Jesús Bermejo Bermejo
Madrid, 22 de abril de
2016
Unir el nombre
de Cervantes con el de la comarca de La Mancha es casi un lugar común
pero ya no lo es tanto relacionar el nombre del autor del Quijote con Madrid.
Y, sin embargo, Cervantes vivió en Madrid bastantes años y en Madrid murió y
está enterrado. Mientras que los pueblos y ciudades de La Mancha saben
aprovechar la importancia de aparecer en el libro más famoso de la literatura,
cosa que también hacen en su lugar de nacimiento, Alcalá de Henares, la ciudad
de Madrid apenas se esfuerza en destacar su relación con Miguel de Cervantes y,
cuando lo hace es obligada por la celebración de algún centenario o dentro de
un conjunto de actuaciones referidas a varios autores del Siglo de Oro en el
famoso Barrio de la Letras. Por no hablar de los afanes de la exalcaldesa Ana
Botella, pugnando por sacar de su tumba los restos del famoso escritor. No, no
es así, a mi parecer, como se honra la memoria de un escritor de la talla de
Cervantes. Sí podría el Ayuntamiento de Madrid hacer muchas cosas que, en el
devenir diario de la ciudad, recordaran que en ella vivió nuestro escritor. Una
de ellas podría ser la preparación de una ruta para los visitantes y vecinos
que quieran conocer la relación del escritor con la ciudad.
Cuando en 2005 se celebró el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del
Quijote, quizá debido a esa carencia de la que arriba hablaba, preparé para mis
alumnos de primero de ESO una visita recorriendo el Madrid de Cervantes. Desde
entonces se han hecho algunas cosas para promocionar la ciudad de Madrid
ligándola a la figura de Cervantes, pero en mi opinión falta mucho por hacer.
Desafortunadamente los gobiernos, de la Ciudad, de la Comunidad, de España, no
explotan el vigor de Madrid como ciudad literaria e histórica. Yo, por mi parte,
quiero poner en limpio aquellos apuntes, ampliarlos y traerlos a este blog,
convirtiendo esta tarea en un pequeño homenaje a Miguel de Cervantes, con
motivo del cuarto centenario de su muerte, un escritor que, con su dilatada
presencia en nuestra ciudad, contribuyó a dignificarla.
Nuestro trabajo
consta de tres partes:
- Madrid capital de España
- Biografía de Miguel de
Cervantes
- Paseo por el Madrid de
Cervantes
Proponemos a
los interesados en este trabajo la lectura tranquila de las dos primeras partes
en su casa, dejando la tercera parte para leerla durante el paseo, en el que
iremos recorriendo los diversos lugares del Barrio de la Letras de Madrid que
guardan alguna relación con Miguel de Cervantes. Y, al final, haremos un
listado de otros lugares de la ciudad que también hacen referencia a nuestro
autor, y que por su lejanía del barrio visitado hace aconsejable verlos en otro
paseo.
Madrid capital
de España
En 1566 la
familia de Cervantes llega a Madrid procedente de Córdoba. Miguel, que tiene
por entonces veinte años, ingresa en el Estudio Público de Humanidades,
regentado por don Juan López de Hoyos, que tenía su sede en la calle de la
Villa. En él se hacían los cursos preparatorios para acceder después a los
estudios universitarios en Alcalá o en Salamanca. Hacía solo seis años que el
rey Felipe II había decidido que Madrid fuera la capital del Reino de España.
Por entonces,
la ciudad era un lugar con cierta tradición pero sin pretensiones nobiliarias.
De origen musulmán, Madrid fue conquistada por el rey cristiano Alfonso VI en
1083, aunque durante años fue lo que podríamos denominar una ciudad fronteriza.
Años después, los reyes de la casa de Trastamara vivieron largos periodos de
tiempo en la villa, y Enrique IV le dio carácter de corte de Castilla. También
los Reyes Católicos y Carlos V tuvieron corte en Madrid, aunque no fija, y el
mismo Felipe II juró como heredero del trono en la iglesia de los Jerónimos.
Antes de ser
capital del Reino, Madrid tendría unos 30.000 habitantes. Había mercado los
miércoles y a él acudían desde cinco leguas a la redonda. Era ya una población
importante pero no podía compararse con algunas ciudades como Sevilla,
Barcelona, Valencia, Granada o Zaragoza, ni en su urbanismo, ni en sus
edificios, ni en su historia. ¿Por qué, entonces, decide el rey Felipe II
establecer su corte en Madrid y nombrarla capital del Reino de las Españas? Las
guerras de Comunidades aconsejan que la ciudad elegida no sea Valladolid, y
otras ciudades, como Sevilla o Toledo, que tienen historia y tradición
cortesana, optan por la capitalidad pero exigen privilegios. Madrid no exige.
Y, además, ofrece su emplazamiento geográfico, justo en el centro de la
Península, el punto de confluencia entre Europa, África y América. Para Felipe
II, Madrid representa la quintaesencia de todo el país, un lugar de clima
sano y con lugares tradicionales de caza como El Pardo y Aranjuez.
Decidida la
capitalidad en 1561, hay que transformar Madrid para adecuarla a los nuevos
tiempos. La ciudad estaba cercada por una muralla defensiva que había perdido
su razón de ser, salvo la de control de entrada de bienes y personas. Sus
vecinos habitaban en viviendas amontonadas, con pocos huecos en el exterior,
las calles eran estrechas y sombrías, y casi carecía de espacios abiertos y
plazas, razón por la que los mercados se celebraban cerca de alguna de las
puertas de la villa.
Así pues, se
derribó parte de las murallas y se crearon plazas allí donde antes
hubo puertas. Se abrió un amplio espacio junto al Alcázar
Real, se amplió la plaza de la Villa y la plazuela del Arrabal se convirtió en
la Plaza Mayor, una plaza porticada de nueva traza que iba a representar la
esencia del Madrid de los Austrias y el símbolo de su Reino.
