sábado, 2 de febrero de 2019

Un Rato en el Bankillo

Crónica de Javier Bermejo, mi hermano, desde el juicio sobre los presuntos delincuentes de Bankia.


UN RATO EN EL BANKILLO

Miércoles, 9 de enero, Audiencia Nacional, 10h43

Habla Rato: 

-Esto es como todo en la vida, uno cree que lo que tiene vale equis, pero resulta que un minuto después no vale nada...

La fiscal le pide que explique un dato confuso.  Contesta RR:

-Pero vamos a ver, qué es lo que me está preguntando.... Mire usted... 

RR tiende a juntar los dedos de una mano con los de la otra para cerrar un circuito de seguridad, sobre todo cuando la fiscal aprieta. 

A menudo, más que un interrogatorio es una discusión en la que Rato pierde la compostura o muestra su suficiencia.

-Vamos a ver,  para que nos vayamos aclarando. A mí me echó el presidente del Gobierno... 

-Eso ya lo veremos más adelante, dice la fiscal.

-Bueno, bueno, insiste Rato, vale, ya lo veremos...

Más adelante

Rato: 
-Le vuelvo a decir que...

O
-¿Estrategia... de qué?

Cuando la cosa se pone turbia, Rato se empeña en darle lecciones a la fiscal en un tono desafiante.

Otras veces adopta un tono de contable neutro, revisa sus portafolios, busca datos y...

-Vamos a ver...

Cuando da esas explicaciones, que todo el mundo entendería, excepto la fiscal, Rato se ayuda del brazo derecho, que se dobla o se estira, con la mano girando en círculos o rascándose levemente el cráneo, otras veces dibujando un proceso o una operación con un movimiento del índice, que avanza o gira en función de la mecánica de la operación que se expone o se explica.

Cuando se enzarzan a fondo, los 32 acusados se remueven en sus asientos, sonríen o se miran entre sí emitiendo leves murmullos, gestos que comparten con la fila de 21 defensores.

De los 32 acusados, solo dos mujeres.
De los 21 defensores, tres mujeres.

EN CAMBIO
De los cinco fiscales, tres mujeres.
De los tres magistrados, dos mujeres.

El acusado medio es un varón de 55 años, de traje impecable, pelo largo entrecano perfectamente peinado o perfectamente despeinado, acostumbrado a ejercer su autoridad como la cosa más natural del mundo, y por eso mismo incómodo por el hecho de tener que estar callado durante tanto
tiempo, por más que se sienta bien representado por la voz segura y un tanto arrogante de RR, sometido durante hora y media ya a una persistente estrategia de la fiscal, que sigue percutiendo incansable con decenas de detalles que obligan a RR a aparcar su actitud sobrada y a rebuscar en sus cuadernos el dato que pueda ser valorado por la fiscal.

Y de pronto RR vuelve por sus fueros:
- Usted, le dice a la fiscal, puede decir lo que quiera, pero lo cierto es que...

Cuando fiscal y acusado se enzarzan, las pantallas ofrecen la imagen de los dos personajes, entregados de lleno a un toma y daca apasionante, RR girando de la arrogancia a la ofuscación, la fiscal impertérrita en su tono neutro pero seguro, aceptando la pelea, pero en su terreno, sin dejarse amilanar por el discurso ilustre de quien ha sido presidente del FM, y que, no obstante, ante determinadas preguntas se desorienta y duda, aunque solo un segundo, porque se rehace y vuelve a su discurso ex-cátedra o al cuerpo a cuerpo descarado:

-Yo le digo lo que yo vi, a mí no me ponga adivinanzas...

En el descanso, corrillos de ambiente distendido, aunque si afinamos podemos ver también a acusados sueltos intercambiando confidencias con su particular defensor. Y ahí ya las sonrisas se cambian por caras largas.

Sin querer me traslado al juicio contra Otegi y otros treinta encausados, hace ya unos años. Contrasto el vestuario de unos y otros, el peinado, la forma de andar y de ocupar el espacio mientras se habla en los corrillos. Todo es distinto en un caso y otro. Todo salvo el esfuerzo por aparentar serenidad, confianza, distensión, con esa sonrisa permanente, las palmadas en la espalda... Pero por más que lo intenten, ni entonces ni ahora logran disimular: la mirada vigilante, el hormigueo en las piernas (en movimiento continuo), la obediencia debida: súbitamente, todos de pie, firmes, en silencio riguroso, cuando el tribunal entra de nuevo en la sala.

El interrogatorio sigue como si no hubiéramos tenido veinte minutos de receso. Pero a RR se le ve más calmado. Ahora responde como respondería a sus compañeros del Consejo de Administración, matizando, exponiendo con calma, intentando que su interlocutor vea que se esfuerza en ser claro, que intenta justificar su punto de vista con argumentos razonables y sin mostrar signo alguno de nerviosismo o de impertinencia. Habla distendido, los brazos cruzados sobre la mesa, sin hacer uso de todos sus cartapacios, alargando las respuestas, cada una de ellas una lección de economía.

La fiscal también se alarga. Mientras, RR la escucha tapándose la boca con la mano, lo que acarrea un enrojecimiento súbito del rostro, morado casi cuando la fiscal lee un correo cuyo autor dice: 'A ver quién es el guapo que le dice al FROP que hay un agujero de cinco mil millones'.

-Vamos a ver, replica RR, yo no sé si ese ‘guapo’ dice o no dice, y no sé cómo sigue ese correo, pero mire, por qué no vemos el informe del Banco de España, un informe, eh, no un correo, un informe en el que se reconoce que...

