocinas de Los Navalmorales y a sus cuencos de almendras recién tostás. El camarero se desvivía por atendernos, hablaba en inglés con fluidez, nos puso una canción en español: “Tengo la camisa negra…”, y luego otra y otra, incluida esa que hizo Don Patricio, “Contando lunares”, canción exitosa que compuso unos de los hijos de Isabel y Juan Pablo, nuestros amigos y compañeros de viaje. Nos despidió el camarero con unos dulces bien ricos y nos acompañó hasta vestíbulo del hotel, un palacete renovado con unas habitaciones amplias y muy cuidadas. A lo largo de nuestro viaje nos alojaríamos en habitaciones muy diversas, como el país, pero todas ellas tenían dignidad y calidad, desde las modernas y funcionales de Taskent, Bujara, Samarkanda y Nukus hasta las tradicionales de Jiva, Kokand y Marguilán.

Después de un rato de lectura, apagamos la luz; había que reponer fuerzas descansando bien. Mañana también iba a ser un día de bastante movimiento.

 https://charosca.wordpress.com/2011/06/13/valle-de-fergana-uz/

https://www.advantour.com/es/uzbekistan/kokand.htm


Jueves, 7 de noviembre

Después de un buen desayuno, montamos en un minibús camino de Rishtán, la ciudad de los alfareros. Vamos de camino y alternamos el mirar el paisaje con la lectura de nuestra guía petit futé de Ubbekistán:

“Durante años, el valle de Ferganá fue un lugar de difícil acceso y, a menudo, muy alejado de las principales rutas turísticas del país. De hecho, desde allí hay que volver sobre los propios pasos (Taskent) para explorar el resto del país, o bien pasar a través de países vecinos (pero las fronteras son actualmente difíciles de cruzar). Con la apertura de una línea de tren de alta velocidad que une Andiyán con Taskent, vía Marguilán y Kokand, la actividad turística parece estar aumentando de nuevo. Esto no se refleja todavía en un incremento significativo del número de hoteles, pero debería cambiar muy rápidamente. En cualquier caso, el valle de Ferganá está ahora en las agendas de los viajeros que visitan Uzbekistán. De momento hay un tren al día en cada sentido, que tarda cinco horas y media en cubrir el trayecto”.

Rishtán está solo a treinta km de Kokand. Es la ciudad de los ceramistas más reputados del Valle. Se fabrican vajillas de cerámica azul desde hace más de 700 años, tazones de té o de sopa, platos para el plov y jarrones. Los artesanos aprovechan el suelo arcilloso de la región y reproducen desde hace siglos una técnica decorativa específica con pinturas minerales: cobalto para el azul, manganeso para el marrón y cobre para el verde.

Akbar nos lleva a un taller en el que primero vimos trabajar a los alfareros y luego visitamos el museo. Por último, recorrimos los almacenes y compramos algunas cosas.

Después de tomar un té para sellar nuestras compras, en las que hubo, cómo no, regateo, esa costumbre que apenas la dominas ya se te acaba el viaje, nos llevaron a Marguilán, la ciudad de la seda por excelencia. Primero estuvimos en un taller local, donde vimos cómo se procedía en el artesanal proceso desde el capullo, la olla, los hilos, la bobina… hasta el tejido y el teñido de la seda. Y después, tienda y compra.

Comimos en un autoservicio local, en el que, gracias a Akbar, pudimos expresar lo que queríamos comer, si bien por señas casi siempre se acierta. Todo nos parece bastante cercano al mundo chino: los vestidos, las casas, las comidas, si bien con rasgos propios. Eso sí, con abundancia de pan, frutas y verduras. En fin, la frontera china está a 300 kilómetros, eso sí, pasando previamente por Kirguistán.

Después fuimos al mercado local, no tan grande como el de Taskent pero aún más colorido y popular. Ellos no, nosotros éramos el espectáculo: en todos los puestos nos paraban, nos miraban con intensidad, nos ofrecían productos, nos preguntaban por el Real Madrid y por el Barcelona, se hacían fotos con nosotros. Fue una fiesta aquel rato. Les alegramos su tarde, que, debido a nuestra presencia, tan occidental, les hacía mostrarse amables, curiosos, risueños. Así son los uzbecos, tan simpáticos como los españoles de los años sesenta, cuando los turistas empezaron a llegar por millares a nuestro país. Uzbekistán recibe al año dos millones de turistas; España, noventa millones. Akbar se frotaba los ojos. A los noventa no van a llegar, pero a 10 o 15 millones al año, yo creo que sí. En ello están.