Miguel de
Cervantes, con veinte años, llega a un Madrid en plena transformación, en un
cambio vertiginoso que, no obstante, duró más que su vida, pues no llegó a ver
culminada la obra más importante, la Plaza Mayor. Era esta Plaza lugar de
mercado y de fiestas de toros, de torneos diversos y de juegos de cañas, de
cadalsos y de autos de fe. Sus soportales se edificaron para defender a los
madrileños del calor y del frío, de la lluvia y del sol. Se derribaron casas,
se ensancharon calles, se empedraron las más importantes para el paso de
carruajes, carrozas y coches, se creó un servicio de limpieza de las mismas y
se intentó, sin conseguirlo, que no circulasen por ellas los cerdos de san
Antón. Así pues, Cervantes vivirá este frenesí urbanístico y social de los
veinte a los veintidós años, un frenesí que continuaría en los últimos diez
años de su vida, que pasará íntegros en Madrid.
En la villa
vivían, antes de ser declarada capital, nobles del rango inferior, es decir,
hidalgos como los Vargas o los Lujanes y, más que en palacios, habitaban en
casonas sin pretensiones de lujo. La población trabajaba en el campo o en
labores artesanales. Era un Madrid rural, una villa que en 1561 debe sufrir una
rápida transformación para dar cabida a los Reyes, a su corte de nobles y a los
funcionarios. Ello exige la construcción de casas nuevas, la mejora de las
existentes y la creación de muchos más espacios libres. De ser una ciudad que se
autoabastecía, precisa ahora de suministros que deben venir de zonas alejadas.
Los límites de
aquel Madrid cercado eran los siguientes: al oeste, el Real Alcázar; al sur, la
puerta de Toledo; hacia el sureste, la de Atocha; al este, la puerta del Sol y
al norte, la de santo Domingo. En el perímetro oriental de la ciudad había
prados y abundantes riachuelos y fuentes: eran los prados de san Jerónimo y de
Atocha. Al oeste estaba la Casa de Campo y en el noroeste, el monte de El
Pardo. Madrid estaba situado en una colina entre el Prado y el río Manzanares,
rodeado de montes y con abundantes vías o caminos de agua desde la época de los
musulmanes, vías que permitían el abastecimiento de agua potable, razón por la
que la ciudad vivía de espaldas al río, quedando este solo como lugar de
recreo.
No era Madrid
una gran ciudad de bellos monumentos y calles espaciosas, y su crecimiento fue
desordenado y planificado con precipitación debido a las necesidades
perentorias derivadas de haber sido nombrada capital del reino. En muy poco
tiempo, el que abarca los reinados de Felipe II y Felipe III, abandonó sus
hábitos rurales y se hizo más cortesana pero siguió sin alcanzar la importancia
monumental de otras capitales europeas y de muchas ciudades españolas. No
obstante, Madrid se hizo famosa pues era la sede del Reino más poderoso de la
tierra. A su ennoblecimiento como capital contribuyeron los escritores del
Siglo de Oro: ellos fueron sus apologistas y crearon el mito de la ciudad,
ponderaron sus aires, sus costumbres y sus lugares, y elogiaron el presente de
la villa, es decir, de la capital. Es así como Madrid empieza a ser conocida
como rectora de los destinos del orbe, asiento de los monarcas más poderosos de
la tierra, pilar del catolicismo y ciudad alegre y llena de movimiento a la que
acuden gentes de todas partes. Se alaban sus tiendas, en las que se encuentra
de todo; se ponderan el Alcázar, los palacios, las iglesias y los jardines; se
destaca el ingenio de sus naturales y se la considera madre de predicadores,
catedráticos y hombres discretos. Madrid viene a ser la patria de todos.
Se creó el
Colegio Imperial, fundado por la Compañía de Jesús, que relegó el Estudio de la
Villa, y aparecieron varias imprentas; la primera se abrió en 1566, estaba
ubicada a espaldas del convento de la Victoria e imprimía para el Rey. Otras
imprentas se crearon en poco tiempo, así las dos de Juan de la Cuesta, donde se
imprimieron las dos partes del Quijote. Se crearon Academias literarias,
apadrinadas por nobles adinerados, donde los escritores procuraban lograr
puestos de secretarios, de acompañantes de nobles o merecedores de mecenazgos.
También se
crearon librerías, muy importantes porque a ellas acudían los escritores a
participar en las tertulias y a conocer las novedades. Contribuyeron a crear
foros de opinión e intercambio de ideas entre los intelectuales, especialmente
entre los poetas y dramaturgos de los siglos XVI y XVII. Todo ello fue
realizado al margen del ámbito universitario y eclesiástico, dando lugar a una
cultura profana y universal. Igualmente se crearon mentideros, lugares abiertos
de tertulia, de crítica y de conocimiento de las novedades de libros impresos.
Eran los mentideros lugares fijos de reunión en determinadas calles de la
ciudad, a los que acudía un público heterogéneo, ávido de noticias y
desocupado. Los había de soldados, de cómicos y de escritores, y daban a la
villa un aspecto bullicioso y colorista debido a las prendas de los asiduos,
que los identificaban por su profesión o por su actividad. Por su parte, los
teatros fueron un vehículo cultural en esa sociedad de la época de Cervantes.
Los textos dramáticos mostraban la historia pasada y presente, las victorias
militares, la grandeza del imperio, los ideales de la monarquía católica y el
retrato de la sociedad, en la que se veían los madrileños amablemente
representados. Madrid, la capital del Reino y del Imperio, carecía de
universidad pero ofreció en muy poco espacio de tiempo una vida cultural tan
viva y tan activa, y tan libre de prejuicios intelectuales, que hizo posible el
nacimiento de un fenómeno cultural extraordinario que hoy conocemos como Siglo
de Oro.
Entre los
nobles cobró importancia creciente el lujo en el vestido, los adornos, el
calzado, los coches y la comida. Este lujo y esta abundancia tenían su
contrapunto en la gran cantidad de pobres que pululaban por calles y
plazas, y en la picaresca que tal situación generaba. Se impuso la costumbre de
la siesta en verano, el comer tarde y el trasnochar. La noche era sobre
todo para galanes y gariteros, para soldados, hampones y gentes de mal vivir, y
ocasión para duelos y riñas. Se pusieron de moda los coches tirados por
caballos como medio de transporte dentro de la ciudad: eran signos de riqueza y
distinción, que al ser muy voluminosos provocaban frecuentes atascos, dada la
estrechez de las calles y la concurrencia de peatones, animales de carga y
gente a caballo.
