Salimos
de Nukus en un coche camino de Jiva; nos esperaban más de 300 km. A un lado, el
desierto; al otro, una llanura fértil junto al río Amu Daria. Íbamos dejando
atrás la república autónoma de Karakalpakistán y nos adentrábamos en la región
de Corasmia.
Entramos
en Jiva y nos alojamos en un hotel de la ciudad vieja. Después de comer salimos
a pasear y visitamos la madrasa grande, hoy un hotel, el minarete corto, la
ciudadela, Itchan Kala -llena de puestos de venta- el minarete grande y algunas
calles con casas antiguas, reconstruidas, pero que daban idea cierta de cómo
pudo haber sido Jiva en el pasado.
Aquí sí hemos notado desde el principio que estamos en un lugar al que el turismo llegó hace bastante tiempo. Y eso se nota en muchas cosas, de las que voy a destacar solo tres: la multitud de puestecillos de venta de objetos de todo tipo, las vendedoras chapurreando el español -bueno, bonito, barato- y los bares y restaurantes acostumbrados a recibir turistas, tanto en las comidas y bebidas como en los precios. Así lo reconocimos mientras, ya de noche, tomábamos unas cervezas en una terraza, envueltos en mantas, mientras Isabel y Juan Pablo recordaban su viaje de hace más de treinta años a estas tierras. Jiva entonces era una ciudad sin puestecillos ni bares, era un lugar que se abría al visitante como una reliquia de otros tiempos.
Esto dice
nuestra guía petit futé de la ciudad vieja de Jiva, Itchan Kala:
Elevada
por los soviéticos en 1967 a la categoría de museo al aire libre, la ciudad
vieja de Jiva fue vaciada de sus habitantes y completamente restaurada, casi en
exceso. En verano, cuando las calles están vacías y la temperatura supera los
45 °C, es más parecido a un plató de cine de Hollywood que a una mítica parada
en la Ruta de la Seda. En temporada alta, cuando el número de turistas está en
su apogeo, el ambiente es más bien el de un parque de atracciones que acoge a
clientes japoneses, alemanes, franceses... Por la noche, cuando los callejones
están vacíos y la luna proyecta una pálida luz sobre las cerámicas de los
minaretes y la cúpula del mausoleo de Pahlavan Mahmud, la magia encantadora de
Oriente toma el relevo y Jiva recupera su verdadero rostro, el de una
fascinante ciudad fortificada de los siglos XVII al XIX.
Con
600 metros de largo por 400 metros de ancho, el territorio de Itchan Kala es un
hábil rompecabezas en el que, a lo largo de los siglos, los arquitectos han
tenido que mostrar todo su talento, entrelazando cada vez más edificios en el
espacio cerrado del centro de la ciudad. Itchan Kala está rodeado por una
muralla de tierra seca y ladrillos de barro que, con más de dos kilómetros de
longitud, alcanza una altura de ocho metros y tiene un espesor de seis metros.
Los arqueólogos remontan el origen de estos muros de fortificación al siglo V,
pero fue el hijo de Annusha Kan, Arang Kan, quien construyó la mayor parte en
1686. Posteriormente, las murallas fueron destruidas y reconstruidas en función
de los ataques de los nómadas, los persas o los rusos. La parte occidental del
centro de la ciudad fue restaurada por los soviéticos. Desde la independencia,
unas 1500 familias han recuperado sus hogares en Itchan Kala, lo que ha
devuelto la vida a la ciudad-museo.
Martes, 12
de noviembre
Seguimos visitando la ciudad de Jiva: la mezquita de las cien columnas, el harén, el museo del Khan, otra madrasa y un museo etnográfico. Es una visita tranquila, sin prisas, con pocos visitantes -estamos en un mes de poco turismo. Después comemos en un restaurante típico en el que un grupo folclórico local ameniza nuestro yantar con canciones y danzas del país. Terminada la comida, decidimos ir hacia el hotel. Por la tarde subiremos al minarete alto y más tarde pasearemos por las murallas que rodean la ciudadela, contemplando la Jiva antigua y la de fuera, un extenso horizonte de casas del mismo color que el desierto en el que viven 90.000 personas.
https://www.elrincondesele.com/viajando-a-khiva-la-ciudad-de-las-mil-y-una-noches-uzbekistan/
Miércoles, 13 de noviembre
Salimos
de Jiva camino de Bujará, situada a 350 kilómetros. En los primeros cuarenta, la
carretera discurre en paralelo al río Amu Daria, rodeado de campos de algodón, arroz,
trigo y maíz. Después, la autovía se adentra en el desierto, una autovía
larguísima en la que paramos para comer en un restaurante típico de carretera
uzbeca.
