sábado, 25 de mayo de 2013

El maratón de Aguilar de Campoo



Javi Bermejo, mi hermano, me envió el otro día la crónica de su nuevo maratón, esta vez una carrera distinta, en un pueblo de Palencia, lejos del bullicio de las grandes ciudades, lejos de los focos y de los grandes patrocinadores. Y, una vez más, Javi acierta con su carrera y con su crónica. Enhorabuena, de nuevo, y ánimo para el siguiente.


El cántabro Antonio Gallego se adjudica el Maratón de Aguilar





En Aguilar ya no huele a galletas




Por Javier Bermejo

En Aguilar ya no huele a galletas. Siguen haciéndolas, claro, pero en un polígono a las afueras del pueblo.

Por lo visto, en Aguilar se corre todos los años un maratón a mediados de mayo. Todos hemos oído contar historias de este maratón. Da igual. Aquí apenas lo conoce nadie.
 Un pueblo galletero sin olor a galletas y un maratón legendario que pasa desapercibido. Definitivamente, Borges y Juan Rulfo andan por ahí. Mejor que mejor.
El maratón de Aguilar es cosa de Gabriel, atleta, filántropo, médico, abogado, curioso impenitente. Hace años creó una empresa (galletera, claro) que daba trabajo a una veintena de personas. Con la crisis, bajó la producción, se cegó el crédito y hubo que pensar en el cierre. Gabriel se negó a despedir a nadie. Consiguió vender el negocio a uno de los grandes grupos que operan en el pueblo, con un compromiso: mantener los puestos de trabajo. Lo consiguió. Él quedó arruinado, pero eso era lo de menos.
 El maratón de Aguilar es gratuito. Gabriel corre con los gastos y paga de su bolsillo trofeos (uno para cada corredor que acaba la prueba), camisetas, dos cajas de pastas que fabrica una miniempresa que está empezando a levantar…
 ¿Por qué lo hace? Vete a saber. Imagino que (de nuevo Borges) porque en el mundo hay al menos trece personas íntegras que compensan la maldad de tantos millones de indeseables. Ya digo, en Aguilar, donde ejerce de médico de familia, a Gabriel lo consideran un tipo algo raro.
Pero no sólo en Aguilar. En el mundillo del maratón, lo de Aguilar no deja de ser una rareza. Si no, ¿cómo se entiende que tantos maratones que suponen un sablazo evidente agoten miles de dorsales en cuatro semanas, y éste, sin embargo, sea desdeñado por todos esos miles de corredores? Uno diría que por estos pagos quizá preferimos la picaresca a la filantropía, la bullanga de fotógrafos y cámaras a la simple carrera.
Habría que mirárselo.
……………….
 Cuarentaintantos corredores en la línea de salida. Día fresquito, pero no tan frío como nos temíamos. Nubes y claros. Por delante, cinco vueltas y pico a un circuito de 8km que une Aguilar con Villallano. Perfil (como cabe suponer) planito, salvo dos repechos de 200 y 150m que hay que subir diez veces. Paisaje a medio camino entre la meseta (tierras de cereal) y la montaña (nieve en la cordillera, prados de un verde fulgurante). Manchas nutridas de chopos, alguna perdiz, muy pocas vacas, inevitables mirlos y un paisaje urbano en armonía con el paisaje. Viento en calma. Todo a favor para una buena carrera.
 ¿El problema? Las tres semanas de parón a que me obligó la tendinitis que me ha reducido la preparación a sólo dos semanas, lo que me acabará pasando factura en el k30 si nadie lo remedia. Así que salgo prudente, más o menos en la mitad de la larga ristra de vivos colores que se dibuja en la recta que une los dos pueblos.
 Detrás de mí viene un grupo de tres o cuatro, animados por uno de ellos que no para de hablar. Por el timbre de voz calculo que es de mi edad. Y si tanto habla, ha de ser por una de estas dos razones: o es un manta que se dedica a dar la barrila en lugar de correr o es de los que tiene tan bien ajustado el ritmo que seguramente dejará de hablar en el k32 y hará un diez mil final de lujo.
