jueves, 17 de noviembre de 2016

A vueltas con la poesía




He dedicado unas cuantas tardes de este otoño a revisar mi blog con el objetivo de reunir las poesías que en él he ido publicando. Así que ahí van, uno tras otro, los versos de estos últimos diez años. 

Invierno en mi pueblo


Apenas hay gente en mi pueblo durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He venido a recibir el milenio aquí, en mi tierra. Con cinco grados bajo cero, abrigado y con botas de goma, salí esta tarde a pasear por las calles solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encontré con tres vecinos, que me miraban, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me decían: ¿A dónde vas con este frío? Les di algo de palique y luego seguí mi camino, convencido de lo mucho que había que mirar.


El agua diamantina y pura.
El viento frío del invierno.
La nieve helada.
El sol poniéndose en la sierra.
Los gatos de misterio al anochecer.
El reloj de la torre, que por fin sonaba
después de veinte años.

El pueblo en invierno,
libre, eterno,
siguiendo el curso del tiempo,
impasible, vivo,
transparente y ajeno a mis reclamos,
esperando, puro, impasible a mi presencia,
apenas necesitándome para seguir viviendo.


El agua

Agua por todos los lados,
remansada, desbordada,
limpia y helada, cortante,
colmando las regaderas
hechas para represar
en verano los arroyos.

Agua junto a alisos blancos,
Verde, intensa, libre, fértil,
viajando, sola, hacia el río,
hacia el mar,
ajena al vacío de las casas,
e impasible al cierre de las puertas.

Aguas libres, juguetonas,
represadas, mas sin uso,
aguas que ya nadie tapa
para los prados, risueñas,
que regatean sin prisas
o se despeñan a gusto.


Alisos y puente

Los alisos, limpios de hoja,
erguidos en el tiempo,
junto al agua niña
que al puente llega.

¿Dónde estuviste, molino
que al puente nombras?
¿Quién de nosotros sabe
el porqué de su nombre?

¡Cuántos secretos al oído
en el pretil del puente!
¡Cuántos secretos,
mientras el agua corre
y el día pasa lento!


Puente del Molino

Sí, tú, puente del Molino,
con tus dos ojos de enamorado,
resistiéndote al tiempo,
y oyendo, impasible, el agua.

Un paredero maestro
nos dejó en ti su herencia,
toda su sabiduría.

Esos ojos grandes
que dan cobijo
a toda el agua del mundo,
dicen de ti y de quien te hizo
lecciones de ciencia y de progreso.

¿Cuánto llevas en pie, amigo puente?
¿Cuánto, dime,
cuánto llevas en pie, amigo puente?

Bocín y musgo

Mirad el aliso caído,
el bocín sabiamente emparedado,
el musgo del pretil
la piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el olor húmedo
y el viento azotando,
el ruido del agua
del invierno exagerado.

¡Es la vida,
ajena al árbol quebrado,
la que corre bajo el bocín,
la que se filtra entre los árboles,
la que vive en el verdín
de un puente solitario!

La piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el azul pálido,
el olor húmedo,
el ruido del agua,
el viento azotando,
la vida que bulle
debajo del invierno exagerado.


Casas de vacas

Estas casas de piedra
para el ganado,
las puertas de madera,
la hechura del tejado,
orientadas al este,
¡Cuánto saber nos muestran del pasado!

Y esos chapatales
que guardan aún
el olor  de las boñigas
y los orines de siglos,
me arrastran como la niebla,
muy alto, hacia la cumbre
del saber que heredaron mis paisanos.


El machón

¿Os habéis fijado alguna vez
en la maestría de este pilar de piedra?
¿Habéis visto alguna vez
combinación más limpia
para la sujeción de tejados?

El machón, humilde y blanco,
de apariencia primitiva,
nos deja ver la pared, y hasta el tejado
parece obedecer
a la belleza aérea de esta piedra.

¿Habéis reparado en el hastialillo
que resguarda del hostigo?
¿Os habéis sentado en esa lancha en verano?

¿Quién sabía tanto
que hizo este milagro de piedra?
Sombra, resguardo, gracia,
belleza, sí, y eficacia.


El Regajillo

Piedra, teja, madera,
tierra, nieve, soledad.

Ventanas cerradas
y cielo blanco.

Brama una vaca despacio
y su becerro responde vivo.

Son sorpresas en el silencio.
Sorpresas de una tarde
de invierno desolado.

