jueves, 6 de febrero de 2025

Viaje a Uzbekistán (y IV): Samarkanda

El atardecer de aquel viernes, 15 de noviembre, vamos a tardar mucho en olvidarlo. Habíamos llegado, por fin, a Samarkanda. Akbar, nuestro guía, había resuelto eficazmente, como siempre, nuestro traslado al hotel y el alojamiento. Atravesando un barrio de casas humildes de uno o dos pisos, salimos en seguida a una calle peatonal ancha, una avenida que nos llevaría, eso pensábamos mientras mirábamos nuestros planos, al centro de la ciudad. 

Pasada una plaza, avanzábamos por unos jardines y, ¡zas!: de repente, apareció delante de nosotros, envuelta en una espesa niebla, la plaza del Registán casi vacía. Nos invadió una emoción especial mientras mirábamos a nuestro alrededor, contemplando la belleza de los edificios que nos rodeaban. No hablábamos; nos mirábamos y compartíamos la misma emoción: sin aviso previo habíamos llegado al centro de Samarkanda, a su plaza principal, el Registán, un espacio inmenso lleno de magia y de belleza. 

En esas estábamos cuando se nos acercó un guardia y nos dijo que teníamos que pagar la entrada para permanecer en la plaza. Así lo hicimos y allí nos quedamos, disfrutando entre la niebla y las madrasas, hasta que el frío nos aconsejó volver al hotel deshaciendo el camino de ida. 

Antes de acostarnos brindamos con vodka; nos hubiera gustado más hacerlo con aguardiente blanco, pero la perfección no existe. Casi.

Dice la guía petit futé:

Ciudad legendaria de la Ruta de la Seda, una de las más bellas que ha existido bajo el sol y capital de uno de los mayores imperios de la historia, Samarcanda no puede dejar indiferente a nadie. La ciudad timúrida es un mundo aparte y, si a lo largo de los grandes bulevares abiertos por los soviéticos y más recientemente por los uzbekos, los timbres de los teléfonos móviles y la música pop nos ubican definitivamente en el siglo XXI, los imponentes monumentos heredados del reinado de Tamerlán (1336-1405) nos sumergen decididamente en una época completamente distinta. Samarcanda ha preservado muchos de sus tesoros arquitectónicos, incluyendo la mezquita Bibi Khanum, la más grande de Asia Central, la monumental plaza del Registán, el mausoleo de Gur-e Amir y el complejo de la necrópolis Shahi-Zinda, por citar solo algunos. Por supuesto, todos estos monumentos han sufrido numerosas destrucciones y degradaciones a lo largo de los años, pero han sobrevivido hasta nuestros días. Algunos de ustedes podrán deplorar el aspecto algo dejado que muestra hoy en día la turística ciudad antigua. Es un hecho: Samarcanda ya no es la ciudad oriental de todas las fantasías y uno no se pasea por ella entre una alegre cacofonía de olores, sonidos y atmósferas. En los últimos años Samarcanda se ha volcado en el futuro, emprendiendo vastos proyectos urbanísticos destinados a poner en valor sus monumentos y potenciar el atractivo turístico de la ciudad, pero no todo se ha hecho de la mejor manera posible. La UNESCO ha tenido que hacer saltar la alarma para salvar lo que se podía en los barrios antiguos.                            

  




Sábado, 16 de noviembre

Dedicamos la mañana a visitar el cercano mausoleo de Shah-i-Zinda, con sus hermosas cúpulas azul turquesa, entrando y saliendo de los edificios y disfrutando de aquel espacio semivacío, que en los meses de temporada alta está lleno de gente, según nos dice nuestro guía.      



Luego, caminando hacia la mezquita Hazrat Khizr, nos encontramos con un grupo de uzbeko. Eran de un pueblo cercano a Samarcanda y estaban visitando la ciudad; nos miraron, sonrieron, preguntaron de dónde éramos y quisieron retratarse con nosotros.



 

Seguimos andando y entramos en la plaza del Registán, poderosa y atractiva, llena de sol y de gente: turistas de occidente y de oriente, viajeros de Asia Central y unos doscientos chicos uzbecos que, por grupos, ensayaban su ceremonia de ingreso en el servicio militar. 

