El País. 24.05.2023
Diego A. Manrique
Tina Turner era esencialmente una superviviente.
Nacida Anna Mae Bullock en 1939, la vocalista, fallecida este miércoles, abandonó su vida
en el sur rural de Tennessee cuando se instaló con su madre en San Luis, en
Misuri. De cantar en la iglesia pasó a frecuentar los locales nocturnos de la
ciudad. Allí conoció en 1957 a Ike Turner, el líder de los Kings of Rhythm, con los que
comenzó a cantar. Ike era un veterano que subsistía en un negocio duro, siempre
en la frontera con la ilegalidad; entendió que había un filón en la fiereza
interpretativa de Tina y la convirtió en su esposa en 1962.
Como Ike & Tina Turner, acumularon éxitos en las
listas de rhythm and blues, es decir, en el mercado afroamericano.
Las jugadas de Ike, que prefería ir saltando entre discográficas, no ayudaron a
establecerlos como primeras figuras. Sin embargo, en 1966 aceptaron una
propuesta para grabar con el productor Phil Spector, que en realidad solo quería trabajar con Tina.
El resultado fue un tema orgásmico, River Deep, Mountain High, que
fracasó en Estados Unidos, pero impactó en Europa. En el Reino Unido, Tina se
convirtió en artista de culto. La fascinación de Mick Jagger, Rod Stewart o
David Bowie desembocaría en su llegada al mainstream.
Los Rolling Stones contratarían a Ike & Tina Turner para su gira
estadounidense de 1969: el público blanco se quedó boquiabierto ante la
sexualidad turbo de Tina y sus bailarinas, las Ikettes. Ike, que rara vez
pensaba más allá del corto plazo, comprendió que era el momento para
establecerse en el mercado del rock. Lo hicieron con versiones tórridas de
éxitos como Proud Mary (Creedence Clearwater Revival) y Come
together (The Beatles), aparte de rotundos temas originales como Nutbush
City Limits, una creación de Tina que celebraba sus orígenes.
Lo que Tina se callaba era que la vida con Ike,
cocainómano, era infernal. Hasta que en 1976 lo abandonó en Dallas (Texas) y
pidió el divorcio. Ese sería el punto central de su maquillada autobiografía,
luego reflejada en el correspondiente biopic —donde fue
encarnada por Angela Bassett— y en el musical Tina.
Tuvo que empezar de nuevo y debió aceptar todo tipo de
bolos alimenticios, flirtear con la disco music y aparecer en
el circuito de nightclubs o, para su eterna vergüenza, en la
Sudáfrica del apartheid. No fue fácil: precisamente, tal día
como hoy, en 1979, debutó en España con un concierto en el Palacio de los
Deportes barcelonés… que no llenó (volvería más veces, ya con éxito de
público).
Ese mismo año, conectó con Roger Davies, un manager australiano
que desarrolló un inteligente plan para potenciar su carrera. Firmó con la
multinacional Capital Records y se dedicó a hacer discos con canciones
seleccionadas para resaltar su imagen de mujer sensual y empoderada; a fin de
garantizar la potencia de su oferta, contaba con diferentes productores que
cubrían desde el techno pop al rock. Su álbum Private
dancer (1984) vendería millones y sería el prototipo de una nueva
manera de entender el pop de amplio espectro, imitada luego en el lanzamiento
de Whitney Houston y otras divas.
Dominó las ondas y los escenarios durante los ochenta y los noventa. Lo cierto es que no paró: se apuntaba a duetos con sus admiradores británicos y apareció poderosa en una película de la saga Mad Max. Y rehizo su vida con un ejecutivo discográfico, el alemán Erwin Bach, con el que compartía creencias budistas. Se retiró en 2000, aunque todavía protagonizaría una gira de despedida en 2008. Para entonces, ya residía en Suiza, país que se portó bien con ella. En agradecimiento, en 2013 se naturalizó suiza y renunció a la nacionalidad estadounidense.
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