Linda

Mi perra Linda
me acompaña,
y trota,
y se mete en el agua,
y tirita de frío,
y corre,
corre gustosa,
y disfruta
de este día de nieve,
de este día de campo.

Y salta
del agua al barro,
de un lado a otro,
del puente al prado.


Abuelo y abuela

La casa de abuelo Manolo
junto al Corral del Payo,
y el poyo fresco y umbrío
de las mañanas del verano.

¡Qué tránsito de cabras al amanecer!
¡Y qué silencios de nieve en esta tarde!

Abuelo Manolo,
abuela María,
vivían aquí,
aquí vivían.

Abuelo y sombrero.
Abuela María
iba a la Juyuela
por el agua fría,
por el agua sana
ella que se iba.

Y se fue. Y abuelo
su magín perdía
y al Corral del Payo
apenas salía.
Caminar despacio
rezando solía,
y bajo el sombrero
su vida bullía.


El Corral del Payo

El Corral del Payo,
el hastial tan grande,
tan solo el ventano.

La Sierra lejana
y el silencio ufano.

¿Oigo a tío Cantares cantar?
¿Estará tío Cantares cantando?


La vecindad de tío Alfonsín

La vecindad de tío Alfonsín,
junto al Corral del Payo,
persianas echadas, postigos cerrados.

Me quedo quieto oyendo
el fragor del viento
el traqueteo de cables y tejados.

Y pienso en mis paisanos
de Madrid, de Barcelona,
de Llodio, de Bilbao,
que tuvieron que irse del pueblo,
tan bello, pero tan pobre,
tan puro, pero tan ácimo.

Cuando la tierra no da para vivir
los ojos con hambre no ven la belleza,
se disparan hacia el pan del futuro.


Resistencia

Esa casa que se niega
a venirse abajo
teja a teja,
tajo a tajo.

O esa otra humilde,
mas de dintel alisado,
umbral severo
y contrafuerte ufano,
se resiste a morir,
con su gatera,
su portón
y sus clavos.


Camino del Barrio

Camino del Barrio,
junto a las Erillas,
ese camino que tanto he andado,
de chico, de grande,
en bici, en carro,
en brazos de padre.
(¡Qué foto! ¡Qué guapo!
¡Qué bien trajeado!)

Camino del Barrio
con la Escuela al fondo,
la escuela de antaño,
bancos de madera
y tres ventanales
mirando hacia el este.


Desde mi ventana

Cuando desperté
subí la persiana
y vi todo blanco.
La Peña del Cuervo,
Robles Amarillos,
las huertas, los prados,
la teña, el tejado
y los chopos largos.

Vi la gracia aérea
del tejado viejo,
de las viejas piedras,
sujetando el borde
como centinelas.

Vi la sierra, el cielo,
la nieve y la niebla,
la piedra y el chopo
y la teja vieja.


Las fuentes

Fuentes de mi pueblo,
fuentes cantarinas,
frescas en verano
y en invierno tibias.

Juegos y risas de niños,
agasajo de viajeros,
consuelo de caminantes
y botijos tempraneros,
testigos mudos y sabios
de labios secos, sedientos.

Fuentes de aguas claras,
de pilones siempre llenos
y caños que siempre manan.


Las Escuelas

Siguen llamándote Las Escuelas
pero tu patio está mudo
y tus paredes no cobijan ya lecciones.

Donde ahora veo un chato edificio
de espesura y sabor municipal
estuviste tú, noble casa ingeniosa,
que albergabas las escuelas del pueblo
y palpitabas en los recreos
con los juegos de muchachos y muchachas.

Entre tus gruesos muros protectores,
con la luz de tus amplios ventanales
y los rayos de sol,
que inundaban la clase
de rincón a rincón,
aprendimos la magia de las letras,
a sumar y a restar,
a pintar y  a cantar,
a salir en fila,
a colocar el gorro
y el abrigo en la percha,
a aburrirnos y a dormitar.

¡Ah, doña Mari, nos quería tanto!


Cuatro momentos

La Sierra de La Majaíllas,
vista desde el balcón de casa.
Un grumo de calostros
parece calentar el sol
al resbalar la luz
en la teta helada de su cima.

***
La Cuerda, al fondo,
y Robles Amarillos, blanca,
y un tejado nuevo y firme,
cerca de la calle Abajo,
erguido entre otros ruinosos
y testigo joven de lo renovado.

***
Mirad desde la Varacolcha,
un contraste de luz y sombras.
Paredes, árboles desnudos,
y, de repente,  la luz de un sol fugaz.