Después de alojarnos, dimos un paseo al atardecer y nos adentramos en el barrio antiguo, calles desiertas casi, poco iluminadas. Al llegar la mezquita, nueva, reluciente e imponente en medio de aquella humilde barriada, unos centenares de hombres de todas las edades salían rumbo a sus casas después de los rezos de la tarde. Un empleado, al ver que éramos extranjeros, nos preguntó, en uzbeco, de dónde éramos. Españoles, le dijimos. ¡Ah! Españoles. Qué bien. Real Madrid, Barcelona. El fútbol nos abría las puertas de la mezquita, y las ganas de agradar de aquel buen hombre. Pronto apareció por allí el imán, imponente con su barba blanca y larga, su turbante y su autoridad. Sin duda nos llevaron, por orden suya, a ver los artesonados del siglo XVI y XVII, lo único antiguo de la mezquita, una belleza que nos explicaban con su móvil, pasando palabras del uzbeco al español con el traductor de Google, cosa que sucedería a menudo en el viaje, e informándonos de todos los detalles. 

Cuando se enteraron de que en Madrid había una mezquita grande, se asombraron. Y al citar nosotros la gran mezquita de Córdoba, el imán nos miró, dando a entender que sabía de lo que le estábamos hablando. Ya se había ido el imán cuando el almuecín se quitó la gorra de béisbol que llevaba, se puso un gorro de oración y, sin altavoces ni preámbulos se pusó a cantar versículos del Corán durante más de cuatro minutos; nos quedamos paralizados y asombrados: no era un canto dirigido al turista, era un regalo al visitante interesado en la cultura local. Fue uno de los momentos más emocionantes del viaje: inesperado, auténtico; un regalo.


Desandamos el camino, avenida central, un restaurante llamado Anor (granada), donde tomamos un mojito (sin alcohol, no los había de los otros) y picoteamos de una pizza. Así salíamos un poco de la inmersión en la que estábamos inmersos. Además, la contundente comida de mediodía no nos permitía sino dejar el estómago en paz. Cansados y satisfechos, nos dirigimos al hotel para descansar.

https://www.youtube.com/watch?v=XWGb_hk1Iqc

El gran Luis Pancorbo, y su equipo de RTVE del programa de la 2 “Otros pueblos”, nos presenta Uzbekistán. Un programa de los que ya no hay, sinceramente. (En el minuto 47 aparece una fábrica de seda de Marguilán).



Viernes, 8 de noviembre

Decidimos madrugar y, antes de salir de Marguilán camino de Taskent, ir a visitar la fábrica de seda Yodgorlik, que estaba a menos de media hora de nuestro hotel. Fuimos andando y conociendo la zona, un barrio tradicional muy parecido al de la mezquita de ayer, con sus casas de una altura, algunas de dos y una curiosidad que nos llamó la atención: muchas mujeres, y algunos hombres, barriendo la zona de la calle que limitaba con su fachada. Como estábamos en noviembre, las hojas caducas esperaban las escobas, todas ellas tradicionales, que movidas por manos acostumbradas y certeras, abandonaban las calles y llenaban grandes espuertas de otoño.

Entramos en la fábrica, en la que, después de un almacén y tienda, recorrimos un patio al que daban diversos espacios de trabajo. Abrimos la primera puerta: era un taller manual de alfombras y seda en el que trabajaban seis mujeres y un hombre, cada uno en su telar, vigilados por una gobernanta con aspecto de matriarca postsoviética. Nos dejaron acercarnos y ver su trabajo: la curiosidad era mutua. Después pasamos a un taller mecanizado en el que había un ruido insoportable…para nosotros: las empleadas no cuidaban sus oídos, no sabemos si por carecer de cascos protectores o porque les daba igual, era su costumbre.

En un tercer taller, también mecanizado, la encargada nos mostró, con precisión didáctica, los muchos hilos y bobinas para hacer el paño de seda. Su sonrisa, sin duda, hacía más comprensible el proceso.



