He dedicado unas cuantas tardes de este otoño a revisar mi blog con el objetivo de reunir las poesías que en él he ido publicando. Así que ahí van, uno tras otro, los versos de estos últimos diez años.
Invierno en mi pueblo
Apenas
hay gente en mi pueblo durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He
venido a recibir el milenio aquí, en mi tierra. Con cinco grados bajo cero,
abrigado y con botas de goma, salí esta tarde a pasear por las calles
solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encontré con tres vecinos, que me
miraban, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me
decían: ¿A dónde vas con este frío? Les di algo de palique y luego seguí mi
camino, convencido de lo mucho que había que mirar.
El agua diamantina y pura.
El
viento frío del invierno.
La
nieve helada.
El
sol poniéndose en la sierra.
Los
gatos de misterio al anochecer.
El
reloj de la torre, que por fin sonaba
después
de veinte años.
El
pueblo en invierno,
libre,
eterno,
siguiendo
el curso del tiempo,
impasible,
vivo,
transparente
y ajeno a mis reclamos,
esperando,
puro, impasible a mi presencia,
apenas
necesitándome para seguir viviendo.
El
agua
Agua
por todos los lados,
remansada,
desbordada,
limpia
y helada, cortante,
colmando
las regaderas
hechas
para represar
en
verano los arroyos.
Agua
junto a alisos blancos,
Verde,
intensa, libre, fértil,
viajando,
sola, hacia el río,
hacia
el mar,
ajena
al vacío de las casas,
e
impasible al cierre de las puertas.
Aguas
libres, juguetonas,
represadas,
mas sin uso,
aguas
que ya nadie tapa
para
los prados, risueñas,
que
regatean sin prisas
o
se despeñan a gusto.
Alisos
y puente
Los
alisos, limpios de hoja,
erguidos
en el tiempo,
junto
al agua niña
que
al puente llega.
¿Dónde
estuviste, molino
que
al puente nombras?
¿Quién
de nosotros sabe
el
porqué de su nombre?
¡Cuántos
secretos al oído
en
el pretil del puente!
¡Cuántos
secretos,
mientras
el agua corre
y
el día pasa lento!
Puente del Molino
Sí,
tú, puente del Molino,
con
tus dos ojos de enamorado,
resistiéndote
al tiempo,
y
oyendo, impasible, el agua.
Un
paredero maestro
nos
dejó en ti su herencia,
toda
su sabiduría.
Esos
ojos grandes
que
dan cobijo
a
toda el agua del mundo,
dicen
de ti y de quien te hizo
lecciones
de ciencia y de progreso.
¿Cuánto
llevas en pie, amigo puente?
¿Cuánto,
dime,
cuánto
llevas en pie, amigo puente?
Bocín y musgo
Mirad el aliso caído,
el bocín sabiamente
emparedado,
el musgo del pretil
la piedra, el agua, el
árbol,
el verde de la hierba,
el olor húmedo
y el viento azotando,
el ruido del agua
del invierno exagerado.
¡Es la vida,
ajena al árbol quebrado,
la que corre bajo el bocín,
la que se filtra entre los
árboles,
la que vive en el verdín
de un puente solitario!
La piedra, el agua, el
árbol,
el verde de la hierba,
el azul pálido,
el olor húmedo,
el ruido del agua,
el viento azotando,
la vida que bulle
debajo del invierno
exagerado.
Casas de vacas
Estas casas de piedra
para
el ganado,
las
puertas de madera,
la
hechura del tejado,
orientadas
al este,
¡Cuánto
saber nos muestran del pasado!
Y
esos chapatales
que
guardan aún
el
olor de las boñigas
y
los orines de siglos,
me
arrastran como la niebla,
muy
alto, hacia la cumbre
del
saber que heredaron mis paisanos.
El machón
¿Os
habéis fijado alguna vez
en
la maestría de este pilar de piedra?
¿Habéis
visto alguna vez
combinación
más limpia
para
la sujeción de tejados?
El
machón, humilde y blanco,
de
apariencia primitiva,
nos
deja ver la pared, y hasta el tejado
parece
obedecer
a
la belleza aérea de esta piedra.
