En el diario El País ha escrito el periodista
Juan Cruz algunos artículos sobre Manuela Carmena, recientemente elegida
alcaldesa de Madrid.
Pienso que si la lista que encabezaba Manuela
Carmena en las elecciones municipales recibió 519.000 votos, fue en buena
medida por ser ella la candidata a la alcaldía: Muchos ya la conocían y otros
muchos fueron conociéndola en la campaña. Y creo que bastantes no votaron esa
lista, a pesar de encabezarla Manuela Carmena, por los candidatos que la
acompañaban y por estar apoyada por Podemos.
Del mismo modo pienso que si la lista que
encabezaba Ángel Gabilondo en las elecciones autonómicas recibió en la ciudad
de Madrid 416.000 votos, fue en buena medida por ser él el candidato a la
presidencia del gobierno de la Comunidad: Muchos ya lo conocían y otros muchos
fueron conociéndolo en campaña. Y creo que bastantes no votaron esa lista, a
pesar de encabezarla Ángel Gabilondo, por ser una lista del PSOE.
Votos
en las elecciones de 2015 en la ciudad de Madrid
Municipales
|
Autonómicas
|
|
Total
de Votantes
|
1.642.000
|
1632.000
|
Abstención
|
743.000
|
729.000
|
PP
|
563.000
|
568.000
|
Ciudadanos
|
186.000
|
182.000
|
PSOE
|
249.000
|
416.000
|
Ahora
Madrid/Podemos
|
519.000
|
287.000
|
Izquierda
Unida
|
27.000
|
67.000
|
Si se observan los datos de Total de Votantes, de la
Abstención, del PP y de Ciudadanos son prácticamente iguales en las dos
elecciones del mismo día. Pero en las listas del PSOE hay una diferencia de
167.000 votos en favor de la lista encabezada por Ángel Gabilondo. Y la lista
de Manuela Carmena obtuvo 232.000 votos más que la lista de Podemos a las
autonómicas. En Izquierda Unida, la lista encabezada por Luis G. Montero
triplicó los votos de la lista municipal.
Concluyendo: A los votantes les importa mucho el partido o
candidatura, pero en determinados casos, una personalidad fuerte, íntegra,
madura y bien preparada que encabece una lista de un partido o candidatura también
les importa mucho. Tanto que ha sido Manuela Carmena la que ha resultado
elegida alcaldesa de Madrid, con los votos de los concejales de Ahora Madrid y
del PSOE, elegidos por 768.000 madrileños.
Artículos
de Juan Cruz
Los
hombros de Manuela
Días antes de recibir la carga de mandar en el Ayuntamiento
de Madrid, Manuela Carmena servía
agua en el jardincillo de su casa, al lado de donde recibió a su coetáneo José
Mujica, expresidente de Uruguay. Mientras derramaba el agua con la paciencia
con que aconsejaban Tip y Coll manejar ese líquido, Manuela Carmena (a quien le
gustaría que todos la llamaran Manuela y la trataran de tú) sonreía con dolor;
era feliz y sufría, como las madres esforzadas o como los niños bien educados,
que no explican lo que sufren para no herir a los otros.
Lo que le pasaba a la jueza que un día llegó a ser alcaldesa
es que tenía una tendinitis aguda, producida quizá por ese bolso enorme al que
ahora se han unido las carpetas azules en las que lleva, a bordo del suburbano,
los asuntos pendientes, algunos de los cuales le quemaron en las manos nada más
llegar a la alta responsabilidad institucional que le ha tocado.
Ese rictus de dolor no la abandonó esos días, pero como
entonces, por amabilidad institucional y por sensibilidad íntima, sigue siendo
sustituido por una sonrisa que la acompañó en trances tan duros como su debate,
ríspido a más no poder por la parte contraria, con Esperanza Aguirre u otros
encuentros en los que ella ha mantenido el tipo como si no le doliera el
hombro.
Así siempre fue por la vida, desde joven; sus amigos la
recuerdan con esa sonrisa cuando les enseñaba a enfrentarse a la dictadura; así
fue, sonriente como si no pasara nada, cuando se adentró en la vida carcelaria
siendo a la vez jueza y maestra. Así dejó la carrera judicial, como si no le
pesara el pasado, y asumió el futuro demostrando que sus hombros aguantaban
también el cambio de tercio que impone la edad reciclando imágenes, vestidos y
actitudes.
Ahora esta Manuela, la que pide que la traten de tú porque
sirve al público, se enfrenta a una carga que parece más poderosa que sus
hombros. La tendinitis ya no es una cuestión derivada del peso de las carpetas
y de los bolsos; al contrario, esa es ahora una carga ligera para esta mujer
que parece peinarse con las manos y que por eso lleva una diadema que le aleja
los cabellos de los ojos.
En ella nada es impostado, ni el dolor; cuando la eligieron
alcaldesa, sometido a la necesidad de buscar una metáfora de su actitud, este
cronista halló una frase que Hemingway encontró para un personaje femenino:
“Conoció la angustia y el dolor, pero nunca estuvo triste una mañana”.