En el blog Letras de viajes puedes ver varias fotos, hechas con precisión y mimo, de esta fábrica de seda. Y también más fotos de Marguilán (preciosas las del mercado) y de otras ciudades de Uzbekistán.

https://letrasdeviajes.blogspot.com/2016/02/uzbekistan-margilan-fabrica-de-seda.html

https://letrasdeviajes.blogspot.com/2016_02_22_archive.html


Regresamos al hotel y, en la recepción nos obsequiaron con un gorro uzbeco para cada uno. Agradecidos por el regalo, sonreímos al despedirnos, con nuestro gorrito puesto, y montamos en un minibús. 


https://www.advantour.com/es/uzbekistan/tradiciones/ropa-tradicional.htm

Nuestro regreso va a ser por carretera, una ruta en la que no están permitidos los autobuses y los camiones, parece ser que por su peligrosidad. Montañas inmensas, un puerto experto en curvas, nieve en las cumbres y un frío que pelaba. Eso fue lo que vimos en la primera parada. 


En la segunda, un té y una hogaza de pan recién horneado nos alegraron el rato que pasamos en una mesa tradicional uzbeca, llamada tapchán, cuya estructura habíamos visto en el mercado de Taskent, pero que ahora íbamos a estrenar. Imaginad una tarima de 2 x 3 metros a una altura de unos treinta cm. del suelo, toda ella rodeada de una barandilla de madera fuerte y consistente. En medio de dicha tarima, una mesa rectangular de 1,5 x 1 metros, alrededor de la cual nos sentamos, con los pies recogidos o estirados bajo la mesa. En una tarima que había frente a la nuestra, cinco o seis hombres ya estaban terminando su comida, razón por la cual aquel espacio les servía de cama en la que estirarse y echar una siestecilla. Curioso mueble que veríamos bastantes veces en nuestro viaje, pero nunca como en este lugar saliendo del valle de Fergana: aquí no es un mueble antiguo que se conserva; es una pieza de uso común y diario, que veremos más en las regiones menos turísticas de nuestro viaje.

     

Paramos a comer en un salón inmenso, con atrio o portada ostentosa de aspecto chino. La comida era buena y abundante: espetos de pollo, sopas, ensaladas, ragut con papas fritas, frutas. Por los seis pagamos 300.000 som, es decir, 60.000 por persona, 4,5 euros.

Después de cinco horas llegamos al aeropuerto de Taskent. Facturación, aduana interna, seguridad y un vuelo de hora y media. Habíamos recorrido más de mil km. Nos habíamos trasladado desde el oeste del país al noreste. Habíamos aterrizado en Nukus, la capital de esta región autónoma llamada Karakalpakistán. 

                                                                                            Jesús Bermejo


sábado, 8 de febrero de 2025

Viaje a Uzbekistán (II): Nukus y el mar de Aral

Salimos de Taskent hacia las nueve de la noche y después de un vuelo de hora y media nos habíamos trasladado desde el oeste del país al noreste, unos mil km. Habíamos aterrizado en Nukus, la capital de esta región autónoma llamada Karakalpakistán. Una región muy extensa y poco poblada, cuya capital nos parecía muy moderna, como si hubiera sido trazada y construida en los últimos veinte años.

https://www.backpackadventures.org/things-to-do-in-nukus/

En un 4x4, nos llevaron al hotel funcional y también muy moderno. Al bajar al restaurante, vimos que el paisanaje había cambiado por completo. Y el paisaje. Había viajeros y turistas, algunos algo ruidosos; luego supimos que eran españoles. La forma de vestir, la manera de estar, el decorado de la sala, todo tenía un aspecto bien distinto de lo que nuestros ojos habían visto en Fergana. Aquí todo parecía más occidentalizado; quizá sería más preciso decir más eslavizado. Cenamos bien y bebimos mejor, una botella de vino tinto que nos supo a gloria. Después, a descansar. Teníamos que prepararnos para la jornada de mañana: paseo por Nukus, visita del museo Saviski y viaje al mar de Aral.


Sábado, 9 de noviembre

Salimos de buena mañana del hotel y fuimos caminando por la ciudad de Nukus, recorriendo algunas de sus avenidas modernas antes de entrar en el Museo Savitsky, toda una sorpresa.


En este museo está expuesta una colección  extraordinaria de cuadros que no eran del gusto de los jerarcas culturales del realismo socialista, cuadros de las vanguardias rusas, del surrealismo, además de esculturas y vestimentas del país.