¿Habéis
reparado en el hastialillo
que
resguarda del hostigo?
¿Os
habéis sentado en esa lancha en verano?
¿Quién
sabía tanto
que
hizo este milagro de piedra?
Sombra,
resguardo, gracia,
belleza,
sí, y eficacia.
El Regajillo
Piedra,
teja, madera,
tierra,
nieve, soledad.
Ventanas
cerradas
y
cielo blanco.
Brama
una vaca despacio
y
su becerro responde vivo.
Son
sorpresas en el silencio.
Sorpresas
de una tarde
de
invierno desolado.
Linda
Mi
perra Linda
me
acompaña,
y
trota,
y
se mete en el agua,
y
tirita de frío,
y
corre,
corre
gustosa,
y
disfruta
de
este día de nieve,
de
este día de campo.
Y
salta
del
agua al barro,
de
un lado a otro,
del
puente al prado.
Abuelo y abuela
La
casa de abuelo Manolo
junto
al Corral del Payo,
y
el poyo fresco y umbrío
de
las mañanas del verano.
¡Qué
tránsito de cabras al amanecer!
¡Y
qué silencios de nieve en esta tarde!
Abuelo
Manolo,
abuela
María,
vivían
aquí,
aquí
vivían.
Abuelo
y sombrero.
Abuela
María
iba
a la Juyuela
por
el agua fría,
por
el agua sana
ella
que se iba.
Y
se fue. Y abuelo
su
magín perdía
y
al Corral del Payo
apenas
salía.
Caminar
despacio
rezando
solía,
y
bajo el sombrero
su
vida bullía.
El Corral del Payo
El
Corral del Payo,
el
hastial tan grande,
tan
solo el ventano.
La
Sierra lejana
y
el silencio ufano.
¿Oigo
a tío Cantares cantar?
¿Estará
tío Cantares cantando?
La vecindad de tío Alfonsín
La
vecindad de tío Alfonsín,
junto
al Corral del Payo,
persianas
echadas, postigos cerrados.
Me
quedo quieto oyendo
el
fragor del viento
el
traqueteo de cables y tejados.
Y
pienso en mis paisanos
de
Madrid, de Barcelona,
de
Llodio, de Bilbao,
que
tuvieron que irse del pueblo,
tan
bello, pero tan pobre,
tan
puro, pero tan ácimo.
Cuando
la tierra no da para vivir
los
ojos con hambre no ven la belleza,
se
disparan hacia el pan del futuro.
Resistencia
Esa
casa que se niega
a
venirse abajo
teja
a teja,
tajo
a tajo.
O
esa otra humilde,
mas
de dintel alisado,
umbral
severo
y
contrafuerte ufano,
se
resiste a morir,
con
su gatera,
su
portón
y
sus clavos.
Camino del Barrio
Camino
del Barrio,
junto
a las Erillas,
ese
camino que tanto he andado,
de
chico, de grande,
en
bici, en carro,
en
brazos de padre.
(¡Qué
foto! ¡Qué guapo!
¡Qué
bien trajeado!)
Camino
del Barrio
con la
Escuela al fondo,
la
escuela de antaño,
bancos
de madera
y
tres ventanales
mirando
hacia el este.
Desde mi ventana
Cuando
desperté
subí
la persiana
y
vi todo blanco.
La
Peña del Cuervo,
Robles
Amarillos,
las
huertas, los prados,
la
teña, el tejado
y
los chopos largos.
Vi
la gracia aérea
del
tejado viejo,
de
las viejas piedras,
sujetando
el borde
como
centinelas.
Vi
la sierra, el cielo,
la
nieve y la niebla,
la
piedra y el chopo
y
la teja vieja.
Las fuentes
Fuentes
de mi pueblo,
fuentes
cantarinas,
frescas
en verano
y
en invierno tibias.
Juegos
y risas de niños,
agasajo
de viajeros,
consuelo
de caminantes
y
botijos tempraneros,
testigos
mudos y sabios
de
labios secos, sedientos.
Fuentes
de aguas claras,
de
pilones siempre llenos
y
caños que siempre manan.
