miércoles, 30 de julio de 2025

Dos artículos sobre el libro Robles Amarillos

En el número 47 de la revista Forja, de Los Navalmorales, publicada en julio de 2025, aparecen un par de artículos dedicados a Robles Amarillos. Uno de ellos es de Isidoro Moreno; el otro es de Tomás Fernández (seudónimo de Javier Bermejo). Traigo aquí los dos como recuerdo de la presentación de mi libro en la Biblioteca Municipal Eugenio Trías de Madrid, en febrero de 2025 y en la Biblioteca Municipal de Los Navalmorales en marzo del mismo año. Gracias a los dos por vuestras palabras y por vuestros elogios.


  

¿POR QUÉ ME HUBIERA GUSTADO ESCRIBIR ROBLES AMARILLOS?

Después de leer y releer Robles Amarillos, mi conclusión fue muy clara: “Me hubiera gustado escribirlo”. Lo primero que me sedujo fue esa fluidez de palabras siempre oportunas con unos giros poéticos que sorprenden y enamoran: “[...]de una alicaída estancia llena de melancolía”. Y es que Jesús juega con el idioma y nos atrapa en ese juego, juego profundo que resalta aún más el contenido.

“En cuanto entrabas en aquel portal ˗mitad pasillo hacia la escalera, mitad comercio cerrado y fantasmagórico˗ y contemplabas el mostrador despejado y silencioso, echabas de menos el rumor de las conversaciones de tío Benja con sus clientas, el olor de los tejidos, el roce de las telas, y sentí as una melancolía desconcertante ante aquel vacío de estanterías tristes, como mi pueblo después de la función, como la mirada demandante de los niños huérfanos”.

“La melancolía después de la función”. ¡Qué cercanas sentimos esas palabras los que tenemos la suerte de tener un pueblo! Por cierto, Aravalle, el pueblo de Robles Amarillos, aunque tiene solo 114 habitantes, tiene tres barrios como nuestro Navalmorales, pero tan separados que podrían ser tres pueblos. Nosotros fuimos dos pueblos, pero ellos siempre fueron uno y ya veréis qué interesante resulta moverse por esos tres barrios singulares y escuchar al tío Pepe.

“Nos acercábamos a tío Pepe, un viejecito que se sentaba en la ventana del maestro a tomar el sol, y le decíamos: «Tío Pepe: nos cuente un cuento». Y tío Pepe nos llevaba con sus palabras muy lejos del pueblo, tanto que, cuando el sol ya iba embocando por la sierra y nos teníamos que ir a nuestras casas, para dar de comer a las gallinas y a los cerdos, lo dejaábamos en su rincón, pero seguíamos imaginando sus viajes a África o sus aventuras en la guerra de Cuba”.

Pues ahora el contador de historias es el tío Jesús Bermejo y nos produce el mismo deslumbramiento que les producía a ellos el tío Pepe. Y es que el tío Jesús realiza un atinado retrato fisiológico, sociológico y sicológico del mundo de Aravalle ˗tan cercano al nuestro˗ y de los estertores de una sociedad plagada de prejuicios y arbitrariedades.

“La educación sentimental, en la sociedad en la que yo fui creciendo, no consistí a en conocer y encauzar algunos instintos desde la infancia sino en negarlos sin más; era la impostura de la sinrazón contra la naturaleza de las cosas, que solo podía traer como consecuencia la hipocresía o la angustia. [...]

¡Qué pena que, viniendo de un acto de placer, se nos negase el gozo de conocer con naturalidad de dónde venimos!”

Robles Amarillos ayuda a vivir y a revivir ese tiempo ˗amarillo pálido˗ cuyo colofón es la ilusionante llegada de la democracia, que fue capaz de superar embestidas como el golpe de estado del 23F.

“Casi toda España respiró ilusionada. Se notaba que, por fin, se iba asentando la democracia. [...] Tenía claro que la vida es un camino ya andado que se estrena cada mañana. Un camino en el que se cumple aquel verso de Antonio Machado que quedó grabado en mi cabeza cuando apenas lo entendía y que, por fin, vi claro algún tiempo después: «Hoy es siempre todavía»”.

Las personas jóvenes van a vivir estos Robles Amarillos intensamente, y las contemporáneas del autor, como yo, los vamos a revivir apasionadamente. El minúsculo- majestuoso mundo de Aravalle ya forma parte de nuestro imaginario, como aquel lejano Macondo de nuestra juventud o ese lugar de la Mancha que seguimos buscando obstinadamente.

Para Jesús Bermejo, Robles Amarillos es el paraíso perdido de la infancia; para nosotros, el paraíso encontrado en la madurez. Cuando el niño parece que ya puede viajar hasta esos inalcanzables Robles Amarillos, donde viaja es a Madrid y allí también descubrirá otra sierra, ahora alcanzable.

“Hace muchos años que llevo conmigo las dos sierras, mis contertulios fieles y discretos: Robles Amarillos, la sierra de mi infancia, el temblor de lo escondido, y Guadarrama, la conquista de lo nuevo, el secreto de la juventud”.

Pues esos secretos de juventud los compartimos allá en lo alto de Robles Amarillos y del Guadarrama. Confieso que lo he leído con la misma pasión que si fuese una novela de altura, con la ventaja de que, al terminarlo, no se hace borrón y cuenta nueva; sino que se rumia sabiendo que gran parte de aquello pasó y sigue pasando. El amor y las contrariedades se repiten, y, gracias a poner los ojos en esas alejadas sierras, vamos descubriendo en el horizonte que merece la pena soñar. Y sí, me hubiera gustado escribir Robles Amarillos, pero he disfrutado aún más leyéndolo y releyéndolo. Y es que me fascina escribir, pero ˗todavía más˗ leer; aunque confieso que leyendo El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, me quedé desconcertado con las palabras de Cervantes: “y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio”. Pues a eso es a lo que os invito, a que perdáis, a que perdamos el juicio caminando entre estos Robles Amarillos para llegar a esos paraísos perdidos y encontrados, para vivir entre sus ramas los amores y los desamores, el arraigo y el desarraigo, las grandezas y las miserias de lo cotidiano, en definitiva: la vida.