En el enlace siguiente cuentan muy bien la historia de este museo, tan interesante como inesperado:

https://es.quadernsdebitacola.com/2015/10/museo-savitsky-arte-moderno-de-urss-en-uzbekistan.html

No pudimos ver con la tranquilidad que merecía todos los cuadros del museo Savitski, pero nos llevamos una idea muy aproximada de su importancia. Hicimos algunas fotos y seguimos nuestro viaje camino del mar de Aral.



 
                                



   
            

Por el tipo de ruta que íbamos a seguir, montamos en dos coches, dos 4x4. Dejamos atrás Nukus y subimos por la carretera que lleva al noroeste, hacia la república de Kazajistán. Comimos en un restaurante de carretera y, al retomar el camino, empezó, para nosotros, una aventura inesperada que terminó el domingo por la tarde al volver de nuevo a Nukus. Llevábamos recorridos unos diez kilómetros de autovía  cuando repentinamente el conductor giró a la derecha y campo través fuimos avanzando unos veinte km. Así llegamos al lago Sudochie. Antes de que el mar de Aral comenzara a secarse, el lago Sudochie estaba conectado a él por un estrecho brazo. En los sesenta el nivel del agua del mar comenzó a descender y el lago comenzó a secarse. Antes del desastre ecológico, el lago Sudochie era un verdadero oasis en medio del desierto. Allí estaba el asentamiento de Urga, que tenía una floreciente industria pesquera y un puerto de pesca. Nosotros vimos los restos de  todo aquello: un torreón, un faro, vivendas derruidas y una factoría de pescado abandonada, en la que habían trabajado, desde 1924 hasta 1956,  un grupo considerable de prisioneros polacos. Había sido una colonia pobre, pero hubo escuela y cementerio. En 2024 se celebró el centenario y unas placas lo dignifican y lo recuerdan. Nos entristeció observar cómo habían vivido allí durante más de treinta años aquellos prisioneros polacos que habían luchado contra los soviéticos y fueron trasladados a este lugar sin más horizonte que el trabajo forzado y la muerte.




Seguimos nuestro camino hacia el mar de Aral, pensando que ya estaría cerca; pero como íbamos campo través, avanzábamos con lentitud, y menos mal que los conductores parecían competentes y conocedores del terreno: eso nos daba cierta tranquilidad…hasta que se hizo de noche.



La inmensa explanada de Ustyurt era nuestro horizonte infinito en el que, de vez en cuando aparecía algún saxoul, un árbol endémico de  raíz profunda que no necesita agua. Paramos para apreciar el silencio y una  puesta de sol impresionante, una emoción especial al estar en un lugar fuera del mundo. Casi al atardecer nos encontramos de repente con un pueblecito, llamado Qubla-Ustyut: un niño iba en una bicicleta y encaminaba unas cabras hacia su establo. Nos dijo nuestro guía, traduciendo lo que decía el conductor, que vivían de lo que les daba la tierra y que tenían hasta una escuelita. Poco después vimos las restos de las instalaciones de una radio y una pista de aterrizaje; y también una escuela de las juventudes del konsomol soviético. 

Anocheció. Y empezamos a sentir que estábamos perdidos, el conductor abandonaba el camino que llevábamos e iba campo través, volvía la camino otra vez, el tiempo pasaba y no llegábamos a nuestro destino, ni una luz en la lejanía, nada, silencio solo. Después de un par de horas eternas, llegamos a un sitio donde había un señor y una barrera. Se alzó al vernos, y tomamos un camino de tierra que nos llevó hasta una explanada en la que había unas veinte yurtas, un comedor y unos baños rudimentarios. Lo primero que hicimos fue tomar posesión de nuestras respectivas tiendas y después ir a a comer. Fue curioso como al entrar oímos hablar en castellano y en gallego en aquel lugar tan alejado del mundo: era un grupo pequeño de unas seis personas, que estaban haciendo un viaje similar al nuestro. La mayoría de los allí presentes, unas cincuenta personas no había ido por el camino que habíamos seguido nosotros; la mayoría habían ido por Moynag, justo habían hecho la ruta al revés que nosotros. Comimos y bebimos y. al salir hacia las yurtas, una temperatura de seis bajo nos esperaba sin piedad.. Preparamos bien todo, fuimos a un baño comunal y nos dispusimos a pasar la noche en esta tienda tan característica. La verdad es que estaba bien acondicionada: había calefacción, luz suficiente, había alfombras y mantas que nos cobijaban del frío y tres colchonetas en las que nos dispusimos a pasar la noche. Lo peor fue cuando tuvimos que ir al baño porque ya la temperatura había bajado unos grados, lo que no impidió que un grupo de personas riesen y cantasen alrededor de una hoguera apetecible. Intentamos descansar, y dormir si fuese posible. Llegaron las siete y nos levantamos. Recoger, desayunar y otra vez a los 4x4. Por fin íbamos a ver el mar de Aral.