Las
Escuelas
Siguen
llamándote Las Escuelas
pero
tu patio está mudo
y
tus paredes no cobijan ya lecciones.
Donde
ahora veo un chato edificio
de
espesura y sabor municipal
estuviste
tú, noble casa ingeniosa,
que
albergabas las escuelas del pueblo
y
palpitabas en los recreos
con
los juegos de muchachos y muchachas.
Entre
tus gruesos muros protectores,
con
la luz de tus amplios ventanales
y
los rayos de sol,
que
inundaban la clase
de
rincón a rincón,
aprendimos
la magia de las letras,
a
sumar y a restar,
a
pintar y a cantar,
a
salir en fila,
a
colocar el gorro
y
el abrigo en la percha,
a
aburrirnos y a dormitar.
¡Ah,
doña Mari, nos quería tanto!
Cuatro
momentos
La
Sierra de La Majaíllas,
vista
desde el balcón de casa.
Un
grumo de calostros
parece
calentar el sol
al
resbalar la luz
en
la teta helada de su cima.
***
La
Cuerda, al fondo,
y
Robles Amarillos, blanca,
y
un tejado nuevo y firme,
cerca
de la calle Abajo,
erguido
entre otros ruinosos
y
testigo joven de lo renovado.
***
Mirad
desde la Varacolcha,
un
contraste de luz y sombras.
Paredes,
árboles desnudos,
y,
de repente, la luz de un sol fugaz.
***
La
sierra de Béjar y La Urralea
al
fondo, muy lejos.
Un
bosque de postes de cemento,
puestos
al buen tuntún
en
el barrio de Abajo,
no
pueden con la teja vieja
y
estos picachos de ímpetu.
¡Tanta
es la belleza de esta sierra!
La tejera
Un
jardín de espinos
en
un montículo
junto
a la carretera.
Según
voy andando
se
forma un sendero
rojo
sobre blanco.
Después
de cubrir
los
tejados del pueblo,
los
tejeros se fueron.
La
tejera se hundió
y
los espinos
gatearon
por sus paredes.
Hoy
todo lo cubre
un
manto de nieve.
Mas,
al pararme,
aún
puedo oler
el
sudor de los tejeros
en
su afán por pulir
y
modelar el barro.
La casa azul
Donde ahora veo una casa alta
hubo
una vez una casa azul.
Y
en esa casa azul nací yo
un
día de invierno como éste.
La
casa azul era una casa
luminosa
y pequeña,
azules
eran sus frisos,
sus
ventanas y sus puertas.
Allí
comenzó todo,
allí
comencé yo.
La
voz, la lengua, la risa,
el
miedo y la mirada,
los
orines, la almohada,
la
caca, la leche agria,
el
chorrillo de la fuente,
el
llanto en la noche larga,
la
voz suave de mi madre,
mi
padre que vuelve a casa...
Nada
siento al ver ahora
esta
casa de tres plantas
levantada
en su solar.
Nada
siento al verla, nada,
Miento.
Al cerrar los ojos
siento
el chorrillo de la fuente,
un
chorrillo aletargado,
un
poquillo atenuado
por
la nieve. Cierro los ojos
y
veo la casa azul.
El portal del barbero
El
portal de tío Paquillo el Barbero,
el
dintel intacto, con su número trece,
anticipo
de ayes y de miedos,
del
zaguán amplio y del sillón grande.
¡Cuántas
muelas de los abuelos
quejándose
del tirón del barbero!
¡Cuántos
flequillos cortados
en
el zaguán de la tardes eternas!
El
espejo inmenso,
el
arsenal de herramientas,
la
solemnidad del sillón
y
el olor a tabaco de tío Paquillo.
Y
su conversación,
entretenida
y lánguida,
mientras bailaba la tijera entre los pelos.
Dos rincones
mientras bailaba la tijera entre los pelos.
Dos rincones
Oíd
este rincón virgen de pisadas.
Mirad
esa ventana:
piedra,
nieve, cielo blanco,
y
un espacio que sujeta el viento.
O
ese otro de casas vacías,
cerradas
a cal y canto.
Mirad
al fondo: la oscuridad
retratada
como si fuera luz.