Gracias a José Antonio Fernández de la Orden y a su editorial Mundo Libre Libros por esta edición tan bella y cuidada. Y, sobre todo, gracias a Jesús por ofrecernos estos inspiradores Robles Amarillos, símbolo de amistad, fuerza y belleza natural.

     Isid(o)ro Moreno Sánchez

  


UN TIEMPO RECIENTE QUE CONVIENE NO OLVIDAR

 

Presenta Jesús Bermejo las memorias de sus primeros treinta años de vida con un título en verdad sugerente, Robles Amarillos. Alude con ese nombre a la sierra que se contempla desde el balcón de su casa infantil, en tierras de Gredos, una sierra primordial que con el paso del tiempo acabó emparejándose con otra no muy lejana, la de Guadarrama, bien visible desde Madrid, su residencia desde los diez años hasta hoy. Con la vista clavada en esos dos paisajes de fondo, que señalan un límite o una frontera imaginaria, el autor va desgranando los pormenores de una biografía que, por sí misma, es también retrato de una época tan cercana en el tiempo como lejana en sus formas, una época que, por desgracia, las nuevas generaciones desconocen en gran medida. De ahí la necesidad de obras como esta, tan pegadas a los detalles concretos, tan necesarias para saber de dónde venimos, quiénes somos y por qué debemos valorar en su justa medida lo que tenemos.       

Organizado en dos partes, el libro abarca los treinta primeros años del autor con una estructura interna ajustada a esas tres décadas: la infancia de Jesús en su pueblo de Aravalle, una segunda década de formación, en Madrid, y los diez años posteriores a la muerte de su madre, un golpe del destino que marcó un antes y un después en la vida de Jesús Bermejo y su familia.

Como en tantos otros casos, la infancia es en estas memorias una evocación del paraíso perdido, un paisaje espléndido en el que la vida transcurre sin más sobresaltos que los pequeños contratiempos de la vida diaria. De este modo, el autor va describiendo las costumbres de la vida rural, las incidencias familiares, los grandes descubrimientos de una mente despierta (y la del autor lo es en grado sumo), los contratiempos que ponen en entredicho el orden del que hablábamos (el episodio de la ‘rodancha’, las fechorías de ‘Golío’) o las anécdotas amables que dibujan un mundo cerrado y perfecto (los abuelos zurdos, la feria de ganado, las primeras letras…).

Cumplidos los diez años, el paisaje cambia por completo. Como en tantos otros casos, la deficiente red educativa de aquella época obliga al autor a viajar lejos de casa para continuar su formación escolar. Tras obtener una beca, condición necesaria para costear los estudios, Jesús abandona su aldea y se traslada a Madrid, la capital legendaria, tan distinta de Ávila o Plasencia, más cercanas a su natal Aravalle. Paradójicamente, la inmensa capital queda reducida a las cuatro paredes del internado donde el autor vive recluido durante nueve meses al año. Pero todas las paradojas tienen su réplica en esta vida, porque entre esas cuatro paredes Jesús va descubriendo un mundo nuevo asociado al conocimiento y a su curiosidad insaciable. Con un detalle añadido, las salidas dominicales al cine organizadas por el colegio, todo un caudal de vivencias que expanden hasta el infinito las reducidas dimensiones del internado.

En este nuevo panorama, que viene a sustituir al de los primeros años, irrumpe como un ángel exterminador la grave enfermedad del padre del autor, una circunstancia que provoca, primero, la ruina familiar (no hay seguros, ni pensiones, ni ayudas de ningún tipo, como bien ignoran muchos de nuestros jóvenes de hoy) y, más adelante, la emigración en condiciones extremas (jornadas de quince horas de trabajo, sin días de descanso, sin vacaciones). Entretanto, la evolución académica de Jesús Bermejo alcanza la excelencia, hasta el punto de conseguir el Premio Nacional de Magisterio, un éxito que, a pesar de las dificultades de la familia, termina asociado de forma natural a los nuevos horizontes de juventud (el amor, los amigos, los Beatles…).

Pero la rueda de la Fortuna vuelve a golpear, y la muerte de la madre rompe definitivamente el equilibrio: colapso de la familia y nueva emigración obligada. Con diecinueve años, el joven profesor toma el toro por los cuernos y se convierte en el sostén económico y emocional de la familia, con el padre intentando ajustarse a las dificultades de una ciudad inhóspita y los hermanos menores tratando de adquirir nuevas rutinas en sus nuevos colegios.

Paso a paso, sin desfallecer ante las dificultades, la familia va encontrando un nuevo equilibrio. Jesús Bermejo desgrana en esta fase final de la obra los pormenores de un tiempo nuevo en el que, casualidades del azar, el final de la dictadura coincide con la recuperación de la familia. Son los años en los que Jesús ejerce ya como profesor titular, disfrutando de la vocación soñada y de la libertad recién conseguida, una promesa de futuro en el que los zarpazos del destino no tendrían por qué condenar a nadie a la miseria y la desolación. En este sentido, como se dijo al principio, estas memorias resultan ser un documento único para conocer los entresijos de un tiempo reciente que conviene no olvidar.

Pero antes y después de su valor como documento, estos Robles Amarillos son una delicia para el lector, un regalo de primavera del que, sin duda alguna, podrán disfrutar quienes se acerquen a sus páginas.

    Tomás Fernández, Plasencia


 

 

 




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