En el número 47 de la revista Forja, de Los Navalmorales, publicada en julio de 2025, aparecen un par de artículos dedicados a Robles Amarillos. Uno de ellos es de Isidoro Moreno; el otro es de Tomás Fernández (seudónimo de Javier Bermejo). Traigo aquí los dos como recuerdo de la presentación de mi libro en la Biblioteca Municipal Eugenio Trías de Madrid, en febrero de 2025 y en la Biblioteca Municipal de Los Navalmorales en marzo del mismo año. Gracias a los dos por vuestras palabras y por vuestros elogios.
¿POR QUÉ ME HUBIERA GUSTADO ESCRIBIR ROBLES AMARILLOS?
Después
de leer y releer Robles Amarillos, mi conclusión fue muy clara: “Me hubiera
gustado escribirlo”. Lo primero
que me sedujo fue esa fluidez de palabras siempre oportunas con unos
giros poéticos que sorprenden y enamoran: “[...]de una alicaída estancia llena de melancolía”. Y es que Jesús juega con
el idioma y nos atrapa
en ese juego, juego profundo
que resalta aún más el contenido.
“En cuanto
entrabas en aquel
portal ˗mitad pasillo hacia la escalera,
mitad comercio cerrado y fantasmagórico˗ y contemplabas el mostrador
despejado y silencioso, echabas de menos el rumor de las conversaciones de tío
Benja con sus clientas, el olor de los tejidos, el roce de las telas, y sentí as una melancolía desconcertante ante aquel vacío de estanterías tristes, como mi pueblo
después de la función, como la mirada demandante de los niños huérfanos”.
“La melancolía después de la función”. ¡Qué
cercanas sentimos esas palabras los que tenemos la suerte de tener un
pueblo! Por cierto, Aravalle, el pueblo de Robles
Amarillos, aunque tiene solo 114 habitantes, tiene tres barrios como nuestro Navalmorales, pero tan separados
que podrían ser tres pueblos. Nosotros fuimos
dos pueblos, pero ellos siempre
fueron uno y ya
veréis qué interesante resulta
moverse por esos tres barrios singulares y escuchar al tío Pepe.
“Nos acercábamos a tío Pepe, un viejecito que se sentaba en la ventana del maestro a tomar el sol,
y le decíamos: «Tío Pepe: nos cuente un cuento». Y tío Pepe nos llevaba con sus
palabras muy lejos del pueblo, tanto que, cuando el sol ya iba embocando por la
sierra y nos teníamos que ir a nuestras
casas, para dar de
comer a las gallinas y a los cerdos, lo dejaábamos en su rincón,
pero seguíamos imaginando sus viajes a África o sus aventuras en la guerra de Cuba”.
Pues
ahora el contador de historias es el tío Jesús Bermejo y nos produce
el mismo deslumbramiento que les producía a
ellos el tío Pepe. Y es que el tío Jesús realiza un atinado retrato fisiológico,
sociológico y sicológico del mundo de Aravalle ˗tan cercano al nuestro˗ y de los estertores de una sociedad
plagada de prejuicios y
arbitrariedades.
“La educación sentimental, en
la sociedad en la que yo fui creciendo, no consistí a en conocer
y encauzar algunos instintos desde la infancia sino en negarlos sin más; era la impostura
de la sinrazón contra
la naturaleza de las cosas, que
solo podía traer como consecuencia la hipocresía o la angustia. [...]
¡Qué pena que, viniendo de un acto de placer, se nos negase el gozo de conocer con naturalidad
de dónde venimos!”
Robles Amarillos ayuda a vivir y a revivir
ese tiempo ˗amarillo pálido˗ cuyo colofón es la ilusionante llegada de la democracia, que fue capaz de superar
embestidas como el golpe de estado del 23F.
“Casi toda España respiró
ilusionada. Se notaba que, por fin, se iba asentando la democracia. [...] Tenía claro que la vida es un camino ya andado que se estrena cada mañana. Un
camino en el que se cumple aquel verso de Antonio Machado
que quedó grabado en mi cabeza cuando apenas lo entendía y que, por fin, vi claro algún tiempo después: «Hoy es siempre
todavía»”.