Sorpresa
por las rodadas
de
una bici sobre la nieve.
Sí,
claro. Casas cerradas,
pero
con gente dentro.
El río
Mirad
el río junto al molino.
Sus
aguas limpias
acarician
la ventisca en la ribera,
y
hacen pozas
junto
a los sauces y los alisos.
Treinta
pasaderas lo cruzan,
invitando
a contemplar
la
fuerza de su temple.
Un
mundo de agua y de piedra
lamiéndose
y besándose por siempre.
Río
Aravalle, río niño,
río
limpio y puro como el aire
candor
mineral junto a la hierba blanca,
y
sendero de alisos junto al agua.
El reloj de la torre
El
reloj, que por fin suena
después
de tantos años,
señala
el final de mi paseo
en
esta tarde fría de invierno.
Está
anocheciendo.
ruge
el viento.
Hay
que volver al brasero
o
a la lumbre del bar.
Suena
el reloj de la torre,
las
seis y cuarto,
y
cae un ángelus
sobre
mi pueblo plácido,
sin
voces de niños
pero
con gatos.
Un gato negro
Cerca
de la iglesia,
detrás
de la torre,
una
casa casi derruida
se
resiste a acabar en el suelo.
Del
cable de la luz aún penden
tres
piedras columpiándose en el viento,
escapadas
de un cuadro surrealista,
y
con la sierra nevada al fondo.
De
repente, un gato negro,
el
flash y el ojo
que
me pregunta atónito:
¿Qué
haces tú aquí?
¿Por qué me deslumbras?
Las vacas
Veo
algunas vacas camino del pilón,
donde
beben mansamente
hasta
llenar su enorme barriga.
Vacas
que un día fueron trashumantes,
que
bajaban en invierno a Extremadura
y
en verano subían a la sierra,
a
los pastos frescos de los regajos.
Vacas
negras, de carnes cotizadas,
que
salen al prado en las mañanas
de
primavera y otoño,
y
que en verano
viven
al aire libre del campo,
entre
regajos y arroyos,
buscando
la sombra fresca,
comiendo
la hierba verde.
Y
ahora, y siempre,
espantando
la mosca,
la
pelma mosca
junto
al ojo paciente.
El alto del Puerto
El
alto del Puerto,
azotado
de nieve y de ventisca,
y
helado en los pies.
Al
fondo, el pantano de Plasencia.
y
el sol del Valle del Jerte, otra tierra.
El
Valle, que sale en televisión
y
comienza a sentir la falacia
de
una forma de viajar
sin
bajarse del coche ni del ruido.
No
deseo para ti
pueblo
chico del Aravalle,
un
turismo ávido que acabe contigo.
Sería
más deseable
un
viajero que respete tu voz
y
acaricie tu luz y tu paisaje.
Pared y claveles
Mirad
esa pared, tantas paredes,
sobre
todo en las casas de las vacas,
las
menos reconvertidas,
las
mejor conservadas.
¿No
es una obra de arte
ese
entrelazado de piedras amantes?
Aquí
tenéis, claveles amarillos,
en
pleno frío de febrero,
los
narcisos esbeltos
de
los padres de Guadalupe.
¡Cuánta
belleza en cuánta humildad!
¡Cuánta
vida resguardada sabiamente
del
viento del invierno!
Final
Os
dejo con la estela blanquecina
de
mi pueblo pequeño y casi solo,
bullendo
de naturaleza y de poesía,
y
aletargado de lejanías humanas.
Agua
pura, aire gélido,
tierra
pobre y fuego lento.
Junto
a la chimenea
Manolo
nos da de cenar
Somos
ocho. Es Carnaval.
Cenar.
Hablar. Y cantar.
Aquella granja
Para mi
padre, que durante cinco largos años trabajó en penosas condiciones en una
granja navarra y a quien nunca le he oído hablar de ello.
I
Después de muchos años,
una tarde de otoño volví
al pasado.
Y ante aquel paisaje devastado y triste,
abandonado como ruina sin nobleza,
alcancé a ver,
en el silencio de quienes lo habitaron,
la melancolía de un futuro no previsto.
