Hace
un par de días me llegó un texto del Presidente de Telefónica, José María
Álvarez-Pallete, acerca de la Inteligencia Artificial. Y como me ha parecido
muy interesante, lo traigo aquí.
Inteligencia artificial y ética
Somos una generación afortunada. Vivimos inmersos en la mayor revolución
tecnológica de la historia de la humanidad. Y acaba de comenzar. Si creíamos
que la convergencia entre la llegada de internet y la capacidad de computación,
el mundo de la web 2.0 y el teléfono móvil, eran un cambio profundo, algo mucho
más grande se está abriendo paso.
Cuando parecía que la ley de Moore empezaba a alcanzar su límite físico,
descubrimos las redes neuromórficas que, emulando la forma en la que neuronas y
sinapsis funcionan en nuestro cerebro, amplían la capacidad de analizar y
procesar información, mientras se sigue acercando el momento de la computación
cuántica.
Cuando pensábamos que los algoritmos y los modelos de Big Data eran el
presente y el futuro, surge algo mucho más poderoso y sorprendente como la
inteligencia artificial. Una acumulación de tecnologías (reconocimiento de voz,
reconocimiento de imagen, algoritmos de aprendizaje profundo), y nos deslumbra
con la irrupción de un modelo imperfecto, pero inquietantemente poderoso como
chat GPT.
Cuando aún asimilamos el brutal impacto de la web2 en nuestras vidas con sus redes sociales, plataformas, y sus derivadas sociales y económicas, descubrimos el mundo de la web 3 con la llegada de realidades virtuales o aumentadas, descentralización masiva con la adopción generalizada de blockchain (1) y la irrupción de la tokenización (2).
Cuando parecía que las redes de telecomunicaciones serían una limitación a
la explosión de datos que generamos cada día, surgen las redes de fibra y 5G
que, una vez desplegadas, evolucionan y ya no son redes de telecomunicaciones
sino superordenadores presentes en cada rincón de cada territorio.
La confluencia de una prácticamente ilimitada capacidad de procesamiento y
almacenamiento de datos, unos superordenadores terrestres (las antiguas redes
de comunicaciones) que complementan y superan el poder de la nube, una web3 que
rompe las reglas del juego de la web2 y descentraliza masivamente el mundo de
internet, abonan el camino para el gran cambio que es la irrupción masiva de la
inteligencia artificial. Con ella, la posible llegada de la denominada
inteligencia artificial generativa (AGI).
La AGI es, para muchos tecnólogos, un punto de inflexión en la humanidad,
probablemente superior a lo que fue la llegada de la imprenta o la fisión
nuclear. La AGI es un sistema computacional capaz de generar nuevo conocimiento
científico y de realizar cualquier tarea humana. Es imposible determinar el
momento en que llegará, pero estamos cerca. Cada vez más cerca.
La velocidad de aprendizaje de los actuales modelos de inteligencia
artificial AI ha aumentado en un factor de 100 millones de veces en los últimos
10 años, tal y como recuerda el FT en un reciente artículo sobre el desarrollo
de la IA “We must slow down the race to
God-like AI”. El porqué es muy sencillo: en 2012 los sistemas de AI
eran entrenados con cantidades muy limitadas de datos y capacidad de cómputo.
Hoy, alimentamos a la AGI con todos los datos disponibles en internet y
cada día hay más.
El resultado es que hoy, la AGI es capaz de superar el examen de acceso
médico y a la abogacía en el percentil más alto. Hoy, la AGI escribe el 40% del
código de un ingeniero de software y empieza a desarrollar capacidades
complejas como el engaño. Nuestra capacidad de distinguir un texto generado por
AGI o por un humano es ya imposible en la práctica.
La tecnología siempre ha hecho avanzar a la humanidad. La AGI tiene la
capacidad de hacerlo de forma exponencial. Como ejemplo, DeepMind desarrolló en
2021 un modelo capaz de predecir la forma de los aminoácidos que componen las
proteínas. Esta capacidad estaba al 30% y DeepMind la llevó al 60%. Con este
descubrimiento podemos diseñar cultivos resistentes al cambio climático,
desarrollar nuevas medicinas, o generar enzimas capaces de degradar el
plástico.
Pero también, y como ya ha ocurrido en anteriores revoluciones
tecnológicas, no podemos dejar que campe a sus anchas. No todo lo que la
tecnología es capaz de hacer es bueno o socialmente aceptable.