Domingo, 10 de noviembre

Estamos en la orilla del mar de Aral. Hay cerca de nosotros un grupo de jóvenes italianos; algunas chicas, y chicos también, se preparan para darse un baño en las heladas aguas del mar. Eso pensaba hacer nuestro amigo Juan Pablo, pero se le han quitado las ganas; no por el frío y el barro, sino por el desastre ecológico que tenemos delante. Un mar, que dentro de no muchos años habrá desaparecido, es lo que estamos contemplando; mejor dicho, los restos de un mar que hace cincuenta años era cinco veces más grande y que ha ido desapareciendo debido al maltrato que le han dado las autoridades de estas tierras. 

Vamos a traer un fragmento de nuestra guía:

“A caballo entre Uzbekistán y Kazajistán, el mar de Aral es alimentado, por el oeste, por dos ríos: el Sir Daria y el Amu Daria. Con 66 000 km² en 1960, el mar de Aral era el cuarto mar interior más grande del planeta. En 1990 el nivel del agua había bajado 16,5 metros y su superficie se había reducido a la mitad; el volumen de agua había disminuido en dos tercios y era cuatro veces más salada. La causa de todo ello, el monocultivo intensivo del algodón, introducido por los soviéticos en la década de 1960 y que requería cada vez más agua de riego. 


Al final, el agua fue bombeada casi por completo y la evaporación por la desertificación se encargó del resto. Hoy ya no existe el mar de Aral en Uzbekistán. Todavía queda algo de agua en el lado kazajo, pero se dice que el Gobierno lo alimenta artificialmente. En la actualidad la superficie ha quedado reducida a unos 600 kilómetros cuadrados, apenas un 10 %. En su lugar, el Aral Koum, o desierto de Aral, se extiende sobre una llanura de infinita tristeza. El desastre ecológico que afecta al mar se está extendiendo a las tierras vecinas: millones de toneladas de sal y arena son transportadas por el viento cada año, desertizando nuevas zonas. Todo el ecosistema de la región está desequilibrado”.



Abandonamos la orilla del mar de Aral, pensando inevitablemente que esto no es sino el anticipo de lo que se avecina en el planeta Tierra si no se toman medidas más drásticas relativas al cambio climático. Vamos dejando atrás el horizonte triste de este mar y nos dirigimos a un espacio muy curioso, un caravasar hoy en ruinas. Un caravasar era un como una ciudadela en la que descansaban los comerciantes que hacían la ruta de la seda; allí se alojaban, comían y se abastecían; allí eran atendidos los camellos; allí también compraban y vendían.






Un poco más adelante vimos un cañón impresionante y después un cementerio de nómadas, en el que había algunas cruces y también otros tipos de tumbas. 

Por supuesto, siempre íbamos campo través, no había camino que se siguiera; bueno, algunas veces surgía un carril. Pasada más de una hora, vimos, allá al fondo, un pueblecito al que nos conducía una carretera llena de socavones y baches. No obstante, nos pareció que llegábamos a la civilización; pero, madre mía, qué civilización. Era un pueblecito llamado Huchsay

Esto dice nuestra guía del citado pueblo:

“Colgado en el flanco de una duna gigantesca, este pequeño pueblo ni siquiera tiene acceso al agua corriente. La obtienen de pozos artificiales perforados en el suelo y protegidos con viejas láminas de metal oxidado. Al final de la aldea, un pequeño campamento base reúne a los trabajadores del gas, sin que por desgracia tengan mucho trabajo en la región. En el subsuelo del mar de Aral todavía se está perforando, y en el horizonte de este nuevo desierto se pueden ver más de diez torres de perforación. Muchos esperaban que el subsuelo del Aral pudiera ser tan rico como el del Caspio y, de hecho, en ese sentido, nadie ha tenido realmente ningún interés en salvar este mar”.