Esta mujer conoció los cristales rotos (que decía
Enzensberger) de la España de la Transición; por un punto de casualidad no
sufrió la perversa anomalía del terror aquellos días de Atocha, en 1977; que
luego se le haya hurtado también el ámbito de ese sufrimiento como si fuera una
brizna de brisa en la nada desdice mucho de la memoria democrática que se les
supone a sus agrios oponentes. Que esta mujer que dejó de ser comunista cuando
le dio la gana haya tenido ahora que quitarse de los hombros esa sombra opaca
de los sóviets que le lanzó la más pugnaz de sus contrincantes, sólo llama a
preservar el respeto que personas de esta categoría merecen. Que se haya
olvidado que Manuela Carmena estuvo en la lista atroz de ETA y se la acuse, al
contrario, de ser secuaz, sólo maldice la condición humana tergiversada de la
política que vivimos.
Los últimos incidentes, que Manuela ha afrontado, en medio de
polémicas diversas y de desengaños de los que seguramente alguna vez dirá su
memoria, han sido solventados con la galanura de su manera de ser; porque en
ningún momento, ni en aquellos en los que pudo haberse mostrado rompiendo
papeles, ha abandonado la serenidad con la que servía agua mientras el rictus
de su cara denotaba el enorme dolor de su hombro lesionado.
Es un tiempo en el que Carmena, Manuela Carmena, ha venido
con una ilusión que concentra las esperanzas de muchos otros (de los que no la
hubieran votado, precisamente). Podría dar la impresión de que lleva en el
cargo más tiempo que su tendinitis, y a partir de ahí le lanzamos dardos hasta
cuando duerme. Es, en este momento, la mujer del año y no lleva ahí ni cuatro
noches.
Pedir
paciencia a los que ahora la zahieren, a los que no le dan ni agua, es
simplemente darle lo que ella ha dado siempre incluso a los que la quisieron
denostar como si no fuera Manuela Carmena.
Carmena,
el don apacible
Cuando rompió con la costumbre de la astilla (el pago
fraudulento a funcionarios judiciales), el secretario que tenía en su juzgado
le revolvía los expedientes para humillarla. “Va dado si quiere acabar
conmigo”. En La Palma dejó memoria de su don apacible: recibía a funcionarios
enfadados, a putas maltratadas, y a todos les dedicaba paciencia. Cuando se
enfada, se serena. Derrota con la mirada.
Cuando se produjo la
matanza de Atocha no dejó que el horror la nublara y dispuso
qué se debía hacer para que la ultraderecha no hundiera a los sobrevivientes.
Se había entrenado en el liderazgo tranquilo. Blanca Moltó, compañera suya que
la escuchó en un acto antifranquista en 1966, la recuerda en el estrado
explicando por qué había que votar No en el referéndum de Franco: “No nos
explicaba desde el comunismo, sino desde las libertades”.
Con los delincuentes explicó tan bien las sentencias que
terminaban pidiéndole perdón por el perjuicio. Su energía, dice Juan Puig de la
Bellacasa, uno de los compañeros más jóvenes de entonces de los despachos
laboralistas, produce empatía, “un fuego tranquilo”. Ella cree que el pesimismo
es reaccionario, y eso lo aplicó incluso en medio de la sangre atroz de Atocha.
Ahora que se han producido los enfrentamientos en los queEsperanza
Aguirre le quiso sacar los colores (por lo de ETA y por lo del marido),
a Carmena se la vio serena, como si calmara a su oponente. “Así hacía en La
Palma”, me ha dicho este domingo su amiga Milagros Fuentes, que era una joven
abogada en los setenta, cuando Carmena ponía paz. Cabreada se serena más.
No le interesaba ingresar en la política; pero este 3 de
marzo mientras promovía su libro Por
qué las cosas pueden ser diferentes (Clave Intelectual), su editora
Lourdes Lucía comprobó que maduró la idea. Lourdes la vio abrazar a los que
habían sido sentenciados por ella.
Sabe decir no; le dijo no, por ejemplo, al miedo al avión; a
los 15 años leyó en Blanco y
Negro un artículo que la marcó: hay que decir sí a la experiencia
de vivir. Odia la burocracia, pero la asumirá por respeto a las instituciones;
y de lo que ha hecho ahora lo peor ha sido cómo se hacen las campañas. “Son un
desprecio a la democracia”. Y lo más despreciable, cuando los regidores de las
teles comerciales le pedían a los candidatos que discutieran entre ellos para
excitar a la audiencia. “Eso disminuye la dignidad del ser humano. Y de la
política”.
No le
sorprendió que Esperanza Aguirre la pinchara. “No quería que se
hablara de ella. Pero yo lo logré”. Se pasa la vida leyendo; y leyendo ha hecho
la campaña. Por ejemplo, un libro del alcalde de Reikiavik, Cómo me hice alcalde… Y las
notas de Simone Weil sobre lo más negativo de los partidos políticos: que
ahogan a los individuos que los componen y dañan la libertad de pensamiento.
Trabajó en Inglaterra en una fábrica de mermeladas; es ciclista, inventa juegos
y lo que más le gustó de lo que le inventaron para agasajarla estos días es un
dibujo en la que se la ve abrazando a un oso. “Sí, yo podría ser una alcaldesa
cuidadora”.
Cuando
sonríe no significa que esté feliz. Es que está mostrando su don apacible. Por
dentro puede que Manuela
Carmena esté hirviendo.
Manuela
Carmena comunica
Manuela
Carmena tiene Twitter, Facebook, teléfono fijo, teléfono móvil.
Las redes sociales, que transita de puntillas, están a pleno rendimiento,
porque seguramente se las alimentan miembros de su equipo. Pero el teléfono de
casa comunica, y el móvil (que será también, imagino, el de Ahora Madrid)
también comunica.
Ni su wasapp ni su móvil de toda la vida reciente están
sirviéndole a la posible alcaldesa más que su presencia física. Por decirlo
así, es una mujer analógica, que además toda la vida se ha comunicado como todo
el mundo se comunicó toda la vida. Sus amigos de siempre, así como los
sobrevenidos, la buscan ahora y la tienen que encontrar donde siempre: en el
metro, en la calle, o en la Feria del Libro. Los periodistas fuimos a buscarla
a la caseta de su editorial,Clave Intelectual, y allí dijo algo que comunica más que un
discurso: hoy es el día de los lectores; ya tendrán ustedes sus días.
Entre esos amigos sobrevenidos hay incluso exediles muy
reputados que cuando no responden en el ayuntamiento que todavía ejerce
aconsejan que se esperen a que llegue Carmena, pues Manuela responde, comunica,
es capaz de disponer de paciencia para que las llamadas acumuladas sean también
llamadas de tránsito ineludible.
Esa virtud, la paciencia, así como su edad, han convertido a
Manuela Carmena en un émulo del viejo profesor Tierno Galván. A
diferencia del legendario alcalde de Madrid, ella tiene los años que tiene
(71), mientras que Tierno tuvo la tentación, y cayó en ella, de hacerse más
viejo de lo que era, 61 años al llegar a la Alcaldía. En aquel entonces un
alcalde mayor de edad, en la España de las burbujas de la movida, podía
permitirse licencias (sus pregones, su lenguaje cheli) que otros más jóvenes
hubieran convertido en cacharrería.
Por otra parte, Tierno fue tan lejos en su afán por ser otro que
convirtió en leyenda hasta los datos biográficos. Pero Carmena ha hecho de su
biografía un currículum de persona normal: ha escrito artículos y libros, ha
hecho discursos y ha convencido a acólitos comunistas cuando esta palabra
estaba proscrita; convenció a los delincuentes de que no era correcto
delinquir, y lo hizo con la palabra, suavemente. En eso sí se parece al viejo
profesor, al que tanto se la asimila ahora. Como Tierno (y como Ángel Gabilondo, por
cierto), Carmena amansa las fieras amansando primero las palabras, y ese es un
arte mayor de su vida y también de su campaña. En el epicentro de la polémica
que tuvo con ella Esperanza Aguirre, ella se mantuvo incólume, como si oyera
llover. Y en el epílogo de esa lucha volvió al estilo pedagógico e indiferente:
cuando la presidenta del PP madrileño volvió a la carga para desposeerla de la
dignidad de la alcaldía, Manuela Carmena puso la voz en su sitio para decir que
su famosa oponente necesita a su lado alguien que la ayude.
En eso se parece a Tierno, en la manera tranquila de
establecer su distancia entre el verbo ajeno y el verbo propio. Comunica y
escucha; es raro imaginarla en una situación en la que alce la voz más allá de
lo que se puede escuchar. Y se entretendrá (quizá como Tierno) hasta con las
cosas que le importan un bledo. Es educada, en grado sumo. Por eso quienes no
son sus votantes, pero conocen el Ayuntamiento, creen que se equivocan quienes
creen que va a llegar y, antes de escuchar, va a decir cuatro frescas.
Un día la acompañé a hablar con un inventor de juegos, Gonzo
Suárez. Aquella mujer que entonces tenía 62 años (hace nueve), miró a Gonzo (de
46) e hizo como los mayores educados, le lanzó una pregunta, no le dio un
sermón. Tierno daba sermones, a veces con mucho humor; ella lanzará preguntas.
Le preguntó a Gonzo: “¿Qué piensas del videojuego?”. Ahí empezaron a conversar.
“El derecho, como el juego, son reglas útiles para vivir mejor”, dijo ella. Y
al final de todo se pusieron a hablar de la prisa contemporánea. Ante la
inquietud de Gonzo, ella se expresó (esta vez sí) como Tierno: “Yo creo que
vamos a vivir una época con menos miedo, y eso va a dar muchísima más
felicidad”.
Es
una mujer paciente; que nadie espere de ella que, aunque se le colapsen los
teléfonos, deje de comunicar. Eso hará, no imitando a Tierno, pero sí como
Tierno Galván.
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