Las personas
jóvenes van a vivir estos Robles Amarillos
intensamente, y las contemporáneas del autor, como yo, los vamos a revivir
apasionadamente. El minúsculo-
majestuoso mundo de Aravalle ya forma parte de nuestro imaginario, como
aquel lejano Macondo de nuestra juventud o ese lugar de la Mancha que seguimos
buscando obstinadamente.
Para Jesús
Bermejo, Robles Amarillos es el
paraíso perdido de la infancia; para nosotros, el paraíso encontrado en la madurez. Cuando el niño parece que
ya puede viajar hasta esos inalcanzables Robles
Amarillos, donde viaja es a Madrid y allí también descubrirá otra sierra, ahora alcanzable.
“Hace
muchos años que llevo conmigo las dos sierras, mis contertulios fieles y
discretos: Robles Amarillos, la sierra de mi infancia, el temblor de lo
escondido, y Guadarrama, la conquista de lo nuevo, el secreto de la juventud”.
Pues esos secretos de juventud los compartimos allá en
lo alto de Robles Amarillos y del Guadarrama. Confieso que lo he leído con la misma
pasión que si fuese una novela de altura,
con la ventaja de que, al terminarlo, no se hace borrón y cuenta nueva; sino que se rumia sabiendo
que gran parte de aquello pasó y sigue pasando. El amor y las contrariedades se
repiten, y, gracias a poner los ojos en esas alejadas sierras,
vamos descubriendo en el horizonte que merece la pena soñar. Y sí, me hubiera gustado escribir
Robles Amarillos, pero
he disfrutado aún más leyéndolo y
releyéndolo. Y es que me fascina
escribir, pero ˗todavía más˗ leer; aunque confieso que leyendo El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, me quedé desconcertado con las palabras
de Cervantes: “y así del poco
dormir y del mucho leer se le secó el
cerebro de manera que vino a perder el juicio”. Pues a eso es a lo que os invito,
a que perdáis, a que
perdamos el juicio caminando entre estos Robles
Amarillos para llegar a esos paraísos
perdidos y encontrados, para vivir entre sus ramas los amores y los desamores, el arraigo y el desarraigo, las grandezas y las
miserias de lo cotidiano, en definitiva: la vida.
Gracias a José Antonio Fernández de la Orden y a su editorial Mundo Libre Libros por esta edición tan bella y cuidada. Y, sobre todo, gracias a Jesús por ofrecernos estos inspiradores Robles Amarillos, símbolo de amistad, fuerza y belleza natural.
Isid(o)ro Moreno Sánchez
UN TIEMPO
RECIENTE QUE CONVIENE
NO OLVIDAR
Presenta Jesús Bermejo las memorias de
sus primeros treinta años de vida con un título en verdad sugerente, Robles Amarillos. Alude con
ese nombre a la sierra
que se contempla desde el
balcón de su casa infantil, en tierras de Gredos, una sierra primordial que con el paso
del tiempo acabó emparejándose
con otra no muy lejana, la de Guadarrama, bien visible desde Madrid, su
residencia desde los diez
años hasta hoy. Con la vista clavada en esos dos paisajes de fondo, que señalan
un límite o una frontera imaginaria, el autor va
desgranando los pormenores de una biografía que, por sí misma, es también retrato de una época tan cercana en el tiempo como lejana
en sus formas, una época que,
por desgracia, las nuevas generaciones desconocen en gran medida. De ahí la necesidad de obras como esta, tan
pegadas a los detalles concretos, tan necesarias para saber de dónde venimos,
quiénes somos y por qué debemos valorar en su justa medida lo que tenemos.
Organizado en dos partes, el libro abarca los treinta primeros
años del autor con una estructura
interna ajustada a esas
tres décadas: la infancia
de Jesús en su pueblo de Aravalle, una segunda década
de formación, en Madrid, y los diez años posteriores a la muerte
de su madre, un golpe del
destino que marcó un antes y un después en la vida de Jesús
Bermejo y su familia.