Porque aquel altanero burgués
de estómago como un puñal,
que enviaba sicarios a Castilla
para contratar a gente en desesperación económica
que aguantase unos horarios esclavizantes
en su granja navarra último modelo,
nunca previó que la niña de sus ojos
yacería en ruina
muchos años después de todo aquello.
II
Muchos años después,
una tarde de otoño
la granja estaba abandonada
y era pasto
de un tranquilo rebaño de ovejas
que humanizaba aquel paisaje sórdido.
Pareciera que todo,
como después de una tormenta inmensa,
hubiera sido abandonado al aire,
y a la lluvia
y al viento del sur.
Los pabellones donde gruñían los cerdos,
el silo de la hierba y el del pienso,
la nave de novillas,
las inmensas cuadras de las vacas,
la sala de ordeño,
la central lechera,
las oficinas, el economato,
las casitas bajas, el depósito del agua,
los caminos y la placeta
dormían un sueño de silencios
después de un tiempo de ignominia.
Y en la humildad de aquella miseria,
donde el coche del panadero
hacía su parada en otro tiempo,
crecían recias flores
plantadas por la mano de un pastor
que acaso no supiera que aquellos
eran los restos de una ruina ya lejana.
III
Aquel burgués navarro,
que combinaba su pertenencia al Opus
con sentirse señor y dueño
de sus esclavos silentes,
decidió mejorar las condiciones de vida
de sus queridos siervos de la gleba
y mandó construir,
cercano a su palacio de verano,
un bloque de pisos, como en las ciudades,
para ganarse el afecto de sus asalariados.
Hoy esos pisos
están deshabitados y hollados hasta en sus desagües,
y no quedan de ellos más que las paredes
pues cuando aquella granja se acabó
el pillaje del entorno se encargó de la ruina,
arrancó ventanas, segó puertas,
seccionó tuberías, trasegó con bañeras y lavabos
y solo quedó de aquel inmueble
el entramado de paredes y de techos.
Un desolado lugar
que después fue refugio
de otros desheredados de la fortuna.
IV
Aquella granja,
concebida con un lujo de proyecto futurista,
se alimentó de obreros silenciosos,
de gente campesina que emigraba
buscando con sudor algún futuro,
de hombres que sufrían un horario satánico:
de cuatro a ocho, primer ordeño,
de once a dos, segundo
ordeño,
de cinco a nueve, tercer ordeño.
Duerme deprisa y vuelve al ordeño
siempre a las cuatro de la mañana.
Así un día y otro,
un mes y otro,
hasta que algo mejor surgiera en otro sitio
y gustoso el hombre dejaría su puesto
a otro que viniera de una vida imposible.
Y aquellas mujeres que sufrían
el desarraigo de su tierra
pronto les urgían a sus hombres
el traslado a un lugar menos penoso,
a otro escenario donde vivir no fuera
un agobio de relojes y de ordeños.
V
Granja de San José,
cercana a Marcilla de Navarra:
me alegré cuando vi tu ruina imponente
como si quienes vivieron en tu seno,
acaso un campo de trabajo y exterminio,
hubiesen huido en estampida
y la nada se hubiera enseñoreado
del aire de todos tus rincones.
Maldita seas por siempre,
Maldita sea tu misma concepción,
quizá un paraíso fiscal en aquel tiempo,
y maldito sea aquel Brun de infausta memoria
que erigió aquel penal sin más guardianes
que la pobreza y la miseria
que uncía a los obreros a un tormento miserable
sin más final que la huida,
la locura,
la villanía
o la muerte.
VI
Granja de San José,
en tu ruina imponente,
maldita seas por siempre.
Pilar Manjón: La verdad más sincera
El
silencio de aquel once de marzo,
cuando,
sobrecogidos de dolor y de amargura,
llorábamos
ante el horror de tanto asesinato,
fue
poco a poco haciéndose espesura
y
diluyéndose en la vida cotidiana.
Algunas
veces, ante un tren en marcha,
o
contemplando las imágenes de aquella tragedia,
sentíamos
aún el recuerdo doloroso;
pero
iba quedando todo un poco lejos,
más
lejos de lo que debiera estar.
Sí.