Había en ese
Madrid muchas fiestas populares: Santiago el Verde en mayo, junto al
Manzanares; san Juan a la entrada del verano; la patrona de Madrid en pleno
estío, con romerías al Prado y a Atocha. En esas fiestas, así como en las caseras,
se impuso el baile, costumbre que también se trasladó al teatro. Bailes como la
seguidilla, la zarabanda o el zambapalo. La gente se esparcía en El Prado y en
la Ribera del Manzanares, y en muchas ocasiones iba al teatro. A los Corrales
de Comedias acudían personas de todas clases: cortesanos, villanos, hidalgos e
incluso el rey. Si en los años iniciales de la capitalidad no había compañías
fijas, fueron frecuentes los espectáculos ambulantes de cómicos y titiriteros
en la explanada del Alcázar. Pero pronto se crearon Corrales de Comedias, como
los del Príncipe o de la Cruz, y hubo compañías estables y autores que las
surtían de piezas como Lope de Vega y Cervantes. Así se convirtió el teatro en
el entretenimiento favorito de los madrileños, aunque también se mantuvieron
los espectáculos callejeros, las fiestas en honor de príncipes, princesas
y embajadores, y otras más humildes donde titiriteros y gitanas cantaban y
bailaban los romances de los poetas pobres. En suma, Madrid fue en ese tiempo, el
del famoso Siglo de Oro, una ciudad abierta, permeable a las novedades y muy
inquieta en el aspecto intelectual.
Biografía de
Miguel de Cervantes
En 1547
nace Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares, la ciudad humanista en la que
tenía su sede la segunda universidad española. Era el cuarto de los siete hijos
del matrimonio formado por Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas y
fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor el nueve de octubre.
La familia
de su padre conoció la prosperidad, pero su abuelo Juan, graduado en leyes por
Salamanca y juez de la Santa Inquisición, abandonó el hogar y comenzó una
errática y disipada vida, dejando a su mujer y al resto de sus hijos en la
indigencia, por lo que el padre de Cervantes se vio obligado a ejercer su
oficio de cirujano barbero, lo cual convirtió la infancia del pequeño Miguel en
una incansable peregrinación por varias ciudades castellanas y andaluzas.
Por parte
materna, Cervantes tuvo un abuelo magistrado que llegó a ser efímero
propietario de tierras en Castilla. Estos pocos datos acerca de las profesiones
de los ascendientes de Cervantes fueron la base de la teoría de Américo Castro
sobre el origen converso (judíos obligados a convertirse en cristianos desde
1495) de ambos progenitores del escritor.
En 1566 se
instaló toda la familia en Madrid, convertida cinco años antes en capital del
Reino. En el Estudio de la Villa, Miguel asiste a las clases de gramática,
disciplina que ya había estudiado en las ciudades donde había vivido antes. En
dicho Estudio perfecciona lengua y literatura y quizá también ayudaba en
labores de gestión a su maestro, Juan López de Hoyos. Por entonces, Miguel
aspira a ser secretario de algún estudiante rico de Alcalá y desea convertirse
en poeta famoso. Por ello, frecuenta corrales y tertulias y empieza a ser
conocido.
Pero se cierran
precipitadamente tres años prometedores de su vida, pues de repente se marcha
de Madrid en 1569 sin causa exacta conocida, quizá un duelo cuyas razones
apenas se conocen. Parece ser que hirió a un joven y que la pena impuesta sería
cortarle una mano y desterrarlo durante diez años, razón que quizá llevó a
Cervantes a huir de la justicia.
Primero anduvo por España y luego marchó a Italia
como soldado de los Tercios. En 1571
participó en la batalla de Lepanto contra los turcos y recibió tres heridas, una de
las cuales inutilizó para siempre su mano izquierda. Muchos años después, en la
primera parte del Quijote,
Cervantes nos contará las circunstancias de aquella lucha.
En 1572 permanece en Italia, y allí se enamora,
tiene un hijo, y lee a escritores renacentistas en su propia lengua. Se propone
mejorar su situación y promocionar a capitán, así que obtiene dos cartas de
recomendación firmadas por don Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en
las que se certifica su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con esta
intención, en 1575 Rodrigo y Miguel de Cervantes salen de Nápoles en una goleta
camino de España.
Después de una tormenta, la nave es abordada por
corsarios berberiscos a la altura de Marsella y los dos hermanos caen prisioneros y son trasladados a Argel. Las cartas de recomendación fueron de gran ayuda para salvar su
vida, pero serían, a la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio, pues
los piratas, convencidos de hallarse ante una persona principal y de recursos
mantienen a Miguel apartado del tráfico de cautivos.
En 1577,
Rodrigo es liberado después de que sus hermanas pagaron el rescate demandado.
Pero Miguel no tiene esa suerte, pues el rescate que se exigía era de mucha más
cuantía. Después de varios intentos de fuga, la madre puede reunir cierta cantidad
de dinero y, ayudada por dos frailes trinitarios, logran su liberación en 1580.
Diez años en
los que hubo gloria militar, viajes por el Mediterráneo, contacto con otros
pueblos cristianos, con los turcos y con los piratas del norte de África. Todas
estas experiencias y las de su prolongado cautiverio serán parte de su materia
literaria posterior.
En 1580, ya con
33 años, vuelve a Madrid, con gran regocijo familiar, especialmente por parte
de su madre y de su hermano Rodrigo, que tanto lucharon por su rescate. Visita
a su maestro López de Hoyos y a sus amigos, busca empleo, solicita el apoyo del
secretario del rey Felipe II y sueña con ser funcionario y escritor.