- Bien, replica la fiscal, no se desvíe, ya hablaremos de ese informe en su momento. Ahora estamos en otra cosa. Y le insiste en los cinco mil millones.

-Vuelvo a reiterarle que..., contesta RR.

Y multiplica la gestualidad de las manos, cuyos movimientos, abriendo y cerrando círculos, mostrando horizontes abiertos, en perfecta coordinación, consolidan su línea de defensa. 

Pero vuelve a lo  suyo:

- Yo no sé quién le está aconsejando a usted...
-¿Cómo ha dicho?
- Perdón, lo retiro.

Y sigue mostrando su enorme caudal de información, sus extensos conocimientos, su habilidad para desparramar datos, pertinentes o no, pero siempre apabullantes, aunque no para la fiscal, que no ceja en su intento, ni suelta el hueso que ha mordido.

- Le vuelvo a repetir, contesta Rato, que...

La mano de nuevo enrocada en la barbilla, el rostro encendido, la sangre amontonada en las mejillas, cuyo bulto se tensa por la presión de esa mano-mazo.

Y Rato recula, ahora se exculpa diciendo que la situación era extrema, las dificultades enormes, el trabajo incansable...

Cuando la fiscal afina y se zambulle de lleno en los documentos más comprometidos, hasta media docena de defensores salen del letargo habitual, se llevan la mano a la boca, se mordisquean una uña, se ponen rígidos y miran con ira o con espanto a la fiscal. Cuando pasa el nublado, vuelven a la calma.

Por primera vez en tres horas, RR cruza sobre la mesa los dedos de las manos, los pulgares libres pero presionando con fuerza uno contra otro... o bien apoya las palmas abiertas sobre la mesa, o pone una mano sobre la otra, resignado,  mientras contesta, a su pesar, a una serie de preguntas que no admiten salidas por la tangente.

A todo esto, va por la tercera botella de agua. Bebe de nuevo y aclara, acerca del folleto tramposo de la salida a Bolsa de Bankia que no tenían margen, no se podía hacer otra cosa, era eso o el desastre...

En diez minutos pronuncia ocho veces la frase 'le vuelvo a repetir'.

De nuevo, las palmas sobre la mesa, los dedos repiqueteando en la madera, el nerviosismo creciente. Para sujetar los síntomas de la tensión, toma un bolígrafo entre los dedos y juguetea con él. El ritmo de preguntas y respuestas se ha acelerado, ahora es muy vivo, no hay margen para explicaciones largas, es un verdadero calvario para el compareciente, que empieza a responder a menudo con un 'no lo recuerdo'.

- Y los gestos tienden cada vez más a la protección: brazos cruzados sobre la mesa, un brazo en la mesa y el otro sujetando el mentón, el boli girando entre las dos manos..., todo en auxilio de un Rato que ha bajado mucho el tono en los últimos minutos. Está cansado. La fiscal sigue y sigue y sigue, impertérrita, con su tono neutro pero sin desmayo.

Son ya casi cuatro horas de enorme intensidad, Rato obligado a dar respuestas que no quiere dar, sometido a la autoridad, él, que siempre ha sido la suprema autoridad.

Tras él, cuatro policías custodian a los acusados. Uno de los gendarmes, a un metro de mí, se ha dormido, pero del todo, como un tronco, la barbilla desplomada sobre el pecho, todo un síntoma de la deriva que ha tomado el interrogatorio, la fiscal erre que erre y Rato absolutamente sometido, domado, respondiendo con un hilo de voz a cada una de las preguntas, deseando que esto acabe de una vez, suplicando en silencio a la juez el pitido final.

Pero la fiscal es incansable. Rato se ajusta los gemelos de la camisa, se cruza de brazos y eleva la mirada al techo mientras va desgranando de mala gana recuerdos y sucesos que considera triviales, insignificantes, pero que no puede omitir si lo que pretende es salir airoso. Ya hace mucho que dejó de consultar sus papeles. Está acorralado, y lo asume. Es el mismo Rato de hace meses, obligado a inclinar la cabeza para entrar en el furgón policial.

Ahora es la fiscal la que, aferrada a un repertorio de documentos incontestables, menudea frases como:

- Vamos a ver... Contésteme a lo que le pregunto.
Y otras similares. 

Y el acusado responde dócilmente, sabedor de que no hay escapatoria posible.

UN DETALLE FINAL

Durante toda la jornada he buscado al exministro Acebes con la mirada, sin éxito. Pero a las 14:06 uno de los acusados, un hombre corpulento, se levanta del asiento, supongo que para ir al baño. Y ahí está, tan atildado como de costumbre, la barbita perfecta, un George Clooney mesetario venido a menos que no acaba de creerse lo que le está sucediendo.

Y sí, es el mismo Acebes que a lo largo de toda una noche de marzo de dos mil cuatro inventaba mentiras a destajo mientras en una nave de Ifema se acumulaban cientos de cadáveres, muchos de los cuales seguramente tendrían su nómina domiciliada en Bankia, entonces Cajamadrid.

COLOFÓN

La Presidenta da por finalizada la sesión. Los acusados se levantan de sus asientos, intercambian impresiones con sus abogados, se alisan las arrugas del pantalón o se acicalan el pelo con dedos de pureza extrema. Rato se levanta de su asiento, cercado por cuatro policías. El todopoderoso ministro vuelve la mirada a sus compañeros de fatigas y espera ansioso a que pasen a saludarlo. De los 32, se le acercan exactamente… uno. Rato lo saluda con energía y desaparece de inmediato por un lateral de la sala.








No hay comentarios:

Publicar un comentario