 Era lo segundo, claro. Los tres corredores no son cualquier cosa: Javi (veterano de mil aventuras), Cueto (el único que ha terminado los dieciséis maratones de Aguilar) y Ángel de la Mata (el parlanchín, 138 maratones en las piernas). Todos entre 53 y 55 años. Está claro que es mi grupo. Si puedo seguirles, cosa que está por ver.
 Con la charla de Ángel, que además marca el ritmo, van pasando los km sin que se note. Para no racanear en exceso, a veces los demás colamos una frasecilla corta o tiramos en cabeza un par de minutos. A todo esto, la mañana sigue clara, con algo de sol incluso. Al inicio de la tercera vuelta, de la Mata incrementa el ritmo. Estaba claro que iba a ocurrir. De momento, seguimos los cuatro, pero empiezo a plantearme si tiene sentido seguir con ellos. Con la falta de entrenamiento que traigo, a ese ritmo me funden en el 25, así que me descuelgo justo en la media. Javi me anima a seguir con ellos, pero no hay nada que hacer.
 Comienza, pues, otra carrera. Delante de nosotros van dos corredores más (José, de Valencia, también de mi edad, y un tipo vestido de negro, alto y algo desgarbado) a los que les hemos ido comiendo la ventaja que llevaban hasta reducirla al mínimo. Es ahí donde me descuelgo del grupo, de modo que, en lugar de sumar, me caigo al pozo. Pero no me afecta: sé que estoy haciendo lo que debo.
 Van cayendo los km, a buen ritmo, mejor incluso que el que traíamos (el pájaro de Ángel ha metido la quinta) y me encuentro cómodo. Si no me hundo por el 34, quizá pueda bajar de 3h30, aunque ahora no merece la pena pensar en eso. Hay cosas más interesantes: tanto el de negro como José están empezando a ceder, y la posibilidad de cazarlos me mantiene a tono.
 El cielo se ha cubierto, y el viento se está desperezando. Bien por lo primero; pero, si se levanta el aire, el castigo va a ser mayor, por no hablar del aguacero que se avecina desde el norte. Habrá que apechugar con lo que toque.
 En el penúltimo paso por Villallano supero al hombre de negro. Con ese pequeño pico de euforia paso los dos repechos y llego al k33 con dolores aquí y allá, a la espera de algo que me distraiga un poco. Y mira por dónde una novilla que pastaba con otras treinta o cuarenta vacas cruza la carretera. Un perro sale tras ella y la devuelve a su sitio en la piara. El perro se me acerca, me olfatea y (quizá atufado por el pestazo a sudor recocido) se vuelve con el ganado.
 Con la tontería de las vacas me planto en Aguilar para afrontar la última vuelta. Nada más salir del pueblo, paso a José, que va clavado. Le animo a que se venga, pero me hace un gesto inequívoco. Tendré que seguir solo hasta el final. Aunque un poco más allá, pasado el tunelillo, veo a Javi, que ha parado un momento a beber. Lleva unos km atascado, pero se anima y seguimos juntos hasta Villallano, donde le propongo bajar de 3h30, lo que nos obligaría a forzar el ritmo en los cuatro km que quedan.
- Conmigo no cuentes, desde luego. Y si te empeñas en ello, ya puedes zurrarle, porque lo tienes casi imposible.
Lo dice un veterano experto, así que tomo nota. Los últimos km han salido a 5.10, de modo que tendría que ponerme a menos de 4.50 para conseguirlo. En Valencia sonó la flauta hace seis meses, así que por intentarlo no va a quedar. Claro que para Valencia entrené sin parones ni altibajos. Ahora la cosa es distinta.
A falta de un km, me convenzo de que no tiene sentido, así que disfruto al fin de la carrera y entro en meta bajo un fuerte aguacero.
 No hay un alma en los alrededores. O sí. Bajo los soportales, algo se mueve: Gabriel está grabando en vídeo la entrada en meta de los corredores al tiempo que apunta el crono de cada uno para preparar los diplomas que nos entregará una hora más tarde  en una emotiva ceremonia en la que hace lo posible por consolar a los padres de Miguel Ángel, un habitual de este maratón a quien atropelló fatalmente un camión hace unos meses mientras entrenaba.
Ya digo, una carrera de las de verdad.



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