Dejamos atrás Huchsay y llegamos a Mounaq, la ciudad de esta zona. Podríamos decir que es la ciudad de la desolación. Entramos en un museo y nos pusieron un vídeo donde se veía la actividad que hubo en su esplendor, antes de los años cincuenta: barcos pescando en un mar de aguas limpias, fábricas de pescado, de conservas, toda la vida que había en torno a la actividad del mar.

Hoy, el suelo de ese mar aparece desértico y seco; y en él, abandonados, están media docena de barcos varados en la tierra. Un museo al aire libre que nos muestra la tremenda tragedia de esta tierra sin redención.

Nuestra guía dice:

“Moynaq tenía el puerto más grande del mar de Aral. Allí se instaló una de las mayores fábricas de conservas de pescado de la antigua Unión Soviética, ahora un conjunto de paredes desiertas y en ruinas. Cuando la hambruna azotó Rusia en 1921, Lenin movilizó la flota pesquera del mar de Aral, que en pocos días envió más de 20 000 toneladas de pescado y salvó al país del hambre. Hoy, el mar está vacío. La saturación de pesticidas y fertilizantes químicos vertidos en este contenedor marino no dejó ninguna posibilidad a la fauna y la flora, que de todos modos no habrían sobrevivido al aumento del nivel de salinidad del agua como consecuencia de la disminución del nivel del mar. El desastre comenzó en la década de 1950 y se aceleró en la década de 1960, cuando las obras de irrigación masiva vinculadas al cultivo intensivo del algodón estaban en pleno apogeo. Poco a poco, los dos ríos que alimentaban el mar de Aral, el Amu Daria y el Sir Daria, se fueron haciendo más y más delgados y contaminados. En 1994, el nivel del mar había bajado casi veinte metros. Hoy en día ya no hay agua en el lado uzbeko, mientras que solo queda una pequeña área en el lado kazajo. Algunos dicen que la única razón por la que el mar sigue existiendo al otro lado de la frontera es porque el gobierno kazajo lo mantiene artificialmente. En cualquier caso, y a pesar de los esfuerzos de Kazajistán, la sentencia está dictada: el mar de Aral acabará desapareciendo completamente de la faz de la Tierra. Porque, además de la falta de suministro de agua, la evaporación acelera su desaparición. Hace ya mucho tiempo que la población de Moynaq comenzó a marcharse y solo unos pocos miles de habitantes se quedaron en este antiguo puerto que llegó tener 60.000 almas antes de comenzar el desastre. Aunque el gobierno uzbeko ha tomado conciencia de la catástrofe ecológica de la desaparición del mar, ciertamente no dispone de los medios necesarios para evitarla. En resumen, una excursión a Moynaq es una triste ilustración de en qué se convierte la vida cuando desaparece un mar: un infierno”.


Salimos de Moynaq mohínos y cariacontecidos, y así llegamos a un restaurante de carretera donde la sonrisa de sus empleadas y su comida nos sacó de aquella neblina en la que aún andábamos colgados.

La carretera de Moynaq, hasta llegar a la autovía, era todo un desafío al sentido común; no es no es que hubiera baches, es que toda la carretera estaba llena de grandes socavones que evitaban los conductores con más o menos pericia. Los coches que venían de frente, de repente los encontrabas en la parte que nos correspondía a los que íbamos en dirección contraria. Menos mal que nuestro conductor era perito en ese tipo de espacios difíciles, como bien había demostrado a lo largo de los dos días; yo creo que incluso se lo pasaba bien esquivando los socavones y los coches que venían de frente. Cuando llegamos a la autovía, vimos que, en su cara tranquila, había un poco de aburrimiento después de tanta emoción conductora.


Antes de volver al hotel, nos llevaron a una necrópolis cercana a la ciudad de Nukus, la necrópolis de Mizdakhan. Está en medio del desierto y data del siglo IV a. C. Cuenta con varios mausoleos, tumbas y estructuras religiosas, entre ellas el mausoleo de Shamun Nabi, considerado un lugar de peregrinación para los musulmanes. El sol ya se iba poniendo y hacía bastante frío. Regresamos al hotel: baño tranquilo, cena y descanso. Ir al mar de Aral ha sido toda una experiencia. 
                                                                                                                                   Jesús Bermejo