España ha
cambiado mucho: incontables soldados reclaman ascensos, pagas y empleos. Se ha
empobrecido el país por las guerras, el abandono del campo y el derroche de la
nobleza. Pululan por la capital mendigos, prostitutas y pícaros. Cervantes
consigue un empleo temporal, pero cuando Felipe II traslada la capitalidad a
Lisboa, sigue a la corte y gestiona la posibilidad de conseguir un puesto en el
Nuevo Mundo. No se cumple su deseo así que regresa a casa de sus padres en
Madrid, una familia en continuos apuros económicos. Los amigos lo introducen de
nuevo en los ambientes literarios, que ante todo estimaban la poesía lírica,
aunque ya también les gustaba la dramática.
Hubiera querido
ser actor, como otros autores, pero su tartamudez se lo impedía, así que
escribe comedias y se las vende a diversos empresarios teatrales. Eran comedias
que ofrecían temas de actualidad; nos han llegado, entre otras, El cerco de Numancia y El trato de Argel. Pero en
1585 dejan de representarse sus piezas pues se impone la fórmula de un joven
dramaturgo llamado Lope de Vega.
En esos años
conoció a la mujer de un tabernero, Ana Franca, o de Villafranca, con la que
tuvo una hija, Isabel. Debió ser una relación no muy duradera, pues en 1584 se
casa en Esquivias (Toledo) con una joven de dieciocho años llamada Catalina de
Salazar. Cervantes visitó dicho pueblo para tratar con la viuda de un amigo de
la publicación de un libro de este, y quizá le presentaran a Catalina en ese
viaje, una joven de familia modesta.
Miguel debió
creer entonces que podía hacer frente a sus obligaciones familiares con el
dinero de la venta de sus comedias una vez establecido en Esquivias. Por eso
viaja con frecuencia a Madrid. Pero sigue buscando empleo y en 1587, entrando
en la cuarentena, comienza en su vida un periodo de diez años por tierras de
Andalucía como recaudador de impuestos y abastecimientos para la Armada
Invencible. Su vida transcurre, lejos de Esquivias y de Madrid, en un continuo
viaje que le obliga a hacer frente a problemas constantes, persecuciones
diversas e incluso la cárcel. En 1590 le invade el desánimo en Sevilla y
solicita embarcar para América, pero el Consejo de Indias le deniega su
pretensión.
Muere su madre
en 1591 y un año después, en Madrid, consigue un puesto de recaudador de
impuestos del Tribunal de Cuentas, cosa que le obliga a viajar de nuevo. Vuelve
a Andalucía y en 1597 es encarcelado en Sevilla al no poder entregar al tesoro
público las cantidades recaudadas que depositó en casa de un banquero. Sale de
la cárcel un año después y lleva a su hija Isabel, al quedarse huérfana, a
vivir con su hermana Magdalena.
Cuando en 1601
Felipe III traslada la corte a Valladolid, las hermanas de Cervantes alquilan
un modesto piso donde ejercen su trabajo de costureras para personas de la
corte, y con ellas se fueron Cervantes y Catalina. Miguel busca empleo público,
escribe, lee y reanuda relaciones literarias con poetas. En 1604 ya había
entregado a Juan de la Cuesta el manuscrito de Don Quijote y había vendido los derechos al librero
Robles. En 1606 la Corte se muda a Madrid y, de nuevo junto a los nobles, allí
van las hermanas de Cervantes, él mismo y su esposa. Ese mismo año se casa su
hija Isabel, pero, al tiempo, inicia una relación extramatrimonial con un
aristócrata rico.
Y es en 1606, a
punto de cumplir los sesenta años, cuando Cervantes comienza el periodo más
fecundo de su vida literaria. Deja de ser comisionista, vive en la pobreza,
está acompañado de los suyos y frecuenta los ambientes literarios. Pasea por la
ciudad, observa los quehaceres diarios de los madrileños, pero apenas participa
en academias literarias promovidas por nobles, pues en ellas reina Lope de
Vega. Cervantes prefiere ir a la tertulia de la librería de Robles, conversar
con otros escritores y ver jugar en el garito que regentaba el librero. Sigue
siendo un gran aficionado al teatro, pero no logra vender sus comedias a
los empresarios amigos y apenas acude a los corrales debido a su falta de
medios.
En 1610 ingresa
en la hermandad de los Esclavos del Santísimo Sacramento y, además de motivos
religiosos, le mueve a ello la posibilidad de relacionarse con ciertos nobles
que podrían brindarle apoyo económico y nuevas relaciones. En ese mismo año
solicita acompañar al conde de Lemos en su viaje a Italia, formando parte del
cortejo de este como virrey de Nápoles. Le dieron buenas palabras, pero nada
más. Un año después fallece su hermana Magdalena en la vivienda que compartían
en la calle León de Madrid. Muerta dos años antes la otra hermana, Andrea,
quedan en la casa Miguel, su esposa y su hija Isabel, quien, casada otra vez,
provoca en nuestro autor disgustos y conflictos continuos.
Cervantes,
mientras, concentra su energía en escribir y planificar detenidamente sus
obras. En 1612 se mudan a una casa en la calle de Huertas, una vivienda húmeda
y lóbrega. Ahora frecuenta poco los círculos literarios y se centra en la
escritura. En 1613, su editor de siempre, nada generoso con él, publica Novelas ejemplares. Pero quien sí lo socorre
generosamente desde Nápoles es el conde de Lemos, persona a quien había dedicado
su libro. Va siendo estimado como prosista, género menor entonces si se compara
con las obras líricas o dramáticas. Cervantes se empeña en escribir también
lírica y publica Viaje al
Parnaso. Toma el hábito de hermano de la Orden Tercera, en parte por su
religiosidad y en parte por sus problemas económicos, decidido a ahorrarle a
Catalina los gastos del entierro.
A instancias de
su librero Robles iba escribiendo a ritmo desigual la Segunda parte de El Quijote.
Y cuando estaba redactando el capítulo 58, se enteró de la aparición de una
segunda parte apócrifa impresa en Zaragoza. Fue tan grande su indignación que
sirvió de acicate para terminar la novela y matar a su héroe; así acabaría de
una vez con los apócrifos. La termina en 1615 y es publicada por Robles.