***
La sierra de Béjar y La Urralea
al fondo, muy lejos.
Un bosque de postes de cemento,
puestos al buen tuntún
en el barrio de Abajo,
no pueden con la teja vieja
y estos picachos de ímpetu.
¡Tanta es la belleza de esta sierra!


La tejera

Un jardín de espinos
en un montículo
junto a la carretera.
Según voy andando
se forma un sendero
rojo sobre blanco.

Después de cubrir
los tejados del pueblo,
los tejeros se fueron.
La tejera se hundió
y los espinos
gatearon por sus paredes.
Hoy todo lo cubre
un manto de nieve.

Mas, al pararme,
aún puedo oler
el sudor de los tejeros
en su afán por pulir
y modelar el barro.


La casa azul

Donde ahora veo una casa alta
hubo una vez una casa azul.
Y en esa casa azul nací yo
un día de invierno como éste.

La casa azul era una casa
luminosa y pequeña,
azules eran sus frisos,
sus ventanas y sus puertas.

Allí comenzó todo,
allí comencé yo.

La voz, la lengua, la risa,
el miedo y la mirada,
los orines, la almohada,
la caca, la leche agria,
el chorrillo de la fuente,
el llanto en la noche larga,
la voz suave de mi madre,
mi padre que vuelve a casa...

Nada siento al ver ahora
esta casa de tres plantas
levantada en su solar.
Nada siento al verla, nada,

Miento. Al cerrar los ojos
siento el chorrillo de la fuente,
un chorrillo aletargado,
un poquillo atenuado
por la nieve. Cierro los ojos
y veo la casa azul.


El portal del barbero

El portal de tío Paquillo el Barbero,
el dintel intacto, con su número trece,
anticipo de ayes y de miedos,
del zaguán amplio y del sillón grande.

¡Cuántas muelas de los abuelos
quejándose del tirón del barbero!
¡Cuántos flequillos cortados
en el zaguán de la tardes eternas!

El espejo inmenso,
el arsenal de herramientas,
la solemnidad del sillón
y el olor a tabaco de tío Paquillo.

Y su conversación,
entretenida y lánguida,
mientras bailaba la tijera entre los pelos.

Dos rincones

Oíd este rincón virgen de pisadas.
Mirad esa ventana:
piedra, nieve, cielo blanco,
y un espacio que sujeta el viento.

O ese otro de casas vacías,
cerradas a cal y canto.
Mirad al fondo: la oscuridad
retratada como si fuera luz.

Sorpresa por las rodadas
de una bici sobre la nieve.
Sí, claro. Casas cerradas,
pero con gente dentro.


El río

Mirad el río junto al molino.
Sus aguas limpias
acarician la ventisca en la ribera,
y hacen pozas
junto a los sauces y los alisos.

Treinta pasaderas lo cruzan,
invitando a contemplar
la fuerza de su temple.
Un mundo de agua y de piedra
lamiéndose y besándose por siempre.

Río Aravalle, río niño,
río limpio y puro como el aire
candor mineral junto a la hierba blanca,
y sendero de alisos junto al agua.

 El reloj de la torre

El reloj, que por fin suena
después de tantos años,
señala el final de mi paseo
en esta tarde fría de invierno.

Está anocheciendo.
ruge el viento.
Hay que volver al brasero
o a la lumbre del bar.

Suena el reloj de la torre,
las seis y cuarto,
y cae un ángelus
sobre mi pueblo plácido,
sin voces de niños
pero con gatos.


Un gato negro

Cerca de la iglesia,
detrás de la torre,
una casa casi derruida
se resiste a acabar en el suelo.

Del cable de la luz aún penden
tres piedras columpiándose en el viento,
escapadas de un cuadro surrealista,
y con la sierra nevada al fondo.

De repente, un gato negro,
el flash y el ojo
que me pregunta atónito:
¿Qué haces tú aquí?
¿Por qué me deslumbras?

Las vacas

Veo algunas vacas camino del pilón,
donde beben mansamente
hasta llenar su enorme barriga.

Vacas que un día fueron trashumantes,
que bajaban en invierno a Extremadura
y en verano subían a la sierra,
a los pastos frescos de los regajos.

Vacas negras, de carnes cotizadas,
que salen al prado en las mañanas
de primavera y otoño,
y que en verano
viven al aire libre del campo,
entre regajos y arroyos,
buscando la sombra fresca,
comiendo la hierba verde.

Y ahora, y siempre,
espantando la mosca,
la pelma mosca
junto al ojo paciente.