Poco a poco nos fuimos alejando de aquel día,
de
aquellas víctimas de la furia del terror,
de
aquellos familiares y amigos de los muertos,
de
aquellos mutilados y truncados
que
tanto apoyo lograron al principio.
Y aquel
trágico desgarro casi se hizo olvido.
Y
mientras, asistíamos a una pestilente bronca
acerca
de si el terror tenía dueño,
gestor,
autor, mentor, beneficiarios,
perjudicados
políticos, abanderados
de tal
o cual versión de la hecatombe.
Hasta
que llegó usted, Pilar Manjón.
Y, en
nombre de las víctimas,
trajo
de nuevo a España aquel silencio,
aquellas
lágrimas de entonces,
brotando
como un bálsamo
al oír
cómo su voz delgada y firme
decía
qué sintió cuando el espanto
paró la
vida entera de una España
dolida
por la muerte y el quebranto.
Sí,
llegó usted, y, en nombre de tantos,
nos
llevó de nuevo al borde del abismo
de
aquel día de marzo,
y nos
cerró la boca,
y
encogió nuestro ánimo,
y se
hizo el silencio,
y todos
nos callamos.
Ayer,
con sus palabras,
nos
hizo usted personas,
nos
llevó al abismo del dolor
y dijo:
nunca más, alto,
son
ustedes mi parlamento, diputados,
basta
ya, hagan algo,
para
que no haya más onces de marzo,
sean
discretos, respeten nuestro llanto,
nuestro
dolor, la memoria de tantos.
Gracias
Pilar Manjón, gracias.
Su
fragilidad y su fortaleza
nos
hacen más humanos.
Su
imagen será por siempre
el
dolor acusador de una madre truncada,
y el
rostro transparente de la verdad más sincera.
Viaje a Sicilia
Fue un viaje organizado para profesores de mi instituto, y para los familiares y amigos que quisieran unirse al mismo, y se desarrolló a lo largo de una semana, en julio de 2005. Un vuelo nocturno directo desde Madrid nos dejaba en Palermo al amanecer.
Fue un viaje organizado para profesores de mi instituto, y para los familiares y amigos que quisieran unirse al mismo, y se desarrolló a lo largo de una semana, en julio de 2005. Un vuelo nocturno directo desde Madrid nos dejaba en Palermo al amanecer.
Por la ventanilla
se ve el alba clara
que en el cielo limpia
la noche cerrada.
Después
de un día en la capital, seguimos ruta en un autobús, pasando por ciudades
cuyos nombres retumbaban en nuestra memoria: Segesta, Selinunte, Agrigento,
Siracusa, Ortigia, Acireale, Catania, Taormina, Cefalú, Messina...
En Segesta,
bajando del teatro,
un templo inacabado
de columnas dóricas
en medio del campo...
...Un templo inacabado
y, entre sus columnas,
el mar azul
bañándolo.
Agua, tierra, mar y cielo, mercados, templos, ruinas, gentes
diversas, misterio.El mar de Sicilia.
Mares
celestes, grises, turquesas
azules, verdes, granates.
Mares de nombres rotundos,
nombres bellos y diáfanos,
Tirreno, Jónico, Mediterráneo,
bañando tierras muy fértiles
y secarrales escuálido.
Impresionante y misterioso, el Etna se nos presenta en todo su esplendor.
Etna gris
Impresionante y misterioso, el Etna se nos presenta en todo su esplendor.
Etna gris
Etna
gigante
Etna
de azufre
Etna de sangre.
De vuelta a
Palermo, otro día de propina, un recorrido por su centro histórico y algunas
sorpresas que surgían en el paseo.
Humildes barrios
bombardeados
en la última guerra.
Palacetes e iglesias
arrumbados,
tiestos y ropas tendidas.
La gente camina y mira
en este barrio de un alma
viva y frágil, pobre y
cálida.
Mercado de Ballerò,
Un alma palermitana.