Otro librero, Villarroel, le edita Ocho comedias y ocho entremeses,
libro rechazado por los empresarios teatrales. Este debió pagar mejor que
Robles pues se muda a una casa más confortable en la calle León, que sería su
última vivienda. En ella escribió los Trabajos
de Persiles y Sigismunda, una obra de reflexión, evasión y fantasía
cuya escritura hubo de acelerar al vislumbrar próxima su muerte. La finalizó en
marzo de 1616 y el 19 de abril compuso la dedicatoria al conde de Lemos. Murió
tres días después a causa de una diabetes, enfermedad entonces incurable,
acompañado de su familia, sus amigos y los hermanos de las Cofradías a las que
pertenecía.
El Persiles
lo editó Villarroel en 1617, una obra que nos muestra su capacidad creadora y
su portentosa imaginación, esa fábrica de sueños con la que Miguel de Cervantes
venció siempre a la pobreza y a la adversidad.
Paseo por el
Madrid de Cervantes
Como en todos
nuestros paseos por Madrid, tratamos de conocer la villa tal y como pudo ser en
un momento determinado de su historia. En este caso vamos a adentrarnos en
el Madrid de Cervantes, así que, en nuestro caminar, intentaremos
trasladarnos a lo que pudo ser nuestra villa cuatro siglos atrás. Pero
ello no impedirá que, en determinados casos, hagamos referencia a lo que
hubo después en las calles por las que va a discurrir nuestro recorrido.
Calle de
Moratín esquina a Huertas
En 1604 el rey
Felipe IV ordenó el levantamiento de una cerca que rodeara toda la ciudad, lo
que hoy es aproximadamente el distrito Centro, con objetivos claramente
recaudatorios. Aquí nos encontramos en lo que fue el límite este de aquella
capital, un lugar de las afueras donde había huertas y prados fértiles debido a
la abundancia de agua. Era conocido este espacio abierto con el nombre de El
Prado de san Jerónimo, Prado que enlazaba con el de Atocha y el camino hacia
Valencia. Así lo debió conocer Cervantes, como un lugar donde se esparcía la
nobleza pero también las clases populares.
En el siglo
XVIII este espacio de El Prado fue ennoblecido por expreso deseo de los reyes
de la casa de Borbón. Fue así como se edificaron el Museo de Ciencias Naturales,
hoy Museo del Prado, el Jardín Botánico y el Observatorio astronómico, se
ajardinó el Paseo y se levantaron las fuentes de Cibeles, Neptuno y de las
Cuatro Estaciones. Este proceso de transformación lo debió contemplar Leandro
Fernández de Moratín, escritor del siglo XVIII conocido por sus comedias, sobre
todo por El sí de las niñas. Moratín nació en la calle de san Juan,
en la casa que hace esquina con la calle Huertas. Sus padres y abuelos también
habían vivido en este barrio. En 1911 el ayuntamiento de la villa dio a la
calle el nombre de Moratín en honor del dramaturgo del siglo ilustrado.
Placa de la
primera edición de El Quijote
Subimos por la
calle de Moratín, giramos a la izquierda por la costanilla de los Desamparados,
hasta llegar a la calle de Atocha, y nos detenemos junto al número 87.
En el punto
donde acababa la calle de Atocha, ya dentro de la ciudad en tiempos de
Cervantes, había bastantes palacios, casonas y hospitales. Era esta una zona de
ampliación de la villa en el camino hacia el convento de Atocha y hacia la
ciudad de Valencia. Aquí, en este portal con el número 87, estuvo la
imprenta de Juan de la Cuesta y en ella se imprimió la primera edición
de El Quijote, lo que se conoce como Primera Parte, en 1605. Veis
una placa que así lo recuerda y que nos evoca la emoción que sentiría Cervantes
al ver impreso su libro 57 años después de que Gutenberg inventara la imprenta.
La portada de esa primera edición lleva el emblema del librero y editor Robles
y una leyenda que reza: “Spero lucem post tenebras”. Por fin Miguel de
Cervantes iba a conocer el éxito tantas veces soñado en su vida y nunca
reconocido hasta ese momento, en el que Cervantes tiene conciencia de que su
libro es nuevo y muy bueno, aunque teme por la acogida que pueda tener.
Este edificio,
que albergó, como hemos dicho, la imprenta de Juan de la Cuesta, se creó entre
1592 y 1620, luego fue Hospitalillo de Incurables del Carmen, y en 1981 fue
declarado monumento histórico-artístico. Hoy es la sede de la Sociedad
Cervantina de Madrid, fundada en 1953.
Placa de la
edición de la Segunda Parte de El Quijote
Cruzamos la
calle de Atocha y nos encaminamos hasta el número nueve de la calle de san
Eugenio.
En 1609 murió
Juan de la Cuesta y en ese mismo año su viuda decidió trasladar la imprenta a
la cercana calle de San Eugenio. En el número nueve de esta calle se imprimió en 1615 la Segunda Parte de El Quijote. Una placa así lo recuerda aunque no cita que también aquí se imprimió Viaje al Parnaso. La fama conseguida con la Primera Parte de El Quijote animó
a Cervantes a escribir la Segunda y, satisfecho como estaba de aquella y de su
éxito, confiaba que también lo lograría con esta. La Primera se tradujo enseguida
al inglés y al francés, y se habían hecho ya dieciséis ediciones, algo
desconocido hasta entonces, cosa que propició que a Cervantes se le conociera
en toda Europa. Con ironía decía nuestro autor en la Segunda Parte que la fama
de don Quijote había llegado hasta China y que era el libro más conocido y él,
su autor, el maestro de la lengua castellana. Sin embargo, Cervantes no pudo
adivinar hasta qué punto aquello iba a ser cierto al traducirse el Quijote a
todas las lenguas y servir como modelo de la narrativa moderna. Su lengua
sobria y llana sigue siendo un modelo del castellano culto y también de la
lengua hablada.
La placa que
recuerda la primera edición de la Segunda Parte de El Quijote fue
colocada por el Ayuntamiento de Madrid en este lugar con motivo de la
celebración del III Centenario de la publicación de El Quijote, celebrada
en 1905.
