En la película Soldados de Salamina, Joan Dalmau es el viejo Miralles, un jubilado que vive en una residencia en Dijon (Francia). Cuando la protagonista de la película entrevista al viejo Miralles, intentando saber si era él el soldado republicano que perdonó la vida al dirigente falangista Sánchez Mazas cuando lo encontró escondido en el monte, da comienzo, en mi opinión, la mejor secuencia de la película de David Trueba, basada en la novela homónima de Javier Cercas.
Con una voz cadenciosa, y mostrando la intensa melancolía que siempre acude a su mente cuando recuerda la guerra, Miralles responde: “¿Tú estás buscando un héroe, verdad? Pues no, yo no soy ningún héroe. Los héroes no sobreviven. Cuando salí hacia el frente iban conmigo otros muchachos, todos de Terrasa como yo, aunque a la mayoría no los conocía: los hermanos García Segués, Miquel Cardós, Gaby Baldrich, Pipo Canal, El gordo Odena, Santi Brugada, Jordi Gudayol... todos muertos. ¡Eran tan jóvenes!”
Y,
después de una pausa, añade: “No pasa un día sin que me acuerde de ellos,
ninguno conoció las cosas buenas de la vida, ninguno tuvo una mujer o un hijo
que se metiera en la cama con ellos el domingo por la mañana. A veces sueño con
ellos, los veo como eran: jóvenes; el tiempo no pasa para ellos. Nadie los
recuerda y nunca, ninguna calle miserable de ningún pueblo miserable de ninguna
mierda de país llevará su nombre. Lela y Joan, Gabi. Miquel, Gudayol, Pipo, El
gordo Odena.”
Cuando
termina la escena tengo llenos los ojos de lágrimas. Hay que ser un
actor de la talla de Joan Dalmau para clavar esos párrafos tan cabalmente. Porque lo que dice es un claro manifiesto
inmemorial: son personas mayores las que propician y mueven las guerras, pero
quienes van al frente son los jóvenes, y allí pierden muchos su vida, en el
anonimato más absoluto. Ellos son los héroes, sin duda, los que no tuvieron
tiempo de gozar de lo bueno de la vida porque se la arrebató la
furia propiciada por los cabestros de la historia.
Maravillosa escena
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