Sicilia,
tierra muy codiciada a lo largo de la historia, por su situación estratégica en
medio del Mediterráneo, ofrece al viajero innumerables muestras del paso de los
más diversos pueblos: griegos, romanos, árabes, normandos, aragoneses,
españoles. Todos nos sentíamos sorprendidos de la diversidad cultural que
enriquece la identidad de la isla; tanto, que nos parecía inaceptable y simplón
preguntar por la consabida mafia, como si Sicilia y mafia fueran uno y lo
mismo.
Catania, Tirreno, Jónico,
nombres que retumban
en mi memoria escolar.
Con sus ruinas, sus templos
sus gente, sus afanes,
su mirada, el mar azul
y el cotidiano vivir.
Momentos
Otoño
Garzas en primavera
Sábado de Gloria
Esto es lo que querías hacer hoy
En el silencio de la siesta
En la muerte de Telesforo
Aleluya
Momentos
Otoño
Las tonalidades marrones de los
castaños;
el amarillo fuerte de los chopos,
señalando los arroyos que los
cobijan;
los robles amarillos, que
brillaban,
limpios,
rodeando todo el contorno,
me engullían.
Y, como el viento que soplaba en
el alto del Puerto,
yo también me sentía arrastrado y
feliz.
Garzas en primavera
Entre el arroyo y los juncos
iban volando dos garzas
enamoradas.
Iban volando dos garzas
y entre los juncos
posándose se besaban.
Sábado de Gloria
Entramos
en la Tablas por un sendero
que
bordeaba el parque y te invitaba.
En
el camino, ibais las dos delante
Haciéndoos
confidencias de hija y madre.
A
nuestra izquierda un cielo blanco y gris
y
el viento racheado que iluminaba el cañaveral,
fornido
y ágil por el agua que filtraban sus raíces.
La
laguna rizaba el viento de su agua
y
nosotros oíamos el campo.
Y
me sentí feliz siguiendo vuestra senda,
vuestro
rastro de suaves confidencias.
Unas
fotos, unas risas, un silencio,
un
momento de gozo y de frescura,
y
una mesa para comer mientras hablamos.
Y
una suerte, ya lo creo,
ver
las Tablas con vosotras
Esto es lo que querías hacer hoy
El cielo gris y anubarrado
deja pasar suaves rayos de luz.
Las olas del océano golpean
la arena de la playa de Caparica.
Al fondo, en el horizonte,
una barca de pesca ondula
entre un barullo de gaviotas
junto al copo de peces.
Suaves suenan las olas
y tus ojos se inundan de luz.
Y mientras hueles la mar
y sientes la paz de su fuerza
miras tu tranquilidad y te dices
Esto es lo que querías hacer hoy.
En el silencio de la siesta
Era
en la tarde de un día de julio
una
tarde fresca y tranquila de verano.
Extendimos
las hamacas en la sombra
junto
a la pared de piedra del corral.
En
el silencio de la siesta,
largo
y tranquilo y sombreado,
solo
se oía el leve viento
que mecía las hojas de los chopos.
Cuando
notamos un breve escalofrío
llevamos
las hamacas hasta el hastial.
Y
en el calor calmado de las piedras
aguardamos
con pereza
que
el sol se fuera lento entre las tejas.
En la muerte de Telesforo
Siempre quedará grabado en mi memoria
ese paraíso que creó entre los tapiales
coronados de tejas sabiamente dispuestas
para que la lluvia no calara en sus adentros.
Esas tejas que en invierno
rebosan de nieve en polvo
mientras los árboles duermen
en silencio y al viento.
Junto al pozo, en La Calera
lo recordaré en silencio
y su mirada, aún viva,
permanecerá en el tiempo.
Aleluya
Estoy muy contento.
Mi padre, en casa,
muy recuperado después de un mes de
hospital.
Casi se va.
Gerson y él se llevan muy bien
y la casa respira vida.
Pronto va a conocer a su bisnieta.
Va a conocerla, sí,
a Carolina.
Aleluya.
Carolina, su bisnieta,
después de un susto silencioso de
más de un mes,
está feliz
y sonríe a su mami y a su papi cada
mañana.
Pronto vendrá a Los Navalmorales
a conocer a su familia española.
En la herrén de la casa del pueblo,
vamos a sonreír todos.
Aleluya.
Me siento alegre y dichoso.
Aleluya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario