martes, 16 de mayo de 2017

Vitoria-Badián (ida y vuelta)

Otro maratón más de mi hermano Javi, esta vez muy especial, como se podrá comprobar al leer el texto que ha preparado. (Los últimos entrenamientos para esta carrera los hizo en Senegal. Ver entrada anterior en este blog). Enhorabuena, Javi; uno más, este muy particular. Y además en la ciudad donde vivieron tus padrinos tantos años.

VITORIA-BADIÁN (ida y vuelta)

Hasta el final no supe exactamente lo que estaba haciendo. Llevaba una semana en Babia; o mejor dicho, en Badián, el poblado malenke en el que Maham, Moussa, anna, Tafa, Taleh, Abdu y el grupo de viajeros seguíamos colgados de las esculturas de Diop, del baño en el río con la gente del poblado, del aroma de Relec extra-forte invadiendo felizmente los atardeceres, y del calor intenso también en las pupilas de tantos niños.

Bueno, sí, dicen que estábamos por lo visto en Vitoria, se supone que corriendo junto a Irma, David y Dani, después de un fin de semana de calma, barbacoa y una inmensa catarata con amigos que nos miran quizá con un poco de pena por esta costumbre tan rara que tenemos.

Vale, sí, el día estaba espléndido para correr a gusto, las piernas al parecer ligeras, el perfil casi una golosina. Pero la cabeza andaba en otra parte. Por eso, cuando aparecían en carrera Noemí, Cañasbuzón, Piedad, Óscar y los demás (luego supe que también Chusa había corrido), se me iban emborronando las imágenes y aumentaba la confusión.

-Pero entonces, ¿dónde estaba?

Al parecer estaba con Dani durante los primeros kilómetros, creo recordar, y luego persiguiendo la estela de un grupo que iba para 3h45, o un poco más allá o más acá, según fuera soplando el viento. Pero la danza ensimismada en el poblado bassari, la sonrisa de aquella mujer joven en el bosque de baobabs, o el niño pelón abrazado a una rueda de bici en el poblado de Anyel, volvían a imponerse sobre todo lo demás, y apenas percibías las interminables rectas de ida y vuelta que seguramente iban minando la resistencia mental de más de un corredor.

Tú por lo visto estabas bañándote en el lago de Faoye, bajo la luz de la luna, saboreando aún los 14 k entre los dos poblados del delta y dejándote invadir por el olor profundo del rastrojo en llamas, a la espera de la inminente llegada de las lluvias.

Sin embargo, la cosa parecía ir en serio. En la media maratón, clavaste el tiempo deseado sin saber todavía dónde estabas. El grupo de 3h45 había quedado atrás, y volvían las rotondas, de nuevo las rectas infinitas bajo un sol que ya picaba más de lo esperado, reservando fuerzas todavía porque aquello no acababa de empezar y el entrenamiento había sido más irregular que nunca.

Además, la cabeza seguía de excursión.

El k28 fue poniendo las cosas en su sitio. Andábamos en casa-dios (como dicen por allí) y el ritmo estaba empezando a caer, quizá por el calor, por el despiste o por falta de fuerza. O por todo a la vez. Aun así, eso lo supiste luego, pasaste a más de cien corredores en la segunda media. En fin, a esas alturas, ya se habían abierto huecos de cuarenta o cincuenta metros entre corredores, distancias que se hinchaban o se desvanecían de forma natural según el ritmo de cada quien. En el primer plano de la cabeza se iban asentando ya los seis o siete corredores que rebasabas o te adelantaban una y otra vez. Todos salvo la chica de azul, la referencia esencial, que se alejaba cada vez un poco más y a quien perdiste de vista definitivamente en los últimos kilómetros. Ella sí clavó tu tiempo deseado: Laura Marfil.

Luego ya, lo de siempre: el sol adueñándose de todo y percutiendo sin misericordia en la cabeza, las dudas (aparcadas a base de fotos en las marquesinas) y tu pequeña colección de fantasmas apostados detrás de cualquier árbol a partir del k34. Desde ahí, una nube en la que perderse durante esa media hora larga en que la gente con algo de materia gris en el cerebro sale a comprar el periódico, o el pan, o lo que sea que haya que comprar un domingo a esa hora difusa en que una colección de zombis pulula por ahí.

Así que, siguiendo el ritual acostumbrado, te encomendaste a lo que tocara ese día (esta vez, la gorra de Maham, donde cabe casi toda la ironía del planeta). Con eso y un poco de aliento que venía del público en las aceras, te fuiste acercando a los cuatrocientos metros finales, la recta de meta en la que el coro amplificado de Lola, Irma, María y Dani te recibieron como si acabaras de correr un maratón.

Y durante esos quince segundos, también tú lo pensaste.

Pero luego…


(Maratón Martín Fiz, 14 de mayo de 2017)




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