Entramos en las tres madrasas, recorrimos sus dependencias, sus patios, sus tiendas y disfrutamos de la inmensa plaza a pleno sol.

 


Nos recogió un coche y nos llevó a un barrio moderno cercano. Al salir del restaurante, subimos hasta la plaza dedicada a Amir Temur, el Gran Tamerlán , en cuyo centro una potente estatua mostraba el poderío del gobernante uzbeco, la referencia nacional. 

          


Visitamos su cercano mausoleo y, al lado del recinto, nos encontramos con la calle dedicada a Ruy González de Clavijo, el embajador del rey Enrique IV de Castilla ante el Gran Tamerlán, calle que homenajea al embajador Clavijo y a su libro, "Embajada a Tamerlán". 

Regresamos a casa. Al anochecer, callejeando por el barrio judío,  salimos cerca del Registán. En un restaurante moderno comimos salchichas y bebimos unos mojitos. Había ambiente de fin de semana, grupos de jóvenes y familias celebrando cumpleaños. Después dimos un paseo camino del hotel.    

            

https://vagamundos.travel/blog/ruy-gonzalez-de-clavijo-un-visitante-ilustre-en-la-corte-de-tamerlan-en-samarcanda/            


Domingo, 17 de noviembre

Una hora y media de camino por una carretera de montaña nos condujo a un valle hasta llegar a Shahrisabz, el lugar donde nació Amir Temur. 

Lo primero que vimos fue lo que queda de una inmensa puerta y, más allá una colosal estatua del Tamerlán.  Para nuestra sorpresa, casi nada queda del pueblo antiguo, pues todo es un extenso parque delimitado por construcciones modernas, en las que solo se nos ve a los turistas y viajeros que estamos allí de paso. 

Entramos en la mezquita y en el mausoleo del hijo de Tamerlán y, después de un paseo y algunas compras, regresamos. 

Hicinos un alto en el camino para comer un plato famoso en un restaurante típico: cordero asado. En la mesa, el conductor del coche nos contó algunas aventuras de cuando fue camionero por carreteras que iban de Uzbekistán a Moscú y otras ciudades rusas. 



Lunes, 18 de noviembre


De buena mañana, paseamos por el barrio judío y entramos en la sinagoga, un lugar pequeño pero con mucha historia que nos mostró un hombre taciturno. Desde allí fuimos al observatorio astronómico levantado por orden de Ulug Beg, un verdadero descubrimiento, la verdad.

https://www.labrujulaverde.com/2019/10/el-observatorio-de-ulugh-beg-en-samarcanda-redescubierto-en-1908-esta-alineado-con-el-meridiano

https://www.elrincondesele.com/los-reflejos-azules-de-samarkanda-2-bibi-khanum-shah-i-zinda-gur-e-amir/

Luego fuimos a visitar los restos arqueológicos de Afrasiab y el museo en el que expone la historia de estas tierras desde la antigüedad. Allí anotamos algunos nombres del mundo científico y filosófico uzbeco, entre ellos el de el matemático y astrónomo Al-Juarismi y el médico y filósofo Avicena. 

Nos llevaron a comer a un restaurante cerca de la universidad.  Después de pasear por el barrio de los estudiantes, volvimos a la plaza del Tamerlán y subimos por la calle de Ruy González de Clavijo, una más de un barrio antiguo de la ciudad, hoy protegido por la Unesco, con casas de uno o dos pisos que nos dan una idea de cómo era la Samarkanda popular antigua.

Tomamos un té enfrente de la plaza del Registán. Dimos un último paseo por la plaza, compramos algunos recuerdos y nos despedimos de la ciudad y del país. Al día siguiente, saldríamos del aeropuerto camino de Madrid.

Durante dos semanas habíamos viajado por Uzbekistán intentando conocer sus ciudades y sus gentes, sus costumbres y sus comidas, su pasado y su presente. Regresamos con cierto cansancio, pero contentos. Afortunadamente todo había salido bien. Y el viaje había merecido la pena.

Taskent, Valle de Fergana, Mar de Aral, Jiva, Bujará, Samarkanda: un país de Asia Central que va abriéndose al mundo, un país lleno de vida y de futuro. Suerte, Uzbekistán.

                                                                                                                             Jesús Bermejo  

 








































 







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