Son las cinco
de la tarde de un día de septiembre. Las fiestas del Cristo ya han acabado.
Ahora todos están en la escuela, en el campo, en la casa o de vacaciones.
El pueblo está
mudo y vacío, como ahíto después de tanta fiesta, de tanta verbena, de tanta
diversión. Ahora, en el silencio de la tarde, se adivina un otoño suave; las
nubes ayudan en la confirmación de que el verano ha sido como un lejano aliento
de esperanzas, sepultadas en el devenir del tiempo.
Me paseo
lentamente por el pueblo; son mis primeros días de vacaciones perpetuas: ¡Qué
placer de leve viento y de nublados tan grises, soberanos en su fanfarrona
amenaza de lluvia!
Las calles y
las plazas hablan de los vecinos sin que ellos aparezcan: Ese es el misterio de
los paisajes humanos. Complaciente y paseante me inflo de aires otoñales. Con
júbilo. Y con cansancio, después de seis verbenas bailando sin parar hasta la
última canción de cada orquesta.
Disfrutad del
blanco y negro navalmoraleño; disfrutad de la vida.
Carpe diem.
¡Estupendo reportaje!
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