Una AGI descontrolada o con afán de poder es un riesgo existencial. Podría
elaborar moléculas dañinas para el hombre o llevar los modelos de fake news o
deep fakes a convertirse en una amenaza para la democracia a través de campañas
masivas de desinformación sistemática e indetectable. Una inteligencia
ilimitada puesta al servicio de intereses particulares puede crear armas
químicas o cibernéticas. Las propias empresas que desarrollan AGI lo hacen sin
saber cómo detener el proceso cuando la propia AGI adquiera una autonomía
incontrolable. En el primer trimestre de 2023 las compañías que desarrollan AGI
recibieron 11 millardos de dólares, la misma inversión que habían recibido en
los 10 años anteriores.
Aceleramos,
pero, ¿hacia dónde?
Es el momento sobre todo de las Ciencias Sociales. La tecnología ya está
aquí pero no debemos dejarla sola. Es el momento de la sociología, la
filosofía, la antropología, el derecho… De decidir cómo queremos que esto pase
y sea bueno para todos, y no solo para unos pocos.
¿Es ético poder elegir el coeficiente intelectual de nuestros hijos?
¿Podemos alimentar los sistemas de AGI con los datos que contienen sesgos
raciales, de género o de estatus socioeconómico? ¿Dónde quedan derechos
analógicos esenciales como privacidad, seguridad o el derecho a la verdad?
¿Cómo defender a la democracia de las amenazas híbridas de ciberseguridad y
desinformación? ¿Cómo asegurarnos que los datos, que son parte de nuestra
dignidad, son parte de nuestra soberanía individual y colectiva? Hay muchas
preguntas nuevas que no tienen respuesta en nuestro mundo actual.
René Descartes vivió el inicio de una gran revolución tecnológica e
intelectual, la llegada del racionalismo moderno. Rompió con las explicaciones
basadas en la tradición, la religión o la experiencia, para fijar las bases del
conocimiento en la razón.
Hasta ahora la razón y el pensamiento científico eran una prerrogativa
humana. En nuestro planeta solo el hombre era capaz de desarrollarlo. Pero hoy,
el hombre está creando máquinas que también son capaces de razonamientos
lógicos y, si siguen evolucionando al ritmo exponencial que lo hacen hoy,
probablemente superarán las capacidades de nuestro cerebro.
Sin embargo, las máquinas nunca serán capaces de emular todas las
capacidades humanas. Porque algunas como la emoción, la empatía, la compasión,
la solidaridad, la amistad, el amor, la valentía, o la necesidad de justicia,
son exclusivamente humanas. Son parte de nuestro ser. Y sólo el nuestro.
Ha llegado la hora de parar y pensar como sólo los humanos somos capaces de
hacerlo. Ha llegado la hora de parar y redactar un nuevo contrato social. Para
decidir y determinar cuáles son los derechos y obligaciones básicas de personas
y máquinas en este nuevo mundo.
Ya pasó antes en otras revoluciones tecnológicas previas. La revolución
industrial produjo increíbles avances, pero también injusticias y explotación.
Hubo que redactar un contrato social que definiera derechos y obligaciones.
La llegada de la energía atómica produjo avances inimaginables hasta
entonces pero también la llegada de la amenaza nuclear. La investigación
bacteriológica creó nuevas amenazas, pero también avances científicos
exponenciales.
Es probable que hoy no exista un consenso sobre si es necesaria una
moratoria o no en el avance de la AGI a nivel mundial. Incluso hay opiniones
que creen que, si sólo una parte de la humanidad decide declarar esta
moratoria, la otra parte tendrá una ventaja competitiva determinante y se
podría crear una desestabilización del orden geopolítico mundial.
Es una cuestión de valores. Debemos poner a las personas en el centro. Los
derechos de las personas por encima de cualquier otro criterio. Hoy no es así.
“Pienso, luego existo” es una traducción del francés “Je pense donc je
suis”, que se tradujo al latín como “Cogito ergo sum”.
La expresión más certera es, probablemente, “Pienso y, por tanto, soy”.
Existir no es lo mismo que ser. Las máquinas puede que piensen y puede
que existan. Pero el ser humano, porque puede pensar y sentir, es.
Es el momento de pararse a pensar y a ser.
(1)
La
forma más popular del mundo para comprar, vender e intercambiar criptomonedas
(2) La
tokenización es el proceso de sustituir los datos sensibles por símbolos de identificación únicos que
conservan toda la información esencial de los datos sin comprometer su
seguridad.
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