Como en tantos otros casos, la
infancia es en estas memorias una evocación del paraíso perdido, un paisaje
espléndido en el que la vida transcurre sin más sobresaltos que los pequeños contratiempos de la vida diaria. De este
modo, el autor va describiendo las costumbres de la vida rural, las incidencias
familiares, los grandes descubrimientos de una mente despierta (y la del autor
lo es en grado sumo), los contratiempos que ponen en entredicho el orden del que hablábamos
(el episodio de la ‘rodancha’, las fechorías de ‘Golío’) o las anécdotas amables que dibujan un mundo cerrado y perfecto
(los abuelos zurdos, la feria de ganado, las primeras letras…).
Cumplidos los diez años, el paisaje
cambia por completo. Como en
tantos otros casos, la deficiente red educativa de aquella época obliga al
autor a viajar lejos de casa para continuar
su formación escolar. Tras obtener una
beca, condición necesaria
para costear los estudios, Jesús abandona su aldea y se traslada a Madrid, la capital
legendaria, tan distinta de Ávila o Plasencia, más cercanas a su natal
Aravalle. Paradójicamente, la inmensa capital queda reducida a las cuatro
paredes del internado donde el autor vive recluido durante nueve meses al año.
Pero todas las paradojas tienen su réplica en esta vida, porque entre esas
cuatro paredes Jesús va descubriendo un mundo nuevo asociado al conocimiento y a su curiosidad insaciable. Con un detalle añadido,
las salidas dominicales al cine organizadas por el colegio,
todo un caudal de vivencias que expanden hasta el infinito
las reducidas dimensiones del internado.
En
este nuevo panorama,
que viene a sustituir
al de los primeros años, irrumpe como un
ángel exterminador la grave
enfermedad del padre del autor, una circunstancia que provoca, primero, la
ruina familiar (no hay seguros, ni pensiones, ni ayudas de ningún tipo, como
bien ignoran muchos de nuestros jóvenes de hoy) y, más adelante, la emigración
en condiciones extremas (jornadas de quince horas de trabajo, sin días
de descanso, sin vacaciones). Entretanto, la evolución académica
de Jesús Bermejo alcanza la excelencia, hasta el
punto de conseguir el Premio Nacional de Magisterio, un éxito que, a
pesar de las dificultades de la familia,
termina asociado de forma natural a los nuevos horizontes de juventud
(el amor, los amigos, los Beatles…).
Pero
la rueda de la Fortuna
vuelve a golpear,
y la muerte de la madre rompe definitivamente
el equilibrio: colapso de la familia y nueva emigración obligada.
Con diecinueve años, el joven profesor toma el toro por los cuernos y se
convierte en el sostén económico y emocional de la familia, con el padre intentando
ajustarse a las dificultades de una ciudad inhóspita y los hermanos menores
tratando de adquirir nuevas rutinas en sus nuevos colegios.
Paso a paso, sin desfallecer ante las
dificultades, la familia va encontrando un nuevo equilibrio. Jesús Bermejo
desgrana en esta fase final
de la obra los pormenores de un tiempo nuevo en el que, casualidades del azar, el final de
la dictadura coincide con la recuperación de la familia. Son los años en los que Jesús ejerce ya como profesor
titular, disfrutando de la vocación soñada y de la libertad recién conseguida,
una promesa de futuro en el que los zarpazos del destino no tendrían
por qué condenar a nadie a la miseria
y la desolación. En este
sentido, como se dijo al principio, estas memorias resultan ser un documento único para conocer los entresijos de un tiempo reciente
que conviene no olvidar.
Pero antes y después de su valor como documento, estos Robles Amarillos son una delicia para el lector, un regalo de primavera del que, sin duda alguna, podrán disfrutar quienes se acerquen a sus páginas.
Tomás Fernández, Plasencia
No hay comentarios:
Publicar un comentario