Cine Doré y
Filmoteca Nacional
Por la calle de
santa Isabel subimos hasta su número tres, donde se ubica actualmente la sala
de proyecciones de la Filmoteca Nacional de España, ocupando lo que en otros
tiempos fue el cine Doré.
Gustavo Doré,
que fue uno de los ilustradores más famosos de El Quijote, mostró
una versión nueva del caballero andante, una visión romántica acorde con la
época del pintor. Otros ilustradores famosos de la obra genial de Cervantes han
sido Picasso, Dalí y el propio Goya. En honor de Gustavo Doré, en 1923 se dio
su nombre al primer cine de la ciudad, que hoy, remozado pero conservando su
esencia, es la sala principal de proyecciones de la Filmoteca.
La filmoteca
reúne los fondos del cine español de todos los tiempos. Aunque la sede de la
misma está en el número diez de la cercana calle Magdalena, las proyecciones
tienen lugar en esta sala. Los precios son muy asequibles y la programación es
muy variada, unas veinte películas por semana.
Frente a la
Filmoteca, todas las calles van descendiendo hacia la plaza de Lavapiés. Este
barrio, que fue la judería medieval de Madrid, conocida entonces con el nombre
de El Avapiés, siempre ha sido muy popular y hoy es el lugar más diverso y
creativo de la ciudad; en él conviven las salas de arte más vanguardistas y los
teatros más innovadores con las iniciativas culturales más modernas de Madrid.
Plaza de Matute
Dejamos atrás
el cine Doré, el pasaje del mismo nombre y el popular mercado de Antón Martín y
volvemos a la calle Atocha. La cruzamos y avanzamos por las calles de León y
Huertas hasta llegar a la plaza de Matute.
A lo largo de
los siglos XVI y XVII en esta plaza tenía lugar un comercio ilegal de
mercancías, propiciado casi seguro por estar situada en los confines de la
villa y muy cerca de la puerta de Atocha. Precisamente porque ese comercio era
ilegal, se la conocía con el nombre de plaza de Matute, ya que la
expresión ‘de matute’ significa “de contrabando”. La cercana
calle de Huertas nos recuerda con su nombre que aquí había huertas y prados
fértiles debido a la abundancia de agua.
Hoy es una de
las arterias principales del Barrio de las Letras y, como es peatonal, permite
el paseo sosegado por la misma. Además de contemplar los edificios y los
muchos restaurantes y bares que hay en la misma, podemos leer en el pavimento
diversos textos de los autores del Siglo de Oro, algunos de los cuales vivieron
en estas calles e incluso dan nombre a varias de ellas.
Iglesia de san
Sebastián
Subimos por la
calle de Huertas y llegamos a la iglesia de san Sebastián, la más famosa del
barrio.
La iglesia de
san Sebastián fue edificada en el siglo XVI pero después se realizaron muchas
modificaciones. Incendiada durante la guerra civil de 1936, fue
reconstruida posteriormente, conservando muy poco de su traza original. Lo que
hoy es una floristería contigua a la iglesia fue en su día el cementerio, como
era costumbre en aquellos tiempos. Allí estuvo enterrado Lope de Vega pero sus
restos desaparecieron entre los de los demás cuando, en 1809, José Bonaparte,
ordenó que todos los cementerios estuvieran ubicados fuera de la ciudad.
Una placa que
hay a la entrada de la iglesia nos recuerda que muchos personajes ilustres
estuvieron ligados a la misma. En ella fueron bautizados Ramón de la Cruz,
Moratín y Benavente; allí se casaron Larra, Zorrilla, Bécquer, Bretón de
los Herreros y Simón Bolívar. También en ella se celebraron las defunciones de
Cervantes, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Iriarte, Espronceda, Ventura de la
Vega, Barbieri, Villanueva, Churriguera y Benavente. Es por tanto un lugar que
nos evoca un largo recorrido desde el Siglo de Oro, pasando por la Ilustración
y el Romanticismo hasta llegar a la Edad de Plata del siglo XX. Añadiremos que
allí fue enterrada Andrea, hermana de Cervantes, en 1609.
Dos cofradías
tienen su sede en esta parroquia, la de la Soledad y la de la Pasión. Ambas
eran administradoras de los Corrales de Comedias del siglo XVII, el de la Cruz
y el del Príncipe. En la iglesia están domiciliadas dos cofradías, la de
actores y la de arquitectos y se conserva una imagen de la Huida a
Egipto de Ventura Rodríguez, lo único valioso que quedó tras el
incendio. En la capilla de arquitectos están enterrados Juan de Villanueva y
Ventura Rodríguez.
Muy cerca, en
el número cinco de la calle Atocha está la Cerería Ortiz, la primera tienda de
Madrid, abierta en 1760. Mantiene su decoración intacta desde 1912.
Plazas del
Ángel y de santa Ana
Nos encaminamos hacia la plaza del Ángel, en la que estuvo la librería de
Villarroel, el último editor de Cervantes. La plaza ocupa el espacio que dejó
libre el convento de san Felipe Neri, construido en 1660. En dicho convento
había un cuadro dedicado al Santo Ángel de la Guarda, de gran estima
para los madrileños. El edifico fue derribado a instancias de Carlos III a
principios del siglo XIX y el cuadro se esfumó pero el nombre se mantuvo.
En dicha plaza
sigue en pie el palacio de los condes de Tepa, terminado en 1808 y
que hoy es un hotel famoso. Hasta 1766, en el lugar que ocupa dicho
palacio, estuvo la Fonda de san Sebastián, un
café por el que pasaron ilustres intelectuales y literatos como
Jovellanos, Moratín, Larra, o Espronceda. Actualmente la plaza gira en
torno al café Central, uno de los templos más antiguos de jazz de Madrid.
Entramos en la
plaza de santa Ana, que obviamente Cervantes no pudo transitar porque en su
tiempo no existía. Fue José I, hermano de Napoleón, quien mandó que se creara
en el solar del convento de santa Ana, aunque su forma actual la adquirió
algunos años después.