Por fin llegamos a Bujará. Nuestro hotel estaba en una zona peatonal, así que cargamos con las
maletas y nos dirigimos a él, un hotel moderno con habitaciones algo pequeñas
pero funcionales.
Dedicamos la tarde a pasear por la ciudad antigua. Nos gustó mucho ver la mezquita más vieja, construida con un concepto arquitectónico muy distinto del que se contempla en estas tierras. Es la mezquita Magok-I-Attari.
"Antes de la conquista árabe hubo en este emplazamiento un mercado y un templo budista, y luego un templo zoroastriano dedicado a la luna. La primera mezquita fue construida en el siglo IX (la más antigua de Asia Central) sobre las ruinas del templo, como era habitual en esa época. Fue completamente reconstruida en el siglo XII y rediseñada en el XVI. En 1839 fue descubierta por Chichkine, el mismo arqueólogo que descubrió el mausoleo Samani en el cementerio. A lo largo de los siglos, el nivel del suelo se había elevado varios metros y la mezquita de Magok había quedado semienterrada".
(Guía petit futé).
Dice
nuestra guía:
Frente a la madrasa Nadir-Divanbeg se encuentra la estatua de Nasreddin Khodja, cuya historia cualquier habitante de Bujará disfrutará contándole. Este derviche que viajaba en su burro es conocido en todo el Oriente. Sabio, astuto, perezoso y un poco Robin Hood, con su propensión a burlarse de las autoridades, es la fuente de muchas historias y parábolas que se cuentan a los niños pero que también utilizan los adultos. Note que Nasreddin, situado en el borde del estanque, tiene una moneda entre los dedos. Un día, cuando el emir de Bujará salió de la mezquita, tropezó y cayó en el estanque. Al no saber nadar, pidió ayuda, pero nadie quiso ayudarlo. El emir era cruel y tacaño, y todo el mundo hubiera acogido su muerte con satisfacción. Así que prometió que a quien le ayudara le daría la mitad de su fortuna. Inmediatamente, todos se lanzaron a la piscina y trataron de llevar al emir de vuelta al borde. Pero era tan tacaño que, al darse cuenta de lo que acababa de prometer, se defendió con el cuerpo y el brazo, negándose a ser ayudado y, prefiriendo ahogarse antes que separarse de su oro; golpeó a cualquiera que se le acercara y ordenó a todo el mundo que lo dejaran ahogarse. Entonces apareció, donde está hoy su estatua, Nasreddin Khodja encaramado en su burro. Sacó una pequeña moneda de cobre del fondo de su bolsillo y le gritó al emir: «Emir, esta moneda será tuya si puedes venir a buscarla.» La codicia del emir era tal que casi aprendió a nadar de inmediato. Lo hizo tan bien, moviendo los brazos y agitando los pies, que logró alcanzar el borde del estanque, donde estaba Nasreddin Khodja. Salió del agua y corrió hacia el sabio, reclamando su escaso botín. Nasreddin le tiró la moneda de cobre y le dijo: «Ahora que te he salvado, emir, cumple tu palabra y ofréceme la mitad de tu fortuna.» El Emir se vio obligado a hacerlo y, al día siguiente, dio al derviche lo que había prometido para salvarle. Nasreddin Khodja no se guardó nada para sí mismo y distribuyó la fortuna del emir entre los habitantes más pobres de Bujará.
Visitamos
la mezquita grande y una madrasa contigua. Después tomamos algo camino del
hotel, mientras íbamos viendo los escaparates de la tienda de marionetas y de
numerosos comercios de sedas y de alfombras.
Jueves,
14 de noviembre
Akbar,
nuestro guía, nos dijo que íbamos a empezar nuestra jornada con el monumento
más destacable de Bujará, el Mausoleo de Ismail Samani.