El alto del Puerto

El alto del Puerto,
azotado de nieve y de ventisca,
y helado en los pies.
Al fondo, el pantano de Plasencia.
y el sol del Valle del Jerte, otra tierra.

El Valle, que sale en televisión
y comienza a sentir la falacia
de una forma de viajar
sin bajarse del coche ni del ruido.

No deseo para ti
pueblo chico del Aravalle,
un turismo ávido que acabe contigo.
Sería más deseable
un viajero que respete tu voz
y acaricie tu luz y tu paisaje.


Pared y claveles

Mirad esa pared, tantas paredes,
sobre todo en las casas de las vacas,
las menos reconvertidas,
las mejor conservadas.

¿No es una obra de arte
ese entrelazado de piedras amantes?

Aquí tenéis, claveles amarillos,
en pleno frío de febrero,
los narcisos esbeltos
de los padres de Guadalupe.

¡Cuánta belleza en cuánta humildad!
¡Cuánta vida resguardada sabiamente
del viento del invierno!


Final

Os dejo con la estela blanquecina
de mi pueblo pequeño y casi solo,
bullendo de naturaleza y de poesía,
y aletargado de lejanías humanas.

Agua pura, aire gélido,
tierra pobre y fuego lento.

Junto a la chimenea
Manolo nos da de cenar
Somos ocho. Es Carnaval.
Cenar. Hablar. Y cantar.



Aquella granja

Para mi padre, que durante cinco largos años trabajó en penosas condiciones en una granja navarra y a quien nunca le he oído hablar de ello.



I

Después de muchos años,
una tarde de otoño volví
al pasado.
Y ante aquel paisaje devastado y triste,
abandonado como ruina sin nobleza,
alcancé a ver,
en el silencio de quienes lo habitaron,
la melancolía de un futuro no previsto.

Porque aquel altanero burgués
de estómago como un puñal,
que enviaba sicarios a Castilla
para contratar a gente en desesperación económica
que aguantase unos horarios esclavizantes
en su granja navarra último modelo,
nunca previó que la niña de sus ojos
yacería en ruina
muchos años después de todo aquello.


II

Muchos años después,
una tarde de otoño
la granja estaba abandonada
y era pasto
de un tranquilo rebaño de ovejas
que humanizaba aquel paisaje sórdido.

Pareciera que todo,
como después de una tormenta inmensa,
hubiera sido abandonado al aire,
y a la lluvia
y al viento del sur.

Los pabellones donde gruñían los cerdos,
el silo de la hierba y el del pienso,
la nave de novillas,
las inmensas cuadras de las vacas,
la sala de ordeño,
la central lechera,
las oficinas, el economato,
las casitas bajas, el depósito del agua,
los caminos y la placeta
dormían un sueño de silencios
después de un tiempo de ignominia.

Y en la humildad de aquella miseria,
donde el coche del panadero
hacía su parada en otro tiempo,
crecían recias flores
plantadas por la mano de un pastor
que acaso no supiera que aquellos
eran  los restos de una ruina ya lejana.

III

Aquel burgués navarro,
que combinaba su pertenencia al Opus
con sentirse señor y dueño
de sus esclavos silentes,
decidió mejorar las condiciones de vida
de sus queridos siervos de la gleba
y mandó construir,
cercano a su palacio de verano,
un bloque de pisos, como en las ciudades,
para ganarse el afecto de sus asalariados.

Hoy esos pisos
están deshabitados y hollados hasta en sus desagües,
y no quedan de ellos más que las paredes
pues cuando aquella granja se acabó
el pillaje del entorno se encargó de la ruina,
arrancó ventanas, segó puertas,
seccionó tuberías, trasegó con bañeras y lavabos
y solo quedó de aquel inmueble
el entramado de paredes y de techos.
Un desolado lugar
que después fue refugio
de otros desheredados de la fortuna.


IV

Aquella granja,
concebida con un lujo de proyecto futurista,
se alimentó de obreros silenciosos,
de gente campesina que emigraba
buscando con sudor algún futuro,
de hombres que sufrían un horario satánico:
de cuatro a ocho, primer ordeño,
de once a dos, segundo ordeño,
de cinco a nueve, tercer ordeño.
Duerme deprisa y vuelve al ordeño
siempre a las cuatro de la mañana.

Así un día y otro,
un mes y otro,
hasta que algo mejor surgiera en otro sitio
y gustoso el hombre dejaría su puesto
a otro que viniera  de una vida imposible.