Domina la plaza
el teatro Español, obra de Juan de Villanueva (1745), levantado en los
cimientos de lo que fue Corral de comedias del Príncipe, abierto en 1583 para
representar los Pasos de Lope de Rueda y diversas comedias de autores del
Siglo de Oro. Ha sido reformado en varias ocasiones, después de diversos
incendios. Tiene fachada neoclásica y medallones con famosos autores de teatro,
como Lope de Vega, Calderón, Tirso, Ruiz de Alarcón, Benavente o Lope de Rueda.
La plaza ha
gozado siempre de gran tradición literaria y bohemia, y en ella se ubican
establecimientos famosos -bares, restaurantes, cervecerías y librerías-
relacionados con el mundo del arte, de la literatura y de los toros. En lo que
hoy es el hotel Victoria se levantó en su día el palacio de los Montijo, y
después fue lugar de célebres tertulias literarias en el siglo XIX y taurinas
en el XX. Una estatua de Calderón (1880), y otra de Lorca, más reciente (1990),
homenajean al teatro español, simbolizado en estos dos dramaturgos.
Casa de
Cervantes en la calle de Huertas
Dejamos atrás
la plaza de santa Ana y nos dirigimos a la cercana calle de Huertas.
En el número 18
de esta calle hay una placa que señala que en esta casa vivió Cervantes y
aunque señala el año 1614, aquí habitó entre 1612 y 1615. En nota adjunta
al Viaje al Parnaso dice el autor que era una casa incómoda y
con muy poca luz, grave inconveniente para sus muchas horas de trabajo y
escritura. En esta vivienda recibió la noticia de la publicación del Quijote de
Avellaneda. También vivía en ella cuando Lope de Vega criticaba El
Quijote con estas palabras: “De poetas no digo, buen siglo es este;
pero ninguno tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote”.
Cervantes no se echó para atrás y, entre las paredes de esta lóbrega casa
escribió las Novelas ejemplares, el Viaje al Parnaso y
la Segunda parte de El Quijote, quizá lo más sólido de su
producción literaria. Cervantes se nos muestra como un notable poeta pero,
sobre todo, hemos de constatar que fue aquí donde nació la novela moderna, a
pesar de la mala crítica destilada por Lope de Vega, el gran triunfador que, de
haber existido entonces, hubiera sido homenajeado con el premio Cervantes, pues
su talento poético y teatral lo hubiera hecho merecedor de tal premio. Un
premio que sin embargo lleva el nombre del autor de El Quijote, el creador de
la narrativa moderna, y que, de haber existido entonces, no se lo hubieran
otorgado a Cervantes., así de paradójica es la vida.
En la planta
baja de la casa, un restaurante famoso, Casa Alberto, homenajea a Cervantes con
múltiples recuerdos, cuadros, textos y recetas culinarias.
Última casa de
Cervantes
Bajamos por Huertas y, al llegar a la calle León, nos dirigimos a
la esquina de esta con la de Cervantes, que en aquel tiempo se la conocía con
el nombre de calle de los Francos.
Aquí vivió
Cervantes el último año de su vida. Era un edifico nuevo que había sido
levantado en 1613 y al que se accedía por la calle de atrás, llamada
Cantarranas, hoy Lope de Vega. Las habitaciones de Cervantes y su familia
estaban en el piso bajo y reunían mejores condiciones que las de la calle Huertas:
la situación económica de Cervantes era más holgada, gracias a su nuevo editor y al conde de Lemos. La vivienda
tenía tres huecos a la calle León y era relativamente espaciosa. Las ventanas
daban al llamado mentidero de los representantes, así que lo que se decía en
los corrillos del mismo los oía Cervantes sin salir de su casa: cotilleos de
actores, conversaciones de vecinos, chismes, escándalos amorosos, maravillas de
América…
En esta casa
escribió su último libro, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, una
obra de reflexión, evasión y fantasía cuya escritura hubo de acelerar al
vislumbrar próxima su muerte, y lo terminó en marzo de 1616. Ya muy
enfermo, profesó en la orden tercera de san Francisco, para ahorrar los gastos
del entierro a su familia. El 19 de abril escribió la dedicatoria del Persiles al
conde de Lemos y murió el día 22 a causa de una diabetes, acompañado de su familia, sus amigos y los hermanos de las
cofradías a las que pertenecía. La muerte le llegó el 22 de abril,
aunque la fecha oficial sea la de su entierro, que tuvo lugar el día siguiente,
23 de abril.
El edificio fue
derribado en 1833 a pesar de la protesta del escritor y concejal Mesonero
Romanos. El rey Fernando VII se interesó por la compra del mismo para construir
en él algún establecimiento literario. Pero el dueño de la casa quería hacer
negocio, así que se negó a venderla alegando que en ella “había vivido don
Quijote, del que también él era apasionado”. Se derribó la casa y se levantó un
edificio de pisos. En 1834 se colocó una placa en el nuevo edificio con una
leyenda: “Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra cuyo ingenio admira
al mundo. Falleció en MDCXVI”. Y encima un medallón con la efigie de Cervantes
en altorrelieve. Poco después se cambió el nombre de la calle a instancias del
alcalde, el marqués de Pontejos, y se le dio el del escritor.
En 2005 la Real Academia Española colocó una placa para homenajear al
autor de El Quijote en el cuarto centenario de la publicación de la Primera Parte de la famosa obra. Muchas placas sí, pero en lo que en su día
fueron las habitaciones donde vivió Cervantes hoy encontramos una zapatería de barrio. Así que una cierta perplejidad nos enmudece y, por un
momento, pensamos en todo lo que los poderes públicos podrían hacer en este
edificio que albergó a Miguel de Cervantes en los últimos meses de su vida.
Acabaremos
nuestra parada ante la última casa de Cervantes leyendo la Dedicatoria
del Persiles al conde de Lemos:
“Puesto ya el
pie en el estribo,
con las ansias
de la muerte,
gran señor,
ésta te escribo.
Ayer me dieron
la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las
esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de
vivir…”
Casa de Lope de
Vega
Caminamos por la calle
de Cervantes hasta el número 11, donde está la Casa Museo Lope de Vega.
La Casa de Lope de
Vega fue adquirida por el escritor en 1610 y en ella vivió hasta su muerte,
acaecida en 1635. En esta casa Lope hizo realidad del ideal clásico: “Que yo en
mi pobre hogar, con dos librillos, ni murmuro, ni temo ni deseo”. El afecto
familiar, el sosiego del huerto y del estudio lo ayudaron a vivir con
tranquilidad sus años finales. En el dintel de la puerta de entrada reza un
lema: “Parva propia magna, magna aliena parva” (Aunque tu casa sea pequeña, si
es tuya es grande; si no es tuya, aunque sea grande es pequeña).
Reconstruida
con mucho cuidado, se puede visitar el oratorio, el estudio, el huerto y otras
dependencias. Todo ello puede ayudarnos a comprender cómo era una casa
madrileña acomodada del siglo XVII. Depende en su régimen de la RAE, entidad
creada en 1716 para la defensa de la lengua española.
Convento de las
Trinitarias
Bajamos por la calle de Quevedo, llamada hasta 1848 calle del Niño.
En ella vivió seis
años Luis de Góngora, el gran poeta culterano del siglo XVII, en una casa de su
rival, el escritor conceptista Francisco de Quevedo. Era una casa pequeña, a la
que Góngora dedicó una de sus perlas: “He alquilado una casa/ que en el tamaño
es dedal/ pero en el precio, de plata”. Se dice que Quevedo compró la casa
donde vivía un Góngora arruinado, para que su enemigo quedara en la calle en el
primer impago. Así sucedió en 1625. Pequeñas ruindades de dos grandes de
nuestra literatura. En la actualidad sólo queda una placa conmemorativa de la
existencia de esa casa.
Por la calle de
Quevedo bajaremos hasta la de Lope de Vega, en cuyo número 18 está el convento
de las monjas Trinitarias, lugar donde está enterrado Cervantes.
En 1612 se
construyó este convento de monjas Trinitarias. La iglesia es de cruz latina y
en la cripta se encuentran los restos de Cervantes. Vestido con el hábito de la
Orden Tercera y con la cara descubierta, el 23 de abril de 1616 Cervantes fue
enterrado en este convento. Un pequeño séquito, formado por
hermanos de la orden, familiares y vecinos, acompañaba al escritor en su último
viaje. Las monjas lo recibieron en el sitio más decente de la casa, la capilla.
En un lugar indeterminado de la misma reposan los restos del escritor. Su
muerte tuvo poco eco en los medios literarios. No fue un entierro
multitudinario como el de Lope de Vega, que tendría lugar diecinueve años
después.
No es casual
que Cervantes eligiera este lugar para ser enterrado: trinitarios eran los monjes
que lo rescataron en Argel y trinitaria era su hija Isabel. Catalina, su mujer, murió diez años después y fue enterrada
también aquí, junto a su esposo.
En la capilla
hay una lápida que nos recuerda que en este lugar yacen los restos de Miguel de
Cervantes y otra placa, colocada fuera por la RAE en 1869, nos avisa también de
lo mismo. En 2015 el Ayuntamiento de Madrid intentó identificar los
restos de Cervantes pero, a pesar de las excavaciones realizadas en la cripta y
los análisis pertinentes, no llegó a conseguirlo con precisión.
Plaza de las
Cortes
Caminamos por
la calle de san Agustín y llegamos a la plaza de las Cortes, donde terminaremos
nuestra visita.
En 1835 se
erigió esta estatua, obra del escultor barcelonés Antonio Solá, fundida en
Italia. Nos muestra un Cervantes galante, casi militar. Esconde bajo su capa la
mano izquierda herida, que ase la empuñadura, mientras que la derecha sostiene
unos papeles. Una inscripción frontal en latín dice: “Príncipe de los ingenios”
y otra, posterior, lo traduce al castellano. A ambos lados de la peana dos
escenas quijotescas: una de ellas, el episodio de los leones. Es una escultura
digna y de cierta belleza, que en la última reforma de la plaza fue trasladada
al lado sur de la misma mirando hacia El Prado y Los Jerónimos.
Otros recuerdos de Cervantes en la ciudad de Madrid
Otros recuerdos de Cervantes en la ciudad de Madrid
En la calle de la Villa, una placa informa acerca de la Escuela de Gramática dirigida por López de Hoyos, a la que asistió Cervantes en 1567. Está cerca del palacio de los Consejos, junto a la calle Mayor.
En seis casas
de Madrid vivió Cervantes, junto a algunas de las cuales hemos estado. Otra
estaba en la calle de los Estudios y una más en la calle Magdalena.
En diversos
lugares de la ciudad hay otras estatuas dedicadas a Cervantes: una, en la
Biblioteca Nacional, erigida en 1892; otra más en la avenida de Arcentales, san
Blas, en 1999. Y el conjunto escultórico de la plaza de España dedicado a
Cervantes y a don Quijote y Sancho, levantado por iniciativa del Consorcio creado en 1905 para la celebración del tercer
centenario de la publicación de la Primera Parte de El Quijote. La estatua del escritor se inauguró en 1916 y el grupo escultórico entre
1923 y 1930, aunque no se acabó hasta después de terminada la guerra.
En varios
distritos de la capital hay calles dedicadas a nuestro autor o a personajes
creados por él. Además de la calle de Cervantes, ya visitada, hay otras: las de
don Quijote y de Dulcinea, en el barrio de Cuatro Caminos; la de El Toboso, que
estaba en Cuatro Caminos también, pero que al ser derruidas sus casas, dio nombre
a una nueva calle, ubicada en Carabanchel, donde fueron realojados los
inquilinos de la calle originaria. Y la de Sancho Panza, en Vallecas. Con la
creación de la urbanización Nuevo Toboso, en el barrio de Fuencarral, se
pusieron estos nombres a algunas de sus calles: Rocinante, Aldonza Lorenzo,
Ínsula Barataria, Alonso Quijano, Cueva de Montesinos, Princesa Micomicona,
Campo de Montiel, Campo de Calatrava, Caballero de los Leones, Caballero de la
Triste Figura, Caballero de la Mancha, Caballero de la Blanca Luna y Caballero
de los Espejos.
Abril de 2016.
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