"Conocido como la perla de Oriente, el mausoleo de los samaníes quedó sin embargo olvidado durante mucho tiempo en un rincón de un cementerio. Cuando el arqueólogo Chichkine lo descubrió en 1930, mientras se construía el parque Samani, estaba arrinconado entre otras muchas tumbas y enterrado bajo varios metros de tierra, lo que le había permitido salvarse del tornado mongol y sobrevivir a mil años de historia. Hoy la necrópolis ha desaparecido, se ha construido un parque alrededor del mausoleo y se ha excavado el entorno para recuperar su configuración original. Los soviéticos admiraban el poder de su arquitectura y quisieron convertirlo en un museo. Los uzbekos, por su parte, veneran al fundador de una de las dinastías más prestigiosas de Asia Central. Incluso se dice que Ismail Samani, enterrado en el mausoleo, siguió gobernando Bujará durante mucho tiempo desde su tumba. Los emires o imanes iban a consultarle y esperaban su respuesta para tomar decisiones sobre la ciudad. La perla de Oriente es el mejor testigo de la edad de oro de Bujará. Construida a principios del siglo X por Ismail Samani para su padre Akhmad, esta tumba dinástica es el segundo mausoleo más antiguo del mundo musulmán. Su datación precisa permitiría saber si la tradición de construir mausoleos para las dinastías musulmanas nació aquí o en Irak con la tumba del califa Al Mountasir. Su arquitectura conserva la influencia sogdiana, pero incorpora técnicas constructivas revolucionarias para la época. El mausoleo está concebido como una representación simbólica del universo: un cubo de poco menos de once metros de ancho con cuatro fachadas idénticas, símbolo de la tierra y la estabilidad, rematado por una cúpula semiesférica que es la representación sogdiana del universo. Sobre la puerta del mausoleo hay un círculo en un cuadrado, el símbolo zoroastriano de la eternidad. Las técnicas decorativas de ladrillos ensamblados en grupos de cuatro o cinco en diferentes direcciones son también una innovación que marcaría los próximos siglos. El mausoleo tiene 18 combinaciones diferentes, incluyendo las tridimensionales. Sus proporciones y motivos decorativos reflejan el principio del cuadrado dinámico, un hallazgo arquitectónico que confiere al conjunto un poder y una armonía raramente igualados. Dependiendo de la posición del sol, la mampostería da al monumento una iluminación y un aspecto diferente, conmovedor a pesar de la sobriedad de su forma. Los fabricantes utilizaban ladrillos cocidos, cementados con yema de huevo y leche de camella. Este material inusual y su hábil montaje permitieron que el monumento sobreviviera durante más de mil años sin sufrir los efectos de los terremotos. Los peregrinos caminan alrededor del mausoleo tres veces recitando oraciones. Algunos turistas también, porque se dice que si usted expresa su deseo de volver a Bujará... el deseo se hace realidad". (petit futé)
Desde allí nos fuimos a un mercado cercano en el que compramos, pistachos, almendras garrapiñadas, cajitas de frutos secos preparados para el viaje… Era un mercado parecido al de Marguilán, en el Valle de Ferganá, pero aquí estaban acostumbrados a los turistas. Aunque, eso sí, casi todos eran amables y nos sonreían.
Visitamos el gran bazar ubicado en un ancho y largo pasadizo que nos llevaba a la zona más concurrida: palacios, minaretes, madrasas, mezquitas, un conjunto armonioso y bien cuidado que nos ofrecía serenidad.
Fuimos a comer a una casa que también era el taller de un pintor notable. Degustamos una buena comida, vimos cuadros y grabados y seguimos nuestro caminar por Bujará.
Akbar nos llevó a las afueras de la ciudad vieja para ver la mezquita de los cuatro minaretes, pequeño y armonioso edificio enfrente del cual había un bazar o almoneda en la que abundaban insignias y carteles de la época soviética arramblados allí por el paso del tiempo.
Después de un descanso en el hotel fuimos a la famosa tienda de marionetas de Bujará, en la que nos dieron cuenta detallada de su historia, seguida de una interesante demostración con las marionetas más conocidas.
Viernes,
15 de noviembre
Antes de salir de Bujará fuimos de nuevo a dar un paseo junto a la mezquita antigua. Después, nos llevaron al palacio de Kagan,
situado en las afueras de la ciudad. Era un recinto construido siguiendo el modelo
de palacios rusos, tanto en los exteriores como en las salas, no en vano el país, en aquellas fechas,
formaba parte del imperio zarista.
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