Otro
maratón más de mi hermano Javi, esta vez muy especial, como se podrá comprobar
al leer el texto que ha preparado. (Los últimos entrenamientos para esta
carrera los hizo en Senegal. Ver entrada anterior en este blog). Enhorabuena,
Javi; uno más, este muy particular. Y además en la ciudad donde vivieron tus
padrinos tantos años.
VITORIA-BADIÁN (ida y vuelta)
Hasta
el final no supe exactamente lo que estaba haciendo. Llevaba una semana en
Babia; o mejor dicho, en Badián, el poblado malenke en el que Maham, Moussa,
anna, Tafa, Taleh, Abdu y el grupo de viajeros seguíamos colgados de las
esculturas de Diop, del baño en el río con la gente del poblado, del aroma de
Relec extra-forte invadiendo felizmente los atardeceres, y del calor intenso
también en las pupilas de tantos niños.
Bueno,
sí, dicen que estábamos por lo visto en Vitoria, se supone que corriendo junto
a Irma, David y Dani, después de un fin de semana de calma, barbacoa y una
inmensa catarata con amigos que nos miran quizá con un poco de pena por esta
costumbre tan rara que tenemos.
Vale,
sí, el día estaba espléndido para correr a gusto, las piernas al parecer
ligeras, el perfil casi una golosina. Pero la cabeza andaba en otra parte. Por
eso, cuando aparecían en carrera Noemí, Cañasbuzón, Piedad, Óscar y los demás
(luego supe que también Chusa había corrido), se me iban emborronando las
imágenes y aumentaba la confusión.
-Pero
entonces, ¿dónde estaba?
Al
parecer estaba con Dani durante los primeros kilómetros, creo recordar, y luego
persiguiendo la estela de un grupo que iba para 3h45, o un poco más allá o más
acá, según fuera soplando el viento. Pero la danza ensimismada en el poblado
bassari, la sonrisa de aquella mujer joven en el bosque de baobabs, o el niño
pelón abrazado a una rueda de bici en el poblado de Anyel, volvían a imponerse
sobre todo lo demás, y apenas percibías las interminables rectas de ida y
vuelta que seguramente iban minando la resistencia mental de más de un
corredor.
Tú
por lo visto estabas bañándote en el lago de Faoye, bajo la luz de la luna,
saboreando aún los 14 k entre los dos poblados del delta y dejándote invadir
por el olor profundo del rastrojo en llamas, a la espera de la inminente
llegada de las lluvias.
Sin
embargo, la cosa parecía ir en serio. En la media maratón, clavaste el tiempo
deseado sin saber todavía dónde estabas. El grupo de 3h45 había quedado atrás,
y volvían las rotondas, de nuevo las rectas infinitas bajo un sol que ya picaba
más de lo esperado, reservando fuerzas todavía porque aquello no acababa de
empezar y el entrenamiento había sido más irregular que nunca.
Además,
la cabeza seguía de excursión.
El
k28 fue poniendo las cosas en su sitio. Andábamos en casa-dios (como dicen por
allí) y el ritmo estaba empezando a caer, quizá por el calor, por el despiste o
por falta de fuerza. O por todo a la vez. Aun así, eso lo supiste luego,
pasaste a más de cien corredores en la segunda media. En fin, a esas alturas,
ya se habían abierto huecos de cuarenta o cincuenta metros entre corredores, distancias
que se hinchaban o se desvanecían de forma natural según el ritmo de cada
quien. En el primer plano de la cabeza se iban asentando ya los seis o siete
corredores que rebasabas o te adelantaban una y otra vez. Todos salvo la chica
de azul, la referencia esencial, que se alejaba cada vez un poco más y a quien
perdiste de vista definitivamente en los últimos kilómetros. Ella sí clavó tu
tiempo deseado: Laura Marfil.
Luego
ya, lo de siempre: el sol adueñándose de todo y percutiendo sin misericordia en
la cabeza, las dudas (aparcadas a base de fotos en las marquesinas) y tu
pequeña colección de fantasmas apostados detrás de cualquier árbol a partir del
k34. Desde ahí, una nube en la que perderse durante esa media hora larga en que
la gente con algo de materia gris en el cerebro sale a comprar el periódico, o
el pan, o lo que sea que haya que comprar un domingo a esa hora difusa en que
una colección de zombis pulula por ahí.
Así
que, siguiendo el ritual acostumbrado, te encomendaste a lo que tocara ese día
(esta vez, la gorra de Maham, donde cabe casi toda la ironía del planeta). Con
eso y un poco de aliento que venía del público en las aceras, te fuiste
acercando a los cuatrocientos metros finales, la recta de meta en la que el
coro amplificado de Lola, Irma, María y Dani te recibieron como si acabaras de
correr un maratón.
Y
durante esos quince segundos, también tú lo pensaste.
Pero
luego…
(Maratón
Martín Fiz, 14 de mayo de 2017)
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