Y aquellas mujeres que sufrían
el desarraigo de su tierra
pronto les urgían a sus hombres
el traslado a un lugar menos penoso,
a otro escenario donde vivir no fuera
un agobio de relojes y de ordeños.

V

Granja de San José,
cercana a Marcilla de Navarra:
me alegré cuando vi tu ruina imponente
como si quienes vivieron en tu seno,
acaso un campo de trabajo y exterminio,
hubiesen huido en estampida
y la nada se hubiera enseñoreado
del aire de todos tus rincones.

Maldita seas por siempre,
Maldita sea tu misma concepción,
quizá un paraíso fiscal en aquel tiempo,
y maldito sea aquel Brun de infausta memoria
que erigió aquel penal sin más guardianes
que la pobreza y la miseria
que uncía a los obreros a un tormento miserable
sin más final que la huida,
la locura,
la villanía
o la muerte.


VI

Granja de San José,
en tu ruina imponente,
maldita seas por siempre.





Pilar Manjón: La verdad más sincera



El silencio de aquel once de marzo,
cuando, sobrecogidos de dolor y de amargura,
llorábamos ante el horror de tanto asesinato,
fue poco a poco haciéndose espesura
y diluyéndose en la vida cotidiana.

Algunas veces, ante un tren en marcha,
o contemplando las imágenes de aquella tragedia,
sentíamos aún el recuerdo doloroso;
pero iba quedando todo un poco lejos,
más lejos de lo que debiera estar.

Sí. Poco a poco nos fuimos alejando de aquel día,
de aquellas víctimas de la furia del terror,
de aquellos familiares y amigos de los muertos,
de aquellos mutilados y truncados
que tanto apoyo lograron al principio.

Y aquel trágico desgarro casi se hizo olvido.
Y mientras, asistíamos a una pestilente bronca
acerca de si el terror tenía dueño,
gestor, autor, mentor, beneficiarios,
perjudicados políticos, abanderados
de tal o cual versión de la hecatombe.

Hasta que llegó usted, Pilar Manjón.
Y, en nombre de las víctimas,
trajo de nuevo a España aquel silencio,
aquellas lágrimas de entonces,
brotando como un bálsamo
al oír cómo su voz delgada y firme
decía qué sintió cuando el espanto
paró la vida entera  de una España
dolida por la muerte y el quebranto.

Sí, llegó usted, y, en nombre de tantos,
nos llevó de nuevo al borde del abismo
de aquel día de marzo,
y nos cerró la boca,
y encogió nuestro ánimo,
y se hizo el silencio,
y todos nos callamos.

Ayer, con sus palabras,
nos hizo usted personas,
nos llevó al abismo del dolor
y dijo: nunca más, alto,
son ustedes mi parlamento, diputados,
basta ya, hagan algo,
para que no haya más onces de marzo,
sean discretos, respeten nuestro llanto,
nuestro dolor, la memoria de tantos.

Gracias Pilar Manjón, gracias.
Su fragilidad y su fortaleza
nos hacen más humanos.
Su imagen será por siempre
el dolor acusador de una madre truncada,
y el rostro transparente de la verdad más sincera.


Viaje a Sicilia

Fue un viaje organizado para profesores de mi instituto, y para los familiares y amigos que quisieran unirse al mismo, y se desarrolló a lo largo de una semana, en julio de 2005. Un vuelo nocturno directo desde Madrid nos dejaba en Palermo al amanecer.




Por la ventanilla
se ve el alba clara
que en el cielo limpia
la noche cerrada.

Después de un día en la capital, seguimos ruta en un autobús, pasando por ciudades cuyos nombres retumbaban en nuestra memoria: Segesta, Selinunte, Agrigento, Siracusa, Ortigia, Acireale, Catania, Taormina, Cefalú, Messina...

En Segesta,
bajando del teatro,
un templo inacabado
de columnas dóricas
en medio del campo...
...Un templo inacabado
y, entre sus columnas,
el mar azul bañándolo.   
Agua, tierra, mar y cielo, mercados, templos, ruinas, gentes diversas, misterio.El mar de Sicilia.
Mares
celestes, grises, turquesas
azules, verdes, granates.
Mares de nombres rotundos,
nombres bellos y diáfanos,
Tirreno, Jónico, Mediterráneo,
bañando tierras muy fértiles
y secarrales escuálido. 

Impresionante y misterioso, el Etna se nos presenta en todo su esplendor.

Etna gris
Etna gigante
Etna de azufre
Etna de sangre.

De vuelta a Palermo, otro día de propina, un recorrido por su centro histórico y algunas sorpresas que surgían en el paseo.

Humildes barrios bombardeados
en la última guerra.
Palacetes e iglesias arrumbados,
tiestos y ropas tendidas.
La gente camina y mira
en este barrio de un alma
viva y frágil, pobre y cálida.
Mercado de Ballerò,
Un alma palermitana.

Sicilia, tierra muy codiciada a lo largo de la historia, por su situación estratégica en medio del Mediterráneo, ofrece al viajero innumerables muestras del paso de los más diversos pueblos: griegos, romanos, árabes, normandos, aragoneses, españoles. Todos nos sentíamos sorprendidos de la diversidad cultural que enriquece la identidad de la isla; tanto, que nos parecía inaceptable y simplón preguntar por la consabida mafia, como si Sicilia y mafia fueran uno y lo mismo.

Sicilia, Etna, Palermo,Agrigento, Siracusa,
Catania, Tirreno, Jónico,
nombres que retumban
en mi memoria escolar.
Con sus ruinas, sus templos
sus gente, sus afanes,
su mirada, el mar azul
y el cotidiano vivir.


 

 

Momentos







Otoño

Las tonalidades marrones de los castaños;
el amarillo fuerte de los chopos,
señalando los arroyos que los cobijan;
los robles amarillos, que brillaban,
limpios,
rodeando todo el contorno,
me engullían.

Y, como el viento que soplaba en el alto del Puerto,
yo también me sentía arrastrado y feliz.


Garzas en primavera

Entre el arroyo y los juncos
iban volando dos garzas
enamoradas.

Iban volando dos garzas
y entre los juncos
posándose se besaban.


Sábado de Gloria

Entramos en la Tablas por un sendero
que bordeaba el parque y te invitaba.
En el camino, ibais las dos delante
Haciéndoos confidencias de hija y madre.

A nuestra izquierda un cielo blanco y gris
y el viento racheado que iluminaba el cañaveral,
fornido y ágil por el agua que filtraban sus raíces.

La laguna rizaba el viento de su agua
y nosotros oíamos el campo.
Y me sentí feliz siguiendo vuestra senda,
vuestro rastro de suaves confidencias.

Unas fotos, unas risas, un silencio,
un momento de gozo y de frescura,
y una mesa para comer mientras hablamos.

Y una suerte, ya lo creo,
ver las Tablas con vosotras


Esto es lo que querías hacer hoy

El cielo gris y anubarrado
deja pasar suaves rayos de luz.
Las olas del océano golpean
la arena de la playa de Caparica.

Al fondo, en el horizonte,
una barca de pesca ondula
entre un barullo de gaviotas
junto al copo de peces.

Suaves suenan las olas
y tus ojos se inundan de luz.

Y mientras hueles la mar
y sientes la paz de su fuerza
miras tu tranquilidad y te dices
Esto es lo que querías hacer hoy.


En el silencio de la siesta

Era en la tarde de un día de julio
una tarde fresca y tranquila de verano.
Extendimos las hamacas en la sombra
junto a la pared de piedra del corral.

En el silencio de la siesta,
largo y tranquilo y sombreado,
solo se oía el leve viento
que  mecía las hojas de los chopos.

Cuando notamos un breve escalofrío
llevamos las hamacas hasta el hastial.
Y en el calor calmado de las piedras
aguardamos con pereza
que el sol se fuera lento entre las tejas.


En la muerte de Telesforo

Siempre quedará grabado en mi memoria
ese paraíso que creó entre los tapiales
coronados de tejas sabiamente dispuestas
para que la lluvia no calara en sus adentros.

Esas tejas que en invierno
rebosan de nieve en polvo
mientras los árboles duermen
en silencio y al viento.


Junto al pozo, en La Calera
lo recordaré en silencio
y su mirada, aún viva,
permanecerá en el tiempo.


Aleluya

Estoy muy contento.
Mi padre, en casa,
muy recuperado después de un mes de hospital.
Casi se va.
Gerson y él se llevan muy bien
y la casa respira vida.
Pronto va a conocer a su bisnieta.
Va a conocerla, sí,
a Carolina.
Aleluya.

Carolina, su bisnieta,
después de un susto silencioso de más de un mes,
está feliz
y sonríe a su mami y a su papi cada mañana.
Pronto vendrá a Los Navalmorales
a conocer a su familia española.
En la herrén de la casa del pueblo,
vamos a sonreír todos.
Aleluya.

Me siento alegre y dichoso